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viernes, 20 de abril de 2012

Comentarios Biblícos y Pautas para la Homilia: III Domingo de Pascua (Lc 24,35-48) - Ciclo B


Publicado por Dominicos.org

"Vosotros sois testigos de esto"

La excepcional experiencia de la Resurrección de Jesús que tuvieron los primeros discípulos encuentra en los relatos de aparición de los evangelios una de sus expresiones más ricas. Este domingo, el relato que recoge Lucas pone el acento en la fuerza dinamizadora de dicha experiencia, en su realismo a la vez que en su trascendencia.
Ante la Resurrección de Jesús los primeros discípulos se sintieron, al principio, desconcertados, alegres, asustados, sorprendidos… pero creyeron y aquello cambió sus vidas. Experimentaron la paz y el perdón que Dios hace llegar por medio de Cristo a todos los hombres. Nosotros también somos testigos de esto.

D. Ignacio Antón O.P.
Fraternidad de Atocha (Madrid)

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Comentarios Bíblicos

Primera lectura: Hechos 3,13-15. 17-19

Marco: Esta lectura forma un conjunto con el milagro realizado por Pedro y Juan en favor de un paralítico. Este acontecimiento asombra a la gente y da ocasión a Pedro para proclamar el segundo discurso kerigmático o discurso testimonial acerca de la Resurrección de Jesús. Lo que proclamamos ahora forma parte de este discurso.

Reflexiones:

1ª) ¡Los Apóstoles sólo son instrumentos en manos de Dios!

Israelitas, ¿de qué os admiráis?, ¿por qué nos miráis como si hubiésemos hecho andar a éste por nuestro propio poder o virtud?

Para la adecuada compresión de este discurso kerigmático de Pedro es necesario recordar algunos rasgos de la antropología hebrea en la que están pensados y redactados los textos bíblicos. Para un hebreo, alguien que ha muerto no puede realizar ya su actividad propia. Pedro y Juan se encuentran con un paralítico mendigando. Los dos apóstoles ofrecen al paralítico lo que tienen: "en el nombre de Jesucristo Nazareno, echa a andar". Y se realiza el milagro. Este acontecimiento se convierte en un signo altamente indicativo de algo más importante, a saber, de que Jesús está vivo porque en su nombre se ha realizado la maravilla. Y si está vivo ha resucitado, porque murió realmente en la cruz. Esta es la conclusión que deduce un contemporáneo de Jesús. Jesús sigue ahora y para siempre ejerciendo su actividad salvadora porque está resucitado. En estos momentos es necesario que los creyentes vivamos esta profunda convicción en medio de nuestro mundo.
2ª) ¡Siempre es tiempo de volver atrás en el camino equivocado!



Rechazasteis al santo, al justo... matasteis el autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos y nosotros somos testigos... Sé que lo hicisteis por ignorancia y vuestras autoridades lo mismo... arrepentíos y convertíos. El Nuevo Testamento nos ha dejado un testimonio suficientemente preciso y determinado sobre el destino del pueblo de Dios aunque no exento de dificultades (Rm 9-11). Dios es fiel a sí mismo y no puede negarse a sí mismo ni anular las promesas. Las puertas de la salvación siguen abiertas para su pueblo elegido aunque históricamente fueron los ejecutores de la muerte del Mesías. El recurso de Pedro a la ignorancia es un excelente testimonio apostólico de este plan. Tienen una salida: reconocer que se equivocaron. Siempre es posible el encuentro con el Dios fiel y misericordioso. Fue una palabra alentadora y lo es ahora también. Dios es fiel a sus palabra y a su proyecto, aunque respeta siempre la decisión libre del hombre.

Segunda lectura: 1 Juan 2,1-5a

Marco: Este fragmento está enmarcado en un contexto inmediato que tiene como tema general que es necesario caminar en la luz. Dios es luz (1,5-2,6). Y tiene como finalidad en la pluma del autor salir al paso de aquellos que en su tiempo enseñaban que una vez aceptado el bautismo los creyentes se convertían en impecables. Es un error, afirma el autor de la carta. Pero aunque esto fuera lo normal, la historia enseña otra realidad. En ese caso no hay que perder la confianza porque tenemos un Mediador-Intercesor junto al Padre siempre.

Reflexiones:

1ª) ¡Jesús es nuestro Mediador-Intercesor ante el Padre!

Os escribo esto para que no pequéis. Pero si alguno llegara a pecar, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo el Justo.
Ciertamente la fuerza regeneradora del Bautismo (incorporación real aunque sacramental a Jesús vencedor del pecado y de la muerte) puede asegurar al hombre la permanencia en la vida nueva. Por eso el autor utiliza una forma literaria que equivaldría a decir: es difícil que un verdadero miembro de Jesús peque, pero se diera esta circunstancia no debe perder la esperanza porque Jesús está junto al Padre intercediendo y abogando por él. Y lo puede hacer porque es Justo, porque agradó siempre a Dios y realizó lo que le agradaba. Es un punto de referencia válido para todos los tiempos y todas las personas. Sale al encuentro de dos realidades: se puede vencer la tentación siempre porque Jesús y el Espíritu salen al encuentro del hombre para que pueda vencer pero en caso contrario Dios no abandona al hombre a una irremediable desesperación. Le promete su cercanía y su reconciliación; la vuelta a la casa paterna (parábola del hijo pródigo).

2ª) ¡Jesús ofrece la salvación a todo el mundo!

Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero. Una vez más sale a nuestro encuentro la afirmación de que la oferta de salvación por parte de Dios en favor de los hombres es firme y universal. Jesucristo en la Cruz es la oferta de salvación para todo el mundo. Porque en la Cruz ha roto todos los muros de separación superando la comprensión del judaísmo contemporáneo que distinguía entre el pueblo de Israel y los "gentiles". El autor de esta carta ofrece la misma enseñanza que el autor de la carta a los Efesios en un texto admirable: porque cristo es nuestra paz. Él ha hecho de los dos pueblos uno solo, destruyendo el muro de enemistad que los separaba...Él ha reconciliado a los dos pueblos con Dios uniéndolos en un solo cuerpo por medio de la Cruz y destruyendo la enemistad (Efesios 2,11-22).



Tercera lectura: Lucas 24,35-48

Marco: es la última aparición de Jesús Resucitado a los Apóstoles que se encuentran reunidos en Jerusalén. La escena se produce después del encuentro de Jesús con los dos discípulos camino de Emaús. la escena se desarrolla alrededor de dos pensamientos fundamentales: el reconocimiento de Jesús como resucitado y el envío a su tarea evangelizadora por el mundo.

Reflexiones:

1ª) ¡La paz es el saludo del Resucitado!

Se presentó Jesús en medio de sus discípulos y les dijo: Paz a vosotros. Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma. El tema de la paz está presente de una manera insistente en la vida humana de Jesús: aparece en su nacimiento (canto de los ángeles en su aparición a los pastores); la predicó insistentemente convirtiéndola en una bienaventuranza: dichosos los que promueven la paz; uno de los frutos más importante de la Cruz es la paz: haciendo la paz por la sangre de su Cruz; y es el saludo repetido en sus apariciones a los apóstoles después de la Resurrección. Dios es un Dios de paz y no de aflicción (Isaías). la paz que es la síntesis de todos lo bienes que pueden hacer al hombre feliz en su globalidad. Es la síntesis de todos los bienes salvíficos. Jesús la hizo posible por la sangre de su Cruz. Y ahora la entrega como distintivo y tarea de sus apóstoles en la misión que van a realizar.

2ª) ¡Encuentro con el Jesús real pero en un estado totalmente nuevo y para siempre!

¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona... Dicho esto, les mostró las manos y los pies. El relato de Lucas trata de presentar, de la forma más plástica posible, el acontecimiento de la Resurrección utilizando las expresiones hebreas para definir la realidad humana concreta del hombre. La Resurrección de Jesús desbordó ciertamente todas las fronteras de tiempo y espacio y todas las previsiones de los anuncios antiguos. Pero ocurrió realmente. Para expresar esta realidad de la Resurrección (que es un misterio desbordante) Lucas utiliza y recurre a estas expresiones que describen la realidad humana concreta.
Los creyentes se encuentran ante un misterio admirable, la maravilla de las maravillas de Dios, que da sentido nuevo a toda la historia humana. Todo el hombre es invitado a participar, en Cristo y por medio de Él, en la nueva oferta de la vida por medio de la Resurrección. Todos los hombres y todo el hombre es invitado a la nueva vida que no terminará jamás. Es la respuesta a la inquietante pregunta de todos los hombres: ¿después de la muerte queda alguna esperanza? Y Dios responde que sí ofreciendo a la humanidad la realidad plena de Jesús Resucitado.

3ª) ¡Dios lo tenía todo previsto en su plan de salvación contando con la historia humana!

Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros: que todo lo escrito en la Ley y en los profetas y salmos acerca de mí, tenía que cumplirse. Jesús Resucitado es el cumplimiento acabado de todas las esperanzas anunciadas, aunque superándolas ampliamente. Tanto la Cruz como la Resurrección forman parte de un proyecto que Dios ha preparado y ha cumplido cuidadosamente. Esta es la afirmación más creíble de su fidelidad. Y es la oferta más consoladora para la humanidad que necesita urgentemente esta esperanza. El evangelista, recogiendo unas palabras que atribuye al Resucitado mismo, entiende que en toda la Escritura entendida globalmente (esto significa Ley, Profetas y Salmos, forma de expresar el canon completo de las Escrituras del Antiguo Testamento) aparece esta oferta de Dios en forma de anuncio. Es todo el conjunto del plan de Dios el que tiene su realización. Hoy, acaso más que nunca, es necesario que el testimonio vivo de los creyentes por medio de sus vidas y de su palabra, anunciemos al mundo esta realidad de la Resurrección como expresión de la fidelidad de un Dios que ama a la humanidad y la quiere en la vida. Porque nuestro Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo es un Dios de vivos no de muertos.

4ª) ¡La misión universal tarea encomendada a los Apóstoles por el Resucitado!

Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Una lectura atenta de los evangelios nos cerciora de una realidad muy importante: parece que Jesús durante su vida de ministerio se centró en su pueblo (con algunas excepciones). Mateo en el capítulo 10 nos recuerda estas palabras de Jesús: No toméis camino de gentiles ni entréis en ciudad de samaritanos; dirigíos más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel (Mt 10,6). Realizado el Acontecimiento Pascual, tanto Mateo como Lucas nos recuerdan el proyecto de la misión universal. Cristo Resucitado y Glorioso envía a sus Apóstoles a anunciar el Evangelio a todas las gentes comenzando por Jerusalén: Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id pues y haced discípulos a todas las gentes...(Mt 28,18-19). Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, y hasta los confines de la tierra (Hch 1,8). Y el texto del fragmento del evangelio de Lucas que estamos comentando. Jesús, en la Cruz, ha derribado todos los muros de separación entre los hombres y entre los pueblos (Ef 2,13ss). La universalidad de la misión arranca del Resucitado y es acompañada por el Resucitado. La esperanza de una vida imperecedera conquistada y ofrecida por Jesús Resucitado es para todos los hombres. Con esta seguridad y urgencia estamos invitados a ser testigos convincentes en medio de nuestro mundo hoy y siempre.

Fr. Gerardo Sánchez Mielgo
Convento de Santo Domingo. Torrent (Valencia)

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Pautas para la homilía

Los relatos de las apariciones.

