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jueves, 1 de abril de 2010

LA EUCARISTÍA Y EL LAVATORIO,SÍMBOLOS DE LA ENTREGA


JUEVES SANTO (Jn 13,1-15)
Por Fray Marcos
Publicado por Fe Adulta

Considero que la liturgia del Jueves Santo es la más significativa de todo el año. Para mí, es la que mejor expresa la esencia de lo que fue Jesús y su mensaje. Mañana recordaremos la muerte de Jesús, pero hoy se plantea el significado de esa muerte, que es mucho más importante para nosotros que la misma muerte.

Ese significado lo encontramos en el relato que los cuatro evangelios hacen de la última cena. La protesta de Pedro, en el relato de Juan, deja claro que, en aquel momento, los discípulos no entendieron nada. No podemos reprochárselo, porque tampoco nosotros, después de dos mil años, somos capaces de desentrañar todo el profundo significado de lo que estamos celebrando hoy.

Efectivamente, no sabemos el sentido exacto que quiso dar Jesús a aquellos gestos y palabras. El mismo Jesús le dice a Pedro que no lo puede entender “por ahora” (prueba evidente de lo que pensaban los cristianos de finales del siglo I).

• Sabemos que no fue un rito de purificación (antes de comer estaba mandado lavarse las manos, no los pies).
• No responde a una necesidad urgente (los discípulos podían seguir con los pies más o menos sucios).
• Tampoco podemos reducirlo a un acto formal de humildad. Jesús pasaba de todo formalismo.

Fue, sin duda una acción profética. Esta es la razón por la que, el recuerdo de lo que Jesús hizo en la última cena, se convirtió muy pronto en el sacramento de nuestra fe.

Y no sin razón, porque en esos gestos, en esas palabras está encerrado todo lo que fue Jesús durante su vida y todo lo que tenemos que llegar a ser nosotros como cristianos. Por eso la liturgia de este día es de las más densas de todo el año.

En el mismo relato que acabamos de leer queda muy clara la importancia que para aquella comunidad tenían los acontecimientos que quieren recordar. Lo pone de manifiesto, la grandiosa obertura con que arranca el texto:
“Consciente Jesús de que había llegado su “hora”, la de pasar de este mundo al Padre, él que había amado a los suyos que estaban en medio del mundo, les demostró su amor en el más alto grado”.

Pero no es menos sorprendente el final del relato:
“¿Entendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis el “Maestro” y el “Señor”; y decís bien, porque lo soy. Si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, sabed que también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros”.

En estas frases tenemos la clave de la celebración de hoy.

Recordamos lo sucedido en la Última Cena, sobre todo la institución de la eucaristía y el lavatorio de los pies. Nuestra reflexión va a comenzar por el lavatorio de los pies. No porque sea más importante que la eucaristía, sino porque espero que esta reflexión nos ayude a comprenderla mejor.

En ese gesto, Cristo está tan presente como en la celebración de la eucaristía. Esto que acabo de decir no es una frase bonita. Si entendemos esta equiparación, estaremos en condiciones de ahondar en el significado de los dos hechos.

Lavar los pies era un servicio que sólo hacían los inferiores a los superiores. Normalmente sólo desarrollaban ese trabajo los esclavos. Jesús quiere manifestar que él está entre ellos como el que sirve, no como el señor.

Esto es lo que había hecho Jesús durante toda su vida, pero ahora quiere hacer un signo que no deje ningún lugar a la más mínima duda. Es importante el hecho en sí, pero mucho más, lo que quiere significar.

Juan, el más espiritual y místico de los evangelistas, el que más profundizó en el mensaje de Jesús, ni siquiera menciona la institución de la eucaristía. Esto debía hacernos pensar en la importancia del signo de lavar los pies. Sospecho que Juan quiso recuperar para la última cena el carácter de recuerdo de Jesús como don, como entrega.

"Yo estoy entre vosotros como el que sirve." Jesús no renuncia a ninguna grandeza humana. Pero denuncia la falsedad de la grandeza humana que se apoya en el poder. La verdadera grandeza humana está en parecerse a Dios que se da sin condiciones ni reservas.

Todo ser humano, también Jesús, es un proyecto que tiene que ser llevado a la realización completa. Esa plenitud a la que puede llegar, está marcada por su capacidad de darse a los demás sin reservarse nada. Ser más humano es ser capaz de amar más.

Poco después del texto que hemos leído, dice Jesús:
“Os doy un mandamiento nuevo, que os améis unos a otros como yo os he amado”.

Esta es la explicación definitiva que da Jesús a lo que acaba de hacer. Cuando seguimos insistiendo en los diez mandamientos de Moisés o los de la Iglesia, nos quedamos a años luz del mensaje de Jesús. Para el que quiere seguir a Jesús, todo queda reducido a esto: ¡Amaros!

No dijo que debíamos amar a Dios, ni siquiera que debíamos amarle a él. Tenemos que amarnos, eso sí, como Dios ama, como Jesús amó.

