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sábado, 24 de septiembre de 2011

XXVI Domingo del T.O. (Mt 21,28-32) - Ciclo A: BUENOS Y MALOS



El cine, sobre todo las películas que nos llegan de los Es­tados Unidos de América del Norte, nos ha acostumbrado desde pequeños a dividir a los hombres en buenos y malos, adjudicando siempre el papel de buenos a los que mandan o a los que vencen y el de malos a los grupos marginados y a los que son derrotados. Pero, mire usted por donde, Jesús de Na­zaret no está de acuerdo con los ideólogos de Hollywood.


SUMOS SACERDOTES Y SENADORES

«En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los sena­dores:»


Eran los miembros de la clase dirigente en lo religioso y en lo económico. Los senadores representaban a las familias de la aristocracia de Palestina, por lo general grandes terrate­nientes con muchos intereses que defender; los sumos sacer­dotes ocupaban el escalón más alto de la jerarquía religiosa y dirigían todo el funcionamiento del templo de Jerusalén, del que obtenían pingües beneficios. Los dos grupos, senadores y sumos sacerdotes, constituían el partido saduceo, y junto con los letrados, que pertenecían en su mayoría al partido fari­seo, formaban el Gran Consejo, el gobierno autónomo judío. Eran de ideología conservadora tanto en lo político como en lo religioso -en realidad tenían mucho que conservar-, se en­tendían bien con los invasores del Imperio romano y no desea­ban cambiar nada de una situación en la que gozaban de tantos privilegios. Y aunque en realidad no representaban a nadie, puesto que eran los romanos quienes les permitían seguir ocu­pando sus cargos -incluso los religiosos- y manteniendo la propiedad de sus tierras, se consideraban los más genuinos representantes del pueblo de Israel, del pueblo elegido de Dios.


RECAUDADORES Y PROSTITUTAS

Marginados de aquella sociedad. Los recaudadores eran los que cobraban los impuestos para los romanos. Tenían mala fama por dos razones: la primera porque colaboraban con el imperio invasor; la segunda porque con frecuencia cobraban más de lo que estaba establecido y se quedaban con la dife­rencia. Nadie quería tratos con ellos y todos los despreciaban. Las prostitutas) como en todos sitios, eran consideradas lo más bajo de la sociedad por poner en venta su cuerpo y amar a jor­nal, probablemente porque era el único salario que podían llevar a casa. Ellos y ellas, aunque fueran judíos de raza, no eran considerados miembros del pueblo de Dios y, desde el punto de vista religioso, eran tratados como los renegados o los paganos.

Los sumos sacerdotes y los senadores colaboraban con los romanos, pero su colaboración se desarrollaba a alto nivel. Y, por supuesto, no se prostituían; pero eran culpables dé la infidelidad de la esposa del Señor, Israel y habían convertido la religión en un negocio (Mt 21,12-17). Los recaudadores roba­ban, pero seguro que mucho menos que los salarios que los terratenientes dejaban de pagar a sus jornaleros; las prostitu­tas vendían su amor por algunas monedas, pero seguro que muchas menos que las que los sacerdotes obtenían dando a cambio, decían ellos, el perdón -el amor- de Dios. En ellos, en las prostitutas y recaudadores, se derramaba todo el des­precio del pueblo; los sumos sacerdotes y senadores, en cam­bio, eran la gente de Orden) la gente respetable.


LOS DOS HIJOS

Jesús propone a los sumos sacerdotes y senadores una pa­rábola que los retrata con toda fidelidad: «Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero diciéndole: 'Hijo, ve hoy a tra­bajar en la viña'. Le contestó: 'No quiero'; pero después tuvo remordimiento y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Este contestó: 'Por supuesto, señor', pero no fue».

Ellos son el hijo aquel que siempre decía que sí a su Pa­dre, pero que nunca hacía lo que su Padre le encargaba; man­tienen la apariencia de ser fieles a Dios, pero han descuidado el trabajo de su viña. LO que les pasa es que, de tanto mentirle a la gente, se han acabado por creer su propia mentira, e insta­lados cómodamente en su pecado, se sienten seguros en sus privilegios y se ofenden si alguien -Juan Bautista, por ejem­pío- les dice que también ellos tienen necesidad de enmen­darse (Mt 3,7-10). ¿Cómo podrían hacerlo, si ellos son el últi­mo criterio para decidir lo que es bueno y lo que es malo?

Los otros, los recaudadores y las prostitutas, tienen con­ciencia clara de que su modo de vivir no es el mejor, y sopor­tan su pecado como lo que es: una esclavitud que una sociedad hipócrita les impone, un peso que no les permite alzar la ca­beza y reivindicar su dignidad de seres creados a la imagen de Dios e invitados a ser sus hijos. Y sienten la necesidad de salir de aquella situación. Por eso, cuando escuchan que de parte de Dios alguien les dice que para ellos todavía hay una posibi­lidad de vivir como personas, de recobrar su dignidad piso­teada y perdida, y de restablecer su amistad con Dios, acogen esa esperanza con la alegría del que siente la necesidad de ser salvado, de ser liberado del desprecio y de la marginación.

Por eso, dice Jesús: «Os aseguro que los recaudadores y las prostitutas os llevan la delantera para entrar en el reino de Dios».

¿A quién dirigiría hoy Jesús esta parábola?

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