Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 14, 27-31a
A la Hora de pasar de este mundo al Padre, Jesús dijo a sus discípulos:
Les dejo la paz,
les doy mi paz,
pero no como la da el mundo.
¡No se inquieten ni teman!
Me han oído decir:
«Me voy y volveré a ustedes».
Si me amaran,
se alegrarían de que vuelva junto al Padre,
porque el Padre es más grande que Yo.
Les he dicho esto antes que suceda,
para que cuando se cumpla, ustedes crean.
Ya no hablaré mucho más con ustedes,
porque está por llegar el Príncipe de este mundo:
él nada puede hacer contra mí,
pero es necesario que el mundo sepa
que Yo amo al Padre
y obro como Él me ha ordenado.
Queridos amigos:
Estamos ya en la quinta semana del tiempo pascual. Ha pasado justo un mes desde el arranque de la gran solemnidad de la Pascua. Las palabras de Jesús en el evangelio de hoy, leídas en este contexto, tienen ya cierto sabor a despedida, a subida de Jesús junto al Padre, a Ascensión del Señor. Dice él a los suyos: «Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre».
Se da en nosotros una tendencia espontánea a retener a las personas con que estamos a gusto, a las que decimos que amamos. Quizá haya algo de egocentrismo en ese amor y en esa tendencia a sujetarlas a nuestro lado; también puede haber algo de miedo y ansiedad: ¿Cómo nos las vamos a arreglar cuando él o ella no estén ya presentes? No querríamos padecer la soledad, el desamparo, la tristeza que nos producirá su ausencia; no querríamos sentirnos perdidos, ni preguntarnos: «Y ahora, ¿qué va a ser de mí, de nosotros?». Fray Luis de León decía a la nube envidiosa que oculta a Jesús en su ascensión: «Cuán solos y cuán tristes, ¡ay!, nos dejas».
Jesús no se deja retener, como tampoco se dejará sujetar por María Magdalena cuando, la mañana de Pascua, se acerque a ella junto al sepulcro vacío. Está de camino y los discípulos deben dejar que lo siga. Porque Él, el Camino, tiene su propia ruta y la ha de recorrer: en obediencia al Padre sigue el camino que lo lleva al mismo Padre. ¿Cómo impedirle que regrese a su hogar, donde está vuelto hacia el seno del Padre? Su última palabra en la cruz será: «Está cumplido». En ese momento su jornada vital habrá llegado a su término, en ese momento realizará y mostrará él el amor extremo que tiene por los suyos, en ese momento habrá llegado a la plenitud de vida y de sendero.
Ante la invitación de Jesús a la alegría, los discípulos deberían pensar: «Nos deja, sí, nos deja; pero también nos deja... un legado. Jesús no tiene casas, ni fincas rústicas, ni dinero depositado en el banco, ni especiales bienes de fortuna. ¿Qué puede dejar, qué puede legarnos en este testamento suyo? Nos lo ha dicho él mismo: “la paz os dejo, mi paz os doy”. Acojamos esta paz y vivamos como hijos de la paz. Y cuando él culmine su obra nos entregará su Espíritu».
Vuestro amigo
Pablo Largo
Les dejo la paz,
les doy mi paz,
pero no como la da el mundo.
¡No se inquieten ni teman!
Me han oído decir:
«Me voy y volveré a ustedes».
Si me amaran,
se alegrarían de que vuelva junto al Padre,
porque el Padre es más grande que Yo.
Les he dicho esto antes que suceda,
para que cuando se cumpla, ustedes crean.
Ya no hablaré mucho más con ustedes,
porque está por llegar el Príncipe de este mundo:
él nada puede hacer contra mí,
pero es necesario que el mundo sepa
que Yo amo al Padre
y obro como Él me ha ordenado.
Queridos amigos:
Estamos ya en la quinta semana del tiempo pascual. Ha pasado justo un mes desde el arranque de la gran solemnidad de la Pascua. Las palabras de Jesús en el evangelio de hoy, leídas en este contexto, tienen ya cierto sabor a despedida, a subida de Jesús junto al Padre, a Ascensión del Señor. Dice él a los suyos: «Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre».
Se da en nosotros una tendencia espontánea a retener a las personas con que estamos a gusto, a las que decimos que amamos. Quizá haya algo de egocentrismo en ese amor y en esa tendencia a sujetarlas a nuestro lado; también puede haber algo de miedo y ansiedad: ¿Cómo nos las vamos a arreglar cuando él o ella no estén ya presentes? No querríamos padecer la soledad, el desamparo, la tristeza que nos producirá su ausencia; no querríamos sentirnos perdidos, ni preguntarnos: «Y ahora, ¿qué va a ser de mí, de nosotros?». Fray Luis de León decía a la nube envidiosa que oculta a Jesús en su ascensión: «Cuán solos y cuán tristes, ¡ay!, nos dejas».
Jesús no se deja retener, como tampoco se dejará sujetar por María Magdalena cuando, la mañana de Pascua, se acerque a ella junto al sepulcro vacío. Está de camino y los discípulos deben dejar que lo siga. Porque Él, el Camino, tiene su propia ruta y la ha de recorrer: en obediencia al Padre sigue el camino que lo lleva al mismo Padre. ¿Cómo impedirle que regrese a su hogar, donde está vuelto hacia el seno del Padre? Su última palabra en la cruz será: «Está cumplido». En ese momento su jornada vital habrá llegado a su término, en ese momento realizará y mostrará él el amor extremo que tiene por los suyos, en ese momento habrá llegado a la plenitud de vida y de sendero.
Ante la invitación de Jesús a la alegría, los discípulos deberían pensar: «Nos deja, sí, nos deja; pero también nos deja... un legado. Jesús no tiene casas, ni fincas rústicas, ni dinero depositado en el banco, ni especiales bienes de fortuna. ¿Qué puede dejar, qué puede legarnos en este testamento suyo? Nos lo ha dicho él mismo: “la paz os dejo, mi paz os doy”. Acojamos esta paz y vivamos como hijos de la paz. Y cuando él culmine su obra nos entregará su Espíritu».
Vuestro amigo
Pablo Largo
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