La experiencia que los primeros discípulos tuvieron de la Resurrección fue una experiencia única, sin precedentes, muy difícil de explicar, por tanto. En el NT encontramos diversas maneras de expresar dicha experiencia: himnos poéticos (como el del capítulo 2 de Filipenses), testimonios concisos (como el de 1 Cor 15, donde no se dan detalles) y relatos de apariciones (como el que nos presenta el Evangelio de hoy). La narración de la aparición de Jesús resucitado que leemos hoy en el evangelio de Lucas es muy semejante a la que escuchamos el domingo pasado, entonces en el evangelio de Juan (Jn 20, 19-31), y juntos constituyen los relatos evangélicos que de este tipo escucharemos los domingos de este tiempo de Pascua.

Los relatos de las apariciones no son relatos mitológicos, como han sostenido aquellos escépticos que pretenden restar credibilidad a la Resurrección. Son relatos acerca de una experiencia religiosa o mística, una experiencia de Dios, que tuvieron unos hombres y unas mujeres concretos. Sitúan, por tanto, dicha experiencia en un espacio y un tiempo determinado. No nos hablan de un tiempo indeterminado u originario, como hacen los mitos, ni cuentan gesta heroica alguna.

Además, encierran una gran riqueza descriptiva. Hay que tener en cuenta que Jesús, una vez que ha resucitado, vive la misma vida de Dios, y por lo tanto su modo de hacerse presente es el modo de hacerse presente Dios. Los relatos de apariciones transmiten de manera excepcional el contenido de una experiencia que está más allá de toda experiencia común, por eso la tradición oral los conservó y fueron recogidos por los evangelistas. No podemos quedarnos en la literalidad de la narración.

La Resurrección de Jesús: núcleo de la fe cristiana.

La fe en la Resurrección de Jesús es lo que diferencia a un cristiano de un simple admirador de Jesús. Pocos personajes de la Historia son tan admirados y respetados como lo es Jesús de Nazaret, hombre bueno que quería cambiar el mundo, crítico con los poderosos y defensor de los débiles, que vivió con la única máxima del amor al prójimo y que fue injustamente ejecutado. Este perfil de Jesús es patrimonio de toda la Humanidad. Pero nosotros no somos meros admiradores de Jesús, somos cristianos porque creemos que aquel hombre fue el abrazo pleno y definitivo de Dios a la Humanidad para llevarnos junto a Él para siempre. Vivió como un hombre cualquiera (Flp 2,7) pero entregado como ningún otro a una pasión: el Reino de Dios. Nada le hizo renunciar a su entrega, ni tan siquiera el que pudiera costarle la vida. Se puso en manos de Dios Padre confiado en que Él sabría enderezar lo que parecía completamente perdido, y así fue: “matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos y nosotros somos sus testigos” proclama Pedro en la lectura del libro de los Hechos de hoy.

Por la Resurrección se nos ha dado a conocer esta verdad: la del infinito amor de Dios. Sin ella no podríamos pasar de simples admiradores de Jesús y tendríamos que seguir buscando. La Resurrección es la clave de bóveda de toda nuestra fe.

Creer en la Resurrección de Jesús es creer en su palabra.

“Dios cumplió de esta manera lo que había dicho por los profetas” dice Pedro, “todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí tenía que cumplirse” explica el propio Jesús al aparecerse a sus discípulos. La Resurrección es el último capítulo de una historia necesario para que todas las piezas encajen. No podemos separar la historia de la salvación, que es la historia del pueblo de Israel, del acontecimiento de la Resurrección. No se puede entender correctamente la una sin la otra. Pero tampoco podemos separar la propia historia de Jesús de su Resurrección: “Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona”.

Si nos quedamos sólo con el Jesús histórico, tendremos un líder espiritual, un hombre admirable, un modelo ético. Si nos quedamos sólo con una proclamación desnuda de que un hombre llamado Jesús ha resucitado, dicho acontecimiento no tendrá relevancia más allá de la que tiene para el propio Jesús.

