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sábado, 1 de octubre de 2011

XXVII Domingo del T.O. (Mt 21,33-43) - Ciclo A: Dueños y Señores de la Iglesia


Publicado por Clemente Sobrado

Es posible que leyendo esta parábola, muchos nos quedemos con la impresión de lo malos y hasta de lo brutos y criminales y mal agradecidos que eran estos labradores a los que el dueño les encomendó su viña.
Y nos olvidemos de un rasgo que me parece bien importante:
“Este es el heredero; venid, lo matamos, y nos quedamos con su herencia”.
De administradores quisieron pasar a dueños.
De trabajadores de la viña ajena quisieron hacerse propietarios.
Pero para ello, “matar al heredero”.
Demasiado dueños al precio de la vida de los demás.
Y todo esto lo decía Jesús nada menos que a los “sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo”. Una manera elegante y diplomática de anunciar la muerte del “heredero Jesús”. Y una manera elegante de hacerse dueños de Dios, de la salvación, de la Ley.
No es fácil decir las verdades a los de arriba. No es fácil decir las verdades a los Jefes y mandamás.
Para ello es preciso tener mucha libertad de espíritu. A los de abajo cualquiera es libre de decirles cualquier cosa. A los de abajo no hace falta ser muy valientes para decirles las verdades aunque duelan, porque siempre tenemos la impresión de que los de arriba son los buenos y los de abajo son los malos o los inútiles.

Pero todo esto ¿será de actualidad en el mundo y en la Iglesia? Yo quisiera escuchar esta parábola como dicha a la Iglesia hoy, que sigue siendo la viña de Dios encargada a la responsabilidad de los hombres.
Comienzo por afirmar que nadie es ni puede hacerse dueño de la Iglesia. En ella todos somos viñadores, labradores, servidores.
La Iglesia no tiene más dueño que uno: Jesús. Todos los demás somos servidores y empleados. Me encanta lo que escribe Pagola en uno de sus folletos “Fidelidad al Espíritu en situación de conflicto”.
“Sólo hay comunidad cristiana allí donde el Espíritu suscita “la nueva obediencia a la soberanía de Cristo”. Una Iglesia animada por el Espíritu no puede servir a otro Señor que no sea Jesucristo”.
“Este señorío carismático de Cristo es el que ha de liberar también hoy a la Iglesia de falsos señores, impuestos desde afuera o desde dentro. La Iglesia no es de la jerarquía ni del pueblo, ni siquiera de los pobres. Es de su Señor.
No es de este ni de aquel movimiento; no pertenece ni a la cultura moderna ni a una tradición concreta. Es de su Señor. Esta “cristocracia” ha de de impedir siempre que la Iglesia quede en manos del señorío absoluto de una jerarquía o se convierta en una especie de “soberanía popular. Del señoría de Cristo que el Espíritu impone en su Iglesia no nace una “aristocracia pastoral” ni una “democracia popular”, sino una comunidad de hermanos que busca ser fiel a su único Señor”.

Hay muchas maneras de matar al “heredero para hacernos dueños de la Iglesia”.
Considerar al laicado como de segunda categoría en la Iglesia.
Considerar al laicado como un mudo que no tiene nada que decir en la Iglesia.
Considerar al laicado como puro oyente. Un laicado con grandes orejas, pero mudo y sin lengua en la Iglesia.

La Iglesia ha tenido y aún sigue teniendo unos dueños “la jerarquía y los sacerdotes”. Dueños de todos los ministerios. Dueños de la Palabra. Dueños de las decisiones. Dueños de los discernimientos. Dueños de lo que se hace y puede hacer.

Por eso los laicos, a pesar de ser bautizados, se sienten espectadores de la Iglesia.
Como si la Iglesia no les perteneciera a ellos, no fuese algo que los implica también a ellos como “viñadores y trabajadores”. Sienten más el “señorío sacerdotal” que el señorío de Jesús”.
Lo que mejor refleja esta realidad es cuando dicen: “Yo no creo en la Iglesia”, que es una manera de ser ellos “más” la Iglesia, pero que en modo alguno significa “también nosotros somos Iglesia”. Mientras el bautismo los ha hecho a todos Iglesia, ellos sienten que existe una zanja entre ellos y la Iglesia. La Iglesia “es de los curas”. Nosotros vamos “a la Iglesia”.

Espero no le hayamos robado la Iglesia a Jesús.
Espero no le hayamos robado la Iglesia al Espíritu Santo.
Porque a los laicos hace tiempo que se la hemos robado.
Recién ahora comenzamos a devolverles lo que era tan suyo como nuestro.
Recién ahora estamos tomando conciencia de que también ellos son Iglesia.
Pero ello implica una doble conversión:
“Conversión de los sumos sacerdotes y ancianos del Pueblo”
“Conversión de los seglares que, de tanto olvido y silencio, casi ya no se lo creen que ahora también ellos son parte de esa viña del Señor.

El Documento Aparecida nos hace una llamada bien clara: Los pastores “estarán dispuestos a abrirles espacios de participación y a confiarles ministerios y responsabilidades en una Iglesia donde todos vivan de manera responsable su compromiso cristiano”. (DA 211) Y más adelante añade: “Los laicos deben participar del discernimiento, la toma de decisiones, la planificación y la ejecución” (DA 372)

Recuperar la conciencia del Señorío de Jesús en la Iglesia y recuperar la conciencia de que todos los demás somos “viñadores y labradores”, cada uno según nuestro carisma, es toda una urgencia. La Iglesia no es de los hombres. La Iglesia es de Jesús. Y sólo será verdadera Iglesia cuando logre ser la Iglesia del señorío de Jesús y la acción del Espíritu Santo.

Clemente Sobrado C. P.
www.iglesiaquecamina.com

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