¿Será descabellado comparar a Monseñor Gerardi con san Pablo? Son personalidades muy distantes en tiempo, cultura y condiciones de vida. Sin embargo, la celebración de dos milenios del nacimiento de Pablo ofrece una buena oportunidad para detectar, junto con el onceavo aniversario del martirio de monseñor Gerardi, lo que une a estas dos figuras. Para empezar, los dos fueron llamados por el mismo Jesucristo. Y esta vocación transformó a ambos en "discípulos misioneros", para utilizar una expresión de la V Conferencia General del Episcopado de Latinoamérica y el Caribe en Aparecida.
Así como Pablo en el mundo mediterráneo desempeñó un papel pionero en el siglo I, el de los albores del cristianismo, a Gerardi le correspondió asumir un papel pionero en la historia de los albores de la paz buscada en Guatemala. Cuando Jesucristo irrumpió en sus vidas con la invitación de seguirlo y encargarse de misiones delicadas y difíciles, ambos respondieron afirmativa, decidida y apasionadamente. A partir de esta irrupción, las dos biografías fueron marcadas por un radical cristocentrismo, una respuesta de fe que mantuvieron viva y activa hasta en sus últimas consecuencias. En las dos historias de vida nos inspira esta fe cristológica, siempre fresca y creativa frente a nuevos desafíos. Los dos constituyen para quienes vivimos en el siglo XXI un manantial donde beber, un ejemplo para encontrar al mismo Crucificado y Resucitado y descifrar la misión que nos encomienda en medio de la difícil situación que atraviesa el pueblo de Guatemala en 2009.
En esta reflexión señalaremos algunas semejanzas en Pablo y en Gerardi: dos pastores preocupados por el bienestar de las comunidades y por la unidad de sus integrantes, por encima de tensiones y conflictos. Ambos eran personas visionarias, con una percepción certera y crítica de los problemas de su tiempo y capaces de construir estrategias para resolverlos. Y finalmente, una similitud obvia: ambos murieron como mártires. Fue por fidelidad a Jesucristo y a las exigencias del evangelio, que derramaron su sangre.
1. Preocupados por las iglesias
"… está mi preocupación cotidiana: el cuidado de todas las Iglesias. ¿Quién es débil, sin que yo me sienta débil? ¿Quién está a punto de caer, sin que yo me sienta como sobre ascuas?" (2Co 11,28-29).
"Nuestra palabra en esta oportunidad va dirigida a todos. No quiere excluir, exaltar, exasperar o insultar a nadie… No quiere legitimar o bendecir a ninguna posición, principalmente si está reñida con el Evangelio… Queremos sí que nuestra palabra sea de aliento y de consuelo para todos aquellos que sufren" (J. Gerardi, Mensaje para la Cuaresma, Santa Cruz del Quiché, marzo de 1977).
Pablo comprendió su misión como la de anunciar el evangelio de Jesucristo sobre todo a quienes no eran judíos, a pueblos de diversas culturas, a múltiples etnias. Se hizo apóstol de los pueblos. Con una energía increíble, emprendió viaje tras viaje, cruzando tierras y mares, para anunciar el mensaje de Cristo crucificado y resucitado en cuanto rincón visitaba. En muchas ciudades y pueblos, la gente respondía a la labor misionera de Pablo y se organizó en entusiastas comunidades o "iglesias". Cuando Pablo abandonaba una región donde había dejado la semilla de la Palabra, para dirigirse a otra parte, dejaba una red de comunidades cristianas "en camino" y un conjunto de nuevos misioneros y misioneras que a su vez fundaron nuevas comunidades de fe.
Mantuvo lazos de amistad y preocupación pastoral por estas comunidades. Volvía a visitar muchas de ellas "para animarlas y confirmarlas en el caminar; para ayudarlas a superar el aislamiento en que viven y percibir su unión con las otras comunidades" (Carlos Mesters). También se comunicaba con ellas por medio de amigos viajeros y de sus cartas. Éstas contienen recuerdos, saludos, recomendaciones y reflexiones teológicas. Además, no por ser fiel amigo, Pablo dejaba de denunciar las injusticias y faltas de solidaridad que amenazaban con destruir las comunidades.
