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jueves, 29 de enero de 2009

LA AUTORIDAD DE JESÚS

IV Domingo del T. O. - Ciclo B
Por Ángel Gómez Escorial

1.- Enseñar con autoridad. A los que asisten a la escena del endemoniado de la sinagoga de Cafarnaún parece –y así lo hace notar Lucas—les llama mas la atención que Jesús enseñe con autoridad que la expulsión del demonio del hombre que se encontraba allí. ¿O es que es la autoridad demostrada al poder mandar sobre el espíritu inmundo es lo que eleva el prestigio de Jesús? Pueden estar ligadas las dos cosas. Los rabinos –y también escribas, fariseos y hasta los sacerdotes—basaban su enseñanza en la cita de otras personas. De maestros anteriores a ellos. No es que comentaran los textos e hicieran referencia a Moisés y a los grandes profetas. No. Simplemente utilizaban palabras anteriores de otros rabinos que habían alcanzado una cierta notoriedad. Y en el contexto de esa presencia de autoridad se produce la interrupción del hombre poseído que manifiesta quien es Jesús. Le manda callar y sale… Claro para nosotros choca la existencia de tantas posesiones diabólicas en ese tiempo. Es verdad –y se ha dicho muchas veces—que en la antigüedad se creía que algunas enfermedades, sobre todo las mentales y también la epilepsia era producto de los espíritus malignos. La ciencia ha aclarado muchas cosas, pero no siempre define la maldad que genera una trasgresión muy repetida: un pecado muy repetido.

2.- Aunque ya fue reflejado en mi Carta del Editor de la semana pasada –y esa Carta se mantiene en esta edición por ser hoy muy pertinente—escribid por correo electrónico un árabe, musulmán, que buscaba un exorcista. Al parecer había conectado con un sacerdote dedicado a estas tareas, pero había salido de viaje. Cruzamos varios correos en los que yo, antes de nada, le recomendaba que rezara al Dios, único, compasivo y misericordioso. Obviamente, yo no conocía a ningún exorcista. Y sólo se me ocurrió decirle que rezara como lo hacen cinco veces al día una gran mayoría de musulmanes. Él no me contestó que fuera a rezar, solo que necesitaba esa “sanidad” –por sanación—y alegría. Decía estar enfermo de ello desde pequeño y necesitaba la “sanidad”. Pueden imaginarse como me quedé. Podría ser un loco, claro, pero no lo parecía. Podría, también, creer que era un poseído y no serlo. No lo sé. Pero el fenómeno de la posesión no es frecuente, pero sigue cerca y la Iglesia tiene expertos en ello. Y hay casos.

3.- San Ignacio de Loyola habla de discernir espíritus y que no otra cosa que saber de donde pueden llegar ciertas inspiraciones externas. ¿Es solamente nuestro interior dañado o corrompido el que trae nuestras malas intenciones? ¿Y es nuestra bondad innata la que nos lleva a realizar grandes cosas es favor de los hermanos? Pues así debe ser. Pero a veces no lo parece. Es como si algo externo nos llevara a esos procederes buenos y malos. La Iglesia no niega la existencia del Maligno, bien al contrario. Y se dice que la tendencia a decir que el demonio no existe es el mayor favor que se puede hacer al rey de la mentira.

4.- Es obvio que la ciencia ha adelantando y la investigación científica abre casi siempre un camino de verdad y certidumbre que está muy bien. Pero es obvio que el mal no desaparece, ni la crueldad, ni el empleo de la ciencia para destruir, para dañar al hermano al prójimo. No podremos decir que la epilepsia es una consecuencia de la posesión diabólica. Cierto, pero la ciencia no nos dice de donde surge el mal. Además, el mal profundo y destructor no es una subjetividad, no es una opinión o una forma diferente de hacer o ver las cosas. Es pues muy difícil dar al mar una exclusiva respuesta humana, porque en muchas ocasiones supera el propio contorno humano y parece que se adentra por otra dimensión. Además, a algunas situaciones de enfermedad, de daño físico personal se llega por adoptar alguna conducta no necesariamente buena o ejemplar. Ahí están por ejemplo las graves consecuencias físicas –y por supuesto las morales—de, por ejemplo, la adicción a las drogas. Lo que quiero decir es que si los antiguos veían el mal metafísico como origen de las enfermedades algo nos dice que, en todo o en parte, algo así puede ocurrir hoy.

5.- Interesa pues la autoridad con la que Jesús enseñaba y ello se relaciona perfectamente, con el ofrecimiento que Dios hace a Moisés y que leemos en el en el Libro del Deuteronomio. Un profeta con tanta fuerza y autoridad como el mismo Moisés aparecerá después y que enseñará todo aquello que el mismo Dios le diga. Y eso, claro, es autoridad. Ciertamente, el pueblo judío echaba de menos la importancia de Moisés y no lo veía reflejado en lo que llamaríamos

6.- El fragmento que hemos leído de la Primera Carta a los Corintios parece una defensa a ultranza del celibato, situándole a mucha distancia del matrimonio. Pero, realmente, en ese capítulo 7 de la exhortación dirigida por San Pablo a los fieles de Corintio habla en extenso del matrimonio. Incluso define en el él lo que se llama el “privilegio paulino” y que no es otro el que defiende como válido y permanente el matrimonio de cristianos con personas que no lo son. Entiende el celibato como una forma de entrega exclusiva, pero, como digo, el mencionado capítulo siete es una excelente catequesis sobre el matrimonio. Hay que entender a Pablo en la óptica de la ciudad de Corinto durante el siglo primero. Era un poco la Babilonia de aquella zona de la Acaya, y que daba a dos mares, al Egeo y al Jónico, abierta al mundo, con más de medio millón de habitantes y con una moral pública muy relajada. La idea del matrimonio cristiano, de la fidelidad matrimonial, es como una rareza para los habitantes de Corinto. En fin, hay que ver, como decía, dicho fragmento en el contexto de todo el capítulo y toda la Epístola, aunque, sin duda, Pablo preconiza el celibato, como cuestión extraordinaria, de mayor perfección.

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