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lunes, 31 de octubre de 2011

1 XI 2011 Todos los Santos, los Muertos todos


Publicado por El Blog de X. Pikaza

1. XI. 2011. Día de Todos los Santos “ya muertos”. San Pablo decía que todos los cristianos son santos por gracia de Jesucristo; por su parte,Jesús había asegurado que todos los hombres y mujeres son santos, especialmente los pobres y excluidos, amados de Dios. Pero no quiero hablar hoy de ellos (santos cristianos o no cristianos, en este mundo), sino en especial de los Santos Difuntos, celebrados hoy por la liturgia(día de Todos los Santos) de la Iglesia.
De los que han muerto vivimos, por eso tenemos que agradecerles la vida, venerando su memoria. Porque ellos se han ido, podemos estar aquí nosotros, también por un tiempo, hasta que nos vayamos y seamos de otra forma, porque nuestra existencia es camino.

Por eso, una cultura que olvide a sus “muertos” (sus santos) se niega sí misma y se destruye. En este día de todos los santos (que son todos los difuntos) quiero evocarles uniendo dos plano:

a. El plano del recuerdo de mi abuela, que me enseñó a quererles, dándoles gracias por la vida, ella que no conocía la existencia de la fiesta “pagana” de Halloween, pero que conocía la fiesta “pagana” (universal y cristiana) de los muertos que viven.

a. El nivel de la historia de las religiones, que me ha permitido trazar un esquema con algunos rasgos de la presencia y sentido de los muertos “santos”.

Lo que de verdad aporta algo a mi vida es la primera parte, la aprendí de niño, celebrando unidas la fiesta de los Santos y de los Difuntos, porque en el fondo eran lo mismo, era la fiesta de lo Muertos que Viven. La segunda es más para eruditos.

(Imágenes del Ortusantu de Abadiño, que marcaron mi imaginación de infancia (tomadas de http://farm6.static.flickr.com/5215/5457049910_ba1056612e_m.jpg). Pasábamos por allí con miedo; pero la amama nos decía que los difuntos eran santos que rezaban por nosotros y nos ayudaban.

1. La historia de mi abuela

Recuerdo que solíamos pasar al lado del cementerio, a veces de noche, y después encontrábamos personas que nos metían miedo, hablando de apariciones de difuntos. Solíamos tener miedo, ir de puntillas, callados, por si aparecían las almas.

Pues bien, recuerdo que ella, la abuela, con sabiduría de los siglos, me dijo, nos dijo: No tengáis miedo a los muertos, son santos; han sido santificados por su vida, y, sobre todo, por su muerte, porque Jesús les ha acogido en su cielo. Ahora son amigos que ayudan. Siguen aquí cerca de nosotros para acompañarnos a vivir, hasta que todos lleguemos al cielo.

Ese lenguaje de la abuela encerraba una historia de las religiones. Sin ella saberlo, sabía y decía todo lo que han dicho a lo largo de los larguísimos milenios, las grandes religiones, desde el paganismo primero de la tierra vasca (o africana), hasta el más hondo cristianismo, pasando por las religiones orientales.

La abuela era pagana, como seguimos siendo todos, en un resquicio del alma, todos nosotros. Para ella, los muertos eran impulsores de vida. Más aún, eran la potencia de una vida que sigue haciéndonos vivir, pura energía espiritual, eran los Santos de Dios, que se habían adelantado en el camino, que nos impulsaban, ayudaban y esperaban.

Ellos nos dan dado la vida y se han ido antes que nosotros para que nosotros podamos existir. Así nos decía: "Se han ido para ayudarnos; no recéis por ellos, rezadles a ellos para que os acompañen". Esta ha sido para mí una experiencia esencial; y después, cuando he estudiado el sentido de la muerte y de los muertos en las varias religiones de la tierra, he tenido siempre en cuenta lo que decía la abuela.

Pero la abuela sabía también que los santos siguen recorriendo el camino de Dios, hasta el final de los tiempos, de manera siguen dependiendo de nosotros, porque Dios es Dios de todos, de los vivos y los muertos, pues nadie está totalmente santificado, a no ser Jesús y la Virgen María (solía decirnos, en su lenguaje de entonces)

Ella sabía que los muertos tienen que "purificarse", venciendo todas las formas de mal que han podido ir acumulando a lo largo de su vida. No, no creía en las reencarnaciones, pero sí creía en la necesidad de crear un mundo de luz y de gracia, hasta la purificación final de todos, de los vivos y los muertos.