Así, por ejemplo, reprendió a los corintios, cuando el egoísmo puso en riesgo la supervivencia de aquella iglesia local. Lo que hacen en sus reuniones, les escribía Pablo, ya no es celebrar la Cena del Señor, "porque cada uno come primero su propia cena, y mientras uno pasa hambre, otro se embriaga" (1Co 11,21). Lo que debería ser la cena del amor fraterno, durante la cual se hacía el memorial de la última Cena de Jesús con sus discípulos y discípulas, se estaba degenerando en un signo de discriminación y desprecio para con la gente de los estratos más humildes.
Esto nos enseña que Pablo no solo enseñaba la libertad como valor cristiano sino que también la practicaba. Por eso, al contrario de filósofos y otros intelectuales de la antigüedad, que aceptaban la oferta de hospedarse en casas de familias ricas, Pablo insistía en trabajar en la artesanía de las tiendas de campaña, para no ser una carga de las comunidades y mucho menos, depender de algún protector con plata. "¿Cómo habría podido escribir Pablo 1Co 11,17-34 si hubiese estado hospedado en casa de un rico?" (José Comblin). No habría sido libre para señalar tal abuso contra los hermanos y hermanas pobres.
Con Pablo, monseñor Gerardi compartió la cercanía y la preocupación por las comunidades cristianas. Cuando fue llamado, recién ordenado sacerdote, a realizar su ministerio en diversas parroquias, se hizo cercano a la gente de Mataquescuintla, Tecpán, Patzicia, San Pedro Sacatepéquez y Palencia,... En el retrato del joven sacerdote, durante sus viajes pastorales, es inconfundible la semejanza con el viajero Pablo:
"Visitaba a los enfermos y moribundos sin importarle el clima, la hora, la distancia o el modo de llegar. Generalmente viajaba en una mula o en un caballo que le prestaban. Pero cuando no había bestia disponible, caminaba largos kilómetros a pie por aquellos estrechos caminos, llenos de piedras amontonadas que hasta rompían la suela de los zapatos. A veces regresaba de esos compromisos a media noche, sin comer, pero siempre contento y con deseos de emprender otra similar jornada… En una de estas caminatas y ya de regreso de San Miguel, aldea de Mataquescuintla, le llovió a cántaros y a causa de ello, enfermó de neumonía" (Irma Luz Toledo en: Santiago Otero, Gerardi, memoria viva). Igual le había sucedido a Pablo, cuando anunció el evangelio a los Gálatas. Estando con ellos, se enfermó gravemente: "… fue en ocasión de una enfermedad corporal cuando les anuncié por primera vez la Buena Noticia" (Ga 4,13).
Siendo obispo de la Verapaz y Quiché, monseñor Gerardi entendió su tarea episcopal como un servicio a las comunidades que fueron encomendadas a su cuidado pastoral, especialmente durante los años más represivos contra el pueblo que se organizaba para liberarse y construir una Guatemala más justa y fraterna. Como buen pastor salió a defender al rebaño cuando lo atacaban los lobos. Denunció estos ataques con una libertad que nos recuerda la de Pablo.
En una oportunidad, le preguntó el comandante de la Base Militar a quien había acudido para expresarle su preocupación por los hechos de sangre que se cometían: "¿Por qué la Diócesis de Quiché no colabora con nosotros?". "No lo he pensado, contestó Gerardi para añadir enfáticamente: "pero la respuesta es no. Mientras el ejército esté haciendo lo que hace, no se pueden justificar tales barbaridades… más aún, me parece que la guerrilla no mata de la misma forma que lo hacen ustedes, porque políticamente no le conviene y la gente cree que la guerrilla son sus amigos y el ejército sus enemigos…" (Cirilo Santamaría).
La misma libertad y la misma preocupación por defender los derechos humanos caracterizaban su trabajo al frente de la Oficina de los Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala (ODHAG) y su proyecto de "Recuperación de la Memoria Histórica", en el que destacó siempre su espíritu netamente pastoral y su objetivo de reconciliación, alcanzable solamente a través de la verdad y de la justicia. La intención y la espiritualidad que lo animaban eran las del mismo Pablo, quien sabía que Cristo "nos confió el ministerio de la reconciliación" (2Co 5,18).
2. Visionarios, que dejaron huella en su época
En su segundo viaje misionero, Pablo y sus compañeros habían pensado dirigirse a la región de Bitinia, en el norte de la actual Turquía, pero "por la noche Pablo tuvo una visión: un macedonio estaba de pie suplicándole: «Pasa a Macedonia y ayúdanos»" (Hch 16,9). En esa visión reconocieron la orientación del Espíritu Santo, por lo que cambiaron planes y se fueron a Macedonia y Grecia. Por estas visiones, llamamos "visionario" a Pablo. Pero también en un sentido más contemporáneo: por haber sido un hombre capaz de analizar la situación mundial de sus días y elaborar una estrategia para hacerle frente.
Pablo comprendió la necesidad de universalizar la fe en Jesús Mesías, disociándola de sus orígenes judíos, precisamente para hacerla accesible a las diversas etnias y culturas presentes en el Imperio romano. Cambió el enfoque rural que había inspirado a Jesús, quien optó por los pobres y excluidos de Galilea, a un enfoque urbano, para llevar su mensaje al mundo entero. No es casual "el hecho de que los dos núcleos más importantes de irradiación paulina, Tesalónica y Filipos, fueran puntos clave en la llamada "Via Egnatia", que comunicaba Roma con el Oriente" (Francisco Reyes). Este dato revela el profundo conocimiento que tenía Pablo de la estructura vial, multicultural y política del mundo grecorromano. Siendo judío, y judío fanático, asumió una visión incluyente, desprendiendo el mensaje de Cristo crucificado y resucitado de su entorno estrechamente étnico, hebreo y arameo, para proclamarlo hasta los "confines de la tierra". Es decir, hasta España, considerada el límite occidental del mundo conocido en aquel momento y pasando por Roma, capital del Imperio. Sin el aporte de Pablo, no sería pensable el inicio histórico de la Iglesia ni su carácter ecuménico y universal. Hasta podríamos decir: fue el primer "inculturador del evangelio".
De esta visión inculturadora de Pablo a la de monseñor Gerardi se da un salto largo en el tiempo pero directo en significado. Lo visionario de nuestro obispo mártir fue marcado por su lectura del Concilio Vaticano II, que en el siglo XX dispuso volver a las fuentes y aprender de las comunidades cristianas primitivas, especialmente las paulinas. Monseñor Gerardi se destacó por su profundo estudio del Concilio y sus textos. Prueba de ello son las cartas que escribió, siendo obispo de la Verapaz: en la primera, sobre la Iglesia según el Vaticano II, "pueblo de Dios" en la doble dimensión de particular y universal, subraya la necesidad de conocer a fondo el contexto donde toca ser y hacer Iglesia. En la segunda carta, aborda directamente la inculturación del evangelio. ¡Cómo sintoniza su pensamiento con el apóstol de Tarso! Por ejemplo, cuando escribe: "Debemos tener plena conciencia de que nuestra misión es la de transmitir el mensaje evangélico, y no nuestra propia cultura, y que tenemos que anunciar el mensaje de Cristo a cada nación a su manera y de acuerdo con su cultura".
Durante la última etapa de su ministerio pastoral, la facultad visionaria de monseñor Gerardi alcanzó su punto más alto: cuando tenía a su cargo la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala. Vio con claridad el panorama de una población desgarrada por la guerra y la posibilidad de un servicio eclesial para reparar estos desgarres y contribuir a la reconciliación de un país despedazado, donde se habían instalado la impunidad, el terror y el silencio. Repetidas veces explicó la necesidad de romper el silencio, investigar la verdad sobre las violaciones a los derechos humanos y denunciar estas violaciones. Vio que era imposible avanzar hacia la paz y la reconciliación sobre la base del ocultamiento y de la mentira.
3. Mártires
Muchas veces son perseguidas aquellas personas que amarran sus vidas a la de Jesús Mesías. Lo reconoció San Pablo: "a todas horas" y "cada día estoy en peligro de muerte" (1Co 15,30.31). Enumera, en un impresionante listado de tribulaciones, dolores, penurias, persecuciones, golpes y riesgos, todo lo que tuvo que soportar a lo largo de su vida misionera (ver 2Co 11,23ss). De igual manera lo reconoció monseñor Gerardi, en el texto considerado como su testamento, del 24 de abril de1998: "Queremos contribuir a la construcción de un país distinto. Por eso recuperamos la memoria del pueblo. Este camino estuvo y sigue estando lleno de riesgos, pero la construcción del Reino de Dios tiene riesgos y sólo son sus constructores aquellos que tienen fuerza para enfrentarlos".
A partir de su nombramiento como obispo de Quiché, apareció con más claridad el signo de la persecución, que compartía con un pueblo levantado para exigir justicia social. "Si nos fijamos en la trayectoria de Monseñor Gerardi, especialmente desde que inició su ministerio como Obispo de El Quiché en Diciembre de 1974, podemos afirmar que estuvo marcada por el dolor y llanto de un pueblo, infligido por un sistema que, como dice Isaías dicta leyes injustas y con sus decretos organiza la opresión, despoja de sus derechos a los pobres e impide que se les haga justicia, deja sin nada a la viuda y roba la herencia del huérfano (Is 10,1-2)" (Ángel García-Zamorano).
Los asesinos planificaron atentar contra la vida de quien, muchas veces llorando, había tenido que enterrar a catequistas y sacerdotes de su diócesis. Solo el aviso de los catequistas de San Antonio Ilotenango, donde estaba preparada la trampa para atraparlo, le permitió salvar la vida en ese momento. Viajó a Roma para informar sobre esta situación y sobre el cierre temporal de la diócesis (1980) y, cuando a su retorno el Gobierno le vedó el ingreso a su país y comenzó su exilio en Costa Rica, se ve con nitidez la semejanza con los riesgos que corría el también perseguido Pablo de Tarso.
Durante la última etapa de su vida, como obispo auxiliar de la Arquidiócesis de Guatemala, mantenía su actitud com-pasiva con las víctimas, los perseguidos, los pobres. Dijo: "si el pobre está fuera de nuestra vida, entonces quizás, Jesús está fuera de nuestra vida". Esta doble opción, por Jesucristo y por los pobres, lo convirtió en un hombre peligroso para los defensores del poder y del dinero. Les daba rabia cuando iba a Ginebra, donde ante el foro de las Naciones Unidas contaba el dolor de los pobres en Guatemala y la violación sistemática de sus derechos humanos. Les dio rabia cuando, en el informe "Guatemala, nunca más" dio a conocer tales violaciones, narradas por las mismas personas que las habían sufrido. Quien desoculta la verdad, denuncia la impunidad y señala a los responsables de tanto crimen, se expone a la persecución. Juan Gerardi de Guatemala, como Pablo de Tarso, y como Jesús de Nazaret en cuya línea ambos querían caminar, se expusieron. Se pusieron "en la mirilla del jaguar" (Margarita Carrera). De ahí: la cruz, la espada, la piedra… Los tres fueron martirizados en las inmediaciones de los centros del poder.
Hay testigos que escucharon el grito de monseñor Gerardi, cuando lo mataron. Fue como el grito de Jesús en la cruz: en él resuenan los gritos de miles de mártires y perseguidos por haberse comprometido con la causa de la justicia, la verdad y la vida. Pero es también el grito escuchado por Dios, quien baja a liberar a su pueblo (Éx 3,7-8) y a resucitar a Jesús de entre los muertos. Y "si nos hemos identificado con él por una muerte como la suya, también nos identificaremos con él en la resurrección" (Rm 6,5).
Escuela de teología y pastoral Monseñor Gerardi, Guatemala, abril de 2009
* Revista Teológica Amerindia Online
Así como Pablo en el mundo mediterráneo desempeñó un papel pionero en el siglo I, el de los albores del cristianismo, a Gerardi le correspondió asumir un papel pionero en la historia de los albores de la paz buscada en Guatemala. Cuando Jesucristo irrumpió en sus vidas con la invitación de seguirlo y encargarse de misiones delicadas y difíciles, ambos respondieron afirmativa, decidida y apasionadamente. A partir de esta irrupción, las dos biografías fueron marcadas por un radical cristocentrismo, una respuesta de fe que mantuvieron viva y activa hasta en sus últimas consecuencias. En las dos historias de vida nos inspira esta fe cristológica, siempre fresca y creativa frente a nuevos desafíos. Los dos constituyen para quienes vivimos en el siglo XXI un manantial donde beber, un ejemplo para encontrar al mismo Crucificado y Resucitado y descifrar la misión que nos encomienda en medio de la difícil situación que atraviesa el pueblo de Guatemala en 2009.
En esta reflexión señalaremos algunas semejanzas en Pablo y en Gerardi: dos pastores preocupados por el bienestar de las comunidades y por la unidad de sus integrantes, por encima de tensiones y conflictos. Ambos eran personas visionarias, con una percepción certera y crítica de los problemas de su tiempo y capaces de construir estrategias para resolverlos. Y finalmente, una similitud obvia: ambos murieron como mártires. Fue por fidelidad a Jesucristo y a las exigencias del evangelio, que derramaron su sangre.
1. Preocupados por las iglesias
"… está mi preocupación cotidiana: el cuidado de todas las Iglesias. ¿Quién es débil, sin que yo me sienta débil? ¿Quién está a punto de caer, sin que yo me sienta como sobre ascuas?" (2Co 11,28-29).
"Nuestra palabra en esta oportunidad va dirigida a todos. No quiere excluir, exaltar, exasperar o insultar a nadie… No quiere legitimar o bendecir a ninguna posición, principalmente si está reñida con el Evangelio… Queremos sí que nuestra palabra sea de aliento y de consuelo para todos aquellos que sufren" (J. Gerardi, Mensaje para la Cuaresma, Santa Cruz del Quiché, marzo de 1977).
Pablo comprendió su misión como la de anunciar el evangelio de Jesucristo sobre todo a quienes no eran judíos, a pueblos de diversas culturas, a múltiples etnias. Se hizo apóstol de los pueblos. Con una energía increíble, emprendió viaje tras viaje, cruzando tierras y mares, para anunciar el mensaje de Cristo crucificado y resucitado en cuanto rincón visitaba. En muchas ciudades y pueblos, la gente respondía a la labor misionera de Pablo y se organizó en entusiastas comunidades o "iglesias". Cuando Pablo abandonaba una región donde había dejado la semilla de la Palabra, para dirigirse a otra parte, dejaba una red de comunidades cristianas "en camino" y un conjunto de nuevos misioneros y misioneras que a su vez fundaron nuevas comunidades de fe.
Mantuvo lazos de amistad y preocupación pastoral por estas comunidades. Volvía a visitar muchas de ellas "para animarlas y confirmarlas en el caminar; para ayudarlas a superar el aislamiento en que viven y percibir su unión con las otras comunidades" (Carlos Mesters). También se comunicaba con ellas por medio de amigos viajeros y de sus cartas. Éstas contienen recuerdos, saludos, recomendaciones y reflexiones teológicas. Además, no por ser fiel amigo, Pablo dejaba de denunciar las injusticias y faltas de solidaridad que amenazaban con destruir las comunidades.
Así, por ejemplo, reprendió a los corintios, cuando el egoísmo puso en riesgo la supervivencia de aquella iglesia local. Lo que hacen en sus reuniones, les escribía Pablo, ya no es celebrar la Cena del Señor, "porque cada uno come primero su propia cena, y mientras uno pasa hambre, otro se embriaga" (1Co 11,21). Lo que debería ser la cena del amor fraterno, durante la cual se hacía el memorial de la última Cena de Jesús con sus discípulos y discípulas, se estaba degenerando en un signo de discriminación y desprecio para con la gente de los estratos más humildes.
Esto nos enseña que Pablo no solo enseñaba la libertad como valor cristiano sino que también la practicaba. Por eso, al contrario de filósofos y otros intelectuales de la antigüedad, que aceptaban la oferta de hospedarse en casas de familias ricas, Pablo insistía en trabajar en la artesanía de las tiendas de campaña, para no ser una carga de las comunidades y mucho menos, depender de algún protector con plata. "¿Cómo habría podido escribir Pablo 1Co 11,17-34 si hubiese estado hospedado en casa de un rico?" (José Comblin). No habría sido libre para señalar tal abuso contra los hermanos y hermanas pobres.
Con Pablo, monseñor Gerardi compartió la cercanía y la preocupación por las comunidades cristianas. Cuando fue llamado, recién ordenado sacerdote, a realizar su ministerio en diversas parroquias, se hizo cercano a la gente de Mataquescuintla, Tecpán, Patzicia, San Pedro Sacatepéquez y Palencia,... En el retrato del joven sacerdote, durante sus viajes pastorales, es inconfundible la semejanza con el viajero Pablo:
"Visitaba a los enfermos y moribundos sin importarle el clima, la hora, la distancia o el modo de llegar. Generalmente viajaba en una mula o en un caballo que le prestaban. Pero cuando no había bestia disponible, caminaba largos kilómetros a pie por aquellos estrechos caminos, llenos de piedras amontonadas que hasta rompían la suela de los zapatos. A veces regresaba de esos compromisos a media noche, sin comer, pero siempre contento y con deseos de emprender otra similar jornada… En una de estas caminatas y ya de regreso de San Miguel, aldea de Mataquescuintla, le llovió a cántaros y a causa de ello, enfermó de neumonía" (Irma Luz Toledo en: Santiago Otero, Gerardi, memoria viva). Igual le había sucedido a Pablo, cuando anunció el evangelio a los Gálatas. Estando con ellos, se enfermó gravemente: "… fue en ocasión de una enfermedad corporal cuando les anuncié por primera vez la Buena Noticia" (Ga 4,13).
Siendo obispo de la Verapaz y Quiché, monseñor Gerardi entendió su tarea episcopal como un servicio a las comunidades que fueron encomendadas a su cuidado pastoral, especialmente durante los años más represivos contra el pueblo que se organizaba para liberarse y construir una Guatemala más justa y fraterna. Como buen pastor salió a defender al rebaño cuando lo atacaban los lobos. Denunció estos ataques con una libertad que nos recuerda la de Pablo.
En una oportunidad, le preguntó el comandante de la Base Militar a quien había acudido para expresarle su preocupación por los hechos de sangre que se cometían: "¿Por qué la Diócesis de Quiché no colabora con nosotros?". "No lo he pensado, contestó Gerardi para añadir enfáticamente: "pero la respuesta es no. Mientras el ejército esté haciendo lo que hace, no se pueden justificar tales barbaridades… más aún, me parece que la guerrilla no mata de la misma forma que lo hacen ustedes, porque políticamente no le conviene y la gente cree que la guerrilla son sus amigos y el ejército sus enemigos…" (Cirilo Santamaría).
La misma libertad y la misma preocupación por defender los derechos humanos caracterizaban su trabajo al frente de la Oficina de los Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala (ODHAG) y su proyecto de "Recuperación de la Memoria Histórica", en el que destacó siempre su espíritu netamente pastoral y su objetivo de reconciliación, alcanzable solamente a través de la verdad y de la justicia. La intención y la espiritualidad que lo animaban eran las del mismo Pablo, quien sabía que Cristo "nos confió el ministerio de la reconciliación" (2Co 5,18).
2. Visionarios, que dejaron huella en su época
En su segundo viaje misionero, Pablo y sus compañeros habían pensado dirigirse a la región de Bitinia, en el norte de la actual Turquía, pero "por la noche Pablo tuvo una visión: un macedonio estaba de pie suplicándole: «Pasa a Macedonia y ayúdanos»" (Hch 16,9). En esa visión reconocieron la orientación del Espíritu Santo, por lo que cambiaron planes y se fueron a Macedonia y Grecia. Por estas visiones, llamamos "visionario" a Pablo. Pero también en un sentido más contemporáneo: por haber sido un hombre capaz de analizar la situación mundial de sus días y elaborar una estrategia para hacerle frente.
Pablo comprendió la necesidad de universalizar la fe en Jesús Mesías, disociándola de sus orígenes judíos, precisamente para hacerla accesible a las diversas etnias y culturas presentes en el Imperio romano. Cambió el enfoque rural que había inspirado a Jesús, quien optó por los pobres y excluidos de Galilea, a un enfoque urbano, para llevar su mensaje al mundo entero. No es casual "el hecho de que los dos núcleos más importantes de irradiación paulina, Tesalónica y Filipos, fueran puntos clave en la llamada "Via Egnatia", que comunicaba Roma con el Oriente" (Francisco Reyes). Este dato revela el profundo conocimiento que tenía Pablo de la estructura vial, multicultural y política del mundo grecorromano. Siendo judío, y judío fanático, asumió una visión incluyente, desprendiendo el mensaje de Cristo crucificado y resucitado de su entorno estrechamente étnico, hebreo y arameo, para proclamarlo hasta los "confines de la tierra". Es decir, hasta España, considerada el límite occidental del mundo conocido en aquel momento y pasando por Roma, capital del Imperio. Sin el aporte de Pablo, no sería pensable el inicio histórico de la Iglesia ni su carácter ecuménico y universal. Hasta podríamos decir: fue el primer "inculturador del evangelio".
De esta visión inculturadora de Pablo a la de monseñor Gerardi se da un salto largo en el tiempo pero directo en significado. Lo visionario de nuestro obispo mártir fue marcado por su lectura del Concilio Vaticano II, que en el siglo XX dispuso volver a las fuentes y aprender de las comunidades cristianas primitivas, especialmente las paulinas. Monseñor Gerardi se destacó por su profundo estudio del Concilio y sus textos. Prueba de ello son las cartas que escribió, siendo obispo de la Verapaz: en la primera, sobre la Iglesia según el Vaticano II, "pueblo de Dios" en la doble dimensión de particular y universal, subraya la necesidad de conocer a fondo el contexto donde toca ser y hacer Iglesia. En la segunda carta, aborda directamente la inculturación del evangelio. ¡Cómo sintoniza su pensamiento con el apóstol de Tarso! Por ejemplo, cuando escribe: "Debemos tener plena conciencia de que nuestra misión es la de transmitir el mensaje evangélico, y no nuestra propia cultura, y que tenemos que anunciar el mensaje de Cristo a cada nación a su manera y de acuerdo con su cultura".
Durante la última etapa de su ministerio pastoral, la facultad visionaria de monseñor Gerardi alcanzó su punto más alto: cuando tenía a su cargo la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala. Vio con claridad el panorama de una población desgarrada por la guerra y la posibilidad de un servicio eclesial para reparar estos desgarres y contribuir a la reconciliación de un país despedazado, donde se habían instalado la impunidad, el terror y el silencio. Repetidas veces explicó la necesidad de romper el silencio, investigar la verdad sobre las violaciones a los derechos humanos y denunciar estas violaciones. Vio que era imposible avanzar hacia la paz y la reconciliación sobre la base del ocultamiento y de la mentira.
