NO DEJES DE VISITAR
GIF animations generator gifup.com www.misionerosencamino.blogspot.com
El Blog donde encontrarás abundante material de formación, dinámicas, catequesis, charlas, videos, música y variados recursos litúrgicos y pastorales para la actividad de los grupos misioneros.
Fireworks Text - http://www.fireworkstext.com
BREVE COMENTARIO, REFLEXIÓN U ORACIÓN CON EL EVANGELIO DEL DÍA, DESDE LA VIVENCIA MISIONERA
SI DESEAS RECIBIR EL EVANGELIO MISIONERO DEL DÍA EN TU MAIL, DEBES SUSCRIBIRTE EN EL RECUADRO HABILITADO EN LA COLUMNA DE LA DERECHA

viernes, 21 de agosto de 2009

XXI Domingo del T.O. (Juan 6, 60-69) - Ciclo B: La cofradía de los «sicuterat»

Por A. Pronzato

Josué 24, 1-2.15-17.18 / Efesios 5, 21-32
Juan 6, 61-70

Con tal de que la música no cambie

Hablo en nombre de gente como yo. Nosotros somos los del sicuterat. ¿Qué queremos? Una cosa muy simple: que nos dejen en paz.

Sicut erat in principio... O sea, siempre la misma música. ¡Ay! si se cambia la partitura.

«Yo y mi casa serviremos al Señor», dice Josué. Ha adoptado una decisión clara, ha tomado posición sin vacilaciones, ha hecho una opción precisa.

Nosotros, por el contrario, estamos acostumbrados a no decidir. Indecisos para todo. No nos gustan las posturas netas. Ni hablar de salir al descubierto, de comprometerse.

¿Ir contra corriente? Ni pensarlo. A nosotros nos gusta dejarnos llevar por la corriente, abandonarnos al viento que sopla, mirar en la misma dirección que los demás, para acomodarnos.

«O... O también...». Estas alternativas no son de nuestro agrado. Desde hace tiempo estamos acostumbrados a decir, a hacer y a pensar en términos de «y... y...». Dios y los ídolos (que además no son tan feos como nos han hecho creer). Las prácticas religiosas y la práctica de los negocios. El corazón y la cartera. La moral (poco más que un barniz exterior, que siempre va bien) y algún vicio (que no hace mal a nadie, y además estamos hechos de carne, no de madera). El evangelio y la mentalidad corriente. La solidaridad y un poco de racismo. La caridad y el pensar ante todo en nuestras cosas. La voz de la conciencia y otras voces, para evitar la monotonía. Un poco de limosna y mucho egoísmo. La familia y alguna escapadilla. El deber, el orden, la justicia, la disciplina, y las evasiones (comprendidas esas que se refieren a los impuestos). La pertenencia a la Iglesia y el individualismo. Las exigencias de Cristo y nuestras comodidades.

Somos especialistas en desentendernos. Expertos en escondemos, en camuflamos, en disfrazarnos. El camaleón es el animal por el que sentimos mayor simpatía.

Cristianos, pero sin exponerse demasiado y sin arriesgar nada. Creyentes, pero a nuestra manera. Coherentes, pero hasta un cierto punto. Fieles, pero sin exagerar. Generosos, pero con juicio.

Veremos...

«Escoged hoy a quién servir». Precisamente es el vencimiento del hoy lo que esquivamos. Hoy siempre es demasiado pronto. ¡Qué historias!, no hay prisa, veremos, demos tiempo al tiempo.

Preferimos aplazar, diferir, desplazar los términos un poco más allá, alargar los vencimientos. Somos los campeones de la reexpedición. Nos concedemos largas prórrogas para las decisiones más comprometidas. Conocemos el arte de sobreseer. Nuestro único programa preciso es: mañana, quizás, acaso, puede ser...

«¿También vosotros queréis marcharos?...». Bueno, no exageremos, no pongamos las cosas en estos términos dramáticos. Todo se arregla. Con un mínimo de comprensión recíproca, se puede llegar a un arreglo satisfactorio.

No tenemos intención alguna de marcharnos. Nos quedamos, pero a condición de que no se nos moleste demasiado. Estamos dispuestos a obedecer, con tal de que nos dejen actuar con nuestra cabeza. Aceptamos todo lo que nos gusta, o que no incordia mucho.

Estamos dispuestos a hacer algún sacrificio, si es que es necesario, con tal de que no nos cueste demasiado y no se deba renunciar a algo. Aceptamos el cambio, a condición de que todo quede igual que antes en nuestra existencia.

