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sábado, 14 de mayo de 2011

IV Domingo de Pascua (Jn 10,1-10) - Ciclo A: MATIZANDO



Hoy es el domingo llamado del Buen Pastor. Expresión que Jesús aceptó plenamente: “Yo soy el Buen Pastor”. Varios siglos antes, el profeta Ezequiel arremetió contra los falsos pastores o profetas: “¡Ay de los pastores de Israel que se apacientan a sí mismos. (…) No fortalecéis a las débiles, ni curáis a las enfermas, ni vendáis a las heridas (…) Mis ovejas se desperdigaron y vagaron sin rumbo por montes y altos cerros (…), sin que nadie las buscara siguiendo su rastro!”.

A los ciudadanos del siglo XXI nos cuesta verdaderos esfuerzos encariñarnos con la figura del pastor y su mundo. Sencillamente no nos parece un ejemplo muy acertado. No así en los tiempos de Cristo en los cuales el pastor personificaba muchos valores. Basta recordar que los nombres más respetados, más significativos de la Historia de Israel: Abel, Abrahán, Moisés, David y una larga lista fueron pastores. Ciertamente éstos se diferencian sensiblemente del grupo que describía el profeta Ezequiel.

Allá, por los años 1950 el sacerdote era un personaje con una presencia muy notable en la sociedad. Es suficiente recordar el número elevado de novelas de gran altura literaria dedicadas a los curas. Cito algunas: Diario de un cura rural, El poder y la gloria, D. Camilo, Los santos van al infierno, Las llaves del reino, El pájaro espino, Las sandalias del pescador, ... Por las páginas de las novelas desfilan sacerdotes de todo tipo: intelectuales, misioneros, mártires, atrevidos, divertidos, pecadores, virtuosos. Pero, en general –y esto es importante- la bondad y la entrega al servicio del prójimo forman el común denominador, son el telón de fondo.

En la actualidad el sacerdote ha perdido presencia social entre nosotros. No en otros lugares y regiones donde es invitado, recibido, consultado, querido. Ha cambiado tanto el ambiente en este punto que un autor escribía: “tal vez se ordenaron para otro mundo, para otra Iglesia”. Hoy es el día para pedir por las vocaciones, especialmente las sacerdotales. Mas no tanto para que haya muchas, sino para que sean buenas. Jesús dejó una huella insólita en solo tres años que se dedicó a la vida pública. Hablando de vocaciones, no es un tema cerrado por el Papa. Tal vez dentro de unos años abracen el sacerdocio hombres probados e incluso la mujer. Pues no creo que sea un asunto cerrado definitivamente. Es un punto en el que tendrá que seguir profundizando la Iglesia.

Al pastor le toca cuidar, guiar, reunir, buscar las ovejas. Cuidar, acercar a Jesús, reunir, buscar es lo que le corresponde al sacerdote de hoy. Subrayo lo de buscar, porque se nos ha educado para mantener, sostener, resistir, conservar lo que tenemos, lo que hay. Y esto no vale para nuestra época.

Hace algunos meses, sobre todo con motivo de la pederastia, la Iglesia sufrió un tsunami. En pocos días, casi de golpe, se amontonaron noticias que abarcaban desde los años 1970 hasta nuestros días. Un golpe duro. Pero el que ciertos sacerdotes cometieran tales maldades, no debe arrastrar al olvido la acción de cientos de miles de sacerdotes. Entre ellos muchos miles de misioneros. Normalmente el sacerdote no es ni un héroe (aunque los hay), ni un neurótico (que también los hay, aunque menos). El sacerdote es un ser humano que busca seguir a Jesús y echar una mano al prójimo. En sus vidas hay miserias, debilidades, incoherencias, pero también belleza, bondad y entrega; posiblemente en una proporción superior a la media.

De cualquier forma no se trata de lanzar bravatas, ni fanfarronadas, sino de seguir a quien “camina por delante de nosotros”, es decir, al mismo Jesús, que es pastor de todos y ha venido “para que tengamos vida y la tengamos en abundancia”. En esto tenemos que apoyarnos sacerdotes y fieles, laicado y clero, pastores y ovejas.

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