Roma / Religión – Con la elección el 27 de enero del metropolita Kirill, de Smolensk y Kaliningrado, como nuevo patriarca de Moscú, se abre una nueva página en la historia de la Iglesia ortodoxa rusa: una institución que era marginal pero que ha reconquistado un puesto central en la sociedad y en la vida de una parte considerable de la población.En una entrevista concedida pocos días antes de su elección, Kirill llamó la atención sobre la "necesidad de cambios cualitativos en la vida eclesial". En efecto, si el crecimiento cuantitativo de las estructuras eclesiásticas fue una conquista de los últimos veinte años, es decir, del período inmediatamente posterior a la opresión soviética, hoy es dicha vida la que renace en plenitud a través de la "instrucción religiosa, el trabajo misionero, la catequesis, el servicio social, el rol público de la Iglesia". El nuevo patriarca parece orientado a dar un fuerte impulso misionero a la Iglesia rusa, llamada a presentar la belleza y la profundidad de la tradición ortodoxa como un mensaje de sentido y de salvación comprensible para el hombre contemporáneo.
Kirill es un hombre enraizado en esta tradición, en su espiritualidad, en su liturgia, en su visión del mundo. No se queda, sin embargo, en nostalgias del pasado ni en la defensa de arcaísmos. Al contrario, es un eclesiástico que conoce el mundo y la cultura contemporáneos, y que siente fuertemente el desafío de elaborar una respuesta cristiana —fundada en la tradición— a las interrogantes que nuestro tiempo levanta para la humanidad del siglo XXI.
RAÍCES EN LA PERSECUCIÓN
La solemne ceremonia de entronización del patriarca, realizada en la reconstruida e imponente Catedral de Cristo Salvador con la presencia de cerca de doscientos obispos del patriarcado de Moscú, jefes y representantes de otras iglesias ortodoxas y cristianas, el presidente Dmitri Medvédev y el primer ministro Vladimir Putin, además de un considerable concurso del pueblo, no era un evento imaginable hace veinte años, cuando esa ciudad era todavía la capital de la Unión Soviética. La Iglesia se encontraba al fin de un itinerario dramático de más de setenta años de régimen comunista y había sido puesta fuertemente a prueba. Solo le habían concedido espacios reducidos que consistían, sustancialmente, en la posibilidad de realizar la actividad del culto. En el curso del siglo XX, los cristianos rusos sufrieron una terrible persecución que diezmó sus filas. La Iglesia ortodoxa rusa en el siglo XX es una Iglesia de mártires. Kirill proviene de esa historia. Originario de San Petersburgo, nacido en 1946 en una familia que permaneció fiel a la tradición ortodoxa y marcada profundamente por la persecución bolchevique, se formó en la escuela de una gran figura eclesiástica rusa, Nikodim, el metropolita de Leningrado y Novgorod, quien había involucrado a la Iglesia rusa en una red de relaciones ecuménicas que la reforzaban frente al poder soviético. Eran los años de la ofensiva lanzada por Nikita Khrushev contra los cristianos. Kirill es el primer patriarca post-soviético, pero las raíces de su experiencia eclesial se fundan en ese patrimonio espiritual de martirio y resistencia.
Kirill ocupó un puesto clave en el patriarcado de Moscú como "ministro de relaciones exteriores" y responsable de las vinculaciones formales con el Estado en un complejo período de transición, gestionando el paso de su Iglesia desde una difícil condición de sumisión al Gobierno soviético a la de una condición de libre protagonista de la Rusia postcomunista. Ha participado en el debate cultural sobre la búsqueda de una síntesis entre la cultura rusa, su tradición religiosa y la modernidad, en sus diferentes expresiones.
Medvédev, al recibir en el Kremlin al nuevo patriarca y a los obispos rusos, resaltó que las relaciones con esa Iglesia se basan en los principios constitucionales de libertad religiosa y no injerencia en la vida interna de la Iglesia, pero también en el reconocimiento de la contribución de esta última en la formación del ordenamiento estatal, en el desarrollo de la cultura nacional y en la afirmación de los valores ético espirituales de la sociedad.
Es necesario evitar una aplicación simplista de categorías históricas y conceptuales occidentales a la realidad rusa. Adoptarlas significaría una sustancial incomprensión de ella. La tradición bizantina coloca las relaciones entre el Estado y la Iglesia en un cuadro ideal de "sinfonía" entre los dos poderes, el civil y el religioso. Tal concesión se ha desarrollado en el marco de una estrecha unión entre las dos instituciones. Esta vinculación, si bien ha conocido sus momentos de crisis, ha representado una constante referencia ideal y práctica tanto para la política eclesiástica de los Gobiernos de los países de tradición ortodoxa como para la vida de las iglesias.
Kirill, por su parte, respondiendo al Presidente, ha reconocido que el mencionado modelo de la "sinfonía" en las relaciones, elaborado en Bizancio, es irrealizable en el mundo contemporáneo. Sin embargo, es el espíritu de esa "sinfonía" —armónica combinación de intereses y respetuosa división de responsabilidades— el que debe guiar en democracia al Estado y a la Iglesia en la construcción de un sistema de relaciones dirigido al diálogo y a la colaboración.
LA MIRADA HACIA ROMA
Son conocidas las vicisitudes de las relaciones entre las iglesias ortodoxa y católica en los últimos quince años. La crisis provocada con motivo de la reorganización de las estructuras eclesiásticas católicas en Rusia, en los primeros meses del año 2002, ha marcado el ápice de tensiones que caracterizaron los años `90 y que se condensaron en torno a dos cuestiones: la presencia de aquellas estructuras en los territorios ex soviéticos, sobre todo en la Federación Rusa (con la consecuente acusación de proselitismo formulada por la parte ortodoxa), y el renacimiento de la Iglesia greco católica ucraniana.
En los últimos años, con el pontificado de Benedicto XVI, se ha asistido a un progresivo aminoramiento de las tensiones, aún cuando los problemas no han sido resueltos del todo. Para Kirill, uno de los objetivos prioritarios es que Iglesia rusa adquiera un rol protagónico en el cuadro de las relaciones entre las Iglesias cristianas. Su experiencia en ese campo le da una voz de gran autoridad en el actual panorama ecuménico. Él considera que hoy la tarea prioritaria es dar vida a "un sistema de solidaridad cristiana" destinado a dar un testimonio común de los valores del Evangelio. La atención dirigida al magisterio de Benedicto XVI es, en este sentido, significativa. El nuevo patriarca, como ha escrito en una carta al Papa, sostiene que la Iglesia católica en tal perspectiva "ocupa un puesto particular". Emerge la conciencia de que frente al mundo contemporáneo las relaciones entre Moscú y Roma son una cuestión decisiva para el futuro del cristianismo. En tal contexto, el apoyo mutuo entre las comunidades cristianas, las relaciones amistosas y el intercambio de ideas constituyen la vía privilegiada para tejer una red de solidaridad cristiana.
______________________
Adriano Roccucci. Docente de Historia Contemporánea en la Universidad de Roma Tres.




Adelante
Muchos Más Artículos
INICIO
No hay comentarios:
Publicar un comentario