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sábado, 13 de junio de 2009

Apoyo para la Homilía y la Reflexión personal: Solemnidad de Corpus Christi

Las comidas de Jesús con pecadores.
Por José Enrique Ruiz de Galarreta, S.J.

En la Fiesta del Cuerpo y Sangre de Cristo podríamos referirnos a muchos temas importantes, y especialmente a la caridad fraterna. Pero esta vez nos vamos a fijar especialmente en la celebración de la Eucaristía.

TEMAS Y CONTEXTOS

EL LIBRO DEL ÉXODO
En la primera lectura se hace referencia a la Alianza. Una alianza se sellaba siempre con el sacrificio, que constituía algo así como comprometerse ante los dioses. En la Alianza de Dios y el Pueblo, el sacrificio sella la Alianza. La víctima inmolada y la sangre derramada son vínculos, atan y comprometen a una parte con otra, indisolublemente. Todo esto muestra un estadio muy primitivo de la religiosidad de Israel: el Pacto. Se entienden las relaciones con Dios como un pacto de amistad entre dos: Dios y el pueblo. Cada uno cumple su parte: Israel permanece fiel a Dios cumpliendo sus leyes morales y rituales; Dios protege a Israel para que conserve su tierra y su templo entre todos los pueblos. La ceremonia representa este pacto y se sella con sangre, según la costumbre primitiva.
De la misma manera, la comunidad cristiana que aún depende fuertemente de su religiosidad judaica, entiende la Alianza realizada en Jesús, la Nueva y perfecta Alianza Dios-hombre, sellada en su Cuerpo y su Sangre. Pero todos estos signos no nos sirven hoy absolutamente para nada. Son una prehistoria de nuestra fe tan lejana que más que aclararla la enturbian. En Jesús hemos conocido a Dios Padre, engendrador y amante. Jesús, el hombre lleno del espíritu, entrega su vida hasta el límite y en eso conocemos el amor de Dios. ¿Qué añade a esto la idea de "pacto", "alianza sellada con sangre" y otras expresiones anticuadas y provisionales?.
Absolutamente nada.


LA CARTA A LOS HEBREOS
La lectura de la carta a los Hebreos vuelve a hacer lo mismo: retomar un tema que para la espiritualidad judaica tenía importancia, y mostrar a Jesús como cumbre y plenitud de esa línea. El Sumo Sacerdote penetraba en el Santuario para ofrecer el sacrificio de un animal como expiación por los pecados del pueblo. Sobre esta imagen se muestra la superioridad de Cristo como Único y Eterno Sacerdote y de su sacrificio, que es Él mismo, entregado por nosotros. Leyendo este texto nos sentimos como ante la lectura del Éxodo, o peor todavía. El fragmento más intolerable es sin duda el siguiente:
"Pues si la sangre de machos cabríos y de toros y la ceniza de vaca santifica con su aspersión a los contaminados, en orden a la purificación de la carne, ¡cuánto más la sangre de Cristo, que por el Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios, purificará de las obras muertas nuestra conciencia para rendir culto a Dios vivo!"
Hay que hacer maravillosos equilibrios para despojar al texto de su significado obvio y poder aplicarlo a la Eucaristía. Ante todo, porque parece decir que la mera aspersión de sangre y cenizas de vaca tenía algún efecto espiritual. Y además, porque la aplicación directa a Jesús reduce la obra salvadora a un efecto cuasi-mágico, como si el derramamiento de su sangre nos salvara "desde fuera", por una aspersión purificatoria.


SOBRE LAS DOS LECTURAS EN CONJUNTO
La gran ruptura de la iglesia con el judaísmo reflejada en los Hechos de los Apóstoles tuvo un ámbito muy especial en el culto. Ya en vida de Jesús, los evangelistas jamás presentan a Jesús ofreciendo sacrificios ni asistiendo a los sacrificios del Templo. Y en cuanto se constituye la comunidad cristiana, y mucho más cuando se establecen comunidades cristianas fuera de Jerusalén, el Templo y sus sacrificios desaparecen por completo sustituidos por la celebración de la eucaristía, que no tiene nada que ver con los sacrificios de la antigua Ley.
Pero hemos retrocedido en la celebración de la eucaristía, y hemos vuelto a explicarla - en ámbitos teológicos - desde dos dimensiones completamente superadas por Jesús: el sacrificio ritual y la presencia de Dios en el Templo, olvidando las dimensiones primeras y primarias de la eucaristía que son la comida fraternal y el recuerdo de Jesús en el signo del pan y del vino. En realidad, las palabras "este es mi cuerpo", "esta es mi sangre de la alianza derramada por muchos" más bien pueden entenderse como una abolición de los ritos antiguos que como una continuación o consumación.
Como sugerencia práctica, cambiar las lecturas, al menos las dos primeras.
Podrían resultar bien las de los ciclos A y C.
Ciclo A, 1ª: Deut 8: 2.3,14-16. 2ª: 1Cor 10:16.17
Ciclo C. 2ª: 1 Cor 11: 23-26
Se podría utilizar el evangelio del Jueves Santo (lavatorio de los pies)
Podría utilizarse el episodio del maná ( Éxodo 16).


