
¿Es posible cambiar las cosas?, ¿qué hacer para crecer en la fe?, ¿cómo acrecentar nuestra confianza en Dios? Voy a sugerir tres caminos que, casi de forma espontánea, pueden conducir a una fe más viva y genuina.
Del sufrimiento a la invocación. Todo el mundo tenemos, "tarde o temprano, problemas y dificultades. A veces se puede apoderar de nosotros incluso la ansiedad. Es cierto que contamos con la ayuda y el apoyo de no pocas personas. Pero, con todo, no siempre es fácil enfrentarse al peso de la existencia. En el fondo, todos andamos buscando una seguridad, plenitud y felicidad que la vida no da.
Si dentro de nosotros hay un poco de fe, es el momento de invocar a Dios: «Desde lo hondo grito a ti, Señor.» No para pedir cosas ni para encontrar soluciones mágicas a los problemas, sino para orientar nuestro deseo hacia el único en el que nuestra vida encontrará descanso y salvación.
De la alegría de vivir a la acción de gracias. No todo son problemas. En la vida conocemos también el gozo, la expansión, los momentos de felicidad serena. Qué bueno es sentirse vivo y experimentar la alegría de vivir. La vida nos parece entonces hermosa y amable.
Si dentro de nosotros hay fe, es el momento del agradecimiento a Dios. Sin duda debemos mucho a personas que nos acompañan, pero ¿a quién agradecer el ser, la vida, esa alegría que experimentamos?, ¿hacia quién dirigir nuestra acción de gracias?, ¿hacia la vida o hacia ese Dios que es fuente y origen de todo bien?
De la culpa a la acogida del perdón. También sentimos en nosotros la «mala conciencia» y la culpabilidad. No estamos a gusto con nosotros mismos. No siempre lo queremos reconocer, pero es así. Sabemos cómo estamos estropeando la vida con nuestra mediocridad, egoísmo y cobardías.
¿Qué hacer con la culpabilidad? Podemos ignorarla o tratar de ahogarla de mil maneras. Podemos también acoger el perdón y la ternura de Dios. Ante él no necesitamos disculparnos ni defendernos. Tal vez no hay gracia mayor que la de creer cada vez más en el perdón infinito de Dios.
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