El cine, sobre todo las películas que nos llegan de los Estados Unidos de América del Norte, nos ha acostumbrado desde pequeños a dividir a los hombres en buenos y malos, adjudicando siempre el papel de buenos a los que mandan o a los que vencen y el de malos a los grupos marginados y a los que son derrotados. Pero, mire usted por donde, Jesús de Nazaret no está de acuerdo con los ideólogos de Hollywood.
SUMOS SACERDOTES Y SENADORES
«En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los senadores:»
Eran los miembros de la clase dirigente en lo religioso y en lo económico. Los senadores representaban a las familias de la aristocracia de Palestina, por lo general grandes terratenientes con muchos intereses que defender; los sumos sacerdotes ocupaban el escalón más alto de la jerarquía religiosa y dirigían todo el funcionamiento del templo de Jerusalén, del que obtenían pingües beneficios. Los dos grupos, senadores y sumos sacerdotes, constituían el partido saduceo, y junto con los letrados, que pertenecían en su mayoría al partido fariseo, formaban el Gran Consejo, el gobierno autónomo judío. Eran de ideología conservadora tanto en lo político como en lo religioso -en realidad tenían mucho que conservar-, se entendían bien con los invasores del Imperio romano y no deseaban cambiar nada de una situación en la que gozaban de tantos privilegios. Y aunque en realidad no representaban a nadie, puesto que eran los romanos quienes les permitían seguir ocupando sus cargos -incluso los religiosos- y manteniendo la propiedad de sus tierras, se consideraban los más genuinos representantes del pueblo de Israel, del pueblo elegido de Dios.
RECAUDADORES Y PROSTITUTAS
Marginados de aquella sociedad. Los recaudadores eran los que cobraban los impuestos para los romanos. Tenían mala fama por dos razones: la primera porque colaboraban con el imperio invasor; la segunda porque con frecuencia cobraban más de lo que estaba establecido y se quedaban con la diferencia. Nadie quería tratos con ellos y todos los despreciaban. Las prostitutas) como en todos sitios, eran consideradas lo más bajo de la sociedad por poner en venta su cuerpo y amar a jornal, probablemente porque era el único salario que podían llevar a casa. Ellos y ellas, aunque fueran judíos de raza, no eran considerados miembros del pueblo de Dios y, desde el punto de vista religioso, eran tratados como los renegados o los paganos.
Los sumos sacerdotes y los senadores colaboraban con los romanos, pero su colaboración se desarrollaba a alto nivel. Y, por supuesto, no se prostituían; pero eran culpables dé la infidelidad de la esposa del Señor, Israel y habían convertido la religión en un negocio (Mt 21,12-17). Los recaudadores robaban, pero seguro que mucho menos que los salarios que los terratenientes dejaban de pagar a sus jornaleros; las prostitutas vendían su amor por algunas monedas, pero seguro que muchas menos que las que los sacerdotes obtenían dando a cambio, decían ellos, el perdón -el amor- de Dios. En ellos, en las prostitutas y recaudadores, se derramaba todo el desprecio del pueblo; los sumos sacerdotes y senadores, en cambio, eran la gente de Orden) la gente respetable.
LOS DOS HIJOS
Jesús propone a los sumos sacerdotes y senadores una parábola que los retrata con toda fidelidad: «Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero diciéndole: 'Hijo, ve hoy a trabajar en la viña'. Le contestó: 'No quiero'; pero después tuvo remordimiento y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Este contestó: 'Por supuesto, señor', pero no fue».
Ellos son el hijo aquel que siempre decía que sí a su Padre, pero que nunca hacía lo que su Padre le encargaba; mantienen la apariencia de ser fieles a Dios, pero han descuidado el trabajo de su viña. LO que les pasa es que, de tanto mentirle a la gente, se han acabado por creer su propia mentira, e instalados cómodamente en su pecado, se sienten seguros en sus privilegios y se ofenden si alguien -Juan Bautista, por ejempío- les dice que también ellos tienen necesidad de enmendarse (Mt 3,7-10). ¿Cómo podrían hacerlo, si ellos son el último criterio para decidir lo que es bueno y lo que es malo?
Los otros, los recaudadores y las prostitutas, tienen conciencia clara de que su modo de vivir no es el mejor, y soportan su pecado como lo que es: una esclavitud que una sociedad hipócrita les impone, un peso que no les permite alzar la cabeza y reivindicar su dignidad de seres creados a la imagen de Dios e invitados a ser sus hijos. Y sienten la necesidad de salir de aquella situación. Por eso, cuando escuchan que de parte de Dios alguien les dice que para ellos todavía hay una posibilidad de vivir como personas, de recobrar su dignidad pisoteada y perdida, y de restablecer su amistad con Dios, acogen esa esperanza con la alegría del que siente la necesidad de ser salvado, de ser liberado del desprecio y de la marginación.
