Por Ángel Sanz Arribas, cmf
“El tú en quien espero es cada uno
de los seres a los que amo; es sobre todo
el Tú absoluto, Trascendente”
Querido Gabriel Marcel:
Tengo una pregunta. La Historia te identifica como filósofo; te reconoce menos como dramaturgo (aunque tus obras están ahí), y suele olvidarte como músico (porque a ver dónde guardas tus sinfonías). Sin embargo, ¿cómo llamar a un adolescente que a sus quince años se compra ochenta cantatas de Bach, e inmediatamente se pone a descifrarlas y a tocarlas? Tu padre, fanático de la música hasta el punto de pedir en la hora de su muerte que pusieran en el interior del féretro una partitura del Fausto de Schumann, te contagió esta locura, que sin duda actuó en ti como medicina y alimento para el espíritu. Llegaste a escribir: “La música era mi verdadera vocación”. Incluso afirmaste que la música hacía en tu vida un papel semejante al de la oración en los místicos.
Dije que tenía una pregunta, pero veo que ya te has adelantado a responderla: “Quien se acerque a mi obra habrá de concebir el drama en función de la música y la filosofía en función del drama”. O sea: de la filosofía al drama y del drama a la música. La escala es significativa.
Y todo ello con ese espíritu abierto de quien se siente llamado a la ‘comunión’, porque “no hay mayor sufrimiento que estar solo”. Sabes que sólo sintiéndose en la piel del otro, se tiene el gozo de conocerlo y, de rechazo, de conocerse uno mismo. Por eso, valoras tanto la amistad; por eso, escribes un día a Troisfontaines que “nada está perdido para quien vive un gran amor”. Este camino te lleva al gran descubrimiento: “El tú en quien espero es cada uno de los seres a los que amo; es sobre todo el Tú absoluto, Trascendente”. Y por eso, crees en el mundo de la luz, en el que ya no avanzamos nosotros, sino que somos llevados por otro, “porque este mundo es el de la gracia”.
Tu proceso de conversión es... un misterio. Bueno, toda conversión lo es. Amas a tu padre, hombre culto y agnóstico resignado, pero optas por seguir el rastro de Dios, seguro de que te juegas demasiado en esa búsqueda. Te prestas para un servicio de ayuda en la I Guerra Mundial y el dolor ajeno te hace más sensible al misterio humano; luego sigues con la mente y el corazón abiertos. Un día, en febrero de 1929, lees en un artículo de Mauriac: “Pero en fin, señor Marcel, ¿por qué no es usted de los nuestros?”. Estas palabras te golpean como una llamada personal de Dios; y el 5 de marzo sientes “una experiencia de gracia”. Con qué emoción la vuelcas en tu Diario y, desde él, en el libro “Ser y Tener”, que ahora mismo tengo a la vista: “Ya no dudo más. Felicidad milagrosa esta mañana. He vivido por primera vez claramente la experiencia de la gracia. Estas palabras –continúas– son aterradora, pero así es.. He sido finalmente cercado por el cristianismo, y estoy sumergido. ¡Bienaventurada sumersión! Pero no quiero escribir más. Pese a ello tengo como necesidad de hacerlo. Impresión de balbuceo... es seguramente un nacimiento. Todo es de otro modo”. Todavía el día 12, leyendo lo que el Catecismo del Concilio de Trento dice sobre el bautismo, se te hace duro aceptar. Pero ya no es algo que veas desde fuera, como antes, sino desde muy dentro: “Tengo que aclimatarme ahora a una visión completamente diferente. Es muy difícil. Impresión de cauterización interior continua”. Por fin, el 21 de marzo de ese mismo año,1929, recibes el bautismo en la Iglesia católica comprendiendo que la fe no es un discurso sino una fidelidad. Te estás moviendo en el misterio.
Qué luminosa tu distinción entre problema y misterio. El primero es algo que tiene perfiles y se puede delimitar; el segundo, en cambio, no se puede controlar porque nos trasciende: se vislumbra desde la fe. ¿Es posible ‘pensar la fe’? Te estoy oyendo: incluso podrá este pensamiento acercarnos al acto de creer, pero sólo ‘acercarnos’, ya que una cosa es ‘pensar la fe’ y otra distinta ‘creer’. Pronto descubrirás como tentación el afán de convertir el misterio en problema, y llegarás a comprender que “rezar a Dios es, sin duda alguna, la única manera de pensar en Dios”. Lo que ahora importa es ser coherente, permitir que la luz se convierta en vida. Una de tus frases más felices lo expresa en contadas palabras: “Cuando uno no vive como piensa, acaba pensando como vive”.
Luego seguirás haciendo descubrimientos, algunos escalofriantes. Leo, en Los hombres contra lo humano, lo que escribes sobre las técnicas del envilecimiento, no en un plano abstracto sino en el histórico y concreto, como a ti te gusta; leo que las masas son lo humano degradado, que no pueden se educadas, sólo amaestradas y que por eso son fanatizables; leo que la propaganda, las electriza y mantiene en ellas no la vida sino la apariencia de la vida, y siento que estás poniendo nombre a una tragedia más terrible y todavía más actual que la que tú viviste, pero entiendo que debo concluir.
En 1944 es Jacqueline, tu mujer, la que se hace católica; ¡qué gozo para los dos! Y en 1973 tus ojos del espíritu se abren, por fin, al gran encuentro que tan ardientemente habías deseado.

