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martes, 15 de abril de 2008

Evangelio del Día Comentado: Miercoles 16 de Abril


EVANGELIO Juan 12, 44-50

44Jesús dijo gritando:
-Cuando uno me da su adhesión, no es a mí a quien la da, sino al que me ha enviado, 45y cuando uno me ve a mí ve al que me ha enviado.
46Yo he venido al mundo como luz; así, nadie que me da su adhesión permanece en la tiniebla.
47Si uno escucha mis exigencias y no las cumple, yo no doy sentencia contra él, porque no he venido para dar sen¬tencia contra el mundo, sino para salvar al mundo. 48Cuando uno me rechaza y no acepta mis exigencias, tiene quien le dé sentencia: el mensaje que he propuesto dará sentencia contra él el último día. 49Porque yo no he propuesto lo que se me ha ocurrido, sino que el Padre que me envió me dejó mandado él mismo lo que tenía que decir y que proponer, 50y se que su mandamiento significa vida definitiva; por eso, lo que yo propongo, lo propongo exactamente como me lo dijo el Padre.


COMENTARIOS

I

44-46 Jesús dijo gritando: «Cuando uno me da su adhesión, más que dármela a mí, la da al que me ha enviado, y cuando uno me ve a mí ve al que me ha enviado. Yo he venido al mundo como luz; así, nadie que me da su adhesión permanece en la tiniebla».
Estas palabras de Jesús, las últimas dirigidas al hombre en general, carecen de toda determinación de lugar y tiempo. Las hace así válidas para toda época e individuo, como el grito de la propia conciencia. Después de su rechazo por parte de Israel como pueblo, Jesús deja abierta su invitación a los individuos.
Es la tercera y última vez que Jesús hace una declaración gritando (cf. 7,28.37) como se decía de la Sabiduría (Prov 1,21s). La adhesión a él es adhesión al Padre, porque significa reconocer en Jesús al Hijo de Dios (1,34), el proyecto creador realizado (1,14). En esa adhesión, el hombre reconoce el amor del Padre al género humano y expresa su agradecimiento por ese amor. Estar con Jesús es estar con el hombre y con Dios; no estar con Jesús es oponerse al hombre y a Dios.
No existe diferencia entre Jesús y el Padre, pues la persona y actividad de Jesús explican lo que es Dios (1,18). No se conoce a Dios si no se acepta a Jesús; no hay más Dios que el que se ve en Jesús: el Padre que está en favor del hombre. Hay que renunciar a toda idea preconcebida de Dios. Éste se ha manifestado plenamente sólo en Jesús, a quien ha comunicado la plenitud de su gloria-amor (1,14).
Jesús es la luz de la vida y saca de las tinieblas de la muerte, es decir, del ámbito dominado por los enemigos del hombre; en Israel, del sistema político-religioso judío. La adhesión a Jesús es la alternativa a la opresión, cuyo instrumento es la ideología (tiniebla), que extingue en el hombre la aspiración a la plenitud.

47-48 «Si uno escucha mis exigencias y no las cumple, yo no doy sentencia contra él, porque no he venido para dar sen¬tencia contra el mundo, sino para salvar al mundo. Cuando uno me rechaza y no acepta mis exigencias, tiene quien le dé sentencia: el mensaje que he propuesto dará sentencia contra él el último día».
Las exigencias de Jesús son vida (6,63). Por oposición a las de Moisés, son las verdaderas exigencias de Dios; la prueba es que comunican el Espíritu (3,34). Jesús las ha propuesto, pero respeta la libertad del hombre; la respuesta al amor ha de ser libre.
No da sentencia, porque su misión es salvar (3,17) comunicando vida (10,10). El amor que vivifica se convierte en norma de conducta para el hombre que lo experimenta: ésa es la exigencia de Jesús.
Quien no hace suya esa exigencia, es decir, quien no se compromete a amar, a ser solidario con los demás, él mismo se malogra, porque no se realizará nunca como hombre; frustra en sí el proyecto de Dios. Ésa es su sentencia, dictada por él mismo. Jesús es pura oferta de salvación: el amor de Dios abarca a la humanidad entera (3,16) y a todos ofrece vida en su Hijo. Subraya Jesús la libertad del hombre: Dios no se impone; el ser humano es responsable de su suerte.
Quien rechaza a Jesús renuncia a la plenitud de vida. El mismo ofrecimiento gratuito que hace Jesús será testigo en contra del que no lo acepte. Al no hacer caso al mensaje de la vida, quedará sin ella.
Este juicio se verificará el úl¬timo día, el de la muerte de Jesús (cf. 7,37), cuando él dará la prueba defi¬nitiva de su amor al hombre. Ese día, el mensaje propuesto por Jesús juzgará a los hombres; es decir, una vez dada la prueba del amor supremo, no habrá excusa válida para rechazarlo.

