Publicado por Monasterio Benedictino Santa Maria de los Toldos
«En aquel tiempo, los pastores fueron rápidamente y encontraron a María, a José, y al recién nacido acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que habían oído decir sobre este niño, y todos los que los escuchaban quedaron admirados de lo que decían los pastores.
Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón. Y los pastores volvieron, alabando y glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído, conforme al anuncio que habían recibido.
Ocho días después, llegó el tiempo de circuncidar al niño y se le puso el nombre de Jesús, nombre que le había sido dado por el Ángel antes de su concepción» Lc 2,16-21
“Mientras morabas en mí,
estuviste dentro de mí y fuera de mí;
luego que te di a luz,
tu poder escondido
fue visible cerca de mí.
Estás en mí y fuera de mí:
asombras a tu madre...
Tú, ¡Niño!, no eres sólo hombre,
y no me atrevo a cantarte una canción simple y común;
pues tu concepción
es como ninguna otra,
y tu nacimiento es un milagro,
¿quién, sin inspiración, puede alabarte con cantar de salmos?
una nueva canción bulle en mí.
¿Cómo he de nombrarte,
-¡oh Peregrino!-
Tú que te has hecho igual a uno de nosotros?
¿Te llamaré Esposo,
o te llamaré Dueño?...
Pero soy hermana tuya,
de la casa de David
que es padre de nuestro linaje común.
Soy tu madre, por tu concepción,
y esposa prometida por tu santidad,
sierva e hija, por la sangre y el agua,
por ti rescatada y bautizada”(1).
MADRE DEL SEÑOR Y REINA DE LA PAZ
Cierta espiritualidad mariana, ha enfatizado de manera machacona y unilateral, la virginidad de María, sin completarla y enriquecerla con el título máximo que le otorga la iglesia, es decir la de Madre de Dios.
En el plano humano, toda criatura nace virgen, pero esa virginidad está en función de algo y de alguien. Ese algo es el matrimonio y ese alguien es la persona amada. Por tanto con el matrimonio la virginidad no se pierde, sino culmina y se realiza plenamente.
Si la virginidad está habitualmente abocada al matrimonio. El matrimonio lo está en función de la maternidad, en donde fructifica. La virginidad sin matrimonio puede resultar frustrante; el matrimonio sin fecundidad, suele ser signo de esterilidad.
Análogamente en el plano de la fe, la Virgen María, cubierta por el manto del Espíritu, quedó grávida de Cristo. Llegando a ser la Madre del Señor y Madre de la Iglesia. Dice san Agustín: “Imita a María, que alumbró al Señor. ¿No era virgen María, y dio a luz, permaneciendo virgen? Así también la iglesia da a luz y es virgen. Y si lo consideras bien, da a luz al mismo Cristo, pues los que nos bautizamos somos miembros suyos”.
Celebrando a María en el misterio de su maternidad, en este primer día del Año Nuevo, no debemos olvidar otra advocación mariana, vinculada con el tema de la jornada mundial de oración por la paz del mundo. Es el de María Reina de la Paz, que conmemoramos el 24 de enero de cada año.
Sabemos que el fruto de la justicia es la paz. Ser constructores de la paz, significa convertirnos a Cristo nuestra paz, el Hijo de María y el Príncipe de la Paz.
[1] San Efrén de Nisibi (o Nisibe), Canciones en homenaje de la Encarnación de nuestro Señor Jesucristo. Canción XI (la Virgen María habla al Niño Jesús), 1.4; trad. (adaptada) en S. Huber, Los Santos Padres, Buenos Aires, Ed. Desclée de Brouwer, 1946, tomo II, pp. 452 y 454-455. Efrén nació en Nisibi de padres cristianos hacia el año 306. Creció bajo la tutela del obispo Jacobo (303-338), que estuvo presente en el concilio de Nicea. Con él fundó la escuela teológica de Nisibi. Efrén, una vez diácono, fue su principal animador bajo los sucesores de Jacobo, Babu (desde el 338), Vologese (346-349) y Abrahán (desde el 361). Hacia 363 Efrén tuvo que trasladarse a Edesa, en donde siguió con su obra de predicación, de enseñanza y de controversia hasta la muerte que le sobrevino en el 373 según la crónica de Edesa. Varios estudiosos han demostrado que sería anacrónico hacer de Efrén un monje o un anacoreta. No era más que un «hijo del pacto», o sea, miembro plenamente de la comunidad cristiana o, mejor dicho, de su élite, habiendo consagrado su vida a Cristo en la abstinencia y en la virginidad.
Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón. Y los pastores volvieron, alabando y glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído, conforme al anuncio que habían recibido.
Ocho días después, llegó el tiempo de circuncidar al niño y se le puso el nombre de Jesús, nombre que le había sido dado por el Ángel antes de su concepción» Lc 2,16-21
“Mientras morabas en mí,
estuviste dentro de mí y fuera de mí;
luego que te di a luz,
tu poder escondido
fue visible cerca de mí.
Estás en mí y fuera de mí:
asombras a tu madre...
Tú, ¡Niño!, no eres sólo hombre,
y no me atrevo a cantarte una canción simple y común;
pues tu concepción
es como ninguna otra,
y tu nacimiento es un milagro,
¿quién, sin inspiración, puede alabarte con cantar de salmos?
una nueva canción bulle en mí.
¿Cómo he de nombrarte,
-¡oh Peregrino!-
Tú que te has hecho igual a uno de nosotros?
¿Te llamaré Esposo,
o te llamaré Dueño?...
Pero soy hermana tuya,
de la casa de David
que es padre de nuestro linaje común.
Soy tu madre, por tu concepción,
y esposa prometida por tu santidad,
sierva e hija, por la sangre y el agua,
por ti rescatada y bautizada”(1).
MADRE DEL SEÑOR Y REINA DE LA PAZ
Cierta espiritualidad mariana, ha enfatizado de manera machacona y unilateral, la virginidad de María, sin completarla y enriquecerla con el título máximo que le otorga la iglesia, es decir la de Madre de Dios.
En el plano humano, toda criatura nace virgen, pero esa virginidad está en función de algo y de alguien. Ese algo es el matrimonio y ese alguien es la persona amada. Por tanto con el matrimonio la virginidad no se pierde, sino culmina y se realiza plenamente.
Si la virginidad está habitualmente abocada al matrimonio. El matrimonio lo está en función de la maternidad, en donde fructifica. La virginidad sin matrimonio puede resultar frustrante; el matrimonio sin fecundidad, suele ser signo de esterilidad.
Análogamente en el plano de la fe, la Virgen María, cubierta por el manto del Espíritu, quedó grávida de Cristo. Llegando a ser la Madre del Señor y Madre de la Iglesia. Dice san Agustín: “Imita a María, que alumbró al Señor. ¿No era virgen María, y dio a luz, permaneciendo virgen? Así también la iglesia da a luz y es virgen. Y si lo consideras bien, da a luz al mismo Cristo, pues los que nos bautizamos somos miembros suyos”.
Celebrando a María en el misterio de su maternidad, en este primer día del Año Nuevo, no debemos olvidar otra advocación mariana, vinculada con el tema de la jornada mundial de oración por la paz del mundo. Es el de María Reina de la Paz, que conmemoramos el 24 de enero de cada año.
Sabemos que el fruto de la justicia es la paz. Ser constructores de la paz, significa convertirnos a Cristo nuestra paz, el Hijo de María y el Príncipe de la Paz.
[1] San Efrén de Nisibi (o Nisibe), Canciones en homenaje de la Encarnación de nuestro Señor Jesucristo. Canción XI (la Virgen María habla al Niño Jesús), 1.4; trad. (adaptada) en S. Huber, Los Santos Padres, Buenos Aires, Ed. Desclée de Brouwer, 1946, tomo II, pp. 452 y 454-455. Efrén nació en Nisibi de padres cristianos hacia el año 306. Creció bajo la tutela del obispo Jacobo (303-338), que estuvo presente en el concilio de Nicea. Con él fundó la escuela teológica de Nisibi. Efrén, una vez diácono, fue su principal animador bajo los sucesores de Jacobo, Babu (desde el 338), Vologese (346-349) y Abrahán (desde el 361). Hacia 363 Efrén tuvo que trasladarse a Edesa, en donde siguió con su obra de predicación, de enseñanza y de controversia hasta la muerte que le sobrevino en el 373 según la crónica de Edesa. Varios estudiosos han demostrado que sería anacrónico hacer de Efrén un monje o un anacoreta. No era más que un «hijo del pacto», o sea, miembro plenamente de la comunidad cristiana o, mejor dicho, de su élite, habiendo consagrado su vida a Cristo en la abstinencia y en la virginidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario