Lucas ha construido un relato entrañable en torno al nacimiento de Jesús. Pero su interés es más teológico que histórico. Es decir, no trata de hacer una “crónica” de los hechos, sino de comunicar lo que considera el sentido profundo de los mismos.
El mismo decreto del emperador, al que se alude en el inicio, parece que no existió. Los historiadores no logran situar tal censo en aquellas fechas. Pudiera ser, sencillamente, que el evangelista lo esté usando como “pretexto” para sus fines teológicos: que el Mesías debía nacer en Belén, la ciudad de David.
Sin sitio en la posada, pesebre, pañales, noche, pastores, rebaños, luz, ángeles, “gloria”, “paz”… Para la mayoría de nosotros, son elementos cargados de emociones y afectos infantiles, que se nos grabaron en aquellas primeras celebraciones familiares de la Navidad. ¿Qué significan todas esas imágenes en el relato de Lucas?
Probablemente, una de las palabras centrales de toda la narración es “hoy”: “Hoy os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor”. Más allá de la confesión de fe en Jesús como Salvador, Mesías y Señor –tal como lo proclamaba la primera comunidad cristiana-, Lucas insiste en un “hoy” que parece significar un presente atemporal. Se trata del “ahora” siempre actual, en cuanto lo acogemos en el mismo presente.
De hecho, esa misma expresión –“hoy”- aparece en este evangelio en otros momentos importantes de la narración:
· “Hoy se ha cumplido ante vosotros esta profecía” (4,21): es la afirmación de Jesús, tras leer el texto de Isaías que habla del anuncio de la buena noticia. Cuando vivimos en el presente, cada instante es buena noticia.
· “Hoy hemos visto cosas extraordinarias” (5,26): es la respuesta de la gente ante la curación del paralítico (que representa a toda la humanidad). La curación-salvación del ser humano es siempre hoy…, si queremos verlo.
· “Hoy tengo que alojarme en tu casa” (19,5), le dice Jesús a Zaqueo. Jesús –la Presencia divina- está en nosotros en un hoy atemporal y permanente.
· “Hoy ha llegado la salvación a esta casa” (19,9), exclama Jesús al ver la actitud de Zaqueo. Y “hoy” –todo hoy- es “salvación” para cada uno de nosotros, en cuanto salimos de nuestros engaños mentales.
· “Hoy estarás conmigo en el paraíso” (23,43), responde el moribundo Jesús a un hombre desesperado. “Ahora” es el paraíso, ahora todo está bien…, si sabemos “verlo”.
En realidad, todo ocurre hoy. Sólo existe el presente; todo lo demás es construcción de nuestra mente. Por eso, sólo en el presente hay vida; fuera de él, apenas vegetamos.
En el presente texto, la gran noticia que sucede hoy es el nacimiento de Jesús. Se trata de una noticia magnífica, según Lucas, a tenor de los títulos y los signos que la acompañan.
Del recién nacido se dice que es “Mesías y Señor” (Christos Kyrios): es la única vez que aparece en el evangelio la combinación de ambos nombres; el primero de ellos es más propio de las comunidades procedentes del judaísmo, mientras que es segundo es característico de aquellas otras de origen pagano. Por su parte, el término “Salvador” (Soter) era muy usado por los romanos, ya que solían aplicárselo a sí mismas muchas autoridades políticas.
Decía al principio que Lucas tiene una intencionalidad teológica: quiere mostrar cómo, en Jesús, se cumplen las profecías del pueblo judío. En su relato es fácil apreciar vestigios, al menos, de estos textos de la Biblia hebrea:
- La “gran luz” para el pueblo que camina en tinieblas (Isaías 9,1); “luz de las naciones” (Isaías 42,6; 49,6).
- El nacimiento del niño es motivo de esperanza (Isaías 9,5) y de alegría para el pueblo (Isaías 9,2).
- El nacimiento tiene lugar en Belén (Miqueas 5,1).
- Con el “renuevo” de Jesé (Isaías 11,1), llega el tiempo de paz (Isaías 11,6-9).
El anuncio viene acompañado de un himno de “Gloria” y del regalo de la paz. El “coro de ángeles” cumple aquí la misma función que el coro de las grandes tragedias griegas: la de ampliar y amplificar la información.
Los pastores son los destinatarios primeros de la buena noticia. Se duda del estatus del pastor en esta época: según algunos historiadores, eran considerados como “pecadores”; según otros, por el contrario, eran bien vistos. En cualquier caso, se trata de figuras que aparecen también en los relatos de nacimiento de otros grandes personajes, como Mitra, en Persia (hacia 1200 a.C.).
Era habitual, por otro lado, en el Imperio Romano, que cuando nacía un heredero, se proclamaran los beneficios que iba a traer al pueblo.
Así, en una inscripción descubierta en Priene -ciudad jonia, cuyas ruinas se conservan en la ciudad turca de Samum Kalesi-, datada el año 9 a.C., puede leerse:
“La Providencia ha traído a este mundo a Augusto llenándolo de un corazón de héroe para el beneficio de toda la humanidad. Un Salvador para nosotros y para nuestros descendientes que hará que cesen las guerras y que se ponga orden en todas las cosas. La epifanía del César ha llevado a su culminación las esperanzas y los sueños pasados”.
Con ese trasfondo, familiar para sus lectores, Lucas presenta el nacimiento de Jesús, cargado de promesas de vida, de luz, de paz. El es el verdadero Salvador.
Con todos esos datos, que nos ayudan a comprender la literalidad del escrito, podemos hacer una lectura del mismo desde el modelo no-dual de cognición, como nuevo “idioma cultural”.
En el nacimiento de Jesús se nos manifiesta lo que es todo nacimiento: promesa de vida y de paz. Todo el mundo queda extasiado ante el milagro de la vida que, en infinidad de formas diferentes, es, no obstante, expresión de la única Vida.
Las formas son frágiles –tanto como un bebé recién nacido y acostado en un pesebre-, pero en sí mismas contienen la Vida en plenitud. Al adorar a Jesús Niño, nos inclinamos, reverencialmente, ante la Realidad total, en su aspecto Invisible y en su aspecto manifiesto. Toda ella participa del “Único Sabor”.
Navidad es, por tanto, celebración del Misterio de comunión y de unidad que somos. Ocurre en la noche, porque nuestros ojos no pueden ver tanta densidad de Vida. Pero es una noche radiante y luminosa –“¡oh noche amable más que el alborada”, cantará san Juan de la Cruz-, preñada, como María, de vida y de salvación.
Toda la realidad está plena de salvación. ¿Sabemos verlo? Cuando afirmamos de Jesús que es “el Salvador”, no tenemos que proyectar en él la imagen de un héroe (mítico) que, desde fuera, nos logra un rescate, de otro modo inalcanzable. Así lo leíamos desde el estadio mítico de conciencia y desde un modelo dualista.
Sin embargo, por más que se rompan formas mantenidas durante años, es necesario reconocer que esa manera de entender la “salvación” resulta incomprensible para nuestros contemporáneos.
En Jesús, los cristianos reconocemos y celebramos la salvación que ya es y siempre ha sido. La salvación que, lejos de entenderse como un “pasaporte” mágico para el cielo, no es otra cosa que el Misterio de Lo que es, del que nada queda fuera.
Cuando lo reconocemos en el vivir cotidiano, cuando lo “vemos” –como los pastores lo vieron en aquel niño recién nacido y en la señal de “los pañales”-, estallamos –como los ángeles- de gozo y de paz.
La salvación no es mágica, ni “depende” de alguien que vivió hace dos mil años. La salvación es el reconocimiento de la Presencia, como Misterio pleno que todo lo abraza y que a todo llena de sentido.
Lo que vemos es Jesús es lo que ocurre en un ser humano cuando es capaz de vivir en la Presencia, cuando se experimenta “salvado”, es decir, cuando se reconoce en su identidad más profunda, aquélla que le hace decir: “El Padre y yo somos uno”. Eso es la salvación.
El modelo dual nos hacía ver la realidad fraccionada: ahora/antes; dentro/fuera… Veíamos a Jesús como un Salvador que, de una forma mágica, nos salvaba desde el exterior. Pero no hay nada “fuera”: todo es una Única Realidad interconectada admirablemente, en la que cada parte es “espejo” de cada otra, y en la que el Todo se halla en cada fragmento. La vivencia de la no-dualidad nos sobrecoge y extasía: Todo es Ahora, Todo es Uno.
Ante ese Misterio de Plenitud, la mente se silencia, el ego se diluye, y brota una sonrisa estable, la sonrisa humilde y amorosa de quien “ha visto”. Es lo que expresa el siguiente texto de Yogananda:
El mismo decreto del emperador, al que se alude en el inicio, parece que no existió. Los historiadores no logran situar tal censo en aquellas fechas. Pudiera ser, sencillamente, que el evangelista lo esté usando como “pretexto” para sus fines teológicos: que el Mesías debía nacer en Belén, la ciudad de David.