EL EVANGELIO DE MARCOS
Este texto pretende acercarnos al momento de la “institución” de la eucaristía, a la última cena de Jesús, despidiéndose de sus amigos, y al momento en que quiso que le recordáramos en el signo del pan y el vino. El texto presenta la cena de Jesús como Cena Pascual, aunque históricamente es difícil que lo fuera, pero las comunidades cristianas le dieron pronto esta interpretación, entendiendo a Jesús desde el símbolo del cordero inmolado.



RE FLEXIÓN

LA EUCARISTÍA - ALIANZA - SACRIFICIO - SACERDOCIO

La validez de todos estos signos para nosotros es bastante cuestionable. Un signo es bueno cuando no hace falta explicarlo. Si hace falta explicarlo, si no es comprensible por sí mismo, pierde valor. Nos encontramos pues con signos antiguos que entre nosotros apenas son significativos. La Pascua, la Alianza, el Santuario.... el incienso, la imposición de manos, el aceite, las arras, la abstinencia de carne, la ceniza....
Tendríamos que revisar si todos estos signos, o símbolos siguen teniendo validez.
Es incluso posible que algunos de estos signos deban ser profundamente modificados en su aplicación a Jesús. Concretamente, el viejo rito de la vaca cuyas cenizas purifican al pueblo nos suena mucho más a rito mágico que a acto religioso, y su aplicación a la sangre de Cristo nos resulta tan sumamente lejana y hasta inapropiada que incluso sería oportuno omitir esta lectura, tan difícil de entender por una persona de nuestra cultura.
Lo que sigue teniendo validez, porque constituye el centro del mensaje, es la Revelación de Dios que subyace a todos estos símbolos. En Jesús vemos al hombre lleno de Dios, entregado al reino, hasta la muerte. Y este es el centro de la Celebración. El pan y el vino son los signos de esa entrega, elegidos por el mismo Jesús. Es interesante recordar que el centro de la celebración pascual era el cordero, que no aparece por ninguna parte en los relatos de la cena en ninguno de los evangelios. Así pues, Jesús no quiso ese signo, sino el del pan y el vino. Y en esos signos recordamos su entrega y renovamos la nuestra.


LOS RELATOS DE LA CENA

En el Nuevo testamento tenemos cuatro relatos de la “institución” de la eucaristía: en Mateo 14,22, Marcos 14,12, Lucas 22,14 y 1 Corintios 11,23. (Sabemos que el cuarto evangelio omite este relato) De la lectura de estos textos se desprende claramente que nos encontramos ante dos fuentes. Mateo y Marcos copian literalmente una de ellas. Lucas utiliza otra muy semejante, aunque parece claro para los Escrituristas que Lucas conoce a Marcos, y que la última redacción de Marcos incorpora elementos de Lucas y aun de Pablo. En todas ellas sin embargo aparece el mismo contenido básico. "Después de cenar - la acción de gracias - el pan y el vino = mi cuerpo y mi sangre entregados por vosotros". La consecuencia de todo esto es bastante clara: desde el principio, la comunidad cristiana se muestra fiel al encargo de Jesús y celebra "La Cena del Señor" o "La Fracción del Pan", en casas particulares, como reunión distintiva de los fieles. Así se muestra en los hechos de los Apóstoles.
"Día tras día, con un solo corazón, frecuentaban asiduamente el Templo y partían el pan en sus casas......."(2,42)
Del mismo modo, en las instrucciones que da Pablo a las comunidades para la celebración de la Cena del Señor, especialmente en 1ª Corintios.
La Cena del Señor se constituye, pues, desde el principio, como el momento central de la Asamblea, de la Comunidad. Presidida por los Apóstoles o por los que los mismos Apóstoles o la comunidad designa, adquiere desde el principio un carácter que va a ser mantenido: la cena fraterna, la lectura de textos de los Evangelios, de la Escritura, de las Cartas, la oración, la Acción de Gracias, la participación en el Pan y el Vino en Memoria del Señor. Esta es la primera celebración Eucarística, claramente apartada del culto del Templo, fuertemente centrada en la reunión y la memoria del Señor en el signo de comer el Pan y beber la Copa.
El contexto de Pablo en Corintios, sin embargo, es más amplio que el recuerdo de la mera institución. Va encaminado a la Unidad del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia.
La carta a los Corintios pretende ante todo mejorar la celebración de la Asamblea Eucarística, que creaba fuertes divisiones. Por ello, el relato de la Institución se toma como punto de partida para recordar a la comunidad de Corinto lo que está celebrando en la Asamblea, y para insistir en la Unidad del Cuerpo de Cristo, constituido por la Comunión con El: un Pueblo, un Cuerpo, una Vid, cuya unidad viene de Jesús.


