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martes, 19 de mayo de 2009

Materiales Litúrgicos y Catequéticos: Ascensión del Señor

Publicado por Juan Jauregui

Monición de entrada

(A)
La Ascensión es la celebración de aquello que tantas veces repetimos en el credo: “Y está sentado a la derecha de Dios, Padre Todopoderoso”.
El que se va, el que se hace hoy ausente, no nos deja ni huérfanos ni abre una separación irreparable. La nube lo cubre y lo envuelve.
Y es ahora cuando los discípulos van a poder confesarlo como vivo y presente en medio de ellos. Y esto por la fuerza del Espíritu.
Es el Espíritu el que va a dotar de nuevos ojos, de nueva sensibilidad a los que creen en Él.
La Ascensión es una suerte, una gracia de salvación.
Se nos han abierto las puertas del cielo, algo nuestro está ya junto al Padre, en la persona de Jesús. Y es el momento de tomar la palabra, de tomar nuestra propia autonomía de creyentes. La partida de Jesús hacia el Padre acaba con todas las ilusiones infantiles. Ahora es el tiempo de la realidad creyente, madura.

(B)
Celebramos hoy la fiesta de la Ascensión de Jesús al cielo.
Jesús se va al cielo y ahora es nuestro turno. Nosotros tenemos que llevar a cabo la misión de Jesús; nosotros tenemos que continuar el trabajo que Jesús comenzó: Anunciar la Buena Noticia a los hombres y ser testigos del amor de Dios.
Pero, el Evangelio de Jesús sólo es Buena Noticia, cuando se practica, cuando se vive.
Si nosotros queremos convencer a otras personas de nuestra fe en Jesús, debemos vivir en conformidad con esa fe que tenemos.
Más que con palabras tenemos que convencer con hechos.

(C)
La Ascensión es el remate del camino recorrido por Jesús para salvar al hombre, un camino en el que los descensos y las elevaciones se cruzan y hasta se confunden.
El camino de Jesús lo debemos recorrer todos. Jesús ha completado su obra, pero nosotros tenemos que continuarla, aún queda mucho por hacer. Ahora empieza la tarea de la Iglesia y la era del Espíritu: Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo y seréis mis testigos... hasta los confines del mundo.

Saludo
Hermanos, que la gracia y la alegría del Señor resucitado esté con todos vosotros...

Pedimos perdón

(A)
Abramos nuestros corazones y confesemos nuestros pecados ante Dios, confiando en su perdón.

Por nuestras lamentaciones inútiles. SEÑOR, TEN PIEDAD...
Por nuestro mirar al cielo y cruzarnos de brazos. CRISTO, TEN PIEDAD...
Por nuestro sentirnos solos y no tener ojos para reconocerte vivo y presente entre nosotros por el Espíritu. SEÑOR, TEN PIEDAD...

(B)

Por ser hombres de poca fe. SEÑOR, TEN PIEDAD...
Por ser hombres de miras pequeñas. CRISTO, TEN PIEDAD...
Por ser hombres que nos quedamos parados. SEÑOR, TEN PIEDAD...

Aspersión (Si no hay acto penitencial)

Nuestro bautismo ha sido la puerta de entrada en la familia de los hijos de Dios; pero nuestra vida aún está llena de pecado y de egoísmo (Aspersión con el agua la pueblo...)

Que Dios todopoderoso nos purifique de nuestros pecados y que la celebración de estos misterios santos nos hagan participar más plenamente de la vida divina, inaugurada por Jesús al sentarse a la derecha del Padre. Amén.

Gloria

Al renovar nuestra fe en la vida de Dios que se nos ha comunicado por Jesucristo, cantemos el himno de gloria y aclamemos al Señor victorioso que alienta nuestra esperanza: Gloria a Dios...


Escuchamos la Palabra

Monición a la Lectura

Hay una recomendación, una promesa y una misión. La recomendación que sigan unidos. La promesa del Espíritu Santo, recibirán un baño de Espíritu. La misión de ser testigos de Jesús en todo el mundo. Marcha Jesús, pero deja “el testigo” al Espíritu Santo y a sus discípulos.