3. Mártires
Muchas veces son perseguidas aquellas personas que amarran sus vidas a la de Jesús Mesías. Lo reconoció San Pablo: "a todas horas" y "cada día estoy en peligro de muerte" (1Co 15,30.31). Enumera, en un impresionante listado de tribulaciones, dolores, penurias, persecuciones, golpes y riesgos, todo lo que tuvo que soportar a lo largo de su vida misionera (ver 2Co 11,23ss). De igual manera lo reconoció monseñor Gerardi, en el texto considerado como su testamento, del 24 de abril de1998: "Queremos contribuir a la construcción de un país distinto. Por eso recuperamos la memoria del pueblo. Este camino estuvo y sigue estando lleno de riesgos, pero la construcción del Reino de Dios tiene riesgos y sólo son sus constructores aquellos que tienen fuerza para enfrentarlos".
A partir de su nombramiento como obispo de Quiché, apareció con más claridad el signo de la persecución, que compartía con un pueblo levantado para exigir justicia social. "Si nos fijamos en la trayectoria de Monseñor Gerardi, especialmente desde que inició su ministerio como Obispo de El Quiché en Diciembre de 1974, podemos afirmar que estuvo marcada por el dolor y llanto de un pueblo, infligido por un sistema que, como dice Isaías dicta leyes injustas y con sus decretos organiza la opresión, despoja de sus derechos a los pobres e impide que se les haga justicia, deja sin nada a la viuda y roba la herencia del huérfano (Is 10,1-2)" (Ángel García-Zamorano).
Los asesinos planificaron atentar contra la vida de quien, muchas veces llorando, había tenido que enterrar a catequistas y sacerdotes de su diócesis. Solo el aviso de los catequistas de San Antonio Ilotenango, donde estaba preparada la trampa para atraparlo, le permitió salvar la vida en ese momento. Viajó a Roma para informar sobre esta situación y sobre el cierre temporal de la diócesis (1980) y, cuando a su retorno el Gobierno le vedó el ingreso a su país y comenzó su exilio en Costa Rica, se ve con nitidez la semejanza con los riesgos que corría el también perseguido Pablo de Tarso.
Durante la última etapa de su vida, como obispo auxiliar de la Arquidiócesis de Guatemala, mantenía su actitud com-pasiva con las víctimas, los perseguidos, los pobres. Dijo: "si el pobre está fuera de nuestra vida, entonces quizás, Jesús está fuera de nuestra vida". Esta doble opción, por Jesucristo y por los pobres, lo convirtió en un hombre peligroso para los defensores del poder y del dinero. Les daba rabia cuando iba a Ginebra, donde ante el foro de las Naciones Unidas contaba el dolor de los pobres en Guatemala y la violación sistemática de sus derechos humanos. Les dio rabia cuando, en el informe "Guatemala, nunca más" dio a conocer tales violaciones, narradas por las mismas personas que las habían sufrido. Quien desoculta la verdad, denuncia la impunidad y señala a los responsables de tanto crimen, se expone a la persecución. Juan Gerardi de Guatemala, como Pablo de Tarso, y como Jesús de Nazaret en cuya línea ambos querían caminar, se expusieron. Se pusieron "en la mirilla del jaguar" (Margarita Carrera). De ahí: la cruz, la espada, la piedra… Los tres fueron martirizados en las inmediaciones de los centros del poder.
Hay testigos que escucharon el grito de monseñor Gerardi, cuando lo mataron. Fue como el grito de Jesús en la cruz: en él resuenan los gritos de miles de mártires y perseguidos por haberse comprometido con la causa de la justicia, la verdad y la vida. Pero es también el grito escuchado por Dios, quien baja a liberar a su pueblo (Éx 3,7-8) y a resucitar a Jesús de entre los muertos. Y "si nos hemos identificado con él por una muerte como la suya, también nos identificaremos con él en la resurrección" (Rm 6,5).
Escuela de teología y pastoral Monseñor Gerardi, Guatemala, abril de 2009
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