Por eso los vivos teníamos que seguir vinculados a los muertos, para que todos, nosotros y ellos, llegáramos a la santidad, a la salvación completa. Así, para ella, la vida en su conjunto era un "purgatorio", un purificatorio: un camino en el que podemos y debemos aprender a querernos, superando las manchas del odio y la venganza, como las que ella había experimentado en la última Guerra Carlista y después en la infame Guerra Española.

Sabía que la vida es guerra, pero sabía también que por encima de las guerras está el Dios de la Vida, que acoge a los murtos (a todos). Inotzentiak, todos inocentes ante Dios, ella decía, a pesar de lo que hubieran hecho, porque Dios les santifica a todos.


Por eso, en el fondo, "creer en los muertos" era creer que no habían muerto del todo, que seguían haciendo un camino de vida, hasta que alcanzaran, con la ayuda de Dios y nuestra colaboración, la santidad completa. Esa purificación no era fuego... almas que se queman, sino escuela de amor, para todos.

De esa forma, pareciendo pagana, la abuela era muy cristiana. Recuerdo la manera que tenía de hablar de esos "inocentes", es decir, los locos, los pobres sin ningún medio de subsistencia, los niños que morían sin haber crecido... En ellos veía a Dios. En ese sentido, todos los muertos acababan siendo "inocentes".

Ellos eran los que sustentaban este mundo, manteniendo viva la misericordia de Dios. Pero, al mismo tiempo, ella sabía que tenemos que cambiar la forma de vida en este mundo, cambiar las condiciones de la sociedad, para que no hubiera inocentes sufriendo, para que todos pudiéramos vivir, en amor, como la Virgen María, que ayudaba en el camino.

Creer en los muertos era creer en la vida que es un don de inocencia, un don de Dios, al servicio de los más pobres, esperando la llegada de un mundo de justicia para todos.

-- Por eso, en el fondo del "culto a los muertos" (es decir, a los Santos) estaba el recuerdo de Jesús: ser como Jesús para resucitar, para que un día la vida fuera trasparente (nos podríamos ver todos, muertos y vivos); para que un día la vida fuera lugar de justicia para todos, empezando por los "inocentes".
--Por ero, recordar a los muertos era un modo de tenerlos presentes en un camino de esperanza... con la certeza de que un día no habría ya muerte. Así, en la iglesia, mientras el cura leía en latín una misa incomprensible, ella encendía la vela de la vida (de la Santidad) ante el reclinatorio y reciba por (con) todos los santos, todos los muertos.

Ahora, pasados muchos años (más de sesenta), quiero recordar y recrear algunas de las cosas que estaban en el fondo del lenguaje de la abuela, de otra manera, desde la historia de las religiones. Si alguien quiere seguir leyendo siga, pero lo fundamental (lo que yo quería decir) ya lo he dicho, en este días de difuntos, con la memoria (quizá idealizada) de mi abuela.

2. Los muertos (santos) en las religiones de la naturaleza

Los muertos están en el mismo proceso de la vida. Así lo han dicho las religiones cósmicas (o de la naturaleza), que introducen la historia del mundo y de los hombres en el ritmo incesante, siempre repetido, del eterno retorno de la vida. Eso significa que no hay fin, no existe meta alguna, sino rueda de generaciones y generaciones, una rueda que en el fondo es buena, porque es bueno vivir. Lo que ha sido eso es, lo que es eso será, lo que es ya ha sido.

-- De esa forma, los muertos (los santos) están en el mismo ritmo de la vida, que vuelve de formas distintas, pero en el fondo siempre iguales. Siguen estando en la roca y el árbol, en el mar y la montaña, en las estrellas y el mar infinito.
-- De esa forma, los muertos se integran en el eterno retorno de la naturaleza, entendida como divina, realidad suficiente, absoluta. No hay un Dios personal, ni los hombres son de verdad individuales: vivimos de los muertos que han vivido antes que nosotros. Y así seguiremos viviendo. Por eso enterramos a los muertos, para que fecunden la tierra, como semilla de vida, porque ellos son santos.

