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lunes, 20 de octubre de 2008

Pensamientos: En los umbrales de la mística

J. Ramón F. de la Cigoña sj
Publicado por Mirada Global

Vivimos en una sociedad secularizada y al mismo tiempo seducida por los misterios de la Ciencia y de la Fe. Nuevas experiencias genéticas, biológicas, mentales y espirituales seducen enormemente a muchos.

El deseo de felicidad y gozo es algo común entre los humanos, independiente de su creencia o de su ciencia. El joven sueña con ser afortunado y no ahorra esfuerzos para que eso ocurra. Los adultos sienten el cansancio del camino recorrido y saben que la felicidad es cosa rara de encontrar. Finalmente, los más viejos probablemente dirán que necesitarían más tiempo para localizar esas utopías soñadas. ¡La vida es corta para nuestros deseos!

Perdidos, pues, los sueños de felicidad y encanto, nos aferramos a las diversas propuestas tecnológicas fantásticamente seductoras. Seductoras y pasajeras, pues no logramos acompañarlas. Pero esas grandes posibilidades que surgieron últimamente no nos hicieron felices y más humanos. Las máquinas se transformaron en nuestros mejores compañeros –no logramos vivir sin ellas!– multiplicando las relaciones virtuales y descomprometidas. La nanotecnología quedó al alcance de todos, pero también aisló y vació. ¡Tantos contactos funcionales y apenas conseguimos expresar lo que sentimos! Teóricamente el hombre es un "animal social", pero en la práctica el vivir en familia o en comunidad se transformó en un fardo pesado. ¿Qué hacer? Los caminos para la felicidad son diversos, pero la mayoría se pierde en los meandros de la carretera y no llega a ninguna parte.

Hace días encontré un antropólogo, profesor en la Universidad Sao Paulo, y en breves palabras me dijo: "Ustedes los religiosos buscan por todos los medios que la Ciencia fundamente sus creencias. Eso no sucederá jamás, pues son dos campos diversos". Tenía razón. Ciencia y fe son campos diversos, pero no excluyentes.

Nuestro cerebro tiene dos hemisferios: el derecho es racional, lógico y científico; el izquierdo es intuitivo, analógico y místico. Ciencia y fe forman parte de una sola realidad, pero insistimos en polarizarlas, situándonos en uno de los lados.

1. LOS LÍMITES DE LA CIENCIA

No sólo el científico desconfía de la religión, sino que también ésta se ofende con la ciencia. Sabemos que la post-modernidad, valorando lo subjetivo, ha puesto en jaque-mate la pseudo-objetividad de la razón y el poderío absoluto de la misma ciencia: ya no los tiene como criterios únicos de ver la realidad. El paraíso prometido por el desarrollo tecno-científico se quedó para pocos; la mayoría recoge sólo migajas de ese festín perverso y antropófago. La humanidad jamás se sintió tan desprotegida y sin sentido como ahora. ¡El vivir se convirtió en una aventura peligrosa! Pero esa decepción y pesimismo ocasionaron una carrera y búsqueda por el sentido de la vida, trayendo de regreso el interés por lo religioso y lo místico. Los pensamientos y los sentimientos positivos y negativos, altruistas y egoístas, se hicieron tan importantes como las neuronas o las células estudiadas en el microscopio. Ciencia y fe son dos modos complementarios de mirar en profundidad lo que no se ve a primera vista. ¡Hay una inmensidad de cosas detrás de cada realidad!

En el límite y frontera de la ciencia chocamos con el "misterio" escondido que en todo habita. Lo que antes era considerado alienante y pre-científico, la experiencia religiosa, ahora se convirtió en post-científico y significativo. Antes, la percepción de la realidad se dividía entre aquellos que aceptaban o no la Trascendencia. Hoy, no es fácil colocar de un lado a filósofos y teólogos y del otro a científicos y físicos, pues esa separación ya no se sostiene. Encontramos creyentes y no creyentes en ambos campos. ¿Por qué dividir y no unir? La Física, la más profunda de las ciencias, probablemente tiene algo en común con la Mística, lo más sublime de las religiones.

Hoy encontramos una relación interesante entre físicos y místicos a pesar de sus distintos abordajes. Es cierto que no esperamos que la ciencia dé un soporte positivo a las religiones, pero no podemos negar que muchos científicos tuvieron o tienen un sentimiento religioso profundo y, a veces, hasta místico. El trascendente se muestra en lo inmanente y el espiritual en lo material. El infinito se muestra en lo finito y no todos se dan cuenta de ¡tamaña revelación!

La ciencia no pretende probar o negar la visión espiritual del mundo, pero tanto ella como la religión tratan de dimensiones fundamentales que alcanzan el centro de la existencia humana. No buscamos concordancias ni conflictos como tampoco los encontramos, por ejemplo, entre la música y la botánica. Ambas son legítimas y necesarias. No negamos los avances de la ciencia como tampoco los significados profundos que la religión puede entregar a la vida humana. Lo más sublime del mundo religioso es la Mística como, probablemente, también lo es en el mundo de la ciencia.

