Publicado por Fe Adulta
ANÁFORA
Verdaderamente es digno y justo que nosotros, convocados por tu palabra,
te honremos y demos gracias con nuestras palabras.
Tú eres nuestro Padre, el progenitor de la humanidad.
Mediante tu palabra existió todo y sin tu palabra no existió cosa alguna.
Tu palabra contenía la vida y al hacernos participes de tu palabra,
nos comunica vida y luz, una luz que brilla aun en la tiniebla.
Nuestras palabras, sin tu palabra, son balbuceos de niños.
Te bendecimos, Padre, porque nos acompañas en la vida.
Tú has querido habitar en lo profundo de nuestro ser
y nos hablas y quieres que nos comuniquemos contigo y entre nosotros.
Te damos gracias, Señor, por esa palabra tuya que compartimos
y que nos da amor, felicidad y motivos para seguir adelante.
Por todo ello, nos unimos a los profetas y a cuantos dieron testimonio de Ti
en un canto de alabanza.
Santo, santo…
Gracias, Señor y Dios nuestro, porque en el momento elegido por Ti,
tu Palabra iluminó a los hombres, en Jesús,
quien habló en tu nombre, con autoridad. Ungido por tu espíritu,
proclamó palabras verdaderas de buena nueva a los pobres.
De tu parte anunció la libertad para los oprimidos,
abrió los ojos a los que no podían ver
y nos comunicó a todos los humanos un mensaje de vida eterna
pero en palabras sencillas, claras, apoyadas con parábolas,
para que todos le pudiéramos entender.
Recordamos sus palabras en la cena de despedida,
cuando resumió en ellas toda su trayectoria de entrega y servicio.
El Señor Jesús, la noche en que iban a entregarlo, cogió un pan,
dio gracias, lo partió y dijo:
«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros;
haced lo mismo en memoria mía».
Después de cenar, hizo igual con la copa, diciendo:
«Esta copa es la nueva alianza sellada con mi sangre;
cada vez que bebáis, haced lo mismo en memoria mía».
Recordando estas palabras de Jesús,
damos testimonio de su vida y su mensaje,
rememoramos con emoción su dolorosa muerte en cruz
y proclamamos su resurrección, su reencuentro contigo.
Dinos tu palabra, Padre Dios, que sepamos distinguirla en tu silencio,
que tu Espíritu nos haga comprenderla y aceptarla,
nos abra los ojos de la fe y nos desate la lengua
para que proclamemos con valentía, mediante el testimonio de nuestras vidas,
la plena y ejemplar humanidad de Jesús.
No permitas, Señor, que nuestras palabras se hagan huecas.
Inspira a los servidores de tu palabra, como hiciste con los profetas,
para que sean auténticos mensajeros de la buena noticia de tu Reino.
Con la fe que has depositado en nosotros, a veces insegura pero en búsqueda,
elevamos a Ti, Padre, nuestra plegaria, en nombre de toda esta comunidad
brindando por Jesucristo y en su presencia en tu honor y a tu mayor gloria.
AMÉN.
-------------------------------
PRINCIPIO
Gracias, Padre, porque nos invitas tantas veces a la Eucaristía.
Que Jesús, tu Palabra, ponga realmente su tienda en nuestro corazón
y que nos dejemos cambiar por Él.
Por el mismo Jesús, tu hijo, nuestro Señor.
OFRENDA
Jesús es Palabra y Pan.
Al poner en esta mesa nuestro pan y nuestro vino
queremos expresar, Padre, que queremos hacer de nuestra vida
lo que Jesús hizo con la suya.
Por el mismo Jesús, tu hijo, nuestro Señor.
DESPEDIDA
Terminamos la Eucaristía, Padre, agradecidos, animados y preocupados.
Haz tú que recibamos bien tu palabra
y que se traduzca en obras a favor de todos nuestros hermanos.
Por Jesús, tu hijo, nuestro Señor.
-----------------------
SE HIZO CARNE
Y la Palabra se hizo carne
viva,
sensible y tierna,
cálida y cercana,
entrañable,
Dios encariñado,
Dios humanizado,
Hijo y hermano,
libre y palpable.
Sí.
Se hizo caricia y gracia,
grito y llanto,
risa y diálogo,
silencio sonoro,
balbuceo de niño,
eco de los que no tienen voz,
buena noticia,
canto alegre,
toque liberador…
¡Y nos humanizó!
