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jueves, 25 de junio de 2009

XIII Domingo del T. O. (San Marcos 5,21-43) - Ciclo B: EL MILAGRO DE LA FE

Publicado por Parroquia San Vicente

Los temas de la fe y de la vida van siempre entrelazados y así aparecen en la liturgia de este domingo. Dios es el artífice de la vida y enemigo de la muerte. A Él sólo le interesa una cosa: ¡que vivamos! Confiarse a Él, en la fe, significa elegir la vida. Cristo ha venido a la tierra a traer un mensaje de vida, para eliminar todo lo que impide a una persona vivir en plenitud, para arrancar a la muerte su presa.

Pablo se hace promotor de una colecta a favor de la Iglesia de Jerusalén, que se debate entre estrecheces económicas, no dudando en aducir como motivación el ejemplo sublime de la generosidad del mismo Cristo, el cual “siendo rico” se ha hecho pobre para enriquecernos, dando una dimensión de suma concreción y sorprendente realismo al tema de la vida: “no basta colocarse en la parte de la vida, es necesario ocuparse, con los hechos y no con las palabras, de los pobres, los cuales llevan una vida disminuida, a veces inhumana.”

No luchar contra la pobreza es legitimar la injusticia y las desigualdades; limitarse a afirmar principios (que no cuestan nada a quien los enuncia), significa hacer elecciones de muerte. Ausencia de vida es igual a ausencia de luz y ausencia de amor (caridad) es igual a ausencia de fe. Es necesario dilatar los espacios, vivir en plenitud, para ser poseídos por la luz. La misma Iglesia, antes de ser luz del mundo, tiene el deber de ser “vida” y si quiere que se acepte la luz de Dios, debe preocuparse, ante todo, de crear vivientes haciendo visible y experimentable la vida. La verdad busca seres vivientes, no momias, y mucho menos un código, una ley.

En el camino de Jesús tienen cabida los intrusos, los que no tienen derechos y hasta los abusivos. Jesús es requerido para hacer un gran milagro y, se encamina a casa de Jairo que tiene a su hija muy enferma, casi en las últimas. Este personaje es muy importante, es jefe de la sinagoga, y le ruega, insistentemente, que vaya a imponer sus manos sobre la niña, para qué, así, ella, sane y viva.

Alguien, sin embargo, prefiere el milagro pequeño, se conforma con un minúsculo prodigio, realizado de paso y sin pararse, sin que ni siquiera caiga en la cuenta el interesado. No quiere hacerle perder tiempo, ya que debe tener muchas cosas, más urgentes, que hacer. Ella no pretende que vaya a su vivienda, ni que escuche sus lamentos. Le basta con rozarlo, con tocarle el manto. Un pequeño milagro pillado al vuelo, sin tantas ceremonias.

La mujer se acerca furtiva. Quizás, con este gesto, parece querer decir: -“También yo existo”-, como pidiendo, silenciosamente, excusas por existir y... le toca. Inmediatamente intenta retirarse y pasar inadvertida, pero Él se para y pregunta: ¿Quién me ha tocado?, quiere ver la cara de esta extraordinaria intrusa. Ella no tiene más remedio que darse a conocer y se arroja a sus pies confesándolo todo. Jesús la informa: -Sí, tú existes y tu fe te ha curado. ¡Hija!, vete en paz y con salud.

Cada uno vuelve a tomar su camino. Uno hacia el gran milagro. La otra a gozar de su pequeño y personal regalo: “Alguien la ha llamado de entre la gente, la ha sacado de su anonimato y le ha dado un rostro en medio de toda aquella masa que se lo había borrado.” Y es que, en el camino de Jesús tienen cabida todos los que no cuentan, los infinitos “donnadie” y hasta los abusones, todos tienen derecho a ese pequeño regalo personal: “El milagro de tener un nombre, el milagro de sentirse y saberse reconocido y ser llamado ¡Hijo!” Solamente entonces se puede comenzar a vivir.

En esos momentos, llegan nuevas de la casa de Jairo y Jesús alcanza a oír: - «¿Para qué molestar más al maestro? Tu hija se ha muerto.» Imaginemos, por un momento, la mirada de Jesús dirigida a Jairo cuando le sugieren que lo deje estar, que ya no es el caso… Se diría que ahora es el Maestro quién implora a Jairo: «No temas; basta que tengas fe.» Tiene necesidad de su fe, que asegura la continuidad del itinerario, y la derrota de la muerte.
Una fe que trate con Jesús sólo de negocios posibles, es timidez, urbanidad o miedo, pero no es fe. La verdadera fe es la que es capaz de concertar con Él los negocios imposibles, los únicos que interesan. Es demasiado poco hacer venir a Jesús a mi casa cuando hay todavía una esperanza. Debo tener el coraje de hacerlo venir sobre todo cuando, al parecer, ya no hay nada que hacer: «La niña no está muerta, está dormida.» Así, gracias a la fe, en la casa de Jairo, ya preparada para los ritos de la mortaja y enterramiento, cesan los llantos y se festeja el milagro de la vida. Pues, donde llega Jesús, se olvidan los cantos de muerte y se celebran los ritos de la vida, incluso los más ordinarios: «…y les dijo: ¡dadle de comer a la niña!»

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