CONCLUSIONES.

1.- Los signos no son más que signos. Los signos se refieren a la realidad que representan, no son ellos la realidad. La realidad es Dios Salvador, Jesús en quien vemos a Dios entregado a nuestra Salvación, la Comunidad que recibe de Jesús el Espíritu de Hijos salvados y salvadores.... Lo demás, la manera de visualizar, de celebrar....son signos.
Derramar sangre, comer la carne... todas estas maneras de expresarse u otras semejantes las usamos también para expresar nuestra entrega cotidiana a algo. Y cuando expresamos una entrega incondicional por amor, por ejemplo en el trabajo de los padres por los hijos, o en la entrega de los enamorados, usamos estas expresiones.
La muerte cruenta de Cristo se presta a interpretarla como si ésa fuera su obra de salvación, ése el Sacrificio expiatorio. Pero debemos ampliar el concepto: la encarnación, el trabajo, la palabra... eso es el sacrificio de Cristo, que culmina, como en todos los hombres, en la muerte. Su aceptación de vivir hecho hombre conlleva la aceptación de morir; no son cosas diferentes. Pero la muerte en cruz es más plástica, se parece a lo más externo de los ritos arcaicos de sacrificio. Recordemos: Jesús en el pesebre de Belén, en las bodas de Caná, charlando con la Samaritana... es tan Redentor como en la cruz.

2.- El concepto de Redención, de tanta utilización en la iglesia, ha producido también un peligro. Redimir es estrictamente pagar la deuda de otro, pagar el rescate para sacarlo del cautiverio. (Redención de deudas, redención de cautivos ).
Se corre el riesgo de entender la Salvación de una manera un tanto jurídico - mercantil. Los hombres tienen una deuda con Dios: Cristo paga esa deuda con su sangre: estamos en paz. Es una imagen que para algunas generaciones ha servido.
Pienso que a nosotros ya no nos sirve, especialmente por dos aspectos profundos:
- porque la imagen de Dios es muy lejana al Dios de Jesús. Dios cobra, el hombre no puede pagar, Cristo paga a Dios por el hombre.... No nos va, no va por ahí el mensaje del Evangelio, este Dios que cobra el perdón no es Abbá.
- porque el pecado es concebido de una manera falsa y muy exterior. El pecado no es una deuda contraída, es mi cruz de la que Dios quiere salvarme. Por eso, Jesús Libertador Salvador es mucho más que Jesús Redentor. Es una asignatura pendiente de la teología hacer teología del pecado desde Jesús, desde sus hechos y dichos, no desde consideraciones jurídicas ajenas a la Buena Noticia.

