Publicado por Acción Católica General
● Ruego por pedir el don de comprender el Evangelio y poder conocer y estimar a Jesucristo y, así, poder seguirlo mejor.
● Apunto algunos hechos vividos esta semana que ha acabado.
● Leo el texto. Después contemplo y subrayo.
● Ahora apunto aquello que descubro de JESÚS y de los otras personajes, la BUENA NOTICIA que escucho... ¿Qué compromisos me invita a tomar?
● Y vuelvo a mirar la vida, los HECHOS vividos, las PERSONAS de mi entorno... desde el Evangelio. ¿Qué experiencias descubro de amor al prójimo tal como lo entiende Jesús, amor que incluye a los enemigos?
● Llamadas que me hace -nos hace- el Padre hoy a través de este Evangelio y compromiso.
● Plegaria. Diálogo con Jesús dando gracias, pidiendo...
Uno de los lemas del mundo del circo y en general del espectáculo es: “¡Más difícil todavía!”. Los artistas, cuando llevan un cierto tiempo realizando un número, buscan siempre cómo sorprender porque son conscientes de que cuando pase un tiempo, su número habrá perdido la novedad y la emoción, y el público se cansaría de ver siempre lo mismo; y ellos mismos se quedarían encasillados, sin seguir desarrollando su talento. Y por eso se esfuerzan en buscar el “más difícil todavía”.
La semana pasada Jesús nos invitaba a elegir “de lo bueno lo mejor”, para no quedarnos en una vida mediocre, tanto en lo humano como en lo espiritual. Y esta semana parece que la Palabra de Dios nos dice: “¡Más difícil todavía!” Y nuestra primera reacción seguramente será exclamar: “¿Más difícil todavía? ¿Es que no es ya suficiente?” Pues no lo es: el Señor no quiere que nos quedemos encasillados en nuestra vida cristiana, no quiere que dejemos de desarrollar nuestros talentos (cfr. Mt 25, 19-30), y por eso nos ha lanzado un reto.
En la 1ª lectura nos decía: «Seréis santos, porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo». Y en el Evangelio, Jesús nos ha dicho: «Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto». Y ante este reto, nuestra primera reacción será pensar: “¿Cómo me pide eso? ¿Cómo puedo ser ‘santo’, y menos aún ‘perfecto’?”
Pero Dios no nos va a pedir un imposible, porque «lo que es imposible para los hombres es posible para Dios» (Lc 18, 27), y Dios mismo nos dice cómo empezar a recorrer el camino de la santidad, para que nos demos cuenta de que «este precepto que yo te mando hoy no excede tus fuerzas, ni es inalcanzable» (Dt 30, 11), y podemos llegar a ser santos.
El camino de la santidad empieza no haciendo mal a los demás, como hemos escuchado en la 1ª lectura: «No odiarás de corazón a tu hermano... No te vengarás ni guardarás rencor...». Pero esto, aun siendo ya bueno, no es suficiente, y Dios nos pide un paso más: «amarás a tu prójimo como a ti mismo». Esto ya marca una diferencia importante...
Pero aún no es suficiente si de verdad queremos ser “santos”, y Jesús concreta en qué consiste el “más difícil todavía”: «Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian». Un “más difícil todavía” que tiene una razón muy clara: «Porque si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los paganos?»
Jesús nos cuestiona, nos provoca para que nuestro proyecto personal de vida tenga en el horizonte la meta de la santidad, la meta de la perfección “como nuestro Padre celestial”.
Porque si no perdemos de vista ese horizonte de santidad y perfección y encaminamos hacia Él nuestros pasos, Jesús nos asegura: «Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo». Así ya ahora, en nuestro día a día, nos sentiremos también verdaderos hermanos de Jesús, porque estaremos siguiendo su camino de santidad y perfección.
Y cuando nos entren las dudas o nos sintamos incapaces... recordémonos lo que San Pablo decía en la 2ª lectura: «¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?» Podemos ser santos y ser perfectos como nuestro Padre celestial no por nuestros posibles méritos y capacidades, sino porque hemos recibido el mismo Espíritu de Dios que es quien nos capacita para alcanzar ese “más difícil todavía” que Jesús nos propone: «El Espíritu Santo... será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho» (Jn 14, 26).
¿Cuál es mi reacción ante el “más difícil todavía” que Jesús nos propone? ¿En mi proyecto de vida aparece como horizonte la santidad y la perfección? ¿Hay personas a las que podría calificar como “enemigos”? ¿Cómo puedo concretar el proceso desde “no odiar de corazón, no vengarme y no guardar rencor” hasta “hacer el bien a los que me aborrecen y rezar por los que me calumnian”, para que se vea la diferencia entre ser cristiano y no serlo? ¿Lo veo posible o imposible?
Como decíamos, el Señor mismo se pone a nuestro lado para que vayamos alcanzando ese “más difícil todavía”. Él se nos entrega en la Eucaristía para que el Espíritu Santo habite en nosotros, para que seamos conscientes de que somos templos suyos, y con su fuerza nuestro testimonio de fe resulte creíble porque mostramos con nuestras obras que somos hijos de nuestro Padre del cielo.
