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viernes, 18 de febrero de 2011

VII Domingo del T.O. (Mt 5, 38-48) - Ciclo A: El más es estar a la altura de Dios



1. Situación

El domingo anterior meditamos en la dinámica del más, en la radicalidad moral de Jesús. En éste, continuamos con lo mismo, pero exacerbado, porque Jesús nos dice:
Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto.
¿Has vivido alguna vez la carga de estas palabras de Jesús? El más es estar a la altura de Dios.
No es extraño que algunos sicólogos y moralistas digan que el Evangelio se presta a la megalomanía, a la neurosis, a la ilusión del deseo, pues hace perder al hombre la base del equilibrio humano, el sentido de sus propios límites.

2. Contemplación

No tengas miedo: lee el Evangelio como un discípulo que se bebe las palabras de su Maestro.

Atrévete a pensar que el mensaje de Jesús es cosa de locos, porque, efectivamente, lo es. Sólo a Dios se le puede ocurrir hacer que el hombre pueda amar como El.

Sin embargo, Jesús no habla en abstracto, no dice teorías maravillosas sobre el amor. Está dirigiéndose a oyentes en un contexto muy concreto: el de la violencia injusta, el de hermanos enfrentados, el de lucha política hasta la sangre.

Ciertamente, Jesús no es razonable. Pero menos razonable es que Dios ame a justos y pecadores, que me ame a mí gratuitamente, teniendo como tiene motivos, en justicia, para separarse de mí y abandonarme a mi propia suerte.

Resulta extraño: Si soy mínimamente realista con la verdad de este mundo conflictivo y de mí mismo, debería dejar por imposible el mensaje de Jesús; pero algo me dice por dentro que no hay otra salida, que la gratuidad del amor tiene la última palabra.


3. Reflexión

Hay que atreverse a llevar la reflexión a las últimas consecuencias: la perfección cristiana es una ilusión del deseo.

Cuando uno es joven, si al menos ha tenido la suerte de despertar al sentido de la existencia desde un ideal absoluto (religioso o moral), le parece normal el talante del más y la búsqueda generosa de la perfección (santidad, dedicación exclusiva al prójimo, heroísmo de virtudes...). Cuando uno se topa con la crisis de realismo (en torno a los 40 años) y la realidad no responde a las propias expectativas y, poco a poco, uno se convence, además, de que vivía de ilusiones o compensando la falta de autoestima con metas de perfección, y de que, además, la perfección está cada día más lejos, es inalcanzable, de que ya no queda tiempo para realizar los mejores sueños de la vida... no hay otra alternativa:

-O dejar de creer en el Evangelio. Lo cual suele hacerse de una manera sutil, dedicándose a las mismas tareas de perfección, pero con un sentimiento sordo de desesperanza y frustración.

- O descubrir, maravillado, que la perfección del Padre pertenece a los que tienen un corazón de pobres y no se extrañan de su impotencia para amar, sencillamente, porque se estremecen de agradecimiento ante la gratitud del amor de Dios.


4. Praxis

Sería una trampa quedarse en los «buenos sentimientos» de la reflexión anterior. Pero es peor trampa creer que uno puede amar según Dios sólo porque quiere.

Me parece que un modo muy realista y que a la vez posibilita el proceso de transformación de la persona es éste:

Cuando vivas conflictos que te provocan indiferencia, desamor, resentimiento o violencia, confía en la fuente de tu corazón. Todavía puedes amar. No dejes que el corazón se cierre.

Quizá tendrás que esperar años a que la herida se cure. Lo importante es que estés abierto, a pesar de todo, simplemente abierto. Amar igual que Dios, sólo Dios.

Pero amar al estilo de Dios, teniendo fuente interior, pidiendo fuerza para amar, no dejando que el odio o el desamor se implante, siempre es posible. Lo esencial es creer en el amor.

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