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lunes, 5 de mayo de 2008

Domingo de Pentecostes - Ciclo A: CONSTITUCIÓN DE LA ANTIBABEL, LA IGLESIA.


"Congrega en la confesión de una misma fe a los que el pecado había dividido en diversidad de lenguas".

1. Al anochecer del día de la resurrección, cuando los discípulos estaban en una casa con las puertas atrancadas, entró Jesús, se puso en medio, y les dijo: "Paz a vosotros". "Como el Padre me ha enviado así os envío Yo. A continuación sopló sobre ellos, y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo; a quienes perdonéis los pecados, les serán perdonados" Juan 20,19. Los Apóstoles, pues, ya recibieron el Espíritu Santo el día de la Resurrección. Pero el Espíritu Santo es un prisma que difunde la luz matizada en diferentes colores. En el texto anterior pronunciado en el Sermón de la Cena, Jesús les inviste con el poder de perdonar los pecados. Si el Génesis describe la creación de la vida en el primer hombre soplando en su nariz (Gén 2,7), ahora, que comprados por su sangre derramada, son creados los primeros hombres nuevos, libres ya de pecado, y reconstruída la imagen de su semejanza, rota por el hombre, repite Jesús, autor de la nueva creación, el gesto del soplo, para hacer visible la realidad que está obrando en aquellos hombres elegidos para ser los propagadores de esa nueva vida en el mundo. En Pentecostés, en cambio, además de su propia transformación, les regala el don de la fortaleza para poder cumplir la misión de apóstoles testigos, y la promesa defensora de su actividad arriesgada, iluminante y docente, cual cumple a los que han sido enviados por todo el mundo a enseñar y bautizar. Jesús los ha estado preparando para este día, y para enviarles a la misión de extender la creación del mundo nuevo, como hombres nuevos.

2. Durante los años de su formación, para que vencieran la tentación de desertar, les había advertido que "quien pone la mano en el arado y vuelve la vista atrás, no es apto para anunciar el reino de los cielos" (Lc 9,62). Pero la naturaleza humana tiene el corazón incircunciso y, menos uno, todos retrocedieron.

3. Pero, como lo que Dios comienza no se interrumpe, Jesús, que ha sido enviado al mundo por el Padre para cumplir su voluntad de redimirlo, envía a sus discípulos al mundo, como continuadores de su obra apenas comenzada, de transformar y recrear la vida de los hombres: “Se me ha dado todo el poder en el cielo y en la tierra; id, pues y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo cuanto yo os he mandado” (Mt 28,18) Dios quiere que todos los pueblos de todos los tiempos lleguen al conocimiento de la verdad (1 Tim 2,4), de que son amados por él.

4. Aparte de la narración del libro de los Hechos, que Lucas recrea con símbolos preexistentes en la tradición, a saber: el soplo creador de Dios en el Génesis, que se convierte en viento recio en los Hechos; las llamas del Sinaí en el Éxodo, convertidas en lenguas, como los órganos de la predicación y del anuncio de la buena noticia, también en los Hechos; el poder de Dios manifestado en la general convocatoria "de judíos de todas las naciones de la tierra", que a la vez son profecía del universo al que tiene que llegar el evangelio, por eso se dice que proceden de más de doce regiones distintas: partos, medos, elamitas, habitantes de Mesopotamia, de Judea, Capadocia, de Ponto, de Asia, de Frigia, de Panfilia, de Egipto, de Libia, de Roma, cretenses, y árabes. Aparte, digo, de la narración elaborada, la llegada del Espíritu Santo fue un acontecimiento interior, que cada uno de los reunidos en la casa, con María, experimentó. Fue una experiencia fuerte del Espíritu, que activaba la presencia de Jesús, siempre presente cuando dos o más están reunidos en su nombre (Mt 18,20).

