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sábado, 11 de octubre de 2008

Actualidad: Un libro necesario



Carlo María Martini estuvo a un tris de suceder a Karol Wojtyla en el cónclave que acabó eligiendo a Josep Ratzinger como cabeza visible de la Iglesia Católica. Se conocen perfectamente los datos de aquella votación dramática, solamente solucionada por la decisión radical del jesuita trentino de leer el paso de Dios por su vida en los efectos evidentes del Parkinson que ya comenzaba a dominarle. Prácticamente después de la reunión cardenalicia, se retiraba a Jerusalén y al Instituto Bíblico de la Compañía de Jesús en la ciudad santa, donde había sido autoridad máxima para, en palabras suyas: “prepararme para el encuentro misterioso y definitivo con mi Dios, después de haberle servido con tanta intensidad durante largos años: es el momento de entregarme a la eternidad con la mayor pureza posible”.

Y en este preciso momento, la Editorial San Pablo, como regalo para todos sus posibles lectores, acaba de lanzar la traducción castellana de Coloquios nocturnos en Jerusalén, donde Martini, ya enfermo, responde a las preguntas de otro jesuita, el P. Georg Sporschill, quien le transfiere una serie de cuestiones elaboradas por jóvenes con los que el interrogante trata diariamente.

Preguntas tan elementales como determinantes para la vida de tales hombres y mujeres que desean encontrar respuesta a sus inquietudes. Unas inquietudes que son las de cualquier generación, pero con matices específicos por la extraña situación que ellos y nosotros vivimos en un mundo tan fascinante como caótico. Y el cardenal responde con una libertad desconcertante, a la vez que aprovecha para hablar de su experiencia como obispo de la Iglesia Católica y como intelectual europeo en una Europa perdida en sus propios fantasmas y que apetece renegar de sus raíces.

Bajo la luna bíblica de Jerusalén, entre estos dos hombres se establece una excelente química que obtiene como resultado algo muy sencillo de escribir y muy difícil de encontrar en la actualidad eclesial: la confesión sincerísima y del todo inteligible de quien ha sido un personaje fundamental en la reflexión religiosa y cristiana y católica en los últimos cuarenta años.

En resumen, el cardenal tan enfermo como lúcido, nos dice que los católicos dedicamos demasiado tiempo a mirarnos el ombligo en lugar de pasar a la acción evangelizadora en esta sociedad pagana en la que ya estamos hundidos, sobre todo los occidentales y desarrollados. Todo está escrito y dicho en el Vaticano II, y solamente se trata de sacar las oportunas consecuencias, tal vez en un nuevo concilio que se plantearía qué hacer como testigos de Jesucristo en esta diferente sociedad, para entrar en contacto real y objetivo con las inquietudes de las personas que nos rodean y no tan solo obsesionados con nuestras propias inquietudes.

Porque de lo contrario, carecemos de autoridad moral para censurar, para profetizar y hasta para proponer: si no respondemos a lo que nos preguntan ¿para qué estamos donde estamos? Pero Martini habla siempre con respecto infinito por la Iglesia, que es su propia Iglesia, y no menos con un afecto encendido a la humanidad y su sociedad, de la que afirma una y otra vez formar parte.

Es una delicia leer este texto ungido de inteligencia, de diagnóstico y sobre todo de un distanciamiento ya crítico admirable. No en vano, el cardenal responde desde el umbral de lo eterno. Rotas las amarras del poder, del honor y de la riqueza, las tres grandes tentaciones que Ignacio de Loyola plantea en los Ejercicios Espirituales, a los que deberíamos volver si fuéramos inteligentes y creyentes de verdad.

Este libro, en fin, breve y sencillo, en ocasiones con toques de un humor muy italiano del norte, sirve para relativizar tantas dramatizaciones como los católicos llevamos a cabo en la España actual, al intentar responder al laicismo rampante con idéntica crispación. Y al paso de sus páginas, uno comprende (y se ratifica) que hay que volver a Pablo de Tarso: proponer una y otra vez a Jesucristo como un valor histórico que todo lo abarca para quien se entrega a la experiencia radical en la fe en Él. Sin angustias en caso de ser rechazados.

Porque a estas alturas, como dice el cardenal Martini, el hombre adulto occidental, que dice estar liberado por completo de aprioris dominantes, es muy dueño de aceptar o rechazar a Jesucristo: nuestra obligación es proponerlo en respuesta a las demandas históricas, y cada uno verá desde el ámbito completamente respetable de su libertad. Con un aditamento del todo necesario: hay que trabajar para que este Jesucristo se vehicule a través de una Iglesia Católica aceptable, es decir, puesta en medio de esta hoguera encendida que es la sociedad, como quien regala y nunca como quien obliga.

Por favor, entréguense a la lectura de estos Coloquios nocturnos en Jerusalén. Respirarán el aire fresco de un futuro posible. Y ya nunca olvidarán a Carlo María Martini, cardenal de la Santa Iglesia.

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