Por eso, dice Jesús: «Os aseguro que los recaudadores y las prostitutas os llevan la delantera para entrar en el reino de Dios».
¿A quién dirigiría hoy Jesús esta parábola?
SUMOS SACERDOTES Y SENADORES
«En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los senadores:»
Eran los miembros de la clase dirigente en lo religioso y en lo económico. Los senadores representaban a las familias de la aristocracia de Palestina, por lo general grandes terratenientes con muchos intereses que defender; los sumos sacerdotes ocupaban el escalón más alto de la jerarquía religiosa y dirigían todo el funcionamiento del templo de Jerusalén, del que obtenían pingües beneficios. Los dos grupos, senadores y sumos sacerdotes, constituían el partido saduceo, y junto con los letrados, que pertenecían en su mayoría al partido fariseo, formaban el Gran Consejo, el gobierno autónomo judío. Eran de ideología conservadora tanto en lo político como en lo religioso -en realidad tenían mucho que conservar-, se entendían bien con los invasores del Imperio romano y no deseaban cambiar nada de una situación en la que gozaban de tantos privilegios. Y aunque en realidad no representaban a nadie, puesto que eran los romanos quienes les permitían seguir ocupando sus cargos -incluso los religiosos- y manteniendo la propiedad de sus tierras, se consideraban los más genuinos representantes del pueblo de Israel, del pueblo elegido de Dios.
RECAUDADORES Y PROSTITUTAS
Marginados de aquella sociedad. Los recaudadores eran los que cobraban los impuestos para los romanos. Tenían mala fama por dos razones: la primera porque colaboraban con el imperio invasor; la segunda porque con frecuencia cobraban más de lo que estaba establecido y se quedaban con la diferencia. Nadie quería tratos con ellos y todos los despreciaban. Las prostitutas) como en todos sitios, eran consideradas lo más bajo de la sociedad por poner en venta su cuerpo y amar a jornal, probablemente porque era el único salario que podían llevar a casa. Ellos y ellas, aunque fueran judíos de raza, no eran considerados miembros del pueblo de Dios y, desde el punto de vista religioso, eran tratados como los renegados o los paganos.
Los sumos sacerdotes y los senadores colaboraban con los romanos, pero su colaboración se desarrollaba a alto nivel. Y, por supuesto, no se prostituían; pero eran culpables dé la infidelidad de la esposa del Señor, Israel y habían convertido la religión en un negocio (Mt 21,12-17). Los recaudadores robaban, pero seguro que mucho menos que los salarios que los terratenientes dejaban de pagar a sus jornaleros; las prostitutas vendían su amor por algunas monedas, pero seguro que muchas menos que las que los sacerdotes obtenían dando a cambio, decían ellos, el perdón -el amor- de Dios. En ellos, en las prostitutas y recaudadores, se derramaba todo el desprecio del pueblo; los sumos sacerdotes y senadores, en cambio, eran la gente de Orden) la gente respetable.
LOS DOS HIJOS
Jesús propone a los sumos sacerdotes y senadores una parábola que los retrata con toda fidelidad: «Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero diciéndole: 'Hijo, ve hoy a trabajar en la viña'. Le contestó: 'No quiero'; pero después tuvo remordimiento y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Este contestó: 'Por supuesto, señor', pero no fue».
Ellos son el hijo aquel que siempre decía que sí a su Padre, pero que nunca hacía lo que su Padre le encargaba; mantienen la apariencia de ser fieles a Dios, pero han descuidado el trabajo de su viña. LO que les pasa es que, de tanto mentirle a la gente, se han acabado por creer su propia mentira, e instalados cómodamente en su pecado, se sienten seguros en sus privilegios y se ofenden si alguien -Juan Bautista, por ejempío- les dice que también ellos tienen necesidad de enmendarse (Mt 3,7-10). ¿Cómo podrían hacerlo, si ellos son el último criterio para decidir lo que es bueno y lo que es malo?
Los otros, los recaudadores y las prostitutas, tienen conciencia clara de que su modo de vivir no es el mejor, y soportan su pecado como lo que es: una esclavitud que una sociedad hipócrita les impone, un peso que no les permite alzar la cabeza y reivindicar su dignidad de seres creados a la imagen de Dios e invitados a ser sus hijos. Y sienten la necesidad de salir de aquella situación. Por eso, cuando escuchan que de parte de Dios alguien les dice que para ellos todavía hay una posibilidad de vivir como personas, de recobrar su dignidad pisoteada y perdida, y de restablecer su amistad con Dios, acogen esa esperanza con la alegría del que siente la necesidad de ser salvado, de ser liberado del desprecio y de la marginación.
Por eso, dice Jesús: «Os aseguro que los recaudadores y las prostitutas os llevan la delantera para entrar en el reino de Dios».
¿A quién dirigiría hoy Jesús esta parábola?
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