Desde luego que no es un oficio sencillo, pero no por eso han abandonado los profetas sus responsabilidades, no. Existe el profeta, el creyente que ha sido tocado por Dios, el que ha escuchado la voz imperiosa y determinante del Señor que le ha invitado a hablar. En la tradición bíblica, se dice de la persona que ha sido ungida, a quien Dios ha revestido de su autoridad para que comunique su voluntad a los hombres y los instruya; el que ha recibido la fuerza del Espíritu Santo, el coraje, la valentía de decir a todos, incluso en situaciones adversas, la Voluntad de Dios.
En la primera lectura de hoy veréis cómo el origen de la vocación profética está en Dios: El hace surgir un profeta como Moisés, de entre el pueblo, y expresamente dice que a quien no le escuche lo que diga, en el nombre del Señor, le pedirá cuentas. El profetismo no muere, su misión es siempre joven y nueva, porque nace del corazón misericordioso de Dios.
El texto del Evangelio es un ejemplo magnífico de la tarea profética. Si os fijáis existen dos centros de interés: la figura de Jesús y los demás, pero el evangelista Marcos destaca que Jesús es la clave. Los demás, ante la predicación del Señor se admiran y ante los signos que hace se quedan estupefactos y en ambos casos se preguntan de dónde le viene esa autoridad a Jesús. Enseña mejor que los letrados, se le entiende mucho más que a ellos y, para colmo, hasta los espíritus inmundos les manda y le obedecen… No cabe duda que la persona del Señor ha despertado el interés de todos, bien por medio de la palabra, bien por los signos o por ambas cosas, el caso es que a partir de ahora le prestaran más atención. ¡Qué importante es la Palabra y qué admirables los frutos que da!
En este momento cabe preguntarse sobre la eficacia e intensidad de la tarea profética en esta sociedad tan frágil, desesperanzada y desnortada. Todavía se oyen voces de algunos que añoran las grandes figuras de la historia de la Salvación y les gustaría verlas aquí y ahora, predicando por nuestras calles y plazas… ¿Dónde están los profetas?, se preguntan… El tema es que si Dios sigue llamando sigue habiendo necesidad de profetas, pero si cada uno de los cristianos católicos, por la gracia del Bautismo, ha recibido también la condición de profeta, entonces, ¡tú también tienes responsabilidad profética! Te diré lo que has de hacer con unas palabras del querido Papa, Juan Pablo II: “¡Anunciad la Palabra con toda claridad, indiferentes al aplauso o al rechazo! En definitiva no somos nosotros quienes promovemos el éxito o el fracaso del Evangelio, sino el Espíritu de Dios. Los creyentes y los no creyentes tienen derecho a escuchar inequívocamente el auténtico anuncio de la Iglesia. Anunciad la Palabra con todo el amor del Buen Pastor, que se da, que se busca, que comprende” (Juan Pablo II, a los Obispos alemanes en 1980). Comprenderás que no pueda decirte dónde debes comenzar tu tarea profética, búscala tú mismo donde se haya oscurecido la fe, donde se olviden de Dios… y enciende allá la luz de la esperanza y vuelvan su rostro al Señor, ¿quizás es en tu propia casa? ¡Habla sin miedo, eres un profeta! Dios te bendiga
En la primera lectura de hoy veréis cómo el origen de la vocación profética está en Dios: El hace surgir un profeta como Moisés, de entre el pueblo, y expresamente dice que a quien no le escuche lo que diga, en el nombre del Señor, le pedirá cuentas. El profetismo no muere, su misión es siempre joven y nueva, porque nace del corazón misericordioso de Dios.
El texto del Evangelio es un ejemplo magnífico de la tarea profética. Si os fijáis existen dos centros de interés: la figura de Jesús y los demás, pero el evangelista Marcos destaca que Jesús es la clave. Los demás, ante la predicación del Señor se admiran y ante los signos que hace se quedan estupefactos y en ambos casos se preguntan de dónde le viene esa autoridad a Jesús. Enseña mejor que los letrados, se le entiende mucho más que a ellos y, para colmo, hasta los espíritus inmundos les manda y le obedecen… No cabe duda que la persona del Señor ha despertado el interés de todos, bien por medio de la palabra, bien por los signos o por ambas cosas, el caso es que a partir de ahora le prestaran más atención. ¡Qué importante es la Palabra y qué admirables los frutos que da!
En este momento cabe preguntarse sobre la eficacia e intensidad de la tarea profética en esta sociedad tan frágil, desesperanzada y desnortada. Todavía se oyen voces de algunos que añoran las grandes figuras de la historia de la Salvación y les gustaría verlas aquí y ahora, predicando por nuestras calles y plazas… ¿Dónde están los profetas?, se preguntan… El tema es que si Dios sigue llamando sigue habiendo necesidad de profetas, pero si cada uno de los cristianos católicos, por la gracia del Bautismo, ha recibido también la condición de profeta, entonces, ¡tú también tienes responsabilidad profética! Te diré lo que has de hacer con unas palabras del querido Papa, Juan Pablo II: “¡Anunciad la Palabra con toda claridad, indiferentes al aplauso o al rechazo! En definitiva no somos nosotros quienes promovemos el éxito o el fracaso del Evangelio, sino el Espíritu de Dios. Los creyentes y los no creyentes tienen derecho a escuchar inequívocamente el auténtico anuncio de la Iglesia. Anunciad la Palabra con todo el amor del Buen Pastor, que se da, que se busca, que comprende” (Juan Pablo II, a los Obispos alemanes en 1980). Comprenderás que no pueda decirte dónde debes comenzar tu tarea profética, búscala tú mismo donde se haya oscurecido la fe, donde se olviden de Dios… y enciende allá la luz de la esperanza y vuelvan su rostro al Señor, ¿quizás es en tu propia casa? ¡Habla sin miedo, eres un profeta! Dios te bendiga
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