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martes, 16 de junio de 2009

Con el Corazón de Jesús... sin corazonismo patriotero

Por Juan Masiá Clavel sj
Publicado por Vivir y Pensar en la Frontera

Hoy ya no se canta la estrofa del nacional-catolicismo: “Reinará en España más que en todo el resto del mundo”. Hoy sería al revés: “Hará a España salir de sí misma, para abrirse al reinado de Dios en el resto del mundo”.

“Reinará en España” fue uno de los lemas emblemáticos del “corazonismo monárquico pseudopiadoso”. Evoca lo que, en los años sesenta se leía en la solapa del pasaporte del estado español: “Recuerda, decía, que como español ostentas una dignidad sin igual”.

Ante la anunciada ceremonia “patriótico-ideológica” de la consagración de España al Corazón de Jesús en el Cerro de los Ángeles, será oportuno distinguir entre el Corazón de Jesús sucedáneo (el del corazonismo nacional-católico) y la espiritualidad del Corazón de Cristo. Una cosa es el “café-café” y otra los sucedáneos descafeinados.

Rahner escribió hace medio siglo sobre la espiritualidad del Corazón de Cristo como antídoto contra las desviaciones en el modo de entender y practicar la espiritualidad de los Ejercicios ignacianos. Decía el teólogo alemán que, sin la premisa mística y el acompañamiento crítico, los grandes temas de la pedagogía espiritual ignaciana (por ejemplo, el “magis” de “la mayor gloria de Dios”, la “indiferencia”, la “tercera manera de humildad”, el “sentir con la iglesia”, etc...) se pueden convertir en un arma de dos filos que origina extravíos y engendra violencias.

Dicho artículo no tendría hoy mucha garra para invitar a su lectura. Se titulaba “Espiritualidad ignaciana y devoción al Sagrado Corazón” (Revue d‘ascétique et mystique, 35, 1959, 147-166). Como antídoto contra los autoengaños, proponía Rahner redescubrir una devoción, cuyas exageraciones empezaban ya en aquellas fechas a ser cuestionadas.

Uno los autoengaños de la religión bajo capa de bien (sub angelo lucis, decía Ignacio) es la cohabitación con el poder (político, empresarial o ideológico). La justificación del militarismo nacional-sintoísta por parte de monjes del Zen durante la guerra del Pacífico o las bendiciones de la guerra como cruzada “por Dios, por la patria y el rey”, por parte de obispos españoles durante la época del nacional-catolicismo, son muestras de una religión al servicio del patriotismo ideologizado, como en algunas interpretaciones cuestionables de la jihad islámica.

El Cerro de los Ángeles queda como símbolo de una de esas desvirtuaciones de la religión al ayuntarse con el poder.

Pero mis reflexiones críticas van dirigidas contra los sucedáneos “corazonistas”, no contra la auténtica espiritualidad de la confianza (propia de la devoción al Corazón de Cristo, con la que siempre me he identificado y me identifico muy especialmente como jesuita) a que invita la Buena Noticia de Jesús sobre la misericordia.

Acabo de releer la selección de textos del P. Pedro Arrupe sobre el Corazón de Cristo, publicada por el Secretariado del Apostolado de la Oración con el título En Él solo... la esperanza, Roma, 1983, con un prólogo de Karl Rahner. Pedro Arrupe (1980) cita a Teilhard de Chardin (1891-1955), admirado por su conjunción de ciencia y mística, biología y teología.

El corazón de Cristo, en el centro de la espiritualidad del jesuita francés, pionero ya antes del Concilio Vaticano II, conectaba con el “punto Omega” del universo, que el paleontólogo y teólogo del “Medio divino” concebía como “fuerza centrífuga de amor acogedor” y “fuerza centrípeta de amor sin fronteras”. Unos meses antes de morir, este pensador de convergencias acuñaba en su diario esta fórmula de su intuición científico-mística: “El gran secreto y la gran síntesis es que hay un corazón del mundo (un hecho de reflexión) y este corazón del mundo coincide con el corazón de Cristo (un hecho de revelación). Dos caras de un misterio: el centro de convergencia en que se concentra el universo y el centro cristiano, el corazón de Cristo”(Diario, VI, p. 106).

Sintonizando con la intuición de Teilhard, el P. Arrupe veía el resumen de todo el Nuevo Testamento en la “relación Corazón de Cristo y corazón humano” (id.,n.7) y el centro de esta relación en el amor que capacita para la esperanza (id., n.12), título de dicha antología: “En Él solo... la esperanza”.

Sus reflexiones sobre la espiritualidad de la confianza se pueden agrupar en cuatro bloques: 1) Esperanza agradecida. 2) Esperanza comunicativa. 3) Esperanza crítica. 4) Esperanza contra toda esperanza. Corresponden a experiencias repetidas en su biografía:

1)Experiencias de dejarse querer y ser querido . Vivir la benevolencia divina a través de la experiencia concreta de ser querido intensamente por diversas personas, que nos capacitamos para querer y sembrar cariño. Al reconocernos bien queridos, nos animamos a más y mejor.

2)Experiencias de transmitir y comunicar cariño, quitar miedos, infundir ánimos, transmitir acogida humana y benevolencia divina.
3)Experiencia de detectar odios que desactivar y agresividades que desarraigar: conjugar la tolerancia con la denuncia de lo intolerable y hacerse voz profética de personas sin voz, como hizo Pedro Arrupe al movilizar las últimas energías de su vida por las personas refugiadas.
4)Experiencia de sentirse capacitado para sonreir a pesar de los pesares. Aquí bajaba la cabeza en silencio el P. Arrupe ante el enigma del mal, insoluble racionalmente y solo asumible en la “esperanza contra toda esperanza”, sobre todo cuando el mal y las ideologías avasallan el interior de las iglesias...

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