49-50 «Porque yo no he propuesto lo que se me ha ocurrido, sino que el Padre que me envió me dejó mandado él mismo lo que tenía que de¬cir y que proponer, y sé que su mandamiento significa vida definitiva; por eso, lo que yo propongo, lo propongo exactamente como me lo dijo el Padre».
La suerte del hombre depende, por tanto, de su actitud ante Jesús. Esto se debe a que el mensaje que Jesús transmite no es invención humana, sino que es mensaje de Dios, que es vida y amor. Hay una alusión a Dt 18,18, donde se hablaba de un profeta sucesor de Moisés, en cuya boca pondría Dios su palabra o mandamiento; Jesús se presenta como el que ha recibido un mandamiento de Dios, que sustituye a los antiguos.
Los “mandamientos” o encargos del Padre a Jesús (10,17s) son un modo de expresar la misión mesiánica. En 10,17s exponía Jesús el primero, referente a su persona: Yo entrego mi vida y así la recobro... Éste es el mandamiento que recibí de mi Padre. El segundo mandamiento o encargo, mencionado ahora, se refiere a la actividad de Jesús con los hombres, al mensaje que no es suyo, sino del Padre. No es independiente del primero, pues contiene la exigencia de un amor como el suyo, la invitación a entregarse como él se ha entregado. Propone así a los hombres que, dándole la adhesión y comprometiéndose a ese amor, tengan vida definitiva.
Jesús vuelve a subrayar su fidelidad al Padre y su identidad de propósito con él. Deshace toda ilusión de acceso a Dios o de fidelidad a él apoyada en modos de obrar diferentes del suyo. La antigua Ley ha caducado. Y no cabe relativizar sus palabras: él transmite exactamente lo que el Padre le ha comunicado. Denuncia implícitamente la ignorancia y la mala fe de sus adversarios, quienes, bajo capa de fidelidad a la antigua Ley, se oponen a Dios.
Moisés prometía larga vida a los que pusieran por obra todos los artículos de la Ley (Dt 32,46s). Jesús ha venido a sustituir aquella Ley por el mensaje que da la vida definitiva.


II

En el relato de Juan, Jesús habla por última vez en público; aunque ahora su público no parece ser un pueblo en particular, sino toda la humanidad. Jesús ya no habla, sino que exclama, levanta la voz, grita, porque la sordera de Israel ha llegado hasta el punto de preferir darles gloria a los hombres antes que a Dios (Jn 12,43). El grito de Jesús nos convoca a seguirlo, a adherirnos a su persona y a su proyecto, a escuchar y ver al Padre a través de su vida y su misión. Jesús grita, y su voz denuncia a quienes prefieren la oscuridad para que sus maquinarias perversas e injustas pasen inadvertidas. ¿Cómo identificar hoy el grito de Jesús? La respuesta es simple y exigente: a través de la lectura, la escucha y la puesta en práctica de la Palabra de Dios. Palabra de Dios, testimonio y misión son inseparables en la vida de un cristiano. La Palabra de Jesús es la misma Palabra del Padre, una Palabra que es vida eterna para todo aquél que cree en ella. Jesús no se cansa de gritar, porque su misión es que todos tengan vida, y la tengan en abundancia. ¿Cómo podríamos ayudarle a Jesús en esta misión?

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