5. Sería un sentirse aligerados de sus cargas de deficiencias y pecados y rastros de pecados personales. Sería una disposición para la acogida y para la unión fraterna. Sería un deseo incontenible de comenzar ya a predicar el evangelio. Sería una caridad inmensa que nunca habían experimentado tanta. Sería un consumirse de amor por el Cristo, un ansia por la fracción del pan, una veneración de la Palabra y un hambre de escucharla y un empeño en dar a conocer lo que ellos estaban sintiendo y viviendo, y una disposición a vencer todas las dificultades y separaciones que les iba a exigir el ir a predicar a todo el mundo. Fue un manifestarse la alegría y el consuelo, con gran emoción. Fue una eclosión de fe, de amor y de esperanza. De fortaleza para enfrentarse a todo un mundo al que habían de cambiar de selvático en humano, de humano en divino, de terreno en celestial, con la fuerza del Espíritu de la Verdad, convenciendo al mundo de un pecado, el que han cometido los judíos crucificando al Rey de la Vida; de un juicio, en el que triunfe la Verdad del Amor de Dios; y de una condena, la condena del Príncipe de este mundo que ha sido derrotado con la muerte de Cristo. Convencer de un pecado inducido por el Príncipe, pecado de soberbia, el suyo. Pecado de envidia a los hombres, elegidos para sustituirle a él, al ser destinados a su glorificación. Son los dos principales pecados que alejan de Dios y a los hombres entre sí. También hoy, o más hoy que ayer. Quizá porque somos más gente o porque la ciencia y la técnica y los massmedia hinchan más y expanden y difunden más y con mayor rapidez. Y porque con la democracia y el tú, aunque se dirijan a Juan Pablo II, se pierde el respeto, los modos, la educación y se llega hasta el insulto incluso a quien peina canas venerables. Soberbia pura, que Dios, no sólo no puede bendecir, sino que detesta. Y envidia y celos, que es lo que más cuesta de confesar, porque esos sí que son los pecados feos y amarillos, que antes era el pecado contra el sexto. Se regala un dátil y se exige una palmera, y siempre quedará como ingrato, el que no tuvo en cuenta que no se trabaja por Dios, sino propter retributionem: Do ut des. Y todo es lícito entonces, hasta el insulto y la injuria. Y la falta de lógica: no hay razocinio; premisa mayor, menor, conclusión. Se pasa de flor en flor seleccionado las que interesan siempre para demostrar que se tiene razón.

6. Pero ¿cómo salieron aquellos hombres, apocados antes y tímidos, a la vez que impetuosos y vengativos, exclusivistas y deseosos de los primeros puestos, al ser impulsados por el Espíritu Santo?. Dios, que para sus proyectos mayores siempre ha utilizado instrumentos humildes, y hechos pequeños para manifestar su grandeza, demuestra ahora sus maravillas para decirnos lo que puede hacer su Espíritu en personas dóciles, aunque sean frágiles. No les encomienda la misión de tener contentos a todos, contemporizando con unos y otros. No van a ser ellos de los que buscan halagar a los de arriba, de los que van componiendo sus sermones para no descontentar, como dice Santa Teresa. Sólo les interesa la verdad y la dirán y proclamarán a costa de su vida.

7. A quienes lo esperan todo de las fuerzas humanas, les parecerá una locura el plan de evangelizar el universo con una docena de pobres hombres. Jesús les había explicado las parábolas de la levadura en la masa, ¡cómo la fermenta!; del grano de mostaza, que siendo el más pequeño, crece y se hace más grande que todas las hortalizas; en una procesión eucarística en Lourdes, rodeada la custodia por dignatarios eclesiásticos, cardenales, arzobispos y obispos, le habla desde la Hostia chiquita Jesús a Gabrielle Bossís, y le dice: “Yo, el más pequeño”; y del sembrador anonimo que salió a sembrar su semilla...; pero ¿no sería una utopía llegar a creer que estos pobres hombres incultos pudieran poner en pie al mundo entero? En teoría se confía en Dios, pero en la práctica, se actúa como si todo fuera obra humana, y las influencias que se utilizan y los medios que se ponen, sólo son humanos y naturales.

El Espíritu de Jesús ha transformado a aquellos hombres. Los ha cambiado de raíz. Y les ha comunicado un poder divino: "A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados".

8. En efecto, la renovación de la faz de la tierra por el Espíritu comienza por el perdón de los pecados. Así como para construir un edificio nuevo hay que comenzar por desarraigar los cimientos y derribar los muros viejos y carcomidos y hay que echar por tierra las ruinas, así el mundo tiene que ser rehecho, recreado desde los cimientos, destruyendo previamente los pecados con el perdón de Dios. Quitado el pecado desaparece su dimensión de conflictividad interhumana y de pretensión de autosalvación, que hubo en la construcción de la torre de Babel (Gén 11,1).

