Introducción
En este tercer Domingo de Adviento vemos como la esperanza se transforma en la alegría de la humilde y transparente vida que brota del Espíritu.
Destaca la figura de Juan el Bautista, pero no el austero y penitente, sino el humilde consciente de su realidad “yo no soy”.
Sólo un testigo (y todos estamos llamados a serlo) que se sabe lleno del Espíritu y con una misión, es capaz en su vida de reconocer que es simplemente la trasparencia de Otro, y ésta es su alegría. Y su misión es dar a conocer a ese otro que estando ya en medio de nosotros sigue siendo un desconocido.
* Iª Lectura: Isaías (61,1-2.10-11): Nuestro futuro está en las manos de Dios
I.1. La primera lectura pertenece a la tercera parte del profeta Isaías (cc. 56-66) que refleja una época distinta de las dos anteriores del libro, aunque no hay posturas unánimes sobre cuándo y cómo surgieron estos textos. En todo caso, el de hoy, es uno de los más conocidos, ya que el evangelista Lucas lo ha aplicado con acierto a lo que Jesús leyó en la sinagoga de Nazaret (Lc 4,16ss). ¿Para qué? Para describir la actividad del profeta definitivo que Dios había de enviar a anunciar la salvación a todos los hombres que sufren, a los corazones atribulados, la amnistía y la libertad a los encarcelados. En nuestra lectura, como sucede con la cita de Lucas en la sinagoga de Nazaret, se descarta la “venganza” de Dios y solamente se anuncia el “shenat ratsón”, el año o el tiempo favorable. En el futuro, que está en las manos de Dios, no caben venganzas ni calamidades. Hasta las ideas proféticas del AT deben serán corregidas por Jesús.
I.2. Por lo mismo, el que se haya elegido este texto como pórtico de la liturgia de la palabra, denota que el Adviento ha de tener el perfil de los grandes anuncios que crean esperanza y servirá para apoyar la confesión que Juan el Bautista -según el evangelio de Juan- nos ofrece en la lectura evangélica de hoy para describir a Jesús, el que ha de venir. Si el evangelio, si el Adviento en este caso, no es una buena noticia para los pobres, los ciegos, los que sufren, entonces no es un verdadero Adviento cristiano. El profeta se adueña de los sentimientos divinos, sentimientos de alegría, como novio y como novia en el día más grande de su amor, porque percibe ese día como un día de justicia para todos los pueblos.
* IIª Lectura: Tesalonicenses (5,16-24): Semper gaudete (¡siempre alegres!)
II.1. La Primera carta a los Tesalonicenses, en este final que leemos este domingo, insiste en la alegría como motivo predominante de la liturgia de hoy. El v. 16, “semper gaudete” ha dado nombre a este tercer domingo de Adviento. La Navidad está a las puertas y la alegría, como impulso del Adviento, siempre ha sido el perfil de identidad de este domingo. Pablo anima a la comunidad de Tesalónica a que no le falte el «espíritu» que es el soplo de la profecía y sirve para discernir lo bueno de lo malo, las noticias de esperanza frente a las noticias de augurios tenebrosos. La «parusía», la venida del Señor, debe sorprendernos en estas actitudes.
II.2. Pablo ha escrito gran parte de esta carta para aclarar algunas cosas sobre ese momento de la venida del Señor. Para nosotros, la venida del Señor es un acontecimiento de gracia que hemos de vivir en la Navidad que ya está cerca. Debemos preparar todo nuestro ser, como dice el Apóstol, para que el misterio de la encarnación, que aconteció por nosotros, no sea en vano. Pablo pone de manifiesto, en un proceso bien construido, las actitudes fundamentales ante estas cosas importantes: estad siempre alegres (pántote jaírete - semper gaudete), acción de gracias a Dios, no apagar el Espíritu para poder discernir lo malo de lo bueno.
II.3. Debemos destacar esto último que Pablo pide a la comunidad de Tesalónica: no apagar el Espíritu. En el contexto de aquella comunidad, que tuvo que padecer mucho y ser perseguida por aceptar el evangelio, es más relevante, si cabe. Porque no hay evangelio, buenas noticias, si no se anuncia proféticamente. Incluso en la adversidad hay que experimentar que Dios está de parte de la humanidad. Para ello se necesita tener el Espíritu, no apagarlo, como motivo de alegría.