Lecturas del día…

Homilías

(A)
Muchos cristianos están equivocados con respecto al mensaje de la fiesta de hoy: No es la glorificación de Jesús, sino el envío solemne de sus discípulos a continuar su tarea.
“Id al mundo entero, curad enfermos, liberad a los poseídos...Proclamad la Buena Noticia...”
Jesús envía a continuar su tarea y dirige este envío a todos sus discípulos en la persona de los apóstoles. Esto quiere decir que Jesús, al enviar a aquel puñado de primeros discípulos, nos envía a ti, a mí, a tu familia, a tu grupo cristiano, a la comunidad. En los doce está representada la Iglesia de todos los tiempos. Y esto entraña un gran mensaje. Esto significa que para nosotros la vida es misión.
Jesús nos envía a continuar su tarea: construir el Reino, una sociedad mejor, más humana. Él ya ha cumplido; ahora nos toca luchar a nosotros. Pero no se ausenta ni nos abandona. Empeña su palabra: “Con vosotros me quedo hasta el fin del mundo”.
Cuando Pedro y Juan curan a un paralítico, testimonian: “No lo hemos hecho con nuestro poder, sino con el poder de Jesús de Nazaret, al que Dios ha resucitado”. Lo mismo dirá San Pablo cuando cura a un lisiado: “No he sido yo el que ha actuado, sino la gracia de Dios conmigo”.
Esto significa que, al ser enviados Cristo nos acompaña: Con vosotros me quedo, no para estar como testigo mudo, sino para actuar “en” vosotros, “con” vosotros y “por” vosotros.
¿Tenemos fe viva en esa presencia actuante y dinámica de Jesús en nosotros?
El relato de la ascensión nos recuerda que, a partir de su muerte y glorificación, nosotros somos su repuesto. Jesús no puede actuar sino a través de nosotros. No tiene más lengua que la nuestra para anunciar la Buena Noticia, sembrar esperanza, propiciar la reconciliación, alentar al deprimido, consolar al triste, orientar al extraviado, defender al difamado... Si los que hemos de prestarle nuestra lengua, no lo hacemos, Cristo, por nuestra culpa, será mudo. Jesús no tiene más manos para construir una sociedad mejor, para hacer de samaritano con los malheridos de nuestro entorno, ni para acariciar a los niños o abrazarles, que nuestras manos. Si nosotros nos negamos a prestárselas para la acción, lo convertimos en manco.
No son necesarias situaciones extremas para ser mediación de Jesús, para que él actúe en nosotros. Cuando con nuestra colaboración echamos una mano para que nuestra familia, nuestro entorno laboral, nuestra comunidad de vecinos funcionen mejor, cuando nos prestamos a ejercer la función de catequista o de animador litúrgico, cuando cogemos en nuestros brazos al abuelo parapléjico para costarlo, nos estamos prestando para que Cristo actúe a través de nosotros. Jesús no tiene más corazón para crear amistad, para suscitar comunión, para provocar alegría y confianza que nuestro propio corazón. Si nos negamos a prestarle nuestro corazón para amar, él aparecerá como un ausente, como un personaje perdido en la historia. Aquellos a los que quería haber satisfecho su ansia de amar y ser amados, se quedarán hambrientos de afecto, insatisfechos interiormente.
Esto implica un gran honor. No sólo los sacerdotes somos los mediadores de Cristo; lo somos todos y en todos los quehaceres. Hemos sido consagrados en el Bautismo y la Confirmación para ser mediadores de Jesús.
Y, por otra parte, esto supone una gran responsabilidad, ya que podemos impedir o facilitar la actividad del Señor. También a nosotros, como a María, el Señor nos pregunta si accedemos a que se encarne en nosotros y actúe a través de nosotros.

(B)

Un viejo relato de la Ascensión recogido por los Hechos de los Apóstoles termina con un episodio muy significativo. Los discípulos quedan con la mirada fija en el cielo donde ha desaparecido el Señor. Entonces se presentan dos varones vestidos de blanco que les dicen: “Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?”.
Probablemente, el relato trata de corregir la actitud equivocada de algunos creyentes. No es el momento de permanecer pasivos mirando al cielo, sino de comprometerse activamente en la construcción del reino de Dios, con la esperanza puesta en el Señor que un día volverá.
A los cristianos se nos ha acusado muchas veces, y con razón, de estar demasiado atentos al cielo futuro, y poco comprometidos en la tierra presente.
Hoy quizás las cosas han cambiado. No sabría decir si acertamos a comprometernos más responsablemente en la construcción de un mundo más humano. Pero, ciertamente, son bastantes los cristianos que han dejado de mirar al cielo.
Las consecuencias pueden ser graves. Olvidar el cielo no conduce automáticamente a preocuparse con mayor responsabilidad de la tierra. Ignorar a Dios que nos espera y nos acompaña hacia la meta final, no da una mayor eficacia a nuestra acción social y política. No recordar nunca la felicidad a la que estamos llamados, no acrecienta nuestra fuerza para el compromiso diario.
Por otra parte, obsesionados por el logro inmediato de bienestar, atraídos por pequeñas y variadas esperanzas, atrapados en la rueda del trabajo y el consumo, quizás necesitamos que alguien nos grite: “Creyentes, ¿qué hacéis en la tierra sin mirar nunca al cielo?”.
Los hombres hemos acortado demasiado el horizonte de nuestra vida. Nos contentamos con esperanzas demasiado pequeñas. Se diría que hemos perdido el anhelo de lo infinito.
No se trata de elevar nuestra mirada hacia un cielo salido de las manos del Creador como un acto de “magia divina”, sino de descubrir que Dios es Alguien que está llevando a plenitud todo el deseo de vida y felicidad que se encierra en la creación y en la historia de los hombres.
Creer en el cielo es recordar que los hombres no podemos darnos todo lo que andamos buscando. Y, al mismo tiempo, creer que nuestros esfuerzos de crecimiento y búsqueda de una tierra más humana no se perderán en el vacío. Porque al final de la vida no nos encontraremos sólo con los logros de nuestro trabajo sino con el regalo del amor de Dios.

(C)
Termina con la fiesta de la Ascensión la aventura terrena de Jesús. A través de los evangelios le hemos visto trabajar sin descanso para conseguir un objetivo: desvelar el rostro de Dios. Dárnoslo a conocer. Decirnos cómo y quién es Dios.
Con trazos firmes, Jesús, ha hecho caer todos los velos que oscurecían el verdadero rostro de Dios, convirtiéndolo en un ser lejano, frío y distante. Con pulso firme, Jesús, ha ido dando al rostro de Dios su auténtica fisonomía:
Un Dios amor, que entra en la vida del hombre pidiendo permiso.
Un Dios misericordia, que come con los pecadores y publicanos y mira al fondo del corazón y no a las apariencias., para encontrar allí los sentimientos capaces de purificarnos y renovarnos.
Un Dios liberador, que manda tirar la camilla, abandonar el bastón, dejar el sudario, triunfar sobre la parálisis de la muerte para empezar una nueva vida.
Un Dios capaz de mirar, sin avergonzarse, a la adúltera y de limpiarla con el brillo de su mirada.
Un Dios que se revela a los pobres y humildes.
Un Dios que ha llamado “bienaventurados” a los pobres, los mansos, los limpios de corazón, los misericordiosos, a los que se esfuerzan por conseguir la justicia...
Un Dios que quiere ser adorado en espíritu y en verdad y no exclusivamente en el templo, donde no siempre se encuentra la pureza de corazón.
Un Dios que no se manifiesta en el rayo y en trueno, sino en el misterio de la Cruz.
Un Dios que se aparece a la Magdalena para reconfortarla. A Tomás, para confirmarle en la fe; y que llamará bienaventurados a todos los que crean sin haber visto.
Un Dios que es vida, alegría, esperanza. Un Dios que quiere recorrer el mundo, ahora que está a punto de dejarlo y para conseguirlo reunirá a los que le acompañan y les dará el encargo de trabajar en la misma aventura que Él comenzó.
La Ascensión no es el final. Es sencillamente un capítulo más de la obra iniciada por Jesús. El momento en el que comienza la responsabilidad de la comunidad cristiana, es decir, nuestra responsabilidad de proseguir la tarea comenzada por Jesús.
“Id...” No nos quiere mirando al cielo, sino trabajando para que la tierra sea un cielo. Si Jesús se ha marchado, nosotros lo tenemos que hacer presente: ésa es nuestra misión y nuestro compromiso. A veces, nos quejamos de que Dios no escucha el clamor de los pobres. Tú, has de ser el oído de Dios y su mano amiga.
Jesús ya no está aquí, pero nosotros le prestamos nuestro cuerpo para hacerle presente. Jesús ya no tiene aquí sus manos, pero las nuestras le sirven para seguir bendiciendo, liberando, construyendo fraternidad. Jesús ya no puede recorrer nuestros caminos, pero nosotros le prestamos nuestros pies para acudir prontos a las llamadas de los pobres. Jesús ya no puede repetir sus bienaventuranzas, pero nosotros le prestamos nuestros labios para seguir anunciando la Buena Noticia a los pobres y la salvación a todos los hombres. Jesús ya no puede acariciar a los niños, curar a los enfermos, perdonar a los pecadores, pero nosotros le prestamos nuestro corazón para seguir estando cerca de todos los que sufren y volcar sobre ellos la misericordia de Dios.
Queda todavía mucho, muchísimo por hacer. Jesús necesita de todos nosotros. No ha llegado aún el momento del descanso. Ofrécele al Señor todo lo que puedas: quizá sea una oración o un dolor o una palabra o un servicio o un gesto de solidaridad. Todo vale, con tal de que sea hecho en el Espíritu.
Es el momento de nuestro compromiso. No podemos quedarnos mirando al cielo cuando hay tanto que hacer en la tierra.
No podemos rezar “venga a nosotros tu Reino”, si no ponemos nuestro esfuerzo para que sea realidad. No podemos esperar un cielo nuevo y una tierra nueva, si no hacemos algo por conseguirlo.
Hoy, litúrgicamente se apaga el cirio que nos ha iluminado durante este tiempo de Pascua, y que representaba a Cristo. Eso significa, que a partir de ahora, cada uno de nosotros, iluminados por la luz de ese cirio (Cristo), ha de ser ahora una pequeña antorcha que ilumine y encienda el mundo.