La cuestión, en cambio, es que el mismo que fue entregado, rechazado y asesinado por predicar lo que predicó y actuar como actuó, ese mismo es a quien Dios ha resucitado. Dios ha sellado con la Resurrección la legitimidad de Jesús y de su mensaje. La Resurrección es a la vez el testimonio definitivo de la verdad de Jesús y lo que da sentido pleno a su vida y su mensaje.

Sabemos que lo conocemos porque “guardamos sus mandamientos”, señala la primera de Juan. Creer en la Resurrección de Jesús no es creer simplemente que un hombre que ha muerto ha resucitado, es creer la verdad que dicho acontecimiento implica: el testimonio de su vida y de su palabra.

La fe en la Resurrección no consiste, por tanto, en creer la literalidad de un relato. No es dejar que nuestro entendimiento ceda ante algo inexplicable para encontrar consuelo. No es la aceptación pasiva de un determinado acontecimiento. La fe en la Resurrección es orientar toda nuestra existencia desde la vida y la palabra de Jesús. Es una creencia que compromete toda nuestra vida haciendo que ya no vuelva a ser la misma. Es compartir la misma pasión que Jesús: el Reino de Dios.

La experiencia de la Resurrección.


Así lo expresa con genialidad el relato de Lucas que escuchamos hoy. La Resurrección del Maestro irrumpe inesperadamente en sus vidas y las transforma, aunque no sin ciertas dudas y resistencias. Ante una experiencia de Dios de tal envergadura, los sentimientos que se originan resultan incluso contradictorios: miedo por la sorpresa, alegría desconcertante, asombro, albergan dudas… Además, hay que tener en cuenta que Dios nunca actúa en nuestras vidas por imposición, sino que nos pide siempre nuestra aceptación confiada.

El relato resalta mucho la dificultad que tuvieron los discípulos para comprender lo que estaba sucediendo: ¿será una alucinación producida por sus mentes?, ¿estarán viendo un fantasma?, ¿verdaderamente es Jesús, el Maestro al que siguieron? Pero, con la misma honestidad con la que los discípulos reconocen sus dificultades para comprender, confiesan la convicción definitiva de que es real aquello que experimentan: Jesús tiene las señales de la cruz y come lo mismo que ellos (recordando, también, este gesto las comidas que había compartido con ellos).

La experiencia de la Resurrección, además, les hace sentirse llenos de paz. No se sienten juzgados, sino perdonados. Y en el perdón, que nos hace renacer a la vida nueva, insisten especialmente las lecturas de hoy: Pedro invita al arrepentimiento, la primera de Juan señala el perdón que ha ganado para nosotros Cristo y en el evangelio Jesús resucitado envía a predicar la conversión y el perdón de los pecados.

Por último, señala el relato algo que ya hemos comentado: la Resurrección les hace comprender las Escrituras.

Nuestra fe en la Resurrección es la misma que la de los discípulos directos de Jesús, aunque se apoya en experiencias diferentes. Ellos conocieron a Jesús en persona, creyeron en su palabra y le siguieron, por eso tuvieron una experiencia de la Resurrección que podríamos calificar de directa. Nosotros, en cambio, conocemos a Jesús a través del testimonio de aquellos discípulos directos, por mediación suya podemos llegar a creer en su palabra y a seguirle y a tener experiencia de la Resurrección en nuestras vidas. Y, tanto aquellos discípulos directos, testigos privilegiados de la Resurrección, como nosotros recibimos la fe como un don de Dios. Don, nunca imposición, como ya hemos señalado.

En este sentido, el relato de Lucas señala algo que no debe pasarnos desapercibido: es mientras los discípulos de Emaús están dando testimonio de su encuentro con Jesús resucitado cuando Jesús vuelve a hacerse presente.

D. Ignacio Antón O.P.
Fraternidad de Atocha (Madrid)

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