El Evangelio de Marcos en este primer capítulo nos presenta tres episodios en que asistimos al poder de Jesús de expulsar los demonios y sanar a los enfermos. Por su orden ellos son la liberación de un hombre poseído por un demonio en la sinagoga de Cafarnaúm (Mc 1,21-27), la curación de la suegra de Simón de la fiebre que la tenía postrada (Mc 1,29-31) y la curación de un leproso (Mc 1,40-45). El Evangelio de hoy nos presenta este último episodio.
El relato comienza abruptamente, sin indicar ninguna circunstancia y sin vinculación alguna con lo anterior: “Se le acerca un leproso suplicándole y, puesto de rodillas, le dice: ‘Si quieres, puedes limpiarme’”. No sabemos en qué lugar se encuentra Jesús y tampoco se nos informa si está solo o rodeado de mucha gente o sólo de sus primeros cuatro discípulos, los únicos que ha llamado hasta ahora. Es claro que la narración de este hecho circulaba entre los primeros cristianos como un episodio autocontenido, independiente de todo contexto. Marcos pudo intercalarlo aquí o en otro lugar de su Evangelio indiferentemente. En el lenguaje bíblico a estas unidades literarias autónomas se les llama “perícopas”. Si Marcos intercaló esta perícopa en este lugar de su Evangelio es para ilustrar desde el comienzo el poder de Jesús con la narración de una serie de milagros. La perícopa siguiente, la curación de un paralítico (Mc 2,1-12), es el cuarto de la serie.
Fijemos nuestra atención en la actuación del leproso. Él se pone a los pies de Jesús en actitud de profunda oración: “Puesto de rodillas”. El Evangelio dice que en esa actitud “le suplicaba”. Habríamos esperado una oración más o menos como ésta: “Señor, limpiame de la lepra”. Pero en esta oración él habría expresado su propia voluntad. Su oración es mucho más perfecta; él prefiere que se haga la voluntad de Jesús, seguro de que eso es lo mejor para él. Por eso su oración es esta otra: “Señor, si tú lo quieres, puedes limpiarme”.
Con sólo presentarse a la vista de Jesús ha dejado en evidencia su desdicha: dolor físico y moral, oprobio, segregación social y exclusión del culto. Todo esto entrañaba la lepra. No necesita decir nada; confía en que Jesús todo esto lo comprende. Y no exige nada sino que deja a Jesús libre de hacer su voluntad: “Si quieres”. Es como si orara ya en la forma que Jesús nos enseñará a hacerlo: “Hagase tu voluntad”; o como oraba el mismo Jesús: “No lo que yo quiero sino lo que quieras tú... hagase no mi voluntad sino la tuya” (Mc 14,36; Lc 22,42). La relación entre estas oraciones no resulta tan clara en castellano, pero es nítida en el griego en que fue escrito el Evangelio. En efecto, “si quieres” suena así: “Eán théles”, y el sustantivo correspondiente a ese verbo es “thélema”: voluntad.
El leproso no hace prevalecer su voluntad. Quiere que se haga la voluntad de Jesús. Pero en una cosa es firme y claro: “Tú puede limpiarme”. Tiene fe en el poder de Jesús. Quiera o no quiera limpiarlo, el leproso de todas maneras cree en Jesús. La fe es la que conmueve a Jesús. No puede dejar de actuar a favor de quien cree tanto: “Extendió su mano, le tocó y le dijo: ‘Quiero; queda limpio’. Y al instante, le desapareció la lepra y quedó limpio”. Jesús aprecia la total sumisión del leproso a su voluntad; por eso retoma su oración diciendole: “Quiero”.
Para comprender la admirable oración de este leproso, podemos compararla con la que dirige a Jesús el padre de un niño endemoniado: “Si algo puedes, ayudanos, compadecete de nosotros” (Mc 9,22). Esta no es una oración confiada y, si no hubiera sido rectificada, no habría obtenido nada. Jesús quiere suscitar un acto de fe: “¡Qué es eso de si puedes! ¡Todo es posible para el que cree!”. Entonces el padre rectifica su oración: “¡Creo, pero ayuda mi poca fe!” (Mc 9,23-24). Entonces Jesús se compadeció y liberó a su hijo de su mal.
Podemos decir que el leproso se ha puesto en la escuela de la Virgen María. La oración de ella en las bodas de Caná es el modelo que él imita. En esa ocasión María presenta a Jesús la necesidad: “No tienen vino”. Lo hace porque tiene fe en que él puede remediarla. Pero se somete totalmente a su voluntad. Por eso dice a los servidores: “Haced lo que él os diga”.
En el Evangelio de hoy el leproso nos da una lección de oración confiada. También nosotros deberíamos comenzar nuestras oraciones de petición diciendo: “Señor, si es tu voluntad, concedeme tal cosa”, o “si es para tu mayor gloria...”. Esta oración expresa la fe firme de que la voluntad de Dios, aunque no coincida con la nuestra, es siempre lo que a nosotros más nos conviene. Debemos creer firmemente que Dios conoce y quiere nuestro bien –nuestro bien integral, temporal y eterno- mucho más que nosotros mismos. Esta fe la selló con su sangre Santo Tomás Moro (1478-1535) que desde la cárcel y a punto de ser conducido al martirio escribía a su hija Margarita: “Ten buen ánimo, hija mia, y no te preocupes por mí, sea lo que sea que me pase en este mundo. Nada puede pasarme que Dios no lo quiera. Y todo lo que él quiere, por muy malo que nos parezca, es en realidad lo mejor”
No hay comentarios:
Publicar un comentario