3.- La Eucaristía entendida como la Actualización del Único Sacrificio de Cristo tiene el grave peligro de entender que el sacrificio de Cristo es la cruz, y que el Sacrificio no es la vida sino el acto sacrificial. En nuestra cultura no hay sacrificios rituales. Haríamos bien en alejarnos de esta imagen, que más bien nos confunde.
Volvamos al texto siguiente, de la carta a los Hebreos:
"Pues si la sangre de machos cabríos y de toros y la ceniza de vaca santifica con su aspersión a los contaminados, en orden a la purificación de la carne, ¡cuánto más la sangre de Cristo, que por el Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios, purificará de las obras muertas nuestra conciencia para rendir culto a Dios vivo!".
Es evidente el fuerte peligro que ofrece de interpretarlo en un sentido mágico, especialmente si no nos fijamos en el sentido del final.
Por otra parte, si esta concepción teológica de la redención significa que la sangre de Cristo es el precio exigido por el Padre para otorgar el perdón, esto no tiene nada que ver con Abbá y nos lleva a una interpretación del perdón judicial: no es perdón sino justicia cruel.
4.- La Eucaristía es la asamblea de los cristianos, en la que se celebra la Fe, la Unidad y el Compromiso en el signo de participar del Pan y el Vino, como Jesús nos encargó que hiciéramos. Es el Sacramento de la Unidad de los hombres con Dios manifestada y producida en Cristo. Cristo es pan y vino y agua y luz y pastor y médico y puerta.... Y, al despedirse, eligió el pan y el vino como signo de su naturaleza humana, de su entrega, y nos urgió a participar de su naturaleza y de su entrega expresándola en compartir el pan y el vino.

Cuando celebramos la Eucaristía:
- celebramos la Iglesia, nuestra unidad producida porque somos de Jesús y el mismo Espíritu de Jesús está en nosotros.
- celebramos con esto, al empezar, el perdón, que es poco decir, porque ya sabemos que el Padre es mucho más que perdón. Pero celebramos siempre, para empezar, el abrazo del Padre a los hijos que vuelven a casa.
- la lectura de la Palabra es para renovar nuestra fe y para provocar la oración. La Fe a la Palabra es la fuerza de nuestra vida cristiana.
- las ofrendas tienen sentido múltiple. El más profundo, que lo que se consagra a Dios es lo que nosotros llevamos a la Eucaristía, por lo que es "nuestro pan y nuestro vino" lo que transformado. Nuestra vida es transformada en la unión con Cristo.
- esta unión se representa y se realiza al comulgar. Comer juntos, comer de Cristo, beber de Él... estamos significando y produciendo el cambio de nuestra vida, producido por nuestra adhesión a Jesús.
- Y todo ello, como una total ACCIÓN DE GRACIAS.
El sacrificio, la presencia real, el sacerdocio, la alianza..... Hay muchas maneras de expresar, hay muchos signos. Nos importa lo que hay debajo, lo que se expresa en los signos. Y nunca nada de magia, de misterio para iniciados, de sacerdocio de interposición... Todo lo que suene a eso desvía de la línea de Jesús. Todo esto, finalmente, no porque ahora nos guste más entenderlo así, sino porque así se desprende de una lectura a fondo de La Palabra.


PARA NUESTRA ORACIÓN

La iglesia celebra hoy el día del amor fraterno, de la caridad. Esto suele reducirse a que la colecta de la misa se da a instituciones de caridad, sin más. Pero es una buena idea subrayar este aspecto, y merece la pena destacarlo.
Como el evangelio de Juan sustituye la "institución" de la Eucaristía por el lavatorio de los pies, nuestra religiosidad y nuestra celebración de la eucaristía necesitan sustituir los aspectos excesivamente dogmáticos por los compromisos de vida. Hacemos lo mismo que los judíos, en el famoso sermón del pan de vida: Jesús se les estaba ofreciendo como alimento único de su religiosidad, como sustitutivo de la vieja Ley simbolizada en un maná que no daba la vida. Ellos lo entendieron elucubrando sobre cómo se podían comer la carne de Jesús. Jesús ofrecía un modo de vivir, el Reino. Ellos entendían una heterodoxia doctrinal. Y le abandonaron.
Nosotros damos una extrema importancia a la ortodoxia. Es escalofriante el famoso prefacio de la Santísima trinidad. Lo son también las oraciones de la misa de ese día.
Todo se reduce a mantener la doctrina correcta. En la eucaristía, lo importante es creer en la transubstanciación y la presencia real.
Y no es verdad. Por muy correctamente que profesemos la fe ortodoxa en la presencia real, si nuestras eucaristías no son reuniones fraternales de oración y compromiso, que produzcan el efecto visible de una mayor unión de la comunidad, entre sí y con Jesús, y un compromiso más eficaz en el servicio del Reino, por muy ortodoxa que sea nuestra profesión de fe, nuestras eucaristías serán falsas.
Por eso, que el día de hoy sea proclamado "día del amor fraterno" es un acierto estupendo. Y haríamos bien en cambiar todas las lecturas de la Misa para dejar claro el sentido último de la celebración: celebramos el amor de Dios visible en el cuerpo de carne y sangre de Jesús, entregado por amor, en el que hemos conocido el amor que Dios nos tiene. Celebramos nuestra condición de hijos y de hermanos en Jesús. Nos alimentamos solamente del pan de Jesús, y nos alimentamos para trabajar, para ser en la vida lo que Jesús fue, presencia constructora del Reino. Verdaderamente, el amor, el amor de Dios y el amor fraterno, es lo que celebramos en la Eucaristía. En el recuerdo de Jesús.

