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viernes, 11 de marzo de 2011

La Cuaresma ha muerto



Hace unos días, veía el telediario. El presentador, al introducir una noticia sobre la celebración del carnaval en diversos lugares del mundo, señalaba que, tradicionalmente carnaval y cuaresma han ido unidos. Pero acto seguido añadía algo así como que “ahora la cuaresma ha muerto, pero persiste el carnaval”. Lo decía con un tono jovial, como celebrando la pervivencia de la parte lúdica y, creí entender, alegre también por la desaparición de ayunos, penitencias o limosnas cuaresmales. La frase quedó resonando en mi cabeza durante días.

Por una parte con el reconocimiento triste de que el enunciado describe algo muy real en algunas sociedades. Por otra parte, constatando la pobreza de esa reducción. Vaya por delante que, para nosotros, cristianos, la cuaresma no remite a la alegría del carnaval, sino a la de la Pascua. Pero, si en ese imaginario social popular la cuaresma era el reverso del carnaval, no deja de ser una triste radiografía la que se deriva de aquella afirmación. “¡Muerte a la cuaresma, viva el carnaval!”. En una lectura primera y superficial puede parecer que con esa selección elegimos “la parte buena”, el ruido, la fiesta, la alegría, las posibilidades infinitas.

Pero la realidad es que esa lógica es tramposa. Sí al ruido, no a la reflexión. Sí a la máscara, no a la verdad desnuda. Sí al desparrame. No a la cosecha sincera. Sí a la fiesta. No a las rutinas. Sí a la carcajada. No a la lágrima. Pues bien, mataremos la vida si le quitamos los contrastes. Mataremos nuestra propia humanidad si le arrebatamos su cara y su cruz. Condenados, como El Joker de las películas de Batman, a mostrar una eterna sonrisa, esta termina convirtiéndose en una pobre mueca y un lamento por toda nuestra hondura perdida.

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