En algunas de estas religiones, el “alma” es Huaca, un alma cósmica. Esa es una palabra propia de los incas del altiplano sud-americano, que piensan que el hombre forma parte del todo divino cósmico. Huaca son las montañas, los ríos poderosos y, en especial, la madre tierra. Pero en ella son especialmente sagrados o huaca los que han muerto y siguen vinculados a su sepultura. Por eso es fundamental el enterramiento: de la madre tierra venimos y en ella somos recibidos por la muerte.

Quizá podemos decir que el alma de los hombres forma parte del gran alma cósmica, que es la divinidad de la tierra o huaca. Por eso, un día como hoy, en gran parte de la América profunda, los vivos y los muertos se descubren en sintonía superior de Vida. Así lo he sentido, por ejemplo, en México y en Perú, lugares donde el culto a los muertos sigue siendo garantía de sentido y vida para millones y millones de personas.

3. Religiones de la interioridad.

Las religiones de la interioridad (hinduismo, budismo) tienden a decir que los hombres y mujeres somos más que mundo. Somos alma (interioridad, espíritu) que ha descendido de la altura de Dios y ha venido a introducirse en un mundo que gira y que gira, sin sentido alguno. Así estamos en el mundo como en una cárcel: Somos el resultado de una caída… y por eso estamos encerrados en la materia.

-- Por eso tenemos que volver a nuestro origen y patria, a lo divino, más allá de las estrella. Vuelve el polvo, vuela el alma el cielo…
-- Por eso, estas religiones suelen quemar a los muertos: para que el alma se desligue de la materia, para que la vida interior se libere del peso del cuerpo y vuelva a su sitio, en lo divino, que es la Santidad de Dios (siendo ellos santos).

De esa manera, la muerte no es retorno a los ciclos de vida de la tierra, sino separación liberadora. Las almas deben invertir el camino de caída y volver a su origen superior, superando así la historia. De todas maneras, los muertos han hecho que seamos lo que somos y así les damos gracias. En el fondo, somos ellos: somos todos los muertos que aún no han logrado purificarse y que vuelven, volvemos a la tierra para que liberemos el espíritu y salgamos de esta cárcel y Dios sea Dios para siempre y la materia se muera y destruya a sí misma, como pura materialidad sin alma (y Dios sea santidad completa, todos los santos).

En estas religiones… sólo se “salva” el mundo interior, el mundo exterior ha de perderse. Por eso, aquí no se puede hablar de resurrección ni, en el fondo, de transformación de este mundo, de justicia… Para superar la muerte es necesario, en el fondo, superar la misma vida.

-- La religión es, en el fondo, la forma en que los hombres y mujeres pueden superar la vida, el eterno retorno de los deseos que nos atan a la tierra. Los que han muerto de verdad ya no desean nada, no están en ninguna parte, sino en el puro más allá de la tierra del silencio.
--Da la impresión de que para superar la muerte hay que superar la vida, pues toda la vida el hombre en el mundo es muerte. Aquí importa la vida interior, la salvación del "alma", no la justicia y comunicación entre los hombres. Desde ese fondo se puede hablar de reencarnación y de inmortalidad.

Reencarnación.

Conforme a esa visión, para todos aquellos que no se han purificado, lo que externamente es muerte se convierte en reencarnación: si no están purificados, los muertos vuelven a nacer... hasta que las almas se purifiquen de todo y vuelvan a lo divino. Las almas caídas, que somos todos nosotros, realizamos en este mundo un largo viaje de exilio y liberación, que se expresa en forma de re-encarnaciones.

Los hombres nacemos de un genoma biológico, que nos ha sido transmitido a través de unos padres; nacemos también de una tradición cultural, que nos ofrece la sociedad y familia en la que nos socializamos; pero nacemos, finalmente, en el plano más profundo, de un proceso anímico.

Nuestra vida verdadera, el alma, proviene de otras almas y así sigue rodando en los giros de la tierra, hasta que logra liberarse y pasa a lo nirvana (se introduce en lo divino). Por eso nos reencarnamos unos en otros… en un proceso en el que sigue dominando la muerte, pues nacer de nuevo es nacer para morir... hasta que lleguemos a la no-muerte de la inmortalidad, la vida de los Santos.

