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sábado, 5 de junio de 2010

Una mesa y dos platos


Solemnidad del Corpus Cristi (Lucas 9,11b-17)
Por Clemente Sobrado C. P.

¿Recuerdas a Goudefroy?
Durante muchos años fue el motor de todo el movimiento marxista de Francia. Primero, su padre y luego él, fueron Secretarios del Partido. Padre e hijo fueron tenidos siempre como los grandes líderes del Partido, tanto por sus conocimientos filosóficos como por su generosa entrega a la causa comunista.
Pero, Goudefroy, hijo, cometió un grave error. Abrirse a los famosos diálogos iniciados por aquel entonces en Europa entre el Comunismo y el Catolicismo. Y esta claudicación el Partido no se la perdonó. Porque los totalitarismos son siempre así: piden ser escuchados, pero no quieren escuchar a nadie.

Un día, debía pronunciar su gran Discurso en el Plenario del Partido. Todas las emisoras de radio habían conectado sus micrófonos. Terminado el discurso era de esperar el gran aplauso. Sin embargo el salón quedó sumido en profundo silencio. Ni un solo aplauso. La única voz que rompió ese cristal del silencio fue la de uno de los dirigentes que dictaba la sentencia de expulsión de Goudefroy del seno del Partido. Fue como un declarar la muerte del gran dirigente que ahora no era ni significaba nada para sus camaradas.

Apesadumbrado, roto en su vanidad y orgullo y en sus más hondos sentimientos, se dedicó a vagar en silencio por las calles de París. Sin saber por qué ni cómo, decidió entrar en la casa de su ex esposa, de la que estaba separado y a la que había abandonado, hacía tiempo.
Salió a abrirle la misma esposa. Lo invitó a entrar. Pasa. Pero se dio con la sorpresa de que en la mesa había dos platos.
Disculpa, le dijo, parece que tienes algún invitado.
Sí, claro que tengo un invitado. Eres tú.
¿Yo?
Sabía que en estos momentos, la única que podría comprenderte y acogerte y seguir amándote era yo. Entra y siéntate para que comamos.

Recién ahora, dijo Goudefroy, comienzo a entender lo que es ser cristiano. Saber amar. Y amar, precisamente cuando ya nadie te ama.

Los grandes argumentos de la fe cristiana no son precisamente los argumentos de la cabeza, de la filosofía, de la razón. Al final de todo, los grandes y únicos argumentos capaces de despertar la fe en el corazón son el testimonio del amor y de la caridad.

Es el amor y es la caridad lo que realmente nos debiera distinguir como cristianos de todo el resto. En realidad, ya Jesús lo había dicho: “en esto conocerán que sois discípulos míos, si os amáis los unos a los otros”. (Jn 13,35) O cuando dice: “Padre, que todos sean uno… para que el mundo crea que tú me enviaste”. (Jn 17,20-25)

Goudefroy entendió el cristianismo, no en los diálogos intelectuales entre marxistas y católicos, aunque tampoco podemos negar que pudieron ser la preparación del camino.
Entendió el cristianismo, cuando encontró una puerta abierta, cuando todas las demás se le habían cerrado.
En una mesa puesta, cuando todo el mundo le relegaba al silencio y su figura política pasaba al anonimato.

Una puerta que se abre.
Un plato que se pone a la mesa.
Ellos solos son suficientes para que alguien incrédulo y materialista ateo, pueda encontrar los caminos de la fe y pueda hacer la más maravillosa confesión de su vida: “Ahora entiendo el cristianismo”. “Soy cristiano”.

Con frecuencia, no son los grandes acontecimientos los que más revelan al rostro de Dios al hombre.
A veces, las cosas sencillas, las cosas del corazón, las cosas del amor, dicen mucho más al corazón humano.

Los signos pascuales de la fe:
En la Ultima Cena Jesús se hizo pan de comunión, de amor y de entrega a los demás.
Por eso, la mesa de la Eucaristía es el espacio pascual del encuentro con el Resucitado.
Por eso, la mesa de la Eucaristía es el espacio donde cada domingo se reúnen los creyentes para encontrarse con El y encontrarse entre ellos.
En Emaús, también se tendió el mantel sobre una mesa para cenar. Y allí “se les abrieron los ojos”.
Junto al Lago, un pescado asado sobre una brasas. “Es el Señor”.

Dios necesita testigos, no de su poder ni de su saber, sino “testigos de su amor”.
El poder no une a las personas, las ata. La ciencia y el saber tampoco.
Pero el amor es capaz de vencer la terquedad de la inteligencia y el orgullo del poder.

¿Queremos cambiar al mundo? ¿Cómo?
¿Demostrando que eres más que los demás? De seguro que te vas a quedar solo en la vida con todo tu poder, y el mundo seguirá igual.
¿Demostrando que sabes más que los demás? Créeme, te vas a quedar con tu ciencia y cuatro alabanzas y aplausos, pero encerrado en tu soledad.

Sólo cuando seamos capaces de amar, habremos comenzado a hacer un poco mejor a nuestro mundo.
Sólo cuando amemos más, lograremos una familia humana mejor y más feliz.
Sólo cuando amemos más, habremos conseguido que los demás puedan decir: “Ahora sabemos lo que significa ser cristiano”. “Ahora ya podemos creer en Dios y en Jesús su enviado”.

www.iglesiaquecamina.com

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