Para la ciencia toda la afirmación categórica, también la propia, es siempre provisional y sujeta a nuevas hipótesis. Para ella no hay verdades absolutas, pues nada es definitivo. Esa transitoriedad exige, por su naturaleza, ser continuamente completada. De ahí puede brotar tanto el escepticismo más radical como la búsqueda del infinito y la experiencia espectacular de la mística.

2. LOS LÍMITES DE LA MÍSTICA

Si el límite de la ciencia es su provisoriedad, el de la mística será su significabilidad. El significado del Absoluto, expresado siempre humanamente, estará bajo los conceptos usados. Dios se manifiesta respetando los límites de la comprensión y del existir humano. Dios es siempre mayor de lo que sentimos, vemos, oímos y entendemos. ¿Como definir lo inexplicable y experimentar el infinito? Nuestras palabras, gestos y sentimientos siempre serán pequeños para proclamar lo eterno y lo ilimitado, pero es cierto que lo pueden de algún modo sugerir.

Un ejemplo: cuando expresamos nuestro penoso y trágico existir en gestos y palabras positivas, estamos ya experimentando lo sublime. Lo divino, experimentado y explicitado en nuestro pobre lenguaje humano, puede ser percibido por personas sensibles y atentas. No es importante expresar debidamente el infinito experimentado, sino sentirlo y saborearlo verdaderamente.

En la mística el sujeto sensitivo (humano) y el sujeto/objeto experimentado (divino) no se quedan separados como cosas diferentes. El "YO" y el "TÚ" se quedan misteriosamente unidos sin perder sus identidades. Cuando se percibe la realidad divina directa e inmediatamente, sin ninguna mediación, conceptuación o elaboración simbólica, se entra en el ámbito de la mística, que es fundamentalmente unitiva. En las relaciones humanas las partes se quedan siempre diferenciadas y separadas por su realidad y limitaciones.

Los místicos contactan la realidad en su "esencia" y entereza, es decir, directamente, afectados por ella; los físicos ortodoxos, en cambio, usan fórmulas matemáticas, símbolos y números para describirla. Los místicos experimentan la unión; los físicos, si no son místicos, la separación.

El maestro Ignacio de Loyola (1491-1556) decía en uno de sus apuntes para hacer bien los Ejercicios Espirituales: "Deje el Creador actuar directamente con la criatura y a ésta con su Creador y Señor". Este enunciado podrá causar cierto espanto en un racionalista riguroso, pero nunca en un místico contemplativo. En la inter-subjetividad humano-divina tal adhesión supera toda y cualquier diferencia temporal o espacial. Esta experiencia arrebatadora y "mística" puede suceder espontáneamente también entre sujetos humanos cuando el grado de donación entre ellos es total: contigo, ¡yo parecía estar en el paraíso!

Muchas personas se interesan más por la extrañeza de los "fenómenos místicos" que por la presencia amorosa del Dios que los provoca. Otros, y no son pocos, experimentan una Mística "secularizada", sucedida en las cosas del mundo. Pareciera como si actualmente la Mística hubiera salido de los límites de lo sagrado y se hubiera esparcido por todas partes. Ser místico se convirtió en algo atractivo, frecuente y también pop.

Encontramos personas místicas en las religiones y también fuera de ellas. Pero, ¿qué es lo que entendemos por mística? ¿Cualquier ampliación o modificación de la mente provocada químicamente es mística? Alucinaciones, esquizofrenia, trastornos bipolares de la personalidad, etc… evidentemente no hacen parte del horizonte de la Mística. ¿Y el trance, el fanatismo, la fantasía religiosa exaltada? ¿Qué mundo es ése tan amplio y tenue que puede ser percibido, preparado, encontrado pero jamás manipulado?

El campo religioso es el caldo natural, pero no exclusivo, de la experiencia mística. Encontramos místicos y sus experiencias divinas en el campo de las ciencias, de la música o de la poesía, en el budismo y en el judaísmo, en el cristianismo y en el islam.

3. LA CIENCIA DE LA MÍSTICA

Quizás pensamos que Oriente está inmerso en una luminosidad espiritual alienante, mientras que Occidente se sumerge en la insensatez de la economía y de la razón. Eso incluso puede ser verdad, pero tanto la ciencia como la fe caminan juntas en ambos hemisferios. Nuestras creencias e incredulidades, amores y desamores, repercuten ineludiblemente en este mundo globalizado.