de los seres a los que amo; es sobre todo
el Tú absoluto, Trascendente”
Querido Gabriel Marcel:
Tengo una pregunta. La Historia te identifica como filósofo; te reconoce menos como dramaturgo (aunque tus obras están ahí), y suele olvidarte como músico (porque a ver dónde guardas tus sinfonías). Sin embargo, ¿cómo llamar a un adolescente que a sus quince años se compra ochenta cantatas de Bach, e inmediatamente se pone a descifrarlas y a tocarlas? Tu padre, fanático de la música hasta el punto de pedir en la hora de su muerte que pusieran en el interior del féretro una partitura del Fausto de Schumann, te contagió esta locura, que sin duda actuó en ti como medicina y alimento para el espíritu. Llegaste a escribir: “La música era mi verdadera vocación”. Incluso afirmaste que la música hacía en tu vida un papel semejante al de la oración en los místicos.
Dije que tenía una pregunta, pero veo que ya te has adelantado a responderla: “Quien se acerque a mi obra habrá de concebir el drama en función de la música y la filosofía en función del drama”. O sea: de la filosofía al drama y del drama a la música. La escala es significativa.
Y todo ello con ese espíritu abierto de quien se siente llamado a la ‘comunión’, porque “no hay mayor sufrimiento que estar solo”. Sabes que sólo sintiéndose en la piel del otro, se tiene el gozo de conocerlo y, de rechazo, de conocerse uno mismo. Por eso, valoras tanto la amistad; por eso, escribes un día a Troisfontaines que “nada está perdido para quien vive un gran amor”. Este camino te lleva al gran descubrimiento: “El tú en quien espero es cada uno de los seres a los que amo; es sobre todo el Tú absoluto, Trascendente”. Y por eso, crees en el mundo de la luz, en el que ya no avanzamos nosotros, sino que somos llevados por otro, “porque este mundo es el de la gracia”.
Tu proceso de conversión es... un misterio. Bueno, toda conversión lo es. Amas a tu padre, hombre culto y agnóstico resignado, pero optas por seguir el rastro de Dios, seguro de que te juegas demasiado en esa búsqueda. Te prestas para un servicio de ayuda en la I Guerra Mundial y el dolor ajeno te hace más sensible al misterio humano; luego sigues con la mente y el corazón abiertos. Un día, en febrero de 1929, lees en un artículo de Mauriac: “Pero en fin, señor Marcel, ¿por qué no es usted de los nuestros?”. Estas palabras te golpean como una llamada personal de Dios; y el 5 de marzo sientes “una experiencia de gracia”. Con qué emoción la vuelcas en tu Diario y, desde él, en el libro “Ser y Tener”, que ahora mismo tengo a la vista: “Ya no dudo más. Felicidad milagrosa esta mañana. He vivido por primera vez claramente la experiencia de la gracia. Estas palabras –continúas– son aterradora, pero así es.. He sido finalmente cercado por el cristianismo, y estoy sumergido. ¡Bienaventurada sumersión! Pero no quiero escribir más. Pese a ello tengo como necesidad de hacerlo. Impresión de balbuceo... es seguramente un nacimiento. Todo es de otro modo”. Todavía el día 12, leyendo lo que el Catecismo del Concilio de Trento dice sobre el bautismo, se te hace duro aceptar. Pero ya no es algo que veas desde fuera, como antes, sino desde muy dentro: “Tengo que aclimatarme ahora a una visión completamente diferente. Es muy difícil. Impresión de cauterización interior continua”. Por fin, el 21 de marzo de ese mismo año,1929, recibes el bautismo en la Iglesia católica comprendiendo que la fe no es un discurso sino una fidelidad. Te estás moviendo en el misterio.
Qué luminosa tu distinción entre problema y misterio. El primero es algo que tiene perfiles y se puede delimitar; el segundo, en cambio, no se puede controlar porque nos trasciende: se vislumbra desde la fe. ¿Es posible ‘pensar la fe’? Te estoy oyendo: incluso podrá este pensamiento acercarnos al acto de creer, pero sólo ‘acercarnos’, ya que una cosa es ‘pensar la fe’ y otra distinta ‘creer’. Pronto descubrirás como tentación el afán de convertir el misterio en problema, y llegarás a comprender que “rezar a Dios es, sin duda alguna, la única manera de pensar en Dios”. Lo que ahora importa es ser coherente, permitir que la luz se convierta en vida. Una de tus frases más felices lo expresa en contadas palabras: “Cuando uno no vive como piensa, acaba pensando como vive”.
Luego seguirás haciendo descubrimientos, algunos escalofriantes. Leo, en Los hombres contra lo humano, lo que escribes sobre las técnicas del envilecimiento, no en un plano abstracto sino en el histórico y concreto, como a ti te gusta; leo que las masas son lo humano degradado, que no pueden se educadas, sólo amaestradas y que por eso son fanatizables; leo que la propaganda, las electriza y mantiene en ellas no la vida sino la apariencia de la vida, y siento que estás poniendo nombre a una tragedia más terrible y todavía más actual que la que tú viviste, pero entiendo que debo concluir.
En 1944 es Jacqueline, tu mujer, la que se hace católica; ¡qué gozo para los dos! Y en 1973 tus ojos del espíritu se abren, por fin, al gran encuentro que tan ardientemente habías deseado.




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