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viernes, 10 de octubre de 2008

El Reino, un banquete

Mt 22,1-14
XXVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO A
Publicado por El Libro de Arena

Comer con otros es un privilegio. Los que nos sientan en su mesa nos hacen partícipes de sus bienes, de lo que alimenta su vida, de su intimidad. La mesa compartida crea convivencia, acuerda, alianza. En la mesa se establece comunidad de vida y se participa de un espíritu. Entre los platos y las copas corre la generosidad, la entrega, el servicio, el interés por el otro, los bienes compartidos. La mesa es el «sancta sanctórum» de la propia casa; quien se sienta en ella ha entrado en el corazón, en la intimidad de la vida familiar. La mesa es la bandeja donde se ofrece el fruto del trabajo y la comunicación y la confidencia. El invitado es siempre el personaje más importante de todos los que se sientan en la mesa.
El símbolo de Reino de Dios es el Banquete. Un banquete en el que Dios ofrece con abundancia y profusión todos los elementos que conforman la mesa: los platos llenos de manjares y los vinos generosos, comensales amigos, música, alegría, fiesta, danza. Y sobre todo es Banquete con Dios: e, él quien invita, quien prepara los manjares, quien nos sienta en la mesa, quien nos sirve y quien se nos entrega en comunión.
Este banquete del Reino es un banquete de Bodas: de alianza, de amor, de fidelidad, de encuentro, de entrega mutua. Es el banquete de las bodas de Dios con nosotros, su pueblo; esa novia perseguida durante siglos y siglos, y que ahora, desde Jesús, se ha centrado en el amor a Dios para siempre.
La parábola del banquete nos narra el Reino o la salvación del hombre en comunión de vida con Dios, participación de su mismo hálito vital, intimidad, introducción en la casa de Dios, relación de alianza con él, pertenencia mutua. El banquete del Reino es la participación del mismo Dios: pan, manjar, vino, agua, alegría, fiesta, felicidad, plenitud, saciedad del hambre, invitado a la mesa de la fraternidad. Comer con los hermanos, compartiendo, es comunión con Dios entregado por amor.
Todos estamos invitados al banquete éste. Hay algunos que se creen con preferencias y privilegios. A éstos Dios los ha invitado, nos ha invitado, los primeros. Pero son los únicos que no han aceptado, la invitación. Las tierras, los negocios, los muchos atenderes, los otros intereses, el alimento importante que creen haber encontrado, les impide sentarse a la mesa del Reino. Se creen los «primeros» y se han convertido, como ocurre siempre, en «los últimos». Son los que nos creemos con derecho a un puesto reservado; pero no lo tienen, porque todo es gratuito.
Se niegan, nos negamos, a ir al banquete: los violentos, los que golpean y matan a los enviados: «Los convidados no hicieron caso. Uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios, los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos».
Los invitados a celebrar con Dios el banquete de las Bodas son los pacíficos, los que no sólo no quitan la vida a los demás, sino que la dan, la entregan. La Mesa de Dios es una Mesa de comunión, de respeto al otro, de ayuda, de servicio. El que más sirve, es el más come, el que se sienta en el último puesto, es el que preside; el que nada es ni nada tiene, porque así lo ha elegido por el Reino, es el que encuentra la abundancia del banquete de la vida.
Estos son «los que han elegido ser pobres», los que se han apartado del poder, de la riqueza, de la preponderancia, de la vanagloria, del beneficio propio. «Los criados salieron a los cruces de los caminos y reunieron a todos los que encontraban, buenos y malos. La sala del banquete se llenó de comensales».
Todos estamos llamados. También los que somos pecadores, los que hemos perdido el rumbo o estamos rotos. Estamos llamados, pero tenemos que cambiar. En esta Mesa, no se puede sentar uno de cualquier manera. Comer y participar en este banquete es un modo de vivir, de ser. Hace falta «el traje de fiesta», el cambio, la transformación, el arrepentimiento, que nos hace pasar de maleantes a personas honradas, de esclavos a libres, de gentes perdidas, sin hogar, a ser hijos y participar de una familia.
Lo que estamos celebrando aquí es la primicia de ese banquete que esperamos. Lo que vivimos en la Eucaristía se nos manifestará al final con plenitud. Reunámonos en torno a esta mesa, entremos en comunión con Dios, apiñémonos en torno a Cristo, hagamos la experiencia de sentirnos un Cuerpo. Pongámonos el vestido de fiesta. En la mesa de la comunión es necesario estar amando: este es el manjar suculento, el alimento que en nombre de Dios nos ofrecemos unos a otros.

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