La ciencia ofrece conocimientos y competencias; la mística intuición y sentido. La realidad física y mental jamás fue tan estudiada como ahora. En el fondo de la materia encontramos procedimientos misteriosos e infinitos donde el científico se sorprende, queda seducido y admirado. Lo mismo sucede al analizar los procesos de la mente humana. Hay pensamientos e imágenes superficiales y egoístas y otros profundamente gratis y espirituales. Hay gestos y palabras "bien-dichas" y otras "mal-dichas"; unos unen y construyen; otros, por desgracia, separan y destruyen. No somos nosotros quienes buscamos la Mística; ella nos encuentra cuando vivimos en profundidad el presente. Buscar la "iluminación" es simplemente negarla, ya que Dios, que es Luz, está siempre presente en todo y todos.

Todos pueden experimentar el Absoluto en la propia realidad y situación. Los grandes maestros de Oriente y Occidente se encontraron con estos gestos de lo divino emergidos dentro y fuera de sus existencias. Algo de misterioso y sublime, mayor, más y profundo, nos recoge y nos une. El "místico" percibe el Todo y participa de él; el alienado vive sólo en una de sus partes.

Si la religión siempre fue el campo normal de los místicos, hoy encontramos personas místicas también fuera de las instituciones religiosas. Algunas personas (científicas, intelectuales, poetas, músicos, etc.) tienen ocasionalmente una tamaña comprensión intuitiva de la realidad, insights, que, no pocas veces, modifican substancialmente su vida y la percepción que tenían de las cosas. Esta nueva comprensión, iluminación o claridad repentina, revela, de cierto modo, la experiencia divina ocurrida.

En tiempo de crisis, el Espíritu de Dios supera cualquier límite y se presenta espléndidamente cómo, dónde, y a quién, quiera.

La mística ignaciana, brotada de la experiencia de los Ejercicios Espirituales, es esencialmente catafática, de "ojos abiertos", más que de ojos cerrados, ya que encuentra a Dios en todo y todos.

4. LA MÍSTICA DE LA CIENCIA

En el fondo de las cosas y de las personas subyace la energía, aquel hálito divino inagotable soplado desde el inicio de la Creación. Somos luz de aquella Luz que surgió del Big-Bang que ha explotado hace millones de años. Desde entonces, la energía y la Luz no sólo nos habitan, sino que llevan todo hacia una mayor transparencia, amor y unión.

Esta habitación grandiosa pasa por todo y todos. La conciencia humana, aclarada por la gracia, puede percibir esta presencia misteriosa de lo divino y, cuando esto sucede, ella no sólo se ilumina y se expande sino que también traduce lo acontecido en palabras y gestos altruistas. ¡La persona mística es profundamente comprometida!

La humanidad camina misteriosamente en esta mezcla extraña de luz y tinieblas, fe y razón, religión y ciencia. El común de la gente no se siente afectada, ni transfigurada. Vivimos tiempos tenebrosos, divididos y violentos, donde la esperanza y la desesperación cohabitan. Nuestro "yo" inseguro y desfigurado busca sentido, protección y cariño. Es fácil caer en la alienación, separándose de sí y de los otros, pero eso no realiza. La vida, providencialmente, nos empuja hacia la comprensión y el diálogo, la justicia y la aproximación entre los diversos y los contrarios. La evolución camina hacia una mayor concentración y verdad, y son estas realidades las que indican etapas superiores, vividas y recorridas. Podemos pasar de una explicitación trágica de la vida a otra cargada de mayor sentido y esperanza. Lo que pensamos, sentimos y expresamos espontáneamente nos ubica en fases diferentes de nuestro camino. Hay etapas mejores y más sublimes que pueden ser vividas y experimentadas por todos.

Son pocos los que toman conciencia de esta realidad profunda que invita y desafía a ser más y mejor. Todo está camino al punto Omega y nosotros formamos parte de ese proceso. La conciencia humana también forma parte de esa evolución. Unos pocos globalizan más valores, verdades y amores que sus adversarios, pues es propio de la esencia divina la unión y de la naturaleza humana la dispersión.

Bien, la evolución, marca amorosa de Dios, camina por procesos aglutinadores que huyen de los más distraídos y apresurados. Sólo los científicos y los místicos, aquellos que tienen los instintos delicados, se dan cuenta del misterio y se aproximan de esos umbrales donde el Creador parece caminar al lado de sus criaturas. La comunión amorosa existente entre las tres personas divinas se expande como amor y unión entre todo lo que fue creado. Dios entró no sólo en la naturaleza humana, sino que por medio de ella en toda la creación. Fuimos tocados realmente por Dios y ese toque perdura para siempre. Él sopló sobre el ser humano y su hálito divino desde entonces nos habita. Todo está permeado de significado, pues ¡está preñado de Dios!

Tu amor llegó a mi corazón y partió feliz. / Después regresó, pero se retiró de nuevo. / Tímidamente yo le dije: quédate dos o tres días. / Entonces, él vino, se sentó junto a mí y se olvidó de partir" (Rumî).

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