* Evangelio: Juan (1,6-8.19-28): Dar testimonio de la luz
III.1. El evangelio de hoy, como ya hemos apuntado , es una confesión de Juan el Bautista sobre Jesús. El testimonio de Marcos sobre Juan el Bautista es muy escueto. Por ello, en la liturgia se recurre a otras tradiciones cristianas. Los primeros versos de esta lectura evangélica podrían pertenecer con todo derecho al «prólogo» del evangelio, aunque literariamente surgen dificultades para que así sea. Es como el proemio a la narración del evangelio joánico que, no obstante sus altos vuelos, no prescinde de lo que parece históricamente adquirido: Jesús viene después del Bautista, quizás estuvo con él, pero su camino era otro bien distinto. Con Juan se cierra el AT y lo cierra el mismo Jesús anunciando el evangelio, no simplemente penitencia.
III.2. El Logos, la Palabra de Dios que se hizo carne por nosotros, que vino a los suyos, recibió el testimonio del profeta último del AT, pero los suyos no quisieron recibir la luz, porque esta luz iba a poner de manifiesto muchas cosas sobre el proyecto verdadero de la salvación. La luz es un término muy profundo en la teología joánica. El Bautista no era la luz, como algunos discípulos suyos pretendieron (y la polémica es manifiesta en el texto), sino que venía como “precursor”, como amigo del esposo. La segunda parte de esta lectura nos sitúa ya en la historia del Precursor que tuvo que aclarar que no era él quien había de venir para salvar, para iluminar, para dar la vida. El era la voz que gritaba en el desierto.
III.3. Está latente en el evangelio de Juan como un juicio entre la luz y las tinieblas, y el autor quiere partir del testimonio del Bautista para que su argumentación sea más decisiva. Su bautismo no era más que un rito penitencial de agua. «El que había de venir» traería algo definitivo que no quedaría solamente en penitencia, sino que llevaría a cabo el cumplimiento de lo que se anuncia en Is 61,1-10, como se nos ha leído previamente. No es otro el sentido que debe tener la reinterpretación que la liturgia de hoy nos brinda del texto profético y del evangelio joánico.
Pautas para la homilía
* ESPIRITU
En la 1ª lectura de este tercer Domingo de Adviento se nos revela la vida de todo bautizado.
Jesús mismo, en la sinagoga de Nazaret hace suyas las palabras del Profeta Isaías “El Espíritu del Señor está sobre mí”, pero de igual modo estas podrían haber sido dichas por Juan el Bautista o por la Virgen María, los tres grandes personajes del Adviento. Y también ¿cómo no? podrían o deberían ser dichas por cada uno de los cristianos.
El Espíritu está en nosotros y nos envía a dar la Buena Noticia a los que sufren, es decir, a todo hombre, porque ¿hay algún ser humano que no sufra?
Y esto es lo propio del Adviento anunciar, comunicar la Buena Noticia de que el salvador está ya a la puerta o mejor que está en medio de nosotros aunque no le reconozcamos (Evangelio)
* ALEGRÍA
Cuando un cristiano toma conciencia de que es portador de esta Buena Nueva no puede menos que decir: “desbordo de gozo con el Señor y me alegro con mi Dios” (1ª lectura).
Alguien que sabía de esta realidad a plenitud era Pablo, el Apóstol de los gentiles, por eso no podía por menos que exhortar a todos “estad siempre alegres” y da alguna norma práctica para ello: “en toda ocasión tened la acción de gracias” “no apaguéis el Espíritu” “sed constantes en orar. Guardaos de toda formas de maldad” (2ª lectura). Nosotros, podemos vivir todas estas indicaciones porque es el mismo Espíritu el que está sobre nosotros y porque el que nos ha llamado es fiel y cumplirá sus promesas.
* PARADOJA
El Bautista humilde, consciente de que también sobre él está el Espíritu, sabe de su realidad, no es ser la luz, sólo testigo; él sabe y proclama “no soy el Mesías, no soy el profeta” (Evang.), soy testigo de Otro más grande. Esto constituye toda su gozosa misión.
Juan, el que se goza con la voz del novio; el que se goza en que Jesús crezca y él disminuya; el que se sabe testigo de la luz, no la luz, sólo su anuncio; un anuncio gozoso que culminará en la autoproclamación de Jesús: “Yo soy la luz del mundo”. Esta luz que ya está en medio de nosotros aunque el mundo la desconozca es la que volverá a brillar de manera nueva en esta próxima Navidad.