9. "Voy a bajar y a confundir su lengua". Es el símbolo de la conflictividad. Mientras hablen una sola lengua los hombres se entenderán, porque la lengua es principio de unión. El pecado introduce el conflicto con Dios y con los hombres entre sí. Eso es Babel. “Somos de una misma librea”, dijo San Pedro de Alcántara a Santa Teresa. Dos almas excepcionales. Dos espíritus gemelos. Hablaban el mismo lenguaje. Cuando yo era niño, recuerdo a aquellas muchachas que encajaban cebollas para la exportación. Tenían catalogados los calibres. Los más corrientes eran los calibres seis. Trabajaban rápido con ellos, porque eran los más numerosos. Los calibres 3, 2, 1, eran muy escasos. A medida que aumentaba el tamaño se hacía más difícil encontrar compañeras. Y se quedaban solas. No tenían salida. Ocurre también en lo humano y en lo espiritual. En Barcelona, me comentaba hace años un canónigo eminente, el Dr Gabriel Solá, sobre Don Marcelo, después Cardenal de Toledo: “Arzobispos de la aristocracia espiritual de D. Marcelo, hay pocos”. No es fácil ser de la misma librea, cuando se está superdotado de gracia. Como les ocurre a los niños superdotados de inteligencia: se quedan solos, se aburren, sufren. No encuentran pareja, ni comprensión. Sólo suscitan resentimiento, rencor y envidia. Tantos confesores habían traqueteado el espíritu de Santa Teresa, pero sólo otro santo como ella, pudo decir que eran de la misma librea, del mismo color de traje. ¡Cómo se empobrece esta pobre tierra nuestra, con esa medida mediocre que usan los mediocres, los ordinarios, los de “andar por casa”. Ni por casualidad sospechan o dudan, sino que condenan al ostracismo a quien no de su talla menor y su calidad escasa... a los hombres mejores, en virtud de un complejo de destrucción, de depuración de la nomenklatura, cúpula de unos cuantos y miedo de la competencia. Siendo aún seminarista, me daba lecciones para medrar un venerable sacerdote: no hay que distinguirse en nada, no hay que brillar en nada, no hay que molestar en nada, no hay que disentir en nada, hay que asentir en todo. No hay que gastarse, decía otro. Y vaya si llegan alto los tales... Quien no siga esos consejos tan “saludables”, se encontrará preterido y postergado, aunque sea hombre de mucha tarea por su sabiduría cristiana y su capacidad de empresa, porque en toda comunidad medran los mediocres y ambiciosos, los chaqueteros y bustrofedones. Al que no obre así, como me decía un amigo farmacéutico, “le harán harina”. No tienen capacidad para comprender que acallar la voz de uno, es dar voces proclamando su superioridad. En unas Bodas de Oro, cuando todos los compañeros admiraban la maravilla de la fiesta, al preguntar el celebrante a un amigo, su comentario fue: Nadie ha encontrado “nada mal”. Sin comentarios.

10. El Espíritu en Pentecostés, hace que los que lo reciben, aunque hablen lenguas diferentes, se entiendan en su alabanza a Dios y en la paz con los hermanos: "Congrega en la confesión de una misma fe a los que el pecado había dividido en diversidad de lenguas" Prefacio.

11. El Espíritu es el principio de la unidad de la Iglesia, porque, aunque tiene muchos miembros, la anima un solo espíritu. "Todos hemos bebido de un solo Espíritu" 1 Corintios 12,3. El nos llena del conocimiento pleno de toda la verdad. El es la fuerza que recrea, que doblega la soberbia de los hombres, que rompe la dureza del corazón, que fortalece su cobardía y les otorga lenguas como espadas, para que prediquen la salvación a toda la tierra. Jesús había prometido un agua viva que saciaría la sed para siempre. El agua lo sostiene y es imprescindible para los vivientes sean animales o vegetales. Y cayendo como la lluvia de la misma forma, produce efectos diferentes. Unos en las palmeras, otros en la vides. Así el espíritu Santo, siendo único, regala la gracia de forma diferente a los hombres.

Del costado de Cristo muerto en la cruz manó sangre y agua, bautismo y eucaristía, sacramentos de redención y de nueva creación por el Espíritu Santo. Por El podemos comprender la anchura y la longitud, la altura y la profundidad del amor de Cristo (Ef 3,18).

12. A los que tendemos a encerrarnos en nuestro propio mundo, el Espíritu rompe nuestra estrechez. Por él podemos llegar muy lejos. Por él nosotros, enanos, somos elevados hasta Dios. Por él nuestra superficialídad se interioriza.

12. Juan XXIII, cuando ya había convocado el Concilio Vaticano II, se enteró de que ya Pío XI lo quiso hacer, y también Pío XII. Los dos se habían asustado y habían desistido. En la Basílica de San Pablo Extramuros, lo anunció, sin consultarlo con nadie. Era la voz del Espíritu Santo, que se valía de su temperamento espontáneo, dócil y confiado, aunque el Concilio le mataría. El 8 de diciembre de 1962, Juan XXIII, en la sesión solemne de clausura de la primera etapa del Concilio, decía que éste sería "el nuevo Pentecostés", que hará que "florezca en la Iglesia su riqueza interior y su extensión a todos los campos de la actividad humana". Y el 14 de septiembre de 1964, Pablo VI, clausuró el Concilio con estas palabras: "El Espíritu está aquí, para iluminar y guiar nuestra obra en provecho de la Iglesia y de la humanidad entera”.

Que se cumpla hoy en nosotros, en esta celebración eucarística.

¡¡Ven, Espíritu Santo, y renueva la faz de la tierra!!

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