Oración de fieles

(A)
Dispuestos a ser testigos de Jesús por todo el mundo y ante toda persona, pidamos al Padre atienda la oración de su Iglesia, aún peregrina en el mundo.

Todos: Escucha, Señor, nuestra oración.

Por la Iglesia, para que nunca se quede mirando al cielo, sino a la tierra y a la vida de cada día, donde ha de mostrar el rostro de Dios. OREMOS...
Por los que nos llamamos cristianos, para que sepamos reconocer la grandeza de este nombre y vivir de acuerdo a esta dignidad. OREMOS...
Por los que rigen los destinos de los pueblos y las naciones, para que, uniendo esfuerzos y voluntades, cooperen en la búsqueda de la justicia y la paz.
OREMOS...
Por nuestra comunidad (parroquial), para que sea lugar de encuentro con el resucitado, de acogida de todos y de envío. OREMOS...
Para que las celebraciones sacramentales de este tiempo pascual (bautismos, primeras comuniones, confirmaciones) sean momento de renovación comunitaria y nos hagan más abiertos al Espíritu que actúa en nosotros y nos envía a ser testigos de Jesús y su evangelio. OREMOS...

Acoge, Padre, los buenos deseos que te presentamos y concede lo que con fe te pedimos, unidos a nuestro intercesor Jesucristo, que vive contigo por los siglos de los siglos. Amén.

(B)
Pidamos al Padre, por mediación de Jesucristo, que hoy sube al cielo e intercede por todos los hombres. Digamos: Por Jesucristo, escúchanos.

Que la Iglesia sea sacramento de la presencia salvadora de Jesucristo en el mundo. OREMOS...
Que los pobres del mundo sean evangelizados.
OREMOS...
Que los que viven en duro desierto y en valle de lágrimas sean liberados y consolados. OREMOS...
Que los que abundan en bienes sean solidarios.
OREMOS...
Que nadie pierda la fe y la esperanza. OREMOS...
Que agradezcamos la presencia de Jesús y deseemos llegar a su Reino. OREMOS...

Escúchanos, Padre, por Jesucristo, bendice a todos los que sufren y enciende en todos la esperanza de los bienes del cielo. Por JNS...

(C)
Jesús sube al cielo para interceder por nosotros. Por intercesión de Jesús, pedimos al Padre:

Para que la Iglesia sepa encender la esperanza en los hombres. ROGUEMOS AL SEÑOR...
Para que evangelicemos sabiendo responder a las necesidades del mundo. ROGUEMOS AL SEÑOR...
Para que cada uno de nosotros sea con su vida un signo de salvación. ROGUEMOS AL SEÑOR...
Para que seamos solidarios con los pueblos y con los hombres que luchan por su libertad y su dignidad. ROGUEMOS AL SEÑOR...
Para que estemos abiertos a la presencia de Cristo y sepamos descubrirla en nosotros y entre nosotros. ROGUEMOS AL SEÑOR...
Para que vivamos siempre en el camino del amor. ROGUEMOS AL SEÑOR...

