Publicado por Entra y Veras
La solemnidad que hoy celebramos marca un punt ode inflexión en el tiempo pascual encaminándolo hacia la recta final. Jesús se va. Pero no es momento para el lamento. Es ahora cuando hay que tomar en serio la misión que nos ha encomendado.
Sin ti no soy nada, una gota de lluvia mojando mi cara mi mundo es pequeño y mi corazón pedacitos de hielo [.…] Me río sin ganas con una sonrisa pintada en la cara. Soy sólo un actor que olvidó su guión, al fin y al cabo son sólo palabras que no dicen nada. Los días que pasan, las luces del alba, mi alma, mi cuerpo, mi voz, no sirven de nada. Qué no daría yo por tener tu mirada, por ser como siempre los dos. Mientras todo cambia. Porque yo sin ti no soy nada.
Con esta letra de Amaral nos situamos en la postura contraria de lo que se celebra este domingo. Quizá si pueda parecer un día para correr por el andén pañuelo en mano mientras las lágrimas inundan nuestros ojos pero no es un día de “adiós”; si acaso de “hasta pronto”. Pero no podemos cruzarnos de brazos si no tomar con fuerza el testigo que hoy se nos entrega.
En la descripción, que nos ofrece la primera lectura de este domingo, se nos dice que una nube se lo quitó de la vista. Pero esa nube no debemos verla como un muro de hormigón o una cámara de aislamiento. Una cosa es cierta que nuestros ojos ya no nos sirven. La nube significa a la vez lo inaccesible y lo próximo, como si lejanía y cercanía estuviesen magistralmente mezclados. Pero sí habrá que dejar claro, aunque a día de hoy parezca algo superado, que no podemos pensar en un Jesús astronauta dando vueltas por el universo, esquivando satélites y estrellas fugaces. Este acontecimiento está ligado al de la resurrección. Lo importante de todo el mensaje pascual es que el mismo Jesús que vivió con los discípulos, es el que llegó a lo más alto, a la meta. Alcanzó su plenitud que consiste en identificarse totalmente con Dios. Participa de la misma vida de Dios y por lo tanto, está en lo más alto del “cielo".
Por otra parte, en ese “andén” en que nos encontramos puede ser lícito pensar en un regreso pero tendremos que digerir una respuesta negativa hasta que llegue el “final de los tiempos”. Por ahora el que llega mientras Jesús “se marcha” y se “eleva” una vez encomendada la misión sus discípulos, es el Espíritu. Lucas pretende que caigamos en la cuenta de que solamente han entendido la resurrección aquellos que no se quedan mirando al cielo con los brazos cruzados y la cara de lelos, si no los que se hacen al camino de la vida, para anunciar el mensaje de amor y justicia que nos dejó como tarea. El evangelio de este domingo contiene todos los elementos que hemos venido manejando en el tiempo pascual: la identificación de Jesús; la alusión a la Escritura; la necesidad de Espíritu; la obligación de ser testigos; la conexión de la vivencia con la misión de extender. el Reino.
La Ascensión del Señor es una suerte, un auténtico regalo. Es el momento de que tomemos la palabra, de comenzar a caminar solos. Es la hora de demostrar delante de todos, que hemos aprendido a ser lo que Él nos ha dicho que seamos y lo que Él ha demostrado ser y realizar a favor nuestro. Que nos somos actores que han olvidado el guión, como los de la canción de Amaral. Hoy es un día de fiesta, no de lamentaciones porque nos quedamos solos. La partida de Jesús acaba con nuestras ilusiones infantiles y da paso a nuestra vida cristiana madura. Debemos demostrar que somos capaces de llevar a cabo nuestra misión, ¿Somos o no adultos en la fe? Pero tenemos que tener claro que podemos explicar doctrinas sublimes y poco inteligibles acerca de Jesús, pero no basta. No es lo mismo exponer verdades cuyo contenido es teológicamente correcto, teóricamente bueno para el mundo, que abrir senderos que faciliten el acceso a la experiencia de Jesús como algo «nuevo» y «bueno» para sus vidas. En resumen: Jesús asciende. Se va pero no es tiempo de lamentos sino de ponerse a la tarea.
Roberto Sayalero Sanz, agustino recoleto. Colegio San Agustín (Valladolid, España)
Sin ti no soy nada, una gota de lluvia mojando mi cara mi mundo es pequeño y mi corazón pedacitos de hielo [.…] Me río sin ganas con una sonrisa pintada en la cara. Soy sólo un actor que olvidó su guión, al fin y al cabo son sólo palabras que no dicen nada. Los días que pasan, las luces del alba, mi alma, mi cuerpo, mi voz, no sirven de nada. Qué no daría yo por tener tu mirada, por ser como siempre los dos. Mientras todo cambia. Porque yo sin ti no soy nada.
Con esta letra de Amaral nos situamos en la postura contraria de lo que se celebra este domingo. Quizá si pueda parecer un día para correr por el andén pañuelo en mano mientras las lágrimas inundan nuestros ojos pero no es un día de “adiós”; si acaso de “hasta pronto”. Pero no podemos cruzarnos de brazos si no tomar con fuerza el testigo que hoy se nos entrega.
En la descripción, que nos ofrece la primera lectura de este domingo, se nos dice que una nube se lo quitó de la vista. Pero esa nube no debemos verla como un muro de hormigón o una cámara de aislamiento. Una cosa es cierta que nuestros ojos ya no nos sirven. La nube significa a la vez lo inaccesible y lo próximo, como si lejanía y cercanía estuviesen magistralmente mezclados. Pero sí habrá que dejar claro, aunque a día de hoy parezca algo superado, que no podemos pensar en un Jesús astronauta dando vueltas por el universo, esquivando satélites y estrellas fugaces. Este acontecimiento está ligado al de la resurrección. Lo importante de todo el mensaje pascual es que el mismo Jesús que vivió con los discípulos, es el que llegó a lo más alto, a la meta. Alcanzó su plenitud que consiste en identificarse totalmente con Dios. Participa de la misma vida de Dios y por lo tanto, está en lo más alto del “cielo".
Por otra parte, en ese “andén” en que nos encontramos puede ser lícito pensar en un regreso pero tendremos que digerir una respuesta negativa hasta que llegue el “final de los tiempos”. Por ahora el que llega mientras Jesús “se marcha” y se “eleva” una vez encomendada la misión sus discípulos, es el Espíritu. Lucas pretende que caigamos en la cuenta de que solamente han entendido la resurrección aquellos que no se quedan mirando al cielo con los brazos cruzados y la cara de lelos, si no los que se hacen al camino de la vida, para anunciar el mensaje de amor y justicia que nos dejó como tarea. El evangelio de este domingo contiene todos los elementos que hemos venido manejando en el tiempo pascual: la identificación de Jesús; la alusión a la Escritura; la necesidad de Espíritu; la obligación de ser testigos; la conexión de la vivencia con la misión de extender. el Reino.
La Ascensión del Señor es una suerte, un auténtico regalo. Es el momento de que tomemos la palabra, de comenzar a caminar solos. Es la hora de demostrar delante de todos, que hemos aprendido a ser lo que Él nos ha dicho que seamos y lo que Él ha demostrado ser y realizar a favor nuestro. Que nos somos actores que han olvidado el guión, como los de la canción de Amaral. Hoy es un día de fiesta, no de lamentaciones porque nos quedamos solos. La partida de Jesús acaba con nuestras ilusiones infantiles y da paso a nuestra vida cristiana madura. Debemos demostrar que somos capaces de llevar a cabo nuestra misión, ¿Somos o no adultos en la fe? Pero tenemos que tener claro que podemos explicar doctrinas sublimes y poco inteligibles acerca de Jesús, pero no basta. No es lo mismo exponer verdades cuyo contenido es teológicamente correcto, teóricamente bueno para el mundo, que abrir senderos que faciliten el acceso a la experiencia de Jesús como algo «nuevo» y «bueno» para sus vidas. En resumen: Jesús asciende. Se va pero no es tiempo de lamentos sino de ponerse a la tarea.
Roberto Sayalero Sanz, agustino recoleto. Colegio San Agustín (Valladolid, España)
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