PARÁBOLA DEL PAN Y DEL VINO

En la fiesta de hoy, la iglesia no conmemora propiamente la eucaristía; es la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo, la fiesta del pan y del vino. Muchas veces, los cristianos centramos la celebración en la adoración de la presencia real de Cristo en el pan (el vino suele brillar por su ausencia). Nos perdemos lo mejor. Lo mejor está, como siempre, en las parábolas, en el sentido parabólico de las expresiones. Como Jesús, al hablar del Reino, decía: ¿a qué compararemos el Reino? .. El Reino se parece a …”, de esa misma ,manera podemos decir que el cuerpo y la sangre de Cristo son como … el pan y el vino. Vamos a meditarlo desde esa óptica.
El pan y el vino son dos símbolos constantes en la predicación de Jesús. El grano de trigo enterrado y muerto para dar fruto, la pizca de levadura que fermenta una gran masa, la multiplicación de los panes, el pan vivo bajado del cielo; el vino de Caná, el vino nuevo que rompe los odres viejos…
El pan, nacido de granos de trigo sembrados, muertos, multiplicados, molidos, amasados, fermentados por la levadura, para ser alimento de muchos, para convertirse en los que lo comen. Los granos de uva, milagros de la vida en la vid, machacados también y estrujados, que también fermentan en la oscuridad para ser bebidos y dar fuerza y alegría a los que beben.
El grano de trigo, los granos de uva, el pan y el vino enlazan con lo mejor y más profundo de las parábolas. Todo esto nació también, de la contemplación, y podemos imaginarlo. Colinas de Galilea, sembradas de trigo, Abril año 28. Los ojos de Jesús contemplando la resurrección de los granos de trigo enterrados en otoño. El grano olvidado en el granero está muerto. El grano que muere en la tierra resucita en los verdes brotes que serán espigas, portadoras de muchos granos. Otoño. Fiesta de la vendimia en los pueblos de Galilea. Los racimos arrancados de su madre la vid. Los racimos pisados sin piedad, estrujados, exprimidos, fermentados en la oscuridad de las cubas. El milagro del vino. La casa de Cafarnaúm. Al atardecer. El grupo de Jesús alrededor de la mesa. Compartiendo la Palabra y el Pan. El pan, los granos de trigo molidos, amasados, abrasados al horno. El pan va a morir. Lo comen y ya no existe. El triunfo del grano de trigo es desaparecer para que el que lo come tenga vida. La copa de vino que corre de mano en mano. El vino que alegra el corazón de todos. El triunfo de los granos de uva que mueren para ser alegría.
El pan y el vino tuvieron el honor de ser elegidos como la parábola de las parábolas, en la cena de despedida de Jesús. Muchas cosas habría encima de la mesa en aquella cena. Cordero (si fue una cena pascual), verduras, salsas, candelabros para iluminar la estancia … muchas de ellas habían sido ya elegidas como símbolos del Mesías: el cordero inmolado, la luz que resplandece en las tinieblas. Pero aquella noche, los ojos de Jesús se fijaron en signos más sencillos, el pan y el vino. Jesús se sintió pan, se sintió grano de trigo enterrado y muerto para ser fecundo, hogaza fermentada por el Viento de Dios para que muchos tuvieran alimento. Se sintió grano de uva estrujado y exprimido, fermentado hasta ser vino generoso que enciende el espíritu del que lo bebe.
Y se sintió pan y vino compartido por muchos, alrededor de una mesa de hermanos que al compartir el pan y el vino con él mismo se sentían más hermanos, compartían con él su entrega para ser pan y vino para muchos.
Jesús no fue un grano de trigo conservado en un viril para ser adorado.
Jesús no fue un frasco de vino precioso reservado por su dueño para admirar a los huéspedes. Jesús no fue pan y vino desde aquella cena de despedida. Jesús leyó durante la cena su vida entera, como se lee la vida en la inminencia cierta de la muerte, y se interpretó a sí mismo con la más bella de todas las parábolas.
Así, la cena de despedida de Jesús coronó todas sus comidas/cenas con pecadores, en las que se sembraba y se derramaba, con riesgo de su prestigio y de su vida, aquellas comidas que expresaban con perfección toda su forma de vivir: sembrarse en cualquier terreno, aunque estuviera lleno de piedras y de cardos, a voleo, generosamente, sabiendo que sería pisado, ahogado por las zarzas, rechazado por la tierra endurecida por la sequía. La cena de despedida resumió en el pan y en el vino la vida entera de Jesús, su estilo, su concepción del Reino, el modo de proceder de los que quisieran seguirle, su imagen de Dios.
Por eso los que se atrevieron a seguirle, los que después de verle morir en la cruz vencido y humillado se atrevieron a proclamar que Dios estaba con él, significaron también toda su fe y su modo de vida compartiendo el pan y el vino en un recuerdo que hacía presente a Jesús, que invitaba a la comunión con él y con todos los que se reunían alrededor de la mesa. Y allí, alrededor de la mesa, cada uno presenta y ofrece su grano de trigo y se presenta a sí mismo como grano de trigo entregado con Jesús y como Jesús, para que haya más vida en el mundo.
Es estremecedor pensar en la profundidad de la imagen del pan y del vino y su enorme superioridad sobre la idea de sacrificio ritual de una víctima sustitutoria. El verdadero sacrificio de Jesús no fue solamente ser cordero inmolado en la cruz, sino ser grano de trigo sembrado desde que se dejó llevar del Espíritu, allá en el Jordán, desde el entorno del Bautista.
El cordero es una imagen sangrienta, espectacular y momentánea. El grano de trigo es una imagen cotidiana, desapercibida, constante. El sacrificio del templo es oficiado por el sacerdote y contemplado por los demás. El grano enterrado es cada uno, todos los días, como sacerdote de su propio sacrificio que es toda su vida.
Y no es bueno que se mezclen, porque el sacrificio del cordero inmolado por el sacerdote tiene el atractivo de los espectáculos cultuales, y sus resplandores hacen olvidar fácilmente al grano cotidiano, enterrado en silencio.