Enciende, Señor, nuestra fe, para que podamos ser evangelizadores y salvadores del mundo, continuando tu obra entre nosotros. Por JNS...

Presentación de ofrendas

A) Presentación de una Biblia, un grupo de jóvenes y un anciano

(Esta primera ofrenda consiste en reconocer la presencia de Jesús, tras su Ascensión a los cielos en su palabra, en la comunidad y en la caridad. Alguien distinto hace una presentación general y, después, de uno en uno, presentan las tres ofrendas)
Señor, en nombre de esta comunidad reunida para celebrar la fiesta de la Ascensión de tu Hijo a los cielos, quiero ofrecerte nuestra disponibilidad y sensibilidad para reconocerle presente en sus múltiples y diversos signos de su presencia. Que no se nos cierren, Señor, ni los ojos de la fe ni de nuestros corazones, para seguir captando entre nosotros tu presencia.

La Biblia: Señor, yo te traigo hoy esta Biblia, que es tu misma Palabra, y lo hago en expresión de nuestro compromiso y de nuestra ofrenda a hacer de ella el eje de nuestras vidas y de nosotros, sus oyentes permanentes. Así, permaneceremos unidos a Ti a través de la escucha de tu Hijo.

Un grupo de jóvenes: Mira, Señor, nosotros, ya lo ves, somos un grupo de jóvenes de esta comunidad. Venimos en nombre de todos, para hacer manifiesta nuestra disponibilidad a aceptar la presencia de tu Hijo en ella. Queremos comprometernos a tomar las decisiones de la comunidad como si fueran de tu propio Hijo.

Un anciano: Aquí me tienes, Señor, como símbolo de la caridad que reina en nuestra comunidad y de su compromiso a atender y a servir a los más necesitados. Tú bien sabes lo poco que podemos y valemos los ancianos. Sin embargo, tanto en mi familia como en la comunidad siento y vivo el cariño de todos. Haznos, Señor, sensibles a todos ante las necesidades de los otros.

B) Presentación de un Globo terráqueo
(Esta ofrenda la puede hacer uno de los catequistas de la Parroquia)

Señor, si en la ofrenda anterior hemos hecho visible la presencia de tu Hijo en la liturgia y en la caridad. Ahora, con este globo terráqueo quiero, en nombre de toda la comunidad, manifestar nuestro compromiso misionero y evangelizador. Además, sabemos que tú nos darás la fortaleza que precisamos para realizarlo, y para hacerlo con alegría y entusiasmo.

Plegaria Eucarística

Tenemos el deber de darte gracias
siempre y en todo lugar,
pero en este día en que Cristo sube y se sienta
a tu derecha, oh Padre,
nuestra gratitud es sin límites.
Te damos gracias por ese destino insospechado
que has querido para nosotros
y que has dado a tu Hijo, Jesús.
Nos has sacado de la nada,
nos has hecho vivir
y nos espera una vida eternamente a tu lado.
Con todos los que aquí te llaman, Dios y Señor,
nosotros unimos nuestras voces y proclamamos:

Santo, Santo, Santo...

Padrenuestro
Hermanos, en la esperanza de alcanzar nosotros también la gloria y la herencia de los hijos de Dios que Jesús ha conseguido, digamos, llenos de confianza, la oración de Jesucristo: Padre nuestro...

Nos damos la paz
Signo de su resurrección es el saludo de la paz, con el que Jesucristo se mostraba a sus discípulos. Unamos hoy nuestras manos y saludémonos con el gesto de la paz, pues así haremos presente al Señor en medio de nosotros. Que la paz del Señor esté con todos vosotros...

Compartimos el pan
Si el Señor ascendió a los cielos nos ha dejado signos diversos de su presencia, se quedó sacramentalmente en el pan de la Eucaristía para ser alimento y fortaleza nuestra. Éste es el Cordero de Dios...

Bendición

Al terminar nuestra celebración recordemos el mandato de continuar su tarea y realizar sus mismos signos de liberación. Y recordemos que Él está junto a nosotros, por medio de su Espíritu, dándonos la fortaleza que no tenemos.

Que la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre vosotros. Amén.

V/. Podéis ir en paz
R/. Demos gracias a Dios.

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