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jueves, 29 de enero de 2009

¡ DEMONIOS!

IV Domingo del T. O. - Ciclo B
Publicado por Fundación Epsilón

Todavía hay algunos sueltos. Pero sin autoridad, como los letra dos (los expertos en la Ley religiosa), aunque siguen teniendo efectos paralizantes sobre quienes son dominados por ellos. Pero hay también una posibilidad de liberación: Jesús de Nazaret.

EN LA SINAGOGA

Entraron en Cafarnaún, y el sábado siguiente entró Jesús en la sinagoga y se puso a enseñar.

En Palestina no había más que un templo: el de Jerusalén. Pero cada ciudad y cada pueblo tenía su sinagoga, que era el lugar donde los israelitas piadosos se reunían para recitar salmos y escuchar la lectura de la Ley y los Profetas. Era un lugar donde cada sábado se podía encontrar un grupo nume­roso de personas. Estando en Cafarnaún, ciudad cercana a Nazaret, situada a la orilla del lago de Galilea, el primer sábado en que tiene ocasión, Jesús se acerca a la sinagoga y se dirige a los que allí estaban reunidos.

Marcos no nos dice quién le invita a hacerlo; sólo que Jesús se pone a enseñar de inmediato. Tampoco nos dice de qué habla, únicamente nos explica algunas reacciones que provoca su enseñanza. Y son precisamente esas reacciones las que nos proporcionan la clave de lectura de este episodio.


EL SISTEMA EN PELIGRO

Estaban impresionados por su enseñanza, pues les estaba enseñando como quien tiene autoridad y no como letrados.

La primera reacción que provoca la enseñanza de Jesús es el asombro de sus oyentes por una doble razón. Aquella forma de enseñar es nueva y se nota que el que habla lo hace con autoridad, esto es, de parte de Dios, como leíamos en el evangelio del domingo pasado (Mc 1,14). Y esa valoración positiva de la enseñanza de Jesús va acompañada de un juicio muy poco favorable acerca de la enseñanza de los expertos en la Ley y los Profetas, los letrados, que eran quienes ense­ñaban todos los sábados; éstos no enseñan con autoridad: «y no como los letrados»; no enseñan, por tanto, de parte de Dios. Esta es la segunda causa de asombro de los oyentes de Jesús. Ellos, que habían estado asistiendo durante muchos años a la enseñanza de los sábados en la sinagoga, no se habían dado cuenta hasta ahora de que los letrados no hablaban de parte de Dios y de que sus enseñanzas eran sólo tradiciones humanas presentadas como divinas.

El asunto era grave. No se trataba de los distintos puntos de vista de dos maestros de la Ley; la cuestión era que Jesús, que no era ni maestro de la Ley siquiera, estaba poniendo en peligro todo el sistema religioso establecido, pues su enseñan­za estaba dejando en evidencia a los representantes oficiales de ese sistema.


EL DEFENSOR DEL SISTEMA

Estaba en aquella sinagoga un hombre poseído por un espíritu inmundo e inmediatamente se puso a gritar:

-¿Qué tienes tú contra nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres tú: el consagrado por Dios.

En este momento del relato aparece un nuevo personaje: un espíritu inmundo. Marcos no nos dice qué es eso de un espíritu inmundo; lo de «inmundo» indica una realidad que repugna a Dios; espíritu una fuerza que actúa en el interior del hombre y que, como muestra este caso, 10 posee y anula su personalidad.

Lo que resulta extraño es que aquel espíritu inmundo estuviera allí, en la sinagoga en la iglesia, diríamos nos-otros-, y más extraño todavía que mientras los letrados -a los que no se nombra, pero que debían estar presentes en la sinagoga- permanecen callados, el espíritu inmundo, en so­lidaridad con ellos, siente la enseñanza de Jesús como una amenaza y sale en defensa del sistema religioso y de sus repre­sentantes.



JESUS, LIBERADOR

Jesús le intimó:

-;Cállate la boca y sal de él!

Y retorciéndolo y dando un grito muy fuente, el espíritu inmundo salió del hombre.


Jesús viene a ofrecer a todo el pueblo y a cada persona la posibilidad de encontrarse con un Dios que no esclaviza, sino que libera. Y eso no le interesaba a aquel «espíritu», que tan bien convivía con aquella iglesia que no hacia al hombre más persona, sino que, al contrario, lo mantenía en una per­manente minoría de edad, dependiente siempre de la Ley y de sus intérpretes.

Los de las montañas de Galilea -la comarca donde estaba Nazaret- tenían fama de revolucionarios. Al recordar de qué pueblo era Jesús y añadir que era el consagrado por Dios aquel espíritu intentaba distraer la atención de la gente para que nadie tomara conciencia del contenido de su enseñanza que tan peligrosa estaba resultando para aquella religión; se pro­ponía, además, provocar una revuelta popular procurando que Jesús fuera confundido con un cabecilla revolucionario: esa revuelta se producía, los romanos se encargarían de eliminar a Jesús y devolver la tranquilidad a los responsables de la sinagoga. Pero Jesús no se queda quieto y libera al hombre del dominio de aquel espíritu.

Aquel hombre que estaba poseído por el espíritu inmundo representa en el relato a todo el pueblo (por eso directamente no se nombra a nadie más), a cualquier colectividad o a cual­quier persona dominada por ideologías, que o bien son causa del sometimiento y de la pérdida de la libertad del ser humano, o bien propugnan la violencia y que se justifican con razones de carácter religioso. Sólo liberándose del dominio de tales ideologías podrá el hombre aceptar plenamente el mensaje de Jesús; sólo así podrá el hombre conquistar su libertad; sólo así podrá el hombre colaborar en la liberación de toda la humanidad. Por eso coloca Marcos este episodio al princi­pio de su evangelio.

Cuidado, por tanto, con los demonios, que todavía pue­den andar sueltos.

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