Por R. J. García Avilés
El episodio de Emaús, propio de Lucas, describe el camino que tienen que hacer los discípulos para reconocer la presencia de Jesús en la historia. Lucas enfoca («Y mirad») la comunidad de discípulos («dos de ellos») en el momento en que, simbólicamente, deciden, de mala gana, dejar la institución judía («que distaba dos leguas de Jerusalén») en dirección a una aldea, llamada Emaús (24,13).
La conversación que sostienen entre ellos explicita, de palabra, el recorrido que hacen físicamente. Comentan los acontecimientos negativos que han dejado en ellos una profunda frustración (24,14). La ideología que comparten les impide reconocer a Jesús en el compañero de viaje (24,15-16). Reconocen que era un Profeta, pero siguen adictos a los dirigentes de Israel, a pesar de que éstos lo han traicionado y ejecutado («los sumos sacerdotes y nuestros jefes», 24,20), y proyectan sobre su persona rasgos nacionalistas («Jesús, el Nazareno», 24,19): «Cuando nosotros esperábamos que él fuese el liberador de Israel» (24,21a). Como quiera que sólo esperaban un triunfo terrenal, ni las repetidas predicciones de Jesús (9,22.44s; 18,32-34) ni los indicios de su resurrección (testimonio de las mujeres y de los representantes de la Escritura, 24,22; ni la confirmación del relato de las mujeres por parte de Pedro (24,24) no han avivado su esperanza: «Pero, además de todo eso, con hoy son ya tres días que ocurrió» (24,21b).
JESUS ABRE EL SENTIDO PROFUNDO DE LA ESCRITURA
Lucas concentra en esta escena y en la que seguirá, de la que ésta es un desdoblamiento, toda la artillería pesada con el fin de librar la batalla decisiva contra la mentalidad que continúa amarrando a tierra a sus comunidades y les impide reconocer a Jesús en el camino de la historia de los hombres. La resistencia proviene, como en el caso de los discípulos, de la mentalidad que los invade y de la falta de entrega personal, con la excusa de que no lo ven claro, de que la situación no hay quien la arregle, de que ya están de vuelta de todo.
En primer lugar Jesús les recuerda, de palabra, lo que ya les había dicho antes por partida triple (las predicciones sobre su muerte y resurrección), insistiendo en que todo eso ya estaba contenido en la Escritura: «¡Qué torpes sois y qué lentos para creer en todo lo que dijeron los Profetas! ¿No tenía el Mesías que padecer todo eso para entrar en su gloria?" Y, tomando pie de Moisés y de los Profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura» (24,25-27). La temática es la misma de la escena de la transfiguración y de la escena de las mujeres en el sepulcro. Aquí es Jesús en persona el que les imparte la lección. En el prólogo de Hch 1,3 dirá Lucas, de forma resumida, que la lección duró «cuarenta días». Su mentalidad nacionalista a ultranza y triunfalista les impide comprender el sentido de las Escrituras. Ni siquiera el fracaso del Mesías los ha hecho cambiar. Ahora, peor todavía, como están quemados y de vuelta, regresan al bastión inexpugnable que les queda, la «aldea de Emaús». El día ya declina, oscurece, cae la tiniebla: pero ellos siguen adelante, arrastrándose por la vida decepcionados y resignados.
La segunda lección que les impartirá Jesús será con hechos. Pero antes ha sido preciso que ellos diesen señales de vida: «Quédate con nosotros, que está atardeciendo y el día va ya de caída» (24,29). Han acogido al hombre, sin saber que era Jesús. Este ha hecho ademán de seguir adelante (24,28), para que fuesen ellos quienes tomasen la iniciativa de darle acogida. Tienen que hacerse «prójimos», acercándose a las necesidades humanas y compartiendo lo que tienen. «Y sucedió que, estando recostado con ellos a la mesa, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo ofreció» (24,30). Jesús les da la misma señal que les había dado en la escena del compartir los panes (9,16) y que los llevó a reconocerlo como Mesías (9,18-20). Se dan cuenta de que es él en la acción de compartir el pan (24,35) para que comiera de él todo Israel. Lo sienten viviente, como cuando «estaban en ascuas mientras les hablaba por el camino» (24,32).
Palabra y gesto: si queremos comprender el plan de Dios, debemos habituarnos también nosotros a compartir, como Jesús se entregó a sí mismo en un acto supremo de donación (22,19) y lo significó mediante la «partición del pan». Mientras vayamos en busca de una iglesia triunfante, bien considerada y aplaudida por los poderosos, mientras confiemos en los grandes medios de comunicación como formas de evangelización, por el estilo de los carismáticos evangelistas que dominan las televisiones americanas, remaremos contra corriente y no descubriremos nunca a Jesús en la pequeña, pobre e insignificante historia de los hombres y mujeres que nos rodean o que se nos acercan.