● Apunto algunos hechos vividos esta semana que ha acabado.
● Leo el texto. Después contemplo y subrayo.
● Ahora apunto aquello que descubro de JESÚS y de los otras personajes, la BUENA NOTICIA que escucho... ¿Qué compromisos me invita a tomar?
● Y vuelvo a mirar la vida, los HECHOS vividos, las PERSONAS de mi entorno... desde el Evangelio. ¿Qué experiencias descubro de amor al prójimo tal como lo entiende Jesús, amor que incluye a los enemigos?
● Llamadas que me hace -nos hace- el Padre hoy a través de este Evangelio y compromiso.
● Plegaria. Diálogo con Jesús dando gracias, pidiendo...
“¿MÁS DIFÍCIL TODAVÍA?”
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Uno de los lemas del mundo del circo y en general del espectáculo es: “¡Más difícil todavía!”. Los artistas, cuando llevan un cierto tiempo realizando un número, buscan siempre cómo sorprender porque son conscientes de que cuando pase un tiempo, su número habrá perdido la novedad y la emoción, y el público se cansaría de ver siempre lo mismo; y ellos mismos se quedarían encasillados, sin seguir desarrollando su talento. Y por eso se esfuerzan en buscar el “más difícil todavía”.
JUZGAR
La semana pasada Jesús nos invitaba a elegir “de lo bueno lo mejor”, para no quedarnos en una vida mediocre, tanto en lo humano como en lo espiritual. Y esta semana parece que la Palabra de Dios nos dice: “¡Más difícil todavía!” Y nuestra primera reacción seguramente será exclamar: “¿Más difícil todavía? ¿Es que no es ya suficiente?” Pues no lo es: el Señor no quiere que nos quedemos encasillados en nuestra vida cristiana, no quiere que dejemos de desarrollar nuestros talentos (cfr. Mt 25, 19-30), y por eso nos ha lanzado un reto.
En la 1ª lectura nos decía: «Seréis santos, porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo». Y en el Evangelio, Jesús nos ha dicho: «Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto». Y ante este reto, nuestra primera reacción será pensar: “¿Cómo me pide eso? ¿Cómo puedo ser ‘santo’, y menos aún ‘perfecto’?”
Pero Dios no nos va a pedir un imposible, porque «lo que es imposible para los hombres es posible para Dios» (Lc 18, 27), y Dios mismo nos dice cómo empezar a recorrer el camino de la santidad, para que nos demos cuenta de que «este precepto que yo te mando hoy no excede tus fuerzas, ni es inalcanzable» (Dt 30, 11), y podemos llegar a ser santos.
El camino de la santidad empieza no haciendo mal a los demás, como hemos escuchado en la 1ª lectura: «No odiarás de corazón a tu hermano... No te vengarás ni guardarás rencor...». Pero esto, aun siendo ya bueno, no es suficiente, y Dios nos pide un paso más: «amarás a tu prójimo como a ti mismo». Esto ya marca una diferencia importante...
Pero aún no es suficiente si de verdad queremos ser “santos”, y Jesús concreta en qué consiste el “más difícil todavía”: «Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian». Un “más difícil todavía” que tiene una razón muy clara: «Porque si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los paganos?»
Jesús nos cuestiona, nos provoca para que nuestro proyecto personal de vida tenga en el horizonte la meta de la santidad, la meta de la perfección “como nuestro Padre celestial”.
Porque si no perdemos de vista ese horizonte de santidad y perfección y encaminamos hacia Él nuestros pasos, Jesús nos asegura: «Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo». Así ya ahora, en nuestro día a día, nos sentiremos también verdaderos hermanos de Jesús, porque estaremos siguiendo su camino de santidad y perfección.
Y cuando nos entren las dudas o nos sintamos incapaces... recordémonos lo que San Pablo decía en la 2ª lectura: «¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?» Podemos ser santos y ser perfectos como nuestro Padre celestial no por nuestros posibles méritos y capacidades, sino porque hemos recibido el mismo Espíritu de Dios que es quien nos capacita para alcanzar ese “más difícil todavía” que Jesús nos propone: «El Espíritu Santo... será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho» (Jn 14, 26).
ACTUAR
¿Cuál es mi reacción ante el “más difícil todavía” que Jesús nos propone? ¿En mi proyecto de vida aparece como horizonte la santidad y la perfección? ¿Hay personas a las que podría calificar como “enemigos”? ¿Cómo puedo concretar el proceso desde “no odiar de corazón, no vengarme y no guardar rencor” hasta “hacer el bien a los que me aborrecen y rezar por los que me calumnian”, para que se vea la diferencia entre ser cristiano y no serlo? ¿Lo veo posible o imposible?
Como decíamos, el Señor mismo se pone a nuestro lado para que vayamos alcanzando ese “más difícil todavía”. Él se nos entrega en la Eucaristía para que el Espíritu Santo habite en nosotros, para que seamos conscientes de que somos templos suyos, y con su fuerza nuestro testimonio de fe resulte creíble porque mostramos con nuestras obras que somos hijos de nuestro Padre del cielo.
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