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sábado, 24 de septiembre de 2011

XXVI Domingo del T.O. (Mt 21,28-32) - Ciclo A: ¿Porque somos así?



1. Situación

Queremos servir al Señor con lealtad; pero somos conscientes de lo remolones que somos. Si fuera sólo remolonería... Con frecuencia, decimos no con nuestra vida, aunque el sentimiento diga que sí. ¿Por qué somos así?, nos preguntamos.
A veces es fruto de nuestras resistencias voluntarias o de los apaños que nos hacemos para manejar la voluntad de Dios a nuestro antojo.
Otras veces, sin embargo, tenernos la sensación de que el problema es más hondo, que nos falta un amor grande y total («fervor de espíritu», decían los clásicos) para responder con gozo y prontitud a los deseos de Dios. ¿Depende de nuestra voluntad esta libertad interior del amor?



2. Contemplación

La lectura de Ez 18 nos pide sinceridad con nuestro corazón, que no echemos hiera de nosotros el problema, escudándonos en explicaciones. El colmo de la mentira-excusa es echarle a Dios la culpa de nuestra historia personal de pecado.

El Sal 24 me ayuda a dar un paso más: a situar mi responsabilidad en acto de oración, pues es verdad que mi falta de entrega es mía y, simultáneamente, que no soy capaz de un sí incondicional y pleno a lo que Dios quiera. Lo noto en cuanto paso de una actitud general a problemas concretos. Cuando me pregunto, por ejemplo, si Dios me pidiese dejar esto o aquello, entonces siento mi falta de amor verdadero.

De esto nos habla el Evangelio: del hijo que dice no a la primera y, luego, va, y del hijo que, al principio, dice sí, pero luego se escaquea. Es consolador en medio de todo, pues uno quisiera decir sí inmediatamente, sin pensárselo dos veces.

Lo más desconcertante es que el hijo primero simboliza a los pecadores, a cada uno de nosotros. Consolador, para los que reconocemos nuestras resistencias y confiamos en la fidelidad del Señor, más fuerte que nosotros mismos. Provocador, para los que se creen los buenos, los intachables, los fieles.



3. Reflexión

El tema de hoy es especialmente aleccionador para los que llevamos años trabajando en la viña del Señor, es decir, hemos ido consolidando la opción cristiana de nuestra vida. En efecto, no nos queremos echar atrás, aunque a veces nos cansamos. Nuestro problema está en que no terminamos de amar. Andamos siempre debatiéndonos entre el deseo y la realidad, el sí incondicional y el egocentrismo.

Que no somos santos es evidente. Pero tampoco nos consideramos mediocres, si mediocridad significa tibieza, es decir, autosuficiencia y acomodación a lo fácil y seguro.

¿Qué nos falta? Sin duda, amor sin medida, coraje para jugarnos la vida a una sola carta.

Pero con los años hemos aprendido que el salto a la realización de nuestros mejores deseos no está en nuestras manos. ¿Qué hacer?


4. Praxis

En este caso, lo más práctico no es hacer actos de generosidad, sino discernir.

Tener una visión de conjunto de la trayectoria personal, qué dificultades para amar con libertad se repiten. ¿De dónde vienen? Se mezclarán causas humanas y espirituales.

Criterio base: Si mi vida ha estado marcada por el primado de la voluntad de Dios y he ido creciendo en libertad interior a partir de ese primado, aunque todavía sienta lo atrapado que estoy por m i «yo» .

¿Cuál es mi momento actual respecto al amor? ¿Algún punto crítico, en el que noto que estoy jugándome la generosidad? ¿De dónde nace mi deseo de generosidad, del deber de perfección o del corazón que ama, aunque el «yo» se resista?

El discernimiento no es un medio para aplazar la praxis, sino para una buena estrategia espiritual. Hay limitaciones sicológicas en el amor que nos molestan, pero no pueden ser superadas. Hay resistencias del yo que exigen humildad y paciencia para esperar la hora de la libertad. Hay negaciones interiores que son sólo excusas para no amar.

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