Sin sitio en la posada, pesebre, pañales, noche, pastores, rebaños, luz, ángeles, “gloria”, “paz”… Para la mayoría de nosotros, son elementos cargados de emociones y afectos infantiles, que se nos grabaron en aquellas primeras celebraciones familiares de la Navidad. ¿Qué significan todas esas imágenes en el relato de Lucas?
Probablemente, una de las palabras centrales de toda la narración es “hoy”: “Hoy os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor”. Más allá de la confesión de fe en Jesús como Salvador, Mesías y Señor –tal como lo proclamaba la primera comunidad cristiana-, Lucas insiste en un “hoy” que parece significar un presente atemporal. Se trata del “ahora” siempre actual, en cuanto lo acogemos en el mismo presente.
De hecho, esa misma expresión –“hoy”- aparece en este evangelio en otros momentos importantes de la narración:
· “Hoy se ha cumplido ante vosotros esta profecía” (4,21): es la afirmación de Jesús, tras leer el texto de Isaías que habla del anuncio de la buena noticia. Cuando vivimos en el presente, cada instante es buena noticia.
· “Hoy hemos visto cosas extraordinarias” (5,26): es la respuesta de la gente ante la curación del paralítico (que representa a toda la humanidad). La curación-salvación del ser humano es siempre hoy…, si queremos verlo.
· “Hoy tengo que alojarme en tu casa” (19,5), le dice Jesús a Zaqueo. Jesús –la Presencia divina- está en nosotros en un hoy atemporal y permanente.
· “Hoy ha llegado la salvación a esta casa” (19,9), exclama Jesús al ver la actitud de Zaqueo. Y “hoy” –todo hoy- es “salvación” para cada uno de nosotros, en cuanto salimos de nuestros engaños mentales.
· “Hoy estarás conmigo en el paraíso” (23,43), responde el moribundo Jesús a un hombre desesperado. “Ahora” es el paraíso, ahora todo está bien…, si sabemos “verlo”.
En realidad, todo ocurre hoy. Sólo existe el presente; todo lo demás es construcción de nuestra mente. Por eso, sólo en el presente hay vida; fuera de él, apenas vegetamos.
En el presente texto, la gran noticia que sucede hoy es el nacimiento de Jesús. Se trata de una noticia magnífica, según Lucas, a tenor de los títulos y los signos que la acompañan.
Del recién nacido se dice que es “Mesías y Señor” (Christos Kyrios): es la única vez que aparece en el evangelio la combinación de ambos nombres; el primero de ellos es más propio de las comunidades procedentes del judaísmo, mientras que es segundo es característico de aquellas otras de origen pagano. Por su parte, el término “Salvador” (Soter) era muy usado por los romanos, ya que solían aplicárselo a sí mismas muchas autoridades políticas.
Decía al principio que Lucas tiene una intencionalidad teológica: quiere mostrar cómo, en Jesús, se cumplen las profecías del pueblo judío. En su relato es fácil apreciar vestigios, al menos, de estos textos de la Biblia hebrea:
- La “gran luz” para el pueblo que camina en tinieblas (Isaías 9,1); “luz de las naciones” (Isaías 42,6; 49,6).
- El nacimiento del niño es motivo de esperanza (Isaías 9,5) y de alegría para el pueblo (Isaías 9,2).
- El nacimiento tiene lugar en Belén (Miqueas 5,1).
- Con el “renuevo” de Jesé (Isaías 11,1), llega el tiempo de paz (Isaías 11,6-9).
El anuncio viene acompañado de un himno de “Gloria” y del regalo de la paz. El “coro de ángeles” cumple aquí la misma función que el coro de las grandes tragedias griegas: la de ampliar y amplificar la información.
Los pastores son los destinatarios primeros de la buena noticia. Se duda del estatus del pastor en esta época: según algunos historiadores, eran considerados como “pecadores”; según otros, por el contrario, eran bien vistos. En cualquier caso, se trata de figuras que aparecen también en los relatos de nacimiento de otros grandes personajes, como Mitra, en Persia (hacia 1200 a.C.).
Era habitual, por otro lado, en el Imperio Romano, que cuando nacía un heredero, se proclamaran los beneficios que iba a traer al pueblo.
Así, en una inscripción descubierta en Priene -ciudad jonia, cuyas ruinas se conservan en la ciudad turca de Samum Kalesi-, datada el año 9 a.C., puede leerse:
“La Providencia ha traído a este mundo a Augusto llenándolo de un corazón de héroe para el beneficio de toda la humanidad. Un Salvador para nosotros y para nuestros descendientes que hará que cesen las guerras y que se ponga orden en todas las cosas. La epifanía del César ha llevado a su culminación las esperanzas y los sueños pasados”.
