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jueves, 10 de febrero de 2011

VI Domingo del T.O. (Mt 5, 17-37) - Ciclo A: ¿QUÉ FIDELIDAD?



Una de las exigencias de la vida cristiana es la fidelidad. En eso, todos de acuerdo. Lo que a veces no resulta tan claro es cuál debe ser el objeto, o el objeto primario, de nuestra fidelidad. Por tanto, fidelidad sí, pero ¿a qué?, ¿a quién?

PROMESAS FIRMES...

Es muy probable que los discípulos de Jesús, se sintieran sorprendidos y decepcionados al escuchar las bienaventuranzas. Ellos esperaban del Mesías un programa de acción que, mediante la conquista del poder, los condujera a la instauración del reinado de Dios en el menor tiempo posible. Pero las bienaventuranzas, resumen de la propuesta de Jesús, no son, ¡eso está bien claro!, un programa de lucha para alcanzar el poder. Entonces, ¿qué había pasado con las promesas contenidas en el Antiguo Testamento (la ley y los profetas)? ¿Es que Jesús había venido a echar abajo todas aquellas promesas y la esperanza que los pobres de Israel tenían depositada en ellas?

Jesús calma la inquietud de los discípulos: Dios había empeñado su palabra en aquellas promesas, y la palabra de Dios es firme: "¡No penséis que he venido a echar abajo la ley ni los profetas! No he venido a echar abajo, sino a dar cumplimiento": él mismo y la misión que se propone realizar representan el cumplimiento de aquellas promesas. Pero...


... CUMPLIDAS, ENRIQUECIDAS, RENOVADAS


Debió de resultar sorprendente para los discípulos escuchar las cosas que decía Jesús (de hecho, hasta que recibieron el Espíritu el día de Pentecostés los discípulos no entendieron el mensaje de Jesús). Y es que para cualquier israelita de aquel tiempo resultaba difícil entender que el cumplimiento de las antiguas promesas de Dios a su pueblo fuera a realizarse del modo que decía Jesús: la antigua alianza y sus mandamientos quedarían superados y sustituidos por una alianza nueva en la que las bienaventuranzas ocuparían el lugar de los antiguos mandamientos; los miembros del que hasta ahora se había considerado el pueblo de Dios serían invitados a entrar a formar parte del nuevo pueblo de Dios en plano de igualdad con los hombres de los demás pueblos de la tierra; y más difícil todavía era que aceptaran a un Dios que, en lugar de presentarse como Dios nacional de Israel, se ofrece como Padre de cuantos quieran ser sus hijos. Así se cumplen las antiguas promesas.

Jesús no pretende reformar simplemente las antiguas instituciones; por medio de él va a nacer una nueva realidad. Lo antiguo se cumple; y al cumplirse, se acaba. Empieza una nueva era en las relaciones de Dios con la humanidad.

Una nueva alianza: unas nuevas exigencias, las bienaventuranzas; un nuevo pueblo, todos los que acepten esas exigencias, sin privilegios de ningún tipo. Y la promesa cumplida y, una vez más, enriquecida y renovada: no aquel "Yo seré vuestro Dios" sino la invitación a ser hijos, el ofrecimiento de ser Padre.


HAY QUE CAMBIAR


Sí. Hay mucho que cambiar. Jesús pone algunos ejemplos concretos. No se trata de promulgar nuevos preceptos para sustituir a los antiguos. L cuestión no es cambiar unas leyes por otras más o menos exigentes; lo que hace es enseñarnos a cambiar la ley por el Espíritu de amor, que será en adelante el que mueva a sus seguidores. Y la dirección es siempre la misma: lo importante no es lo que está mandado: la letra de la ley; lo importante es aprender a querer lo que Dios quiere: el bien del hombre, el respeto de la dignidad y la libertad del ser humano, antes imagen y ahora llamado a ser hijo de Dios.


SUS EXIGENCIAS...


Por eso el seguidor de Jesús, que sabe que su felicidad la encontrará construyendo la paz, no puede conformarse con no matar; debe arrancar de su corazón el odio y sus expresiones externas: la ira, el insulto, el juicio de condena... "Os han enseñado que se mandó a los antiguos: "No matarás (Ex 20, 13), y si uno mata será condenado por el tribunal". Pues yo os digo: Todo el que esté peleado con su hermano será condenado por el tribunal..." Y no podrá pretender estar a bien con Dios si no está en la paz con los hermanos.

Y aquellos que saben que es posible la felicidad para los hombres si éstos actúan con limpieza y honradez, no se podrán dar por satisfechos evitando el adulterio; deberán abstenerse de considerar a la mujer un simple objeto de placer y respetarla hasta con el pensamiento "...todo el que mira a una mujer casada excitando su deseo por ella, ya ha cometido adulterio con ella en su interior".

Y los que sienten hambre y sed de justicia no podrán practicar la injusticia de repudiar a la esposa, despidiéndola sin ningún derecho (y sin que ella tuviera el derecho de hacer lo mismo con el marido): "Pues yo os digo: todo el que repudia a su mujer, fuera del caso de unión ilegal, la empuja al adulterio, y el que se case con la repudiada, comete adulterio".

Y los que hacen gala de limpieza de corazón no tendrán necesidad de jurar, pues la sinceridad, la limpieza de corazón, ha de ser la única actitud posible entre los que trabajan para construir un mundo de hermanos: "Pues yo os digo que no juréis en absoluto... Que vuestro sí sea un sí y vuestro no un no..."


... Y NUESTRA FIDELIDAD


Este es, pues, el objeto primario de nuestra fidelidad: tenemos que ser fieles a Jesús y a su proyecto, instaurar el reino de Dios, convertir este mundo en un mundo de hermanos.

Los fariseos eran hombres de una fidelidad exagerada a la Ley y a las leyes; todo lo cumplían al pie de la letra. Pero tanta ley dejó seco su corazón. Por eso para Jesús -y para sus seguidores, por tanto- la Ley se queda pequeña. Y Jesús la declara cumplida, caducada. A partir de ahora habrá que ser fieles al Espíritu de Jesús: al Amor.

¿Las demás fidelidades? Todas... siempre que no estorben a la que es principal.

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