Una eucaristía celebrada como devoción que comienza y termina en la iglesia, no es la eucaristía que celebró Jesús. Celebrar la eucaristía es aceptar el compromiso de darse hasta el final. La eucaristía no es más que el signo (sacramento) de la entrega. Si no se da esa entrega, lo que hacemos se queda en un puro garabato.

En este relato del lavatorio de los pies, no se dice nada que no se diga en el relato de la eucaristía, pero corremos el peligro de quedarnos en la espiritualización del misterio, de quedar deslumbrados por la presencia real de Cristo en el pan y en el vino, y no buscar el verdadero mensaje de ese gesto y de esas palabras.

Tenemos que hacer un esfuerzo por descubrir el verdadero signifi¬cado de la eucaristía a la luz del lavatorio de los pies. Jesús toma un pan y mientras lo parte y lo reparte les dice: esto soy yo. Meteos bien en la cabeza, que yo estoy aquí para partirme, para dejarme comer, para dejarme masticar, para dejarme asimilar, para desaparecer dándome a los demás.

Yo soy sangre, (vida) que se derrama para todos, que llega a todos que da vida a todos, que saca de la tristeza y de la muerte a todo el que se deja empapar por esa Vida.

Las palabras finales son muy importantes. Jesús no dice que repitamos el gesto para “conmemorar” el hecho, sino para que tomemos conciencia de su significado. Eso soy yo, eso tenéis que ser vosotros.

Lo que Jesús quiso decirnos en estos gestos es que él era un ser para los demás, que el objetivo de su existencia era darse; que había venido no para que le sirvieran, sino para servir a todos. Manifestando de esta manera que su meta, su fin, su plenitud humana sólo la alcanzaría cuando se diera totalmente, cuando llegara al sacrificio total con la muerte asumida y aceptada.

De ahí la profunda relación que tienen los acontecimientos del Jueves Santo con los del Viernes. Jesús des-trozado puede ser asimilado e integrado en nuestro propio ser. Solo cuando muramos a todos nuestros egos, llegaremos a la plenitud del amor.

Aunque Juan no menciona la eucaristía en el relato de la última cena, no se ha desentendido de un sacramento que tuvo tanta importancia para la primera comunidad.

En el capítulo 6 del evangelio de Juan, encontramos la verdadera explicación de lo que es la eucaristía. “Yo soy el pan de vida”.

Para explicar esto, dice a continuación: “Quien viene a mí, nunca pasará hambre; el que me presta su adhesión, nunca pasará sed”.

Está muy claro que comer materialmente el pan y beber literalmente la sangre, no es más que un signo (sacramento) de la adhesión a Jesús, que es lo verdaderamente importante. Se trata de identificarse con su manera de ser hombre, resumida en el servicio a los demás hasta deshacerse por ellos.

En el mismo capítulo 6, dice un poco más adelante: “El Padre que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo el que me “come” Vivirá por mí”.

Para mí, no hay en todo el Nuevo Testamento una explicación más profunda de lo que significa este sacramento. Jesús tiene la misma Vida de Dios, y todo el que le siga tendrá también la misma Vida, la definitiva, la trascendente, la que no se verá alterada por la muerte biológica.

Para hacer nuestra esa Vida, tenemos que aceptar la “muerte”, no la física (aunque también), sino la muerte a todo lo que hay en nosotros de caduco, de terreno, de transitorio, de individualismo, de egoísmo. Sin esa muerte, nunca podrá haber verdadera Vida.

No se trata de renunciar a nada, sino de conseguirlo todo, al elegir la más alta posibilidad de plenitud humana. Ahora podéis comprender el sentido que tiene esta celebración, en mitad de Semana Santa.

Volviendo al lavatorio de los pies, esta actitud de Jesús a los pies de sus discípulos, pulveriza la idea de Dios “Señor” al que hay que servir. Jesús hace presente a un Dios que no actúa como soberano celeste, sino como servidor del hombre.

Dios está a favor de cada hombre no imponiendo su voluntad desde arriba sino trasformando al hombre desde abajo, desde lo hondo del ser humano y levantando al hombre a su mismo nivel.

Todo poder, sobre todo el ejercido en nombre de Dios, es contrario al mensaje de Jesús. Ni siquiera el deseo de hacer bien, puede justificar ponerse por encima de los demás para violentarles. Toda imposición queda deslegitimada, aunque esta verdad sea muy difícil de asumir.



Meditación-contemplación

Jesús manifiesta lo que es Dios poniéndose al servicio de los demás.
Deshaciéndose, alcanza la plenitud.
Hoy lo descubrimos en el signo del lavatorio y la eucaristía.
Mañana, con la realidad de su muerte.
......................

Yo soy pan partido y repartido.
Yo soy sangre (Vida) que se derrama en todas direcciones.
Eso tengo que llegar a ser yo
si quiero alcanzar la plenitud humana.
..........................

Si soy capaz de morir a mi egoísmo,
alcanzaré la plenitud de Vida.
Si soy capaz de darme hasta la muerte,
permaneceré para siempre en la verdadera Vida.
............

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