Al preparar el altar, y después de revestido, y en la misa, he tenido muy grandes mociones interiores, muchas lágrimas y sollozos muy intensos; he perdido muchas veces el habla, y lo mismo después de acabada la misa. En gran parte de este tiempo de la misa, de su preparación y posteriormente, he sentido y he visto a nuestra Señora muy propicia delante del Padre, tanto, que no podía decir las oraciones al Padre y al Hijo, ni hacer la consagración, sin que la sintiese o viese como partícipe o puerta de tanta gracia, que en espíritu sentía. (Al consagrar me mostraba que estaba su carne en la de su Hijo), con tantas inteligencias que sería imposible escribirlas”. Diario Espiritual Nº 31
A pesar de la imposibilidad de describir las inteligencias recibidas, hoy suministra Ignacio una serie de pistas básicas de la devoción mariana. La solidaridad incansable de María con el pecador y su participación en la obra de la reconciliación por la voluntad gratuita de Dios, la constituyen en “parte” o “puerta” de tanta gracia como recibe de Ignacio. Dicha gracia, concretada en la consagración, apunta a la vinculación sacerdotal de Ignacio a Cristo. El sí de María al sí de Dios ha engendrado la carne que se hace presente en este momento entre sus manos. Los misterios de la Encarnación y del Nacimiento, bajo la luz interpretativa de la contemplación del Rey Eternal, “quién quisiese venir conmigo ha de trabajar conmigo…” (EE 95), se le repiten sacramentalmente en su acción consagratoria. Por esto su primera misa debía celebrarse en Belén o en el altar del pesebre de Santa María la Maggiore. Ribadeneyra cuenta que “diziendo misa, teniendo a Cristo en las manos, le veía en el cielo y allí” (FN II, Dicta et Facta, pág 474).
Publicado por A.M.D.G.
A pesar de la imposibilidad de describir las inteligencias recibidas, hoy suministra Ignacio una serie de pistas básicas de la devoción mariana. La solidaridad incansable de María con el pecador y su participación en la obra de la reconciliación por la voluntad gratuita de Dios, la constituyen en “parte” o “puerta” de tanta gracia como recibe de Ignacio. Dicha gracia, concretada en la consagración, apunta a la vinculación sacerdotal de Ignacio a Cristo. El sí de María al sí de Dios ha engendrado la carne que se hace presente en este momento entre sus manos. Los misterios de la Encarnación y del Nacimiento, bajo la luz interpretativa de la contemplación del Rey Eternal, “quién quisiese venir conmigo ha de trabajar conmigo…” (EE 95), se le repiten sacramentalmente en su acción consagratoria. Por esto su primera misa debía celebrarse en Belén o en el altar del pesebre de Santa María la Maggiore. Ribadeneyra cuenta que “diziendo misa, teniendo a Cristo en las manos, le veía en el cielo y allí” (FN II, Dicta et Facta, pág 474).
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