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sábado, 24 de septiembre de 2011

XXVI Domingo del T.O. (Mt 21,28-32) - Ciclo A: “Sí” que es “no” y “no” que es “sí”


¡Cuántos “sí” de nuestra vida que, a la hora de la verdad, terminan siendo un “no”!
¡Y cuántos “no” que terminan siendo un “sí”!
Un “sí” que parece y, hasta diríamos es sincero cuando lo decimos, pero que luego el tiempo lo va desgastando y termina en “no”.
- Estoy pensando en mi propia historia. El año 1942 ingresamos al Seminario 68 jóvenes que nos sentíamos llamados. Y los 68 dijimos que sí. Luego, con el correr de los días, meses y años, la cifra fue bajando. En 1947 ya éramos 29 los que ingresamos al Noviciado. En 1948, hacíamos la Profesión, todos ilusionados con el Señor, ya 25 porque cuatro se bajaron del tren. En 1954 nos ordenábamos como sacerdotes dieciséis. De aquel primer “sí” de 1942, sólo estábamos en camino y llegábamos a la meta del sacerdocio, dieciséis. En el camino muchas ilusiones y esperanzas se fueron marchitando o simplemente clarificando vocacionalmente.

- Estoy pensando en los bautizos que hacemos en la Parroquia mensualmente.
¡Cuántas Primeras Comuniones! ¡Cuántas Confirmaciones!
Y luego miro al camino de la vida en la Iglesia y me pregunto, ¿cuántos de aquellos bautizados, que hicieron la Primera Comunión o se confirmaron, siguen hoy viviendo con gozo y con alegría su fe?
Y sin pretenderlo, me viene a la memoria aquel chiste del cómico Garisa que, no por ser un chiste, deja de tener su miga de realidad. “Tuve un amigo muy católico. En su vida fue tres veces a la Iglesia. La primera le echaron agua. La segunda, le echaron arroz. La tercera le echaron tierra. Me dijeron que no volvió más”. Bautismo, matrimonio y sepultura. Puede ser una santa exageración chistosa. Pero no deja de ser la realidad de muchos bautizados,

- Y de aquí mi mente pasa a eso de las Bodas y matrimonios. Todo es una fiesta del amor. Todo comienza con un tremendo sí: “en la alegría y en la tristeza, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, prometo amarte y servirte todos los días de mi vida”.
Sigue el baile del Danubio Azul, infaltable en cualquier boda, incluida, claro está la “luna de miel”.
Todo un “sí” al amor. Todo un cántico a la felicidad. Todo un cántico a la fidelidad.
Un canto que, pasado el tiempo, se va rayando el disco, se apaga su música, comienzan los desamores y la violencia y la infidelidad y la ruptura y el divorcio.

Decimos “sí” a Dios, y nuestra vida termina siendo un “no”.
Decimos “sí” al Evangelio, y nuestra vida termina siendo un “no”.
Decimos “sí” a la fe, y luego termina siendo un fe apagada y sin vida.
Decimos “sí” al compromiso cristiano, y luego termina siendo una vida anodina.
Es que no basta comenzar bien y bonito. Hay que andar el camino. Y ahí vienen los cansancios.

Y en cambio, también es posible que muchos comiencen con un “no”, y luego en el camino, asuman conciencia de sí mismos, y terminen diciendo un “sí”.
Muchos que se negaron a creer, terminan descubriendo la verdad de la fe.
Muchos que se negaron a aceptar a Dios en sus vidas, terminan reconociéndolo como su centro vital.
Muchos que, durante años, vivieron de espaldas a la Iglesia, terminan tocando a la puerta pidiendo su ingreso gozoso.

En mi larga vida sacerdotal he vivido ambas experiencias. Por recordar algunas:
- Aquel abogado de setenta años que, a las cinco de la madrugada, en la capillita de la gran explanada de Fátima, hecho un mar de lágrimas, me pide confesión porque la luz se encendió en su corazón.
- Aquella madre soltera de treinta y ocho años, bautizada porque la bautizaron, y que luego de ver la alegría de mi vida, siente que Dios se le mete por las rendijillas de su inmenso vacío y me pide la escuche en confesión. Y termina dándome un abrazo de alegría que pensé me estrangulaba.
- Aquel médico, que a su cuarenta y dos años, declarándose a sí mismo agnóstico, me pide le regale un tiempo porque la luz se ha encendido en su vida y está seguro de que Dios, a pesar de todo, le sigue amando.
- Aquella maestra de treinta y seis años, que vivía una vida alegre y por la cual luché y me esforcé por ganarla para Cristo, pero que mis esfuerzos fueron inútiles. Y de repente, unos ocho meses después, que la había olvidado, me pide que en nombre de Dios le abra las puertas de la Iglesia y de la gracia.
Y siguen las historias del “no” que luego fue un himno al “sí”.

Son los misterios del corazón humano. Pero son también los misterios del corazón de Dios. Son los misterios de la gracia.
Hay vidas que comienzan con un sí y terminan siendo un no.
Hay vidas que comienzan con un no y terminan siendo un sí. La fidelidad hasta el final es un don de la gracia. Y el encuentro con Dios en el camino también es un don de la gracia. San Pablo es testigo de ello. Por eso, en el misterio de Dios y del hombre, ni el sí del comienzo es signo de un final feliz, ni el no del principio es señal de que todo está perdido. Porque, aún entonces, está viva la esperanza y las posibilidades de la gracia de Dios en nosotros. Todos somos “no” y todos somos “sí”.

Clemente Sobrado C. P.
www.iglesiaquecamina.com

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