DE LA PLEGARIA EUCARÍSTICA V

Te damos gracias y te bendecimos, Dios santo y fuerte
porque estás siempre con nosotros en el camino de la vida.
Tú nos invitas a escuchar tu Palabra
que nos reúne en un solo cuerpo
y mantenernos siempre firmes
en el seguimiento de tu Hijo.
Porque sólo Él es el camino
que nos conduce hacia Ti, Dios invisible
la verdad que nos hace libres,
la vida que nos llena de alegría.
Por eso, Padre,
porque tu amor es grande para con nosotros,
te damos gracias por medio de Jesús, tu hijo querido,
y proclamamos la obra de tu amor:
que Cristo, tu Hijo,
a través del sufrimiento y de la muerte en cruz
ha resucitado a la vida nueva,
ha sido glorificado a tu derecha.
Dirige tu mirada, Padre santo, sobre tus hijos,
derrama sobre nosotros el espíritu del amor,
el espíritu de tu hijo.
Danos entrañas de misericordia ante toda miseria humana.
Inspíranos el gesto y la palabra oportuna
frente al hermano solo y desamparado.
Ayúdanos a mostrarnos disponibles
ante quien se sienta explotado o deprimido.
Que tu Iglesia, Señor, sea un recinto de verdad y de amor,
de libertad, de justicia y de paz,
para que todos encuentren en ella
un motivo para seguir esperando.
Y cuando termine nuestra peregrinación por este mundo
acógenos también a nosotros en tu Reino
donde esperamos gozar todos juntos
de la plenitud eterna de tu gloria.
En comunión con María, la Madre de Jesús,
los apóstoles, los mártires y todos los santos,
te invocamos, Padre y te glorificamos, por Cristo, Señor nuestro.


FIN DEL TIEMPO DE PASCUA. EN ADELANTE, ENTRAMOS EN EL “TIEMPO ORDINARIO”, UNA SERIE DE DOMINGOS EN QUE NO CELEBRAMOS NINGUNA FIESTA ESPECIAL, SINO “LA EUCARISTÍA EN EL RECUERDO DE JESUS”.

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