ANÁFORA
Verdaderamente es digno y justo que nosotros, convocados por tu palabra,
te honremos y demos gracias con nuestras palabras.
Tú eres nuestro Padre, el progenitor de la humanidad.
Mediante tu palabra existió todo y sin tu palabra no existió cosa alguna.
Tu palabra contenía la vida y al hacernos participes de tu palabra,
nos comunica vida y luz, una luz que brilla aun en la tiniebla.
Nuestras palabras, sin tu palabra, son balbuceos de niños.
Te bendecimos, Padre, porque nos acompañas en la vida.
Tú has querido habitar en lo profundo de nuestro ser
y nos hablas y quieres que nos comuniquemos contigo y entre nosotros.
Te damos gracias, Señor, por esa palabra tuya que compartimos
y que nos da amor, felicidad y motivos para seguir adelante.
Por todo ello, nos unimos a los profetas y a cuantos dieron testimonio de Ti
en un canto de alabanza.
Santo, santo…
Gracias, Señor y Dios nuestro, porque en el momento elegido por Ti,
tu Palabra iluminó a los hombres, en Jesús,
quien habló en tu nombre, con autoridad. Ungido por tu espíritu,
proclamó palabras verdaderas de buena nueva a los pobres.
De tu parte anunció la libertad para los oprimidos,
abrió los ojos a los que no podían ver
y nos comunicó a todos los humanos un mensaje de vida eterna
pero en palabras sencillas, claras, apoyadas con parábolas,
para que todos le pudiéramos entender.
Recordamos sus palabras en la cena de despedida,
cuando resumió en ellas toda su trayectoria de entrega y servicio.
El Señor Jesús, la noche en que iban a entregarlo, cogió un pan,
dio gracias, lo partió y dijo:
«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros;
haced lo mismo en memoria mía».
Después de cenar, hizo igual con la copa, diciendo:
«Esta copa es la nueva alianza sellada con mi sangre;
cada vez que bebáis, haced lo mismo en memoria mía».
Recordando estas palabras de Jesús,
damos testimonio de su vida y su mensaje,
rememoramos con emoción su dolorosa muerte en cruz
y proclamamos su resurrección, su reencuentro contigo.
Dinos tu palabra, Padre Dios, que sepamos distinguirla en tu silencio,
que tu Espíritu nos haga comprenderla y aceptarla,
nos abra los ojos de la fe y nos desate la lengua
para que proclamemos con valentía, mediante el testimonio de nuestras vidas,
la plena y ejemplar humanidad de Jesús.
No permitas, Señor, que nuestras palabras se hagan huecas.
Inspira a los servidores de tu palabra, como hiciste con los profetas,
para que sean auténticos mensajeros de la buena noticia de tu Reino.
Con la fe que has depositado en nosotros, a veces insegura pero en búsqueda,
elevamos a Ti, Padre, nuestra plegaria, en nombre de toda esta comunidad
brindando por Jesucristo y en su presencia en tu honor y a tu mayor gloria.
AMÉN.
Rafael Calvo Beca
-------------------------------
PRINCIPIO
Gracias, Padre, porque nos invitas tantas veces a la Eucaristía.
Que Jesús, tu Palabra, ponga realmente su tienda en nuestro corazón
y que nos dejemos cambiar por Él.
Por el mismo Jesús, tu hijo, nuestro Señor.
OFRENDA
Jesús es Palabra y Pan.
Al poner en esta mesa nuestro pan y nuestro vino
queremos expresar, Padre, que queremos hacer de nuestra vida
lo que Jesús hizo con la suya.
Por el mismo Jesús, tu hijo, nuestro Señor.
DESPEDIDA
Terminamos la Eucaristía, Padre, agradecidos, animados y preocupados.
Haz tú que recibamos bien tu palabra
y que se traduzca en obras a favor de todos nuestros hermanos.
Por Jesús, tu hijo, nuestro Señor.
José Enrique Galarreta
-----------------------
SE HIZO CARNE
Y la Palabra se hizo carne
viva,
sensible y tierna,
cálida y cercana,
entrañable,
Dios encariñado,
Dios humanizado,
Hijo y hermano,
libre y palpable.
Sí.
Se hizo caricia y gracia,
grito y llanto,
risa y diálogo,
silencio sonoro,
balbuceo de niño,
eco de los que no tienen voz,
buena noticia,
canto alegre,
toque liberador…
¡Y nos humanizó!
Florentino Ulibarri





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