Por Casiano Floristán - Luís Maldonado
Publicado por www.feadulta.com
Es verdaderamente lo propio de este día darte gracias,
Señor Dios nuestro,
y como hizo Ana, aquella anciana mujer de Jerusalén,
queremos hablar de Jesús a todos los que aguardan la liberación.
Ana y Simeón son ejemplo de esa humanidad oprimida o marginada, que supo mantener encendida la lámpara frágil de la esperanza,
a través de muchos años de tribulaciones y sufrimientos.
En medio de nuestra oscuridad ha surgido el brillo de tu luz.
Con el nacimiento de Jesús se han abierto nuestros ojos
y te hemos conocido como Padre
porque te hemos visto reflejado en su vida,
sus actitudes y su buen hacer.
Gracias, Señor, Padre santo, por Jesús,
que ha nacido y crecido entre nosotros y como uno de nosotros.
Por eso llenos de alegría serena, de esperanza,
entonamos un himno de gloria.
Santo, santo…
En verdad, con el nacimiento de tu hijo Jesús se ha inaugurado
la etapa decisiva de la historia de la humanidad.
Y tú como Padre, has estado presente toda su vida,
desde el primer día de su existencia sobre la tierra
hasta su último momento en la hora de la muerte.
Jesús encontró en ti el ánimo y la fuerza necesaria
para no desfallecer en el camino y cumplir su misión en la tierra.
Recordamos ahora su entrega incondicional por el Reino.
El Señor Jesús, la noche en que iban a entregarlo, cogió un pan,
dio gracias, lo partió y dijo:
«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros;
haced lo mismo en memoria mía».
Después de cenar, hizo igual con la copa, diciendo:
«Esta copa es la nueva alianza sellada con mi sangre;
cada vez que bebáis, haced lo mismo en memoria mía».
Y al recordar la vida, muerte y resurrección de Jesús,
nos proponemos seguir sus huellas,
para que puedas proseguir tu labor creadora a través de nosotros.
Te rogamos por todas las familias,
fermento de la gran familia humana.
Y por tu Iglesia,
que haya unidad y amor entre todos los que la forman.
Ponemos nuestra confianza filial en ti
y te pedimos que envíes tu espíritu sobre nuestra comunidad,
para que more en todos nosotros como lo hizo en Simeón,
y nos llene de sabiduría y fortaleza.
Por Jesucristo, tu hijo, te sea dado todo honor y gloria
por los siglos de los siglos.
AMÉN
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Es verdaderamente lo propio de este día darte gracias,
Señor Dios nuestro,
y como hizo Ana, aquella anciana mujer de Jerusalén,
queremos hablar de Jesús a todos los que aguardan la liberación.
Ana y Simeón son ejemplo de esa humanidad oprimida o marginada, que supo mantener encendida la lámpara frágil de la esperanza,
a través de muchos años de tribulaciones y sufrimientos.
En medio de nuestra oscuridad ha surgido el brillo de tu luz.
Con el nacimiento de Jesús se han abierto nuestros ojos
y te hemos conocido como Padre
porque te hemos visto reflejado en su vida,
sus actitudes y su buen hacer.
Gracias, Señor, Padre santo, por Jesús,
que ha nacido y crecido entre nosotros y como uno de nosotros.
Por eso llenos de alegría serena, de esperanza,
entonamos un himno de gloria.
Santo, santo…
En verdad, con el nacimiento de tu hijo Jesús se ha inaugurado
la etapa decisiva de la historia de la humanidad.
Y tú como Padre, has estado presente toda su vida,
desde el primer día de su existencia sobre la tierra
hasta su último momento en la hora de la muerte.
Jesús encontró en ti el ánimo y la fuerza necesaria
para no desfallecer en el camino y cumplir su misión en la tierra.
Recordamos ahora su entrega incondicional por el Reino.
El Señor Jesús, la noche en que iban a entregarlo, cogió un pan,
dio gracias, lo partió y dijo:
«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros;
haced lo mismo en memoria mía».
Después de cenar, hizo igual con la copa, diciendo:
«Esta copa es la nueva alianza sellada con mi sangre;
cada vez que bebáis, haced lo mismo en memoria mía».
Y al recordar la vida, muerte y resurrección de Jesús,
nos proponemos seguir sus huellas,
para que puedas proseguir tu labor creadora a través de nosotros.
Te rogamos por todas las familias,
fermento de la gran familia humana.
Y por tu Iglesia,
que haya unidad y amor entre todos los que la forman.
Ponemos nuestra confianza filial en ti
y te pedimos que envíes tu espíritu sobre nuestra comunidad,
para que more en todos nosotros como lo hizo en Simeón,
y nos llene de sabiduría y fortaleza.
Por Jesucristo, tu hijo, te sea dado todo honor y gloria
por los siglos de los siglos.
AMÉN
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