Inmortalidad.

Sólo a través de la superación de los deseos se puede lograr la “no muerte”, que es la in-mortalidad: llegar a ser inmortal es morir sin nacer de nuevo, superando el eterno retorno de una vida esclavizada a la materia. Llegamos de esa forma a una muerte que en el fondo puede ser “no vida”, negarse a esta vida, superarla (para pasar a la in-mortalidad, que corre el riesgo de ser in-vitalidad).

-- Esta visión es propia de las religiones de la interioridad, las almas van cobrando su propia diferencia, se vuelven independiente del grupo social y del cosmos, de tal manera que ella se identifican con el Dios que “no mundo”, con el Dios que “no vida”. Esta visión de la inmortalidad es profunda, pero puede convertir a los muertos en “no-seres”, en realidades que no viven (que han superado la vida).
-- Esta visión suele parecernos negativa, pero tiene elementos muy positivos, si se entiende como camino de superación de la injusticia de esta tierra, como búsqueda de purificación total... que nos lleva a un mundo "distinto", a otra ribera de humanidad aún no conocida.

4. Judíos y cristianos

El judaísmo ha superado la experiencia del giro del eterno retorno de los muertos, pero no ha tomado al hombre como un ser caído que debe abandonar la historia para elevarse y liberarse, saliendo de esta materia de muerte hacia el nivel superior (a-temporal) de lo divino. Por eso, los judíos no han divinizado a los muertos (¡Dios es distinto!), ni les han tomado como puras almas, sino como portadores de una vida que debemos crear y trasformar, con la ayuda que viven y se dan vida en el tiempo, llamados a comunicarse la vida de una forma creadora, esperando una culminación que aún no ha llegado.

No estamos eternamente encerrados en esta materia del mundo, ni tenemos que salir del mundo para convertirnos en puras almas, sino que tenemos que “buscar un mundo nuevo” de justicia, donde podrán volver a la vida los que han muerto, en la resurrección final.

Eso significa que los muertos no giran sin fin con el mundo, ni quieren salir de este mundo, para ser simplemente divinos, sino que nos están impulsando al futuro, a la resurrección de un mundo nuevo, pues no se ha revelado todavía aquello que seremos: Dios nos ha prometido un futuro de vida (un futuro con Mesías, un Reino de Dios) y debemos colaborar con Dios para alcanzar lo prometido.

Los cristianos somos judíos que confesamos que ese futuro de Reino, de vida, ha empezado ya con Jesús, que ha resucitado ya. Por eso decimos que es el primero de los muertos, el primero de los que ya han resucitado. Morir significa, por tanto, poner la vida en manos de Dios, para que otros vivas, mientras va surgiendo (hacemos que surja) un mundo de justicia y reconciliación, donde se supera esta forma de muerte actual que nos domina.

Ciertamente, conservamos el valor de las representaciones anterior. Pensamos, de algún modo, que las antiguas religiones de la naturaleza tienen parte de razón: los muertos son un momento del proceso de la vida: su energía y su impulso permanece en las cosas, con ellos y por ellos existimos. También podemos pensar en el alma que “sale” de la materia y se eleva a lo divino, con las religiones orientales. Pero, en sentido estricto, pensamos que la muerte puede y debe convertirse en medio de comunicación de vida, en camino de resurrección: los muertos se van porque quieren dejar un lugar a los demás para que viva, regalando así lo que son, para que la vida se vuelve regalo de gracia. Así ha muerto Jesús, el vencedor de la muerte.

Resucitar significa “crear” (desde Dios y con Dios) una vida distinta, de comunicación amorosa, de gracia. No es salir de este mundo, no es negar la vida, para alcanzar un tipo de inmortalidad espiritualista, más allá de la materia, más allá del mundo. Resucitar es trasformar este mundo, esta historia, en lugar de amor que permanece de un modo distinto, en amor que surge del amor, en amor que crear nuevo amor. Resucitar es compartir en gratuidad la vida…

Conclusión:

Por eso, para los cristianos (como en el fondo para todas las religiones) las dos fiestas (la de los santos y la de los difuntos) se identifican, pues (como dice Jesús en Mc 12, 26-27, citando Ex 3, 6) Dios es Dios de vivos, no de muertos; es Dios de santos, no de maldecidos.

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