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sábado, 31 de enero de 2009

La Autoridad al Servicio de la Liberación

IV Domingo del T.O. - Ciclo B
Por Fernando Torres

La sociedad, todo el mundo lo sabe, no funciona sin una autoridad clara y definida. Da la impresión de que sin ella hombres y mujeres tenemos una cierta tendencia al caos. Los teóricos de la organización social dicen que la democracia es el mejor sistema posible pero también dicen que nos hacen falta líderes con fuerza, capaces de arrastrar y de movilizar la fuerza de todos los que forman la sociedad en vistas a conseguir el objetivo común, que, en principio, se supone que es el bienestar general de todos los miembros de la sociedad.
Hasta aquí la teoría. La verdad es que muchas veces, demasiadas diría, la autoridad no está puesta al servicio del bien común sino de los intereses particulares de un grupo. La verdad es que muchas veces, demasiadas, la autoridad se ejerce a través de la fuerza y de la imposición. Y no siempre por medios acordes con la leyes vigentes o con los derechos humanos. Esa es la realidad. Luego viene la manipulación de los medios de comunicación que nos persuaden de que “no se podía hacer otra cosa” o de que “era mejor para todos” o divulgan directamente mentiras para ocultar la realidad. Esa es la verdad.

Jesús tiene una autoridad nueva

Lo de Jesús es otra cosa. El Evangelio de este domingo repite por dos veces que Jesús tiene un autoridad nueva y diferente. Jesús no enseña como los doctores de la ley sino “con autoridad”. Luego Jesús expulsa el espíritu inmundo que poseía y esclavizaba a aquel hombre y los que lo ven reconocen de nuevo su “enseñar con autoridad es nuevo”.
¿Qué es lo que sucede? ¿Cuál es la novedad de Jesús? Para empezar hay que recordar que Jesús no dispone de policía ni ejércitos ni mucho menos de jueces que apliquen sus leyes y normas. Por lo mismo, carece de gabinete de prensa que difunda las ideas que a él le interese que lleguen a la gente. Nada de eso.
Jesús se acerca a la gente con las manos desnudas. Le sigue un grupillo de gente simple y sin estudios especiales (no había que estudiar mucho en la época para ser pescador, por ejemplo). Jesús no impone ni obliga. Sencillamente se acerca a las personas, habla con ellas y dice lo que piensa. Habla de Dios porque es lo que lleva en el centro de su corazón. Pero su Abbá no es un Dios lejano y amenazador sino un padre cercano, lleno de misericordia y perdón. Es un Dios que quiere la vida del hombre y no su muerte.

Una autoridad que libera

Jesús no sólo habla. También actúa. Y su forma de actuar es liberadora. No lanza nuevas normas que obliguen a las personas a someterse. Lo suyo es liberar a la persona de todo lo que la oprime. Como el endemoniado de este domingo. El hombre oprimido queda liberado por la acción de Jesús. Ahora es capaz de enderezarse, levantarse y caminar por sí mismo. El endemoniado es ahora libre. Así es la autoridad de Jesús. Libera y no esclaviza. Da vida y no muerte.
Jesús es el auténtico profeta de que habla la primera lectura. No sólo es el portador de la Palabra de Dios para el hombre. Él mismo, en su forma de hablar, de actuar, de vivir, es la Palabra de Dios en medio de nosotros. Es uno de los nuestros pero al mismo tiempo es el testigo de Dios, es Dios mismo que se acerca a nosotros. Nos habla con la autoridad del que es portador de la verdad, de la misericordia, del perdón, del poder que cura y salva no del que destruye, esclaviza, oprime. Su autoridad es nueva porque ni entonces ni ahora estamos muy acostumbrados a ella.
Ahora es nuestro tiempo para levantar una comunidad humana basada en esta nueva autoridad, en el deseo sincero del bien común, en la cercanía a la persona que sufre, en la puesta en común de todo lo que somos y tenemos para el bien de todos. Los que se dedican a la política, todos los que tienen alguna autoridad, deberían meditar muchas veces este Evangelio de hoy pero no sólo ellos. Todos vivimos en sociedad, todos pertenecemos a una familia, tenemos amigos y conocidos. Todos tenemos la responsabilidad de dedicar nuestras fuerzas a levantar y no a oprimir, a salvar y no a condenar, a curar y no a herir y a expulsar a los demonios que nos impiden vivir en fraternidad, como quiere nuestro Padre del cielo.

Fernando Torres Pérez

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