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sábado, 14 de mayo de 2011

UNA PUERTA SIEMPRE ABIERTA


IV Domingo de Pascua (Jn 10,1-10) - Ciclo A

El autor del cuarto evangelio recurre a distintas imágenes, portadoras de significado directamente relacionado con la vida, para hacer llegar su comprensión de Jesús: esposo del pueblo, pan de vida, camino, verdad y vida, luz del mundo, resurrección y vida, vid y sarmientos…
En el capítulo 10, aparecen otras dos que, aunque unidas, conviene diferenciar: el pastor y la puerta. Lo que une a ambas es el redil: el pastor accede al redil usando la puerta, a diferencia de los salteadores. Pero enseguida la imagen de la puerta cobra entidad propia hasta el punto de simbolizar al propio Jesús: él es la puerta.

La imagen del pastor había de resultar entrañable para aquel pueblo, agrícola y ganadero, que se refería a Dios como su “buen pastor”, que provee de cuidado, alimento y reposo (Salmo 23). Sin embargo, para nuestros contemporáneos, esa imagen –aparte de no evocar prácticamente nada a quienes viven en una sociedad industrial avanzada- llega tan “contaminada” por toda una historia de autoritarismo (y su correlativa inducción al “borreguismo”) que se hace prácticamente irrecuperable.

Los creyentes podemos seguir hablando de su contenido y ver a Jesús como alimento, cuidado, descanso, vida… Pero la imagen misma del “pastor” o no dice nada a los habitantes del siglo XXI o, lo que es peor, evoca (e incluso promueve) actitudes tan sumisas hacia los “pastores” como las que se esperan de las ovejas hacia quien las cuida. Es una imagen que transmite demasiado paternalismo como para que pueda conectar con una cultura celosa de la autonomía. En concreto, en la Iglesia, al hablar de los “pastores”, es fácil que vengan a nuestra mente imágenes de mitras y de báculos, que poco tienen que ver con lo que fue la figura histórica de Jesús de Nazaret.

Más allá, pues, de la literalidad de la imagen, conviene dirigir la mirada hacia el contenido. El texto afirma que siguen a Jesús “porque conocen su voz”. Por el contrario, “a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él”.

Estas expresiones me sugieren una doble reflexión:

· Aunque la historia nos ofrece testimonios palmarios de cómo la gente ha seguido con frecuencia a charlatanes y a dictadores que la ha engañado, el texto parece apostar por la sabiduría del pueblo, que le hace conectar con quien realmente le aporta vida. Por eso, cuando la autoridad religiosa se lamenta de no ser escuchada –o de que las iglesias se vacían-, haría bien en preguntarse si real y objetivamente está viviendo en “comunión” o, al menos, en sintonía con los hombres y mujeres de su propio tiempo, y ofreciéndoles Vida.

· Por otro lado, a Jesús le sigue quien “conoce su voz”, es decir, aquella persona que, al entrar en contacto con su mensaje, siente un “eco” en su interior, una “resonancia” que le hace asentir. Es claro que esa resonancia puede conocer diferentes intensidades –hasta llegar a percibir que se “comparte” el propio nivel de conciencia de Jesús y su misma Identidad-, pero sin ella no puede nacer la auténtica adhesión al Maestro de Nazaret. Es ella, y no la costumbre ni los dogmas, la que nos hace ser creyentes.

La otra imagen es la puerta. Lo más característico del modo como aparece en este lugar es lo siguiente: se trata de una puerta que conduce a la salvación, y por la que se puede “entrar y salir”.

La referencia inicial –“todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos”- no parece sino una exageración exclusivista del autor del evangelio, en su intento de mostrar la preeminencia de su Maestro. Pero es seguro que no son palabras que salieran de la boca de Jesús; pertenecen a la teología del cuarto evangelio, pero no a la sencillez del nazareno.

Jesús es una “puerta abierta”, por la se puede entrar y salir. Así leída, esta imagen evoca, antes que nada, la experiencia humana de la amistad. Se ha dicho que amigo es aquél ante quien puedes pensar en voz alta; aquél que no te ama porque te comprende, sino que te comprende porque te ama. Amigo es quien no pide cuentas, sino que te permite “entrar” y “salir”.

Esa libertad, que implica un exquisito respeto a la otra persona, es también condición de su crecimiento. Aprendemos de los errores y todos tenemos derecho a equivocarnos.

No es extraño que, en otras parábolas de Jesús, se perciba también esta misma libertad. En aquélla del pastor que va en busca de la oveja perdida, cuando la encuentra, no se dice que la encierre; la oveja, si lo desea, podrá volver a escapar…, aunque eso signifique su pérdida. En la otra de los dos hijos, el padre no impide que el menor se marche de casa, ni lo condena por ello; tampoco, cuando regresa, le impone la promesa de no volver a repetirlo.

Que Jesús sea “puerta abierta” significa que actúa como el padre de la parábola, metáfora de Dios. Porque su objetivo –como el del Padre, a quien muestra- es uno solo: “que tengan vida y la tengan abundante”.

Ahí es, en realidad, adonde conduce la puerta: ésa es la salvación. La adhesión a Jesús potencia, enriquece y plenifica la vida, a la vez que la hace “desbordarse” a favor de los demás. Este es el único criterio que valida la verdad o no de la persona creyente y de la misma Iglesia: más que el apego a unas creencias y a unos ritos, el compromiso efectivo y humilde a favor de la vida –y de la libertad- de las personas.

Desde una perspectiva no-dual, al “conectar” con Jesús, nos descubrimos “compartiendo” una misma Identidad, cuyo núcleo es, precisamente, Vida y vida en plenitud (otro nombre de la Divinidad). Y, al dejarnos estar ahí, se nos hace patente la Unidad con todos y con todo.

Por eso, quiero terminar este comentario compartiendo con todos vosotros y vosotras un poema que me regaló –porque “le fue regalado” a ella- una religiosa, Mari Carmen, dotada de una especial sensibilidad social y espiritual.


No hay barreras,
no es mi yo quien camina.
En mis pasos tu ERES;
y en los pasos ligeros de la gente
que me encuentro por la calle.

SOMOS en Ti.
No hay tú, ni otro, ni yo…
Nos abraza tu Presencia.
Y eres abrazo y beso
en el bullicio de la ciudad.

No hay otros, ni formas, ni colores.
Solo Belleza que sabe a Unidad.
Y Música que armoniza e invita
a danzar en medio de la vida…
Y hacer de la vida baile,
y del baile danza de Amor
por todo lo que Es y Somos en Ti.

Y siento tu caricia en el viento
que besa mi rostro.
Y tu mirada en
los ojos de quien mira pidiendo
y del que me mira regalando.

… Y me encanta pasear por mi ciudad
sola, llena y habitada por todo lo que ES.
Y saberme sostenida y acompañada
por mi amante …el amante de la VIDA
Tú…yo…y el universo
Una y todo, todo y UNO.


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