Ablandar las piedras

«Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?». Nosotros, los del sicuterat, nos hemos preocupado de ablandarlo, de adaptarlo a nuestros gustos y a nuestras exigencias. Dulcificar, atenuar, aguar, aligerar: son operaciones que realizamos con una cierta frecuencia y pericia. Llegamos incluso a hacer digeribles las piedras.

El cura defiende que la palabra de Dios es «explosiva». Pero nosotros somos muy hábiles para desactivarla, para hacerla prácticamente inocua, tomando todas las precauciones.

Aceptamos la palabra de Dios, con tal de que no salga de la iglesia, o salga fuera de ella solamente para alguna concreta manifestación de plaza.

Así pues: a la cofradía del sicuterat, a la que pertenecemos desde siempre, podéis pedir cualquier cosa, menos dar el paso decisivo.

Queridos curas, no lograréis jamás desalojarnos del caparazón protector de nuestros sistemas de vida.

Nos quedamos, no lo dudéis. Pero, por favor, no nos hagáis salir al descubierto. Agazapados, clavados en nuestro puesto, disciplinados. Pero reacios a dar ese paso. Lo hemos dicho: somos aficionados a la música de siempre. Sicut erat in principio et nunc et semper...

«¿Queréis marcharos?...». Pero para irse hay que moverse, dar algún paso. Precisamente eso que no queremos hacer.

Por favor, desde el momento que no venimos a molestaros, también vosotros dejadnos tranquilos en nuestra postura. No causamos molestias a nadie, no hacemos perder tiempo a los curas, salvo en alguna emergencia. Nos contentamos con ir tirando.

No pretendemos demasiado: nos basta alguna rebaja que Cristo, de momento, no parece dispuesto a conceder. Pero después, estamos seguros, él terminará por mitigar sus exigencias.

¿Quién debe llevar los pantalones?

Un anciana señora del asilo, todavía vivaz y hasta inquieta, me ha contado la historia curiosa de su matrimonio. «El primer día de bodas», el esposo se presentó en la cocina agitando un par de pantalones. Planteó, sin muchos preámbulos, el problema crucial: «Aquí se trata de establecer de una vez por todas quién debe llevar los pantalones: tú o yo. Aclaremos inmediatamente este asunto».

Pretendía decidir, obviamente, quién debería mandar en casa. Naturalmente él se puso los pantalones (por otra parte, en aquel tiempo, las mujeres no los usaban). Sin embargo —conociendo su temperamento no ciertamente sumiso— dudo que ella renunciara totalmente a coger el bastón de mando y a hacer oír su voz imperiosa.

Pensaba en aquella confidencia mientras el párroco se afanaba en explicar, colocándola en el «contexto de la cultura del tiempo», la exhortación de Pablo: «Las mujeres que se sometan a sus maridos».

El amigo Santiago, inmediatamente, ha comentado sarcásticamente: «Se ve que mi mujer lee otro evangelio...». Es inútil advertirle que aquello no era evangelio, sino que se trataba de una serie de recomendaciones salidas de la pluma de Pablo.

Entre tanto la señora Evelina se había agarrado ostentosamente a su rosario, desde el momento en que ha visto que el asunto no la afectaba.

«El marido es cabeza de la mujer... las mujeres que se sometan a sus maridos...».

«Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia...».

Sí, aparentemente Pablo daba la razón a uno y a otro. Y había el peligro de que cada uno llevase el agua a su molino, y encontrase en aquellas palabras argumentos autorizados para prevalecer sobre el compañero, o afirmaciones para echar en cara al otro apenas estallara una discusión.

Creo, sin embargo, que una interpretación para ventaja propia exclusiva no es correcta. Obviamente, no tengo intención alguna de hacerme abogado de oficio de Pablo, incluso porque alguna vez yo mismo me siento movido a contestarlo. Pero me parece que, en este caso específico, el apóstol pretende afirmar que todos están sujetos a la misma ley: la del amor.

Por tanto no es cuestión de poner la palabra de Dios de mi parte. Es la palabra de Dios, en todo caso, la que debe ponernos de la suya, aunque seamos un poco reacios.

El cura, después de haber «contextualizado» la página de Pablo, ha terminado, como Pilato (me esperaba que se acercase el monaguillo con la jarra de agua): «Y ahora vosotros veréis...». Como siempre... Sicut erat in principio...

No hay comentarios: