Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 2, 13-17
Jesús salió nuevamente a la orilla del mar; toda la gente acudía a Él, y Él les enseñaba. Al pasar vio a Leví, hijo de Alfeo, sentado a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: «Sígueme». Él se levantó y lo siguió.
Mientras Jesús estaba comiendo en su casa, muchos publicanos y pecadores se sentaron a comer con Él y sus discípulos; porque eran muchos los que lo seguían. Los escribas del grupo de los fariseos, al ver que comía con pecadores y publicanos, decían a los discípulos: «¿Por qué come con publicanos y pecadores?»
Jesús, que había oído, les dijo: «No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a justos, sino a pecadores».
Dos notas nos resuenan del evangelio de hoy:
La libertad que Jesús muestra frente a los convencionalismos sociales, religiosos o clasistas… de la época, su entereza y coherencia, pues Él sí tiene claro ante quién rinde cuentas y no se preocupa de agradar a nadie más que al Padre-Madre.
Y la actitud de diálogo de Jesús, incluso con los que pueda disentir, porque no hace acepción de personas: su mensaje es universal, se sienta a comer, se encuentra, dialoga, con quienes quieren compartir con él, sean o no publicanos o pecadores. Y es que en realidad, cuando Jesús nos llama, nos da la oportunidad de que seamos nosotros los que elijamos si queremos o no comer con Él.
Diálogo: una actitud que echamos muy en falta en la “calle”, en donde nos acostumbramos a dar “fe” a líderes que nos den seguridad, de los que beber la “verdad”, fórmulas magistrales para repetir en nuestras disertaciones personales, sin que tengamos que perder tiempo en pensar y discernir nuestra propia identidad.
Entereza en la fe y diálogo en el día a día son los propósitos que nos asaltan tras la lectura del Evangelio. Poner por encima a los hombres y mujeres como hijos e hijas de Dios, propiciando el encuentro sincero, desde nuestra fe en Cristo.
San Pablo ha captado muy bien esa cercanía de Jesús, esa capacidad de Dios de compadecerse (padecer con), y no falto de adornos literarios de los que es habitual, nos recuerda que es “un Dios humano”, como reza la canción de la misa Nicaragüense, que ha atravesado el cielo y padecido entre nosotros. ¿Cómo no va a entender nuestra debilidad y a ejercer la misericordia con nosotros sus hijos e hijas? Y nosotros, siendo padres y madres, tíos, educadoras, podemos comprenderlo e intentamos aplicarnos el cuento para que no llegue el día en que nuestros hijos e hijas, sobrinos y sobrinas, alumnos y alumnas,…, no quieran venir a contarnos, a compartir, por temor a nuestra desaprobación furiosa. ¡Qué tierna figura la de ponernos en las manos del Padre-Madre Dios, sabiendo que su gracia es más poderosa que nuestra debilidad!
Comunidad El Levantazo
CPJA - Valencia
Mientras Jesús estaba comiendo en su casa, muchos publicanos y pecadores se sentaron a comer con Él y sus discípulos; porque eran muchos los que lo seguían. Los escribas del grupo de los fariseos, al ver que comía con pecadores y publicanos, decían a los discípulos: «¿Por qué come con publicanos y pecadores?»
Jesús, que había oído, les dijo: «No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a justos, sino a pecadores».
Dos notas nos resuenan del evangelio de hoy:
La libertad que Jesús muestra frente a los convencionalismos sociales, religiosos o clasistas… de la época, su entereza y coherencia, pues Él sí tiene claro ante quién rinde cuentas y no se preocupa de agradar a nadie más que al Padre-Madre.
Y la actitud de diálogo de Jesús, incluso con los que pueda disentir, porque no hace acepción de personas: su mensaje es universal, se sienta a comer, se encuentra, dialoga, con quienes quieren compartir con él, sean o no publicanos o pecadores. Y es que en realidad, cuando Jesús nos llama, nos da la oportunidad de que seamos nosotros los que elijamos si queremos o no comer con Él.
Diálogo: una actitud que echamos muy en falta en la “calle”, en donde nos acostumbramos a dar “fe” a líderes que nos den seguridad, de los que beber la “verdad”, fórmulas magistrales para repetir en nuestras disertaciones personales, sin que tengamos que perder tiempo en pensar y discernir nuestra propia identidad.
Entereza en la fe y diálogo en el día a día son los propósitos que nos asaltan tras la lectura del Evangelio. Poner por encima a los hombres y mujeres como hijos e hijas de Dios, propiciando el encuentro sincero, desde nuestra fe en Cristo.
San Pablo ha captado muy bien esa cercanía de Jesús, esa capacidad de Dios de compadecerse (padecer con), y no falto de adornos literarios de los que es habitual, nos recuerda que es “un Dios humano”, como reza la canción de la misa Nicaragüense, que ha atravesado el cielo y padecido entre nosotros. ¿Cómo no va a entender nuestra debilidad y a ejercer la misericordia con nosotros sus hijos e hijas? Y nosotros, siendo padres y madres, tíos, educadoras, podemos comprenderlo e intentamos aplicarnos el cuento para que no llegue el día en que nuestros hijos e hijas, sobrinos y sobrinas, alumnos y alumnas,…, no quieran venir a contarnos, a compartir, por temor a nuestra desaprobación furiosa. ¡Qué tierna figura la de ponernos en las manos del Padre-Madre Dios, sabiendo que su gracia es más poderosa que nuestra debilidad!
Comunidad El Levantazo
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