Destaca la figura de Juan el Bautista, pero no el austero y penitente, sino el humilde consciente de su realidad “yo no soy”.
Sólo un testigo (y todos estamos llamados a serlo) que se sabe lleno del Espíritu y con una misión, es capaz en su vida de reconocer que es simplemente la trasparencia de Otro, y ésta es su alegría. Y su misión es dar a conocer a ese otro que estando ya en medio de nosotros sigue siendo un desconocido.
Comentario bíblico
* Iª Lectura: Isaías (61,1-2.10-11): Nuestro futuro está en las manos de Dios
I.1. La primera lectura pertenece a la tercera parte del profeta Isaías (cc. 56-66) que refleja una época distinta de las dos anteriores del libro, aunque no hay posturas unánimes sobre cuándo y cómo surgieron estos textos. En todo caso, el de hoy, es uno de los más conocidos, ya que el evangelista Lucas lo ha aplicado con acierto a lo que Jesús leyó en la sinagoga de Nazaret (Lc 4,16ss). ¿Para qué? Para describir la actividad del profeta definitivo que Dios había de enviar a anunciar la salvación a todos los hombres que sufren, a los corazones atribulados, la amnistía y la libertad a los encarcelados. En nuestra lectura, como sucede con la cita de Lucas en la sinagoga de Nazaret, se descarta la “venganza” de Dios y solamente se anuncia el “shenat ratsón”, el año o el tiempo favorable. En el futuro, que está en las manos de Dios, no caben venganzas ni calamidades. Hasta las ideas proféticas del AT deben serán corregidas por Jesús.
I.2. Por lo mismo, el que se haya elegido este texto como pórtico de la liturgia de la palabra, denota que el Adviento ha de tener el perfil de los grandes anuncios que crean esperanza y servirá para apoyar la confesión que Juan el Bautista -según el evangelio de Juan- nos ofrece en la lectura evangélica de hoy para describir a Jesús, el que ha de venir. Si el evangelio, si el Adviento en este caso, no es una buena noticia para los pobres, los ciegos, los que sufren, entonces no es un verdadero Adviento cristiano. El profeta se adueña de los sentimientos divinos, sentimientos de alegría, como novio y como novia en el día más grande de su amor, porque percibe ese día como un día de justicia para todos los pueblos.
* IIª Lectura: Tesalonicenses (5,16-24): Semper gaudete (¡siempre alegres!)
II.1. La Primera carta a los Tesalonicenses, en este final que leemos este domingo, insiste en la alegría como motivo predominante de la liturgia de hoy. El v. 16, “semper gaudete” ha dado nombre a este tercer domingo de Adviento. La Navidad está a las puertas y la alegría, como impulso del Adviento, siempre ha sido el perfil de identidad de este domingo. Pablo anima a la comunidad de Tesalónica a que no le falte el «espíritu» que es el soplo de la profecía y sirve para discernir lo bueno de lo malo, las noticias de esperanza frente a las noticias de augurios tenebrosos. La «parusía», la venida del Señor, debe sorprendernos en estas actitudes.
II.2. Pablo ha escrito gran parte de esta carta para aclarar algunas cosas sobre ese momento de la venida del Señor. Para nosotros, la venida del Señor es un acontecimiento de gracia que hemos de vivir en la Navidad que ya está cerca. Debemos preparar todo nuestro ser, como dice el Apóstol, para que el misterio de la encarnación, que aconteció por nosotros, no sea en vano. Pablo pone de manifiesto, en un proceso bien construido, las actitudes fundamentales ante estas cosas importantes: estad siempre alegres (pántote jaírete - semper gaudete), acción de gracias a Dios, no apagar el Espíritu para poder discernir lo malo de lo bueno.
II.3. Debemos destacar esto último que Pablo pide a la comunidad de Tesalónica: no apagar el Espíritu. En el contexto de aquella comunidad, que tuvo que padecer mucho y ser perseguida por aceptar el evangelio, es más relevante, si cabe. Porque no hay evangelio, buenas noticias, si no se anuncia proféticamente. Incluso en la adversidad hay que experimentar que Dios está de parte de la humanidad. Para ello se necesita tener el Espíritu, no apagarlo, como motivo de alegría.
* Evangelio: Juan (1,6-8.19-28): Dar testimonio de la luz
III.1. El evangelio de hoy, como ya hemos apuntado , es una confesión de Juan el Bautista sobre Jesús. El testimonio de Marcos sobre Juan el Bautista es muy escueto. Por ello, en la liturgia se recurre a otras tradiciones cristianas. Los primeros versos de esta lectura evangélica podrían pertenecer con todo derecho al «prólogo» del evangelio, aunque literariamente surgen dificultades para que así sea. Es como el proemio a la narración del evangelio joánico que, no obstante sus altos vuelos, no prescinde de lo que parece históricamente adquirido: Jesús viene después del Bautista, quizás estuvo con él, pero su camino era otro bien distinto. Con Juan se cierra el AT y lo cierra el mismo Jesús anunciando el evangelio, no simplemente penitencia.
III.2. El Logos, la Palabra de Dios que se hizo carne por nosotros, que vino a los suyos, recibió el testimonio del profeta último del AT, pero los suyos no quisieron recibir la luz, porque esta luz iba a poner de manifiesto muchas cosas sobre el proyecto verdadero de la salvación. La luz es un término muy profundo en la teología joánica. El Bautista no era la luz, como algunos discípulos suyos pretendieron (y la polémica es manifiesta en el texto), sino que venía como “precursor”, como amigo del esposo. La segunda parte de esta lectura nos sitúa ya en la historia del Precursor que tuvo que aclarar que no era él quien había de venir para salvar, para iluminar, para dar la vida. El era la voz que gritaba en el desierto.
III.3. Está latente en el evangelio de Juan como un juicio entre la luz y las tinieblas, y el autor quiere partir del testimonio del Bautista para que su argumentación sea más decisiva. Su bautismo no era más que un rito penitencial de agua. «El que había de venir» traería algo definitivo que no quedaría solamente en penitencia, sino que llevaría a cabo el cumplimiento de lo que se anuncia en Is 61,1-10, como se nos ha leído previamente. No es otro el sentido que debe tener la reinterpretación que la liturgia de hoy nos brinda del texto profético y del evangelio joánico.
Miguel de Burgos, OP
Pautas para la homilía
* ESPIRITU
En la 1ª lectura de este tercer Domingo de Adviento se nos revela la vida de todo bautizado.
Jesús mismo, en la sinagoga de Nazaret hace suyas las palabras del Profeta Isaías “El Espíritu del Señor está sobre mí”, pero de igual modo estas podrían haber sido dichas por Juan el Bautista o por la Virgen María, los tres grandes personajes del Adviento. Y también ¿cómo no? podrían o deberían ser dichas por cada uno de los cristianos.
El Espíritu está en nosotros y nos envía a dar la Buena Noticia a los que sufren, es decir, a todo hombre, porque ¿hay algún ser humano que no sufra?
Y esto es lo propio del Adviento anunciar, comunicar la Buena Noticia de que el salvador está ya a la puerta o mejor que está en medio de nosotros aunque no le reconozcamos (Evangelio)
* ALEGRÍA
Cuando un cristiano toma conciencia de que es portador de esta Buena Nueva no puede menos que decir: “desbordo de gozo con el Señor y me alegro con mi Dios” (1ª lectura).
Alguien que sabía de esta realidad a plenitud era Pablo, el Apóstol de los gentiles, por eso no podía por menos que exhortar a todos “estad siempre alegres” y da alguna norma práctica para ello: “en toda ocasión tened la acción de gracias” “no apaguéis el Espíritu” “sed constantes en orar. Guardaos de toda formas de maldad” (2ª lectura). Nosotros, podemos vivir todas estas indicaciones porque es el mismo Espíritu el que está sobre nosotros y porque el que nos ha llamado es fiel y cumplirá sus promesas.
* PARADOJA
El Bautista humilde, consciente de que también sobre él está el Espíritu, sabe de su realidad, no es ser la luz, sólo testigo; él sabe y proclama “no soy el Mesías, no soy el profeta” (Evang.), soy testigo de Otro más grande. Esto constituye toda su gozosa misión.
Juan, el que se goza con la voz del novio; el que se goza en que Jesús crezca y él disminuya; el que se sabe testigo de la luz, no la luz, sólo su anuncio; un anuncio gozoso que culminará en la autoproclamación de Jesús: “Yo soy la luz del mundo”. Esta luz que ya está en medio de nosotros aunque el mundo la desconozca es la que volverá a brillar de manera nueva en esta próxima Navidad.
MM. Dominicas
Monasterio Sancti Spiritus - Toro
Monasterio Sancti Spiritus - Toro
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