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jueves, 9 de septiembre de 2010

Dios es compasivo (Parábola del Padre Misericordioso)


XXIV Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 15, 1-32) - Ciclo C
Por José Antonio Pagola

Jesús trató de responder a estas preguntas con las parábolas más bellas y conmovedoras que salieron nunca de sus labios. Sin duda las trabajó largamente en su corazón. Todas ellas invitan a intuir la increíble misericordia de Dios. La más cautivadora es la del padre bueno.

Un padre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo al padre: «Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde». Y él les repartió la hacienda. Pocos días después, el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano, donde malgastó su hacienda viviendo como un libertino.

Cuando hubo gastado todo, sobrevino un hambre extrema en aquel país, y comenzó a pasar necesidad. Entonces fue y se ajustó con uno de los ciudadanos de aquel país, que le envió a sus fincas a apacentar puercos. Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, pero nadie se las daba. Y entrando en sí mismo dijo: «¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras yo aquí me muero de hambre! Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: "Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros"». Y, levantándose, partió hacia su padre.

Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente. El hijo le dijo: «Padre, pequé contra el cielo y ante ti: ya no merezco ser llamado hijo tuyo». Pero el padre dijo a sus siervos: «Traed aprisa el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies. Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado». Y comenzaron la fiesta.

Su hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados le preguntó qué era aquello. El le dijo: «Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el novillo cebado, porque lo ha recobrado sano». Él se irritó y no quería entrar. Salió su padre, y le suplicaba. Pero él replicó a su padre: «Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos; y ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas, has matado para él el novillo cebado!».

Pero él le dijo: «Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado».

Jesús conocía bien los conflictos que se vivían en las familias de Galilea: las discusiones entre padres e hijos, los deseos de independencia de algunos o las rivalidades entre hermanos por derechos de herencia ponían en peligro la cohesión y estabilidad de la familia. Se sufría lo indecible, pues la familia lo era todo: hogar, lugar de trabajo y supervivencia, fuente de identidad, garantía de seguridad y protección. Era muy difícil sobrevivir fuera de la familia. Tampoco una familia podía subsistir aislada de las demás. Las aldeas estaban formadas por familias unidas por estrechos lazos de parentesco, vecindad y solidaridad. Juntos preparaban los matrimonios de sus hijos, se ayudaban unos a otros para recoger las cosechas o reparar los caminos y se unían para proteger a las viudas y los huérfanos. Tan importante como la lealtad a la propia familia era la solidaridad entre las familias de la aldea. Los problemas y conflictos de una familia repercutían en todos los vecinos.

Cuando Jesús comienza a hablar de los problemas de un padre para mantener unida a su familia, todo el mundo presta atención. Conocen conflictos parecidos, pero lo que pide ese hijo es imperdonable. Al exigir la parte de su herencia está dando por muerto a su padre, rompe la solidaridad de la familia y echa por tierra su honor. ¿Cómo va a repartir su herencia un padre estando todavía en vida? ¿Cómo va a dividir su propiedad poniendo en peligro el futuro de la familia? Lo que exige es una locura y una vergüenza para todo el pueblo. El padre no dice nada. Respeta la sinrazón de su hijo y les reparte su herencia. Los oyentes debieron de quedar consternados. ¿Qué clase de padre es este? ¿Por qué no impone su autoridad? ¿Cómo puede aceptar la locura del hijo perdiendo su propia dignidad y poniendo en peligro a toda la familia?

Repartida la herencia, el hijo se desentiende del padre, abandona a su hermano y se marcha a «un país lejano». Pronto, una vida desquiciada lo lleva a la destrucción. Sin recursos para defenderse de un hambre severa, absolutamente solo en medio de un país extraño, sin familia ni protección alguna, termina como esclavo de un pagano cuidando cerdos. Su degradación no puede ser mayor. Sin libertad ni dignidad alguna, haciendo una vida infrahumana en medio de animales «impuros», llega a desear en vano las algarrobas que comen los puercos, pues nadie se las da. Al verse en una situación tan desesperada, el joven reacciona. Recuerda la casa de su padre, donde abunda el pan. Aquel era su hogar; no podía seguir más tiempo lejos de su familia. Consecuente, toma una decisión: «Me levantaré e iré a mi padre». Reconocerá su pecado. Ha perdido todos sus derechos de hijo, pero tal vez pueda ser contratado como un jornalero más.

La acogida del padre es increíble. Estando todavía lejos, fuera del pueblo, ve a su hijo derrengado por el hambre y la humillación y «se conmueve». Pierde el control: olvidando su propia dignidad, corre a su encuentro, le abraza con ternura sin dejar que se eche a sus pies y le besa efusivamente sin temor a su estado de impureza. Este hombre no actúa como el patrón y patriarca de una familia. Sus gestos son los de una madre. Esos besos y abrazos entrañables delante de todo el pueblo son signo de acogida y perdón, pero también de protección y defensa ante los vecinos. Interrumpe su confesión para ahorrarle más humillaciones y se apresura a restaurar su dignidad dentro de la familia: lo viste con «el mejor vestido» de la casa, le pone el anillo que le confiere el título de hijo y le hace calzarse sandalias de hombre libre. Pero hay que rehacer también su honor y el de toda la familia dentro de la aldea. El padre organiza un gran banquete para todo el pueblo. Se matará el novillo cebado y habrá música y baile en la plaza. Todo está más que justificado: «Este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; se había perdido y ha sido hallado». Por fin podrán vivir en familia de manera digna y dichosa.

Desgraciadamente faltaba el hijo mayor. Llegó del campo al atardecer. Un día más había cumplido fielmente con su trabajo. Al oír «la música y las danzas», queda desconcertado. No entiende nada. La vuelta del hermano no le produce alegría como a su padre, sino rabia. Se queda fuera sin entrar a la fiesta. Nunca se había marchado de casa, pero ahora se siente como un extraño ante la familia y los vecinos reunidos para acoger a su hermano. No se había perdido en un país lejano, pero se encuentra perdido en su propio resentimiento.

El padre sale a invitarlo con el mismo cariño con que ha salido al encuentro del hijo llegado de lejos. No le grita, no le da órdenes. No actúa como el patrón de la casa. Al contrario, como una madre, le suplica una y otra vez que venga a la fiesta. Es entonces cuando el hijo explota y deja al descubierto todo su rencor. Ha pasado su vida cumpliendo las órdenes del padre como un esclavo, pero no ha sabido disfrutar de su amor como un hijo. Su vida de trabajo sacrificado ha endurecido su corazón. No vive en la familia; si su padre le hubiera dado un cabrito, hubiera organizado una fiesta, no con él, sino con sus amigos. Ahora no sabe sino humillar a su padre y denigrar a su hermano denunciando su vida libertina con prostitutas. No entiende el amor de su padre hacia aquel miserable. El no acoge ni perdona.

El padre le habla con ternura especial. Desde su corazón de padre, él lo ve todo de manera diferente. El hijo llegado de lejos no es un depravado, sino un «hijo muerto que ha vuelto a la vida». Aquel hijo que no quiere entrar en la fiesta no es un esclavo, sino un hijo querido que puede disfrutar junto a su padre compartiendo todo con él. Su único deseo de padre es ver de nuevo a sus hijos sentados a la misma mesa, compartiendo fraternalmente un banquete festivo.

Jesús interrumpe aquí su relato sin explicación alguna. ¿Qué sintieron los padres que habían cerrado para siempre las puertas a sus hijos escapados de casa para vivir su propia aventura? ¿Qué sintieron aquellos vecinos que tanto despreciaban a quienes habían abandonado el pueblo para irse a vivir a Séforis o Tiberíades? ¿Qué experimentaron los que llevaban años lejos de Dios, al margen de la Alianza, sin preocuparse de cumplir la ley ni de peregrinar al templo? ¿En qué pensaron los que vivían dentro de la Alianza y despreciaban a pecadores, recaudadores y prostitutas? Todos han empezado por juzgar rápidamente la insensatez de aquel padre por su falta de autoridad para imponerse a sus hijos, pero, al conocer su compasión increíble, al verlo perdonar y proteger maternalmente a su hijo perdido, y salir humilde al encuentro del hijo mayor, buscando apasionadamente la reconciliación de todos en una fiesta, quedan probablemente desconcertados y conmovidos.

¿Es posible que Dios sea así? ¿Como un padre que no se guarda para sí su herencia, que respeta totalmente el comportamiento de sus hijos, que no anda obsesionado por su moralidad y que, rompiendo las reglas convencionales de lo justo y correcto, busca para ellos una vida digna y dichosa? ¿Será esta la mejor metáfora de Dios: un padre acogiendo con los brazos abiertos a los que andan «perdidos» fuera de casa, y suplicando a cuantos lo contemplan y le escuchan que acojan con compasión a todos? La parábola significa una verdadera «revolución» ¿Será esto el reino de Dios? ¿Un Padre que mira a sus criaturas con amor increíble y busca conducir la historia humana hacia una fiesta final donde se celebre la vida, el perdón y la liberación definitiva de todo lo que esclaviza y degrada al ser humano? Jesús habla de un banquete espléndido para todos, habla de música y de danzas, de hombres perdidos que desatan la ternura de su padre, de hermanos llamados a perdonarse ¿Será esta la buena noticia de Dios?

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