La conversación que sostienen entre ellos explicita, de palabra, el recorrido que hacen físicamente. Comentan los acontecimientos negativos que han dejado en ellos una profunda frustración (24,14). La ideología que comparten les impide reconocer a Jesús en el compañero de viaje (24,15-16). Reconocen que era un Profeta, pero siguen adictos a los dirigentes de Israel, a pesar de que éstos lo han traicionado y ejecutado («los sumos sacerdotes y nuestros jefes», 24,20), y proyectan sobre su persona rasgos nacionalistas («Jesús, el Nazareno», 24,19): «Cuando nosotros esperábamos que él fuese el liberador de Israel» (24,21a). Como quiera que sólo esperaban un triunfo terrenal, ni las repetidas predicciones de Jesús (9,22.44s; 18,32-34) ni los indicios de su resurrección (testimonio de las mujeres y de los representantes de la Escritura, 24,22; ni la confirmación del relato de las mujeres por parte de Pedro (24,24) no han avivado su esperanza: «Pero, además de todo eso, con hoy son ya tres días que ocurrió» (24,21b).
JESUS ABRE EL SENTIDO PROFUNDO DE LA ESCRITURA
Lucas concentra en esta escena y en la que seguirá, de la que ésta es un desdoblamiento, toda la artillería pesada con el fin de librar la batalla decisiva contra la mentalidad que continúa amarrando a tierra a sus comunidades y les impide reconocer a Jesús en el camino de la historia de los hombres. La resistencia proviene, como en el caso de los discípulos, de la mentalidad que los invade y de la falta de entrega personal, con la excusa de que no lo ven claro, de que la situación no hay quien la arregle, de que ya están de vuelta de todo.
En primer lugar Jesús les recuerda, de palabra, lo que ya les había dicho antes por partida triple (las predicciones sobre su muerte y resurrección), insistiendo en que todo eso ya estaba contenido en la Escritura: «¡Qué torpes sois y qué lentos para creer en todo lo que dijeron los Profetas! ¿No tenía el Mesías que padecer todo eso para entrar en su gloria?" Y, tomando pie de Moisés y de los Profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura» (24,25-27). La temática es la misma de la escena de la transfiguración y de la escena de las mujeres en el sepulcro. Aquí es Jesús en persona el que les imparte la lección. En el prólogo de Hch 1,3 dirá Lucas, de forma resumida, que la lección duró «cuarenta días». Su mentalidad nacionalista a ultranza y triunfalista les impide comprender el sentido de las Escrituras. Ni siquiera el fracaso del Mesías los ha hecho cambiar. Ahora, peor todavía, como están quemados y de vuelta, regresan al bastión inexpugnable que les queda, la «aldea de Emaús». El día ya declina, oscurece, cae la tiniebla: pero ellos siguen adelante, arrastrándose por la vida decepcionados y resignados.
La segunda lección que les impartirá Jesús será con hechos. Pero antes ha sido preciso que ellos diesen señales de vida: «Quédate con nosotros, que está atardeciendo y el día va ya de caída» (24,29). Han acogido al hombre, sin saber que era Jesús. Este ha hecho ademán de seguir adelante (24,28), para que fuesen ellos quienes tomasen la iniciativa de darle acogida. Tienen que hacerse «prójimos», acercándose a las necesidades humanas y compartiendo lo que tienen. «Y sucedió que, estando recostado con ellos a la mesa, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo ofreció» (24,30). Jesús les da la misma señal que les había dado en la escena del compartir los panes (9,16) y que los llevó a reconocerlo como Mesías (9,18-20). Se dan cuenta de que es él en la acción de compartir el pan (24,35) para que comiera de él todo Israel. Lo sienten viviente, como cuando «estaban en ascuas mientras les hablaba por el camino» (24,32).
Palabra y gesto: si queremos comprender el plan de Dios, debemos habituarnos también nosotros a compartir, como Jesús se entregó a sí mismo en un acto supremo de donación (22,19) y lo significó mediante la «partición del pan». Mientras vayamos en busca de una iglesia triunfante, bien considerada y aplaudida por los poderosos, mientras confiemos en los grandes medios de comunicación como formas de evangelización, por el estilo de los carismáticos evangelistas que dominan las televisiones americanas, remaremos contra corriente y no descubriremos nunca a Jesús en la pequeña, pobre e insignificante historia de los hombres y mujeres que nos rodean o que se nos acercan.
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