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domingo, 12 de junio de 2011

Solemnidad de Pentecostés: Inundados y radiantes


Publicado por Entra y Verás

El Espíritu no es sino el aliento de Dios que debe inundarnos de manera que podamos sentir de verdad alegres y radiantes porque Dios está con nosotros. Ojalá dejemos que nos inunde para no vivir amuermados y enjaulados en las costumbres incapaces de descubrir la novedad por encima de la monotonía.

lEn los últimos años vengo observando que no siempre seguir a Jesús y estar alegre van juntos. Se ve demasiada cara larga en las iglesias y en las comunidades religiosas. Podemos pasar un buen rato buscando porqués, echando la culpa a un montón de factores externos que han influido en el amarmolamiento de tanta gente que supuestamente debía mostrar un rostro radiante porque su corazón desborda de felicidad al sentirse de verdad amado por Dios. Puede que hayamos emprendido una etapa dentro del seguimiento en la que nos empeñamos en hacerlo todo nosotros sin dar oportunidades al Espíritu, al aliento de Dios. Por ello, tenemos que emprender un serio camino para encontrarlo en las cosas sencillas y sacarlo del baúl de la norma y del guión en el que todo está previsto, que nos hunde en el agarbanzamiento y la mediocridad.

En el evangelio de este domingo Jesús exhala el Espíritu sobre los discípulos al igual que hizo el Creador con el primer ser humano. Con este gesto comienza pues a partir de ahora la nueva creación, los discípulos pasan a ser hombres nuevos y se lanzan automáticamente a dar testimonio de la resurrección, pues la paz está con ellos y los acompaña. Pero las resonancias con el Antiguo Testamento las encontramos también en la descripción de la venida del Espíritu Santo que nos ofrece san Lucas en la primera lectura de los Hechos de los apóstoles. El Espíritu llega en medio de viento y fuego, al igual que Yahvé se presentaba en el Sinaí. El Espíritu lo llena todo igual que el viento, y lo enciende todo como el fuego. Todos comienzan a hablar en lenguas pero no como en Babel sino que aquí hay una unidad, un código común: el amor que nos capacita para el diálogo y el encuentro. Es este encuentro una dimensión muy importante ya que el Espíritu hace que sea posible la unidad en la diversidad, como nos ha dicho san Pablo en la segunda lectura. El Espíritu no entiende de diferenciación pero sí de diversidad ya que a todos llena y comunica su fuerza de amor. La Iglesia nos une a todos por medio del bautismo aunque cada uno desde nuestra condición particular realicemos distintas funciones, distintos servicios a la comunidad. El Espíritu no adocena ni enjaula sino que es fuente de vida, de libertad y de amor a Dios y al prójimo como imagen suya. En Pentecostés, el Espíritu respeta las lenguas y los pueblos, no queramos ahora nosotros unificarlo, implantar un pensamiento único, pues echaríamos al Espíritu. Hemos de saber vivir con la diferencia desde el respeto mutuo y el diálogo constructivo, dentro y fuera de nuestra Iglesia.

¿Qué es la fiesta de hoy? Pentecostés es la apertura al Espíritu de Dios para que sepamos anunciar todo lo bueno que Dios ha puesto en nuestro camino. Dios es nuestra felicidad y eso sólo podemos constatarlo gracias a nuestra experiencia de Él, eso no está en las doctrinas ni en los libros. Dejarnos llevar por el Espíritu es ser muy libres y muy creyentes. Dejar abierta la puerta para que el Espíritu entre es estar dispuestos a hacer, a ir donde menos imaginábamos; significa asentar nuestro corazón en Dios y dejar que Él sea el que mueva nuestra vida, sin que esto suene a un espiritualismo barato o a una ñoñería insufrible, propia de los que están esperando que las llamas de fuego les enciendan las velas del lampadario. Pentecostés supone reconocer que el Espíritu tiene todavía mucho que hacer en nuestro mundo, muchos corazones tienen que arder en el amor de Dios. Hoy, último día de la Pascua, es el día del Espíritu: el Espíritu de Dios llenó la vida de Jesús; así vivió para los demás, para todos, y nos mostró el verdadero rostro de Dios. Jesús nos ha entregado su Espíritu: nos hace hijos de Dios y nos capacita para ser continuadores de su obra. Que no nos quedemos en el discurso fácil sino que estemos dispuestos al encuentro y al diálogo. De ese modo nos convertiremos en esa creación nueva y dejaremos de ser esculturas del mejor mármol, soldados del mejor plomo, cabizbajos y circunspectos. El Espíritu ha de inundarnos para que podamos demostrar aquello que creemos: que Dios merece la pena.

Roberto Sayalero Sanz, agustino recoleto. Colegio San Agustín (Valladolid, España)

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