Con ese trasfondo, familiar para sus lectores, Lucas presenta el nacimiento de Jesús, cargado de promesas de vida, de luz, de paz. El es el verdadero Salvador.
Con todos esos datos, que nos ayudan a comprender la literalidad del escrito, podemos hacer una lectura del mismo desde el modelo no-dual de cognición, como nuevo “idioma cultural”.
En el nacimiento de Jesús se nos manifiesta lo que es todo nacimiento: promesa de vida y de paz. Todo el mundo queda extasiado ante el milagro de la vida que, en infinidad de formas diferentes, es, no obstante, expresión de la única Vida.
Las formas son frágiles –tanto como un bebé recién nacido y acostado en un pesebre-, pero en sí mismas contienen la Vida en plenitud. Al adorar a Jesús Niño, nos inclinamos, reverencialmente, ante la Realidad total, en su aspecto Invisible y en su aspecto manifiesto. Toda ella participa del “Único Sabor”.
Navidad es, por tanto, celebración del Misterio de comunión y de unidad que somos. Ocurre en la noche, porque nuestros ojos no pueden ver tanta densidad de Vida. Pero es una noche radiante y luminosa –“¡oh noche amable más que el alborada”, cantará san Juan de la Cruz-, preñada, como María, de vida y de salvación.
Toda la realidad está plena de salvación. ¿Sabemos verlo? Cuando afirmamos de Jesús que es “el Salvador”, no tenemos que proyectar en él la imagen de un héroe (mítico) que, desde fuera, nos logra un rescate, de otro modo inalcanzable. Así lo leíamos desde el estadio mítico de conciencia y desde un modelo dualista.
Sin embargo, por más que se rompan formas mantenidas durante años, es necesario reconocer que esa manera de entender la “salvación” resulta incomprensible para nuestros contemporáneos.
En Jesús, los cristianos reconocemos y celebramos la salvación que ya es y siempre ha sido. La salvación que, lejos de entenderse como un “pasaporte” mágico para el cielo, no es otra cosa que el Misterio de Lo que es, del que nada queda fuera.
Cuando lo reconocemos en el vivir cotidiano, cuando lo “vemos” –como los pastores lo vieron en aquel niño recién nacido y en la señal de “los pañales”-, estallamos –como los ángeles- de gozo y de paz.
La salvación no es mágica, ni “depende” de alguien que vivió hace dos mil años. La salvación es el reconocimiento de la Presencia, como Misterio pleno que todo lo abraza y que a todo llena de sentido.
Lo que vemos es Jesús es lo que ocurre en un ser humano cuando es capaz de vivir en la Presencia, cuando se experimenta “salvado”, es decir, cuando se reconoce en su identidad más profunda, aquélla que le hace decir: “El Padre y yo somos uno”. Eso es la salvación.
El modelo dual nos hacía ver la realidad fraccionada: ahora/antes; dentro/fuera… Veíamos a Jesús como un Salvador que, de una forma mágica, nos salvaba desde el exterior. Pero no hay nada “fuera”: todo es una Única Realidad interconectada admirablemente, en la que cada parte es “espejo” de cada otra, y en la que el Todo se halla en cada fragmento. La vivencia de la no-dualidad nos sobrecoge y extasía: Todo es Ahora, Todo es Uno.
Ante ese Misterio de Plenitud, la mente se silencia, el ego se diluye, y brota una sonrisa estable, la sonrisa humilde y amorosa de quien “ha visto”. Es lo que expresa el siguiente texto de Yogananda:
Silencio y risa son la llave.
Silencio por dentro y risa por fuera.
Cuando la risa viene del Silencio,
no es de este mundo; es divina.
La risa del Dios infinito
vibra a través de tu sonrisa.
Permite que el céfiro del amor de Dios
disemine tus sonrisas
en los corazones de los hombres.
Tus sonrisas divinas serán contagiosas.
Silencio por dentro y risa por fuera.
Cuando la risa viene del Silencio,
no es de este mundo; es divina.
La risa del Dios infinito
vibra a través de tu sonrisa.
Permite que el céfiro del amor de Dios
disemine tus sonrisas
en los corazones de los hombres.
Tus sonrisas divinas serán contagiosas.
Enrique Martínez Lozano
www.enriquemartinezlozano.com
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