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jueves, 29 de enero de 2009

Jesús viene para ayudarnos a vivir de modo auténticamente humano - IV Domingo del T. O. - Ciclo B: (Mc 1,21-28)


Marcos nos dice: "Jesús no enseñaba como los escribas y fariseos, enseñaba con autoridad". ¿Qué quiere decir “enseñar con autoridad”? ¿de qué autoridad habla?. no de una autoridad coercitiva, que obligue a aceptar lo que se enseña. Las gentes que escuchan a Jesús conocen su origen de Nazaret, es el hijo del carpintero. Nadie ha delegado en él para que enseñe, ninguna autoridad política, ni religiosa, ni social ha obligado a las gentes a que le atiendan. Marcos recalca, Jesús enseñaba con autoridad, no como los escribas o fariseos.

A Jesús le siguen, su palabra era auténtica. La fuerza de su palabra era él mismo, su persona, su espíritu. Jesús no coacciona. Trasmite ideas sobre Dios, sobre los hombres: Dios es el Padre de todos, nosotros somos hermanos, iguales ante Dios. Enseña una manera de vivir de acuerdo con las verdades que él presenta en su vida: amor, justicia, a libertad, la verdad. Jesús es un maestro de vida. No amenaza. Jesús convence, seduce por la bondad de su mensaje, por la integridad de su persona. Su vida era manifestación de sus creencias.

A todos nosotros, más o menos, nos ha tocado educar, enseñar en familia, en instituciones de enseñanza, en actividades religiosas, en los ambientes en que vivimos, enseñar de algún modo. Esta página evangélica nos interpela hoy seriamente a todos: ¿Cómo enseñamos?

Todos sabemos que los jóvenes necesitan maestros que trasmitan un mensaje válido, que con el testimonio de sus vidas provoquen inquietud, ayuden a plantearse los interrogantes auténticos de la existencia. ¿Enseñamos con autoridad?.

¿Puede tener autoridad quien se limita a repetir lo que ha leído o escuchado sin hacerlo suyo en su propia vida?

¿Qué autoridad pueden tener muchos padres, o responsables cívicos o religiosos, o políticos, o maestros si no están acompañados de un testimonio de honestidad y de responsabilidad personal? De cada uno se espera que hable según el testimonio que da en su vida.

Se dice que los jóvenes de hoy parecen no tener códigos, valores que dirijan sus vidas; es una acusación grave. ¿Será cierto que no tienen valores, o que tienen otros valores que no se identifican con los nuestros?, o ¿no será que han heredado los contravalores que nosotros les hemos transmitido: el consumismo, el amor al dinero, el orgullo exclusivo de su clase social, de su patria, de su cultura…? Además, ¿rechazan la religión o rechazan los tics farisaicos, rituales, vacíos, inquisitoriales, dictatoriales, interesados de nuestro modo de interpretar y vivir la política, la religión?

Triste si los jóvenes no encuentran maestros con autoridad a quienes poder escuchar, de quienes aprender lecciones de vida. ¿Qué lecciones de vida si reciben enseñanzas que solo proporcionen datos, cifras, modelos teóricos, técnicas, si no se les ofrece respuestas a las cuestiones más inquietantes del ser humano, a los nuevos retos sociales, científicos que hoy se les plantean?

Es frecuente el oír, que en nombre de la libertad de pensamiento, no se deben incluir en los planes de educación enseñanzas que trasmitan una concepción de vida, una religión, una ideología, que esto sería bloquear su libertad.

Una cosa es enseñar y otra distinta coaccionar para que se acepte lo que se les presenta. Presentar una ideología, una religión, una cultura no debe implicar el obligar a que se acepten, aunque con demasiada frecuencia se hayan impuesto y se impongan éstas con coacción.

Si no se enseña ninguna religión, o ninguna concepción de vida, se está fomentando la existencia de ignorantes, de escépticos sobre los aspectos fundamentales para la vida del ser humano. No se deben imponer códigos, ni creencias, ni valores, pero si éstos no se enseñan y no se trasmiten, el resultado será la ignorancia, triste marco de pensamiento el que se prepara.

Actuar en libertad, poder escoger entre varias opciones, exige conocerlas previamente. Quien no tenga creencias o una concepción de vida carecerá del apoyo necesario para formarse una conciencia personal. La enseñanza puede ser el medio adecuado para conocer y poder escoger en libertad lo más razonable.

Educar es ante todo tarea de los padres, sobre todo en una sociedad con unos medios de comunicación con un poder increíble de seducción, de manipulación, de integración… integración tristemente a veces en tan poca cosa, en algo tan vacío.

Los padres están llamados a trasmitir, a enseñar los valores en los que posteriormente los hijos crean y puedan asumir por convicción personal, valores a los que la convivencia del vivir familiar puede dar autenticidad y garantía de verdad.

El testimonio de unos padres es para los hijos el mejor argumento de la veracidad de los valores que han recibido, de que sus mayores creen en lo que dicen y enseñan. Los padres son capaces de enseñar con afecto, el vehículo más creíble.

La familia es así la mejor escuela para el afianzamiento de la personalidad de los hijos, para “enseñar con autoridad”, autoridad no sinónimo de imposición, de violencia, sino de altura moral, de respeto, de verdadero aprecio.

Es un regalo haber tenido unos padres dispuestos al dialogo con sus hijos, pero las crisis y dificultades de numerosas familias hace que la función educadora no llegue a realizarse convenientemente, lo que obliga a determinar quién habrá de asumir esta responsabilidad y suplir o completar las carencias educativas familiares.

No lo olvidemos, Jesús viene para ayudarnos a vivir de modo auténticamente humano, su enseñanza fue siempre manifestación de su pensamiento, de su propia vida, nunca enseñó nada a cuenta del poder, por eso enseñó con autoridad.

Que lo que enseñemos nosotros sea también algo que brote de lo más sincero de nuestra persona. Así enseñaremos también con autoridad.

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