Pienso que la Última Cena se celebró la noche del jueves, a pesar de que algunos, siguiendo una cronología esenia, afirman que fue el martes a la noche.
Pienso también que, en la línea del Evangelio de Juan (en contra de Mc y Mt) no fue cena de pascua judía, sino de despedida y promesa mesiánica (ciertamente, en una línea que podría interpretarse mejor desde los esenios, pero que desborda lo que sabemos sobre ellos).
Este Cena recoge y condensa el misterio cristiano desde una perspectiva triple: (a) Traición de los discípulos. (b) Promesa de la próxima copa en el Reino. (c) Anuncio eclesial de la Eucaristía
Éste post ofrece materiales para una meditación teológica e histórica sobre la eucaristía, desde la Cena de Jesús. Deja a un lado otros muchos aspectos, pero puede valer para aquellos que quieran conocer mejor lo que está en el fondo de nuestras celebraciones pascuales.
1. Introducción. Traición de los discípulos
Pienso que el tema clave no es mostrar si esa cena fue de pascua oficial (cosa que parece improbable, como he dicho), sino descubrir la razón por la que Marcos ha querido introducirla en ese contexto de pascua. Ello se debe (a mi juicio) a que, siguiendo su lógica narrativa, llena de contrastes, Marcos ha querido ejemplificar la oposición entre los discípulos oficiales (empeñados en comer la pascua judía, en fidelidad a las tradiciones rituales del pueblo) y Jesús (que les ofreció una comida distinta de aquella que pedían). De esa forma ha puesto de relieve la novedad del proyecto de Jesús:
1. Deseo de los discípulos: Que sea Cena de Pascua. Significativamente, la iniciativa parte de los Doce (cf. Mc 14, 12. 17), que quieren sacrificar el cordero, al modo judío, formando así con Jesús una comunidad limpia, de puros observantes varones, fieles a la tradición. Los Doce representan la esperanza israelita y proponen a Jesús una celebración pascual “ortodoxa”, reintroduciendo su mesianismo en los esquemas oficiales del templo.
Pues bien, en contra de eso, Jesús ha querido celebrar y ha celebrado una cena de despedida y afirmación mesiánica, llena de contrastes y enfrentamientos, superando el nivel del sacrificio de corderos y el culto del templo y abriendo un espacio de esperanza para aquellos que acepten su Palabra y Pan compartido, por encima de (contra) el templo (cf. Mc 14, 25).
2. Contraste: Traición de los discípulos. Más que histórico y cronológico (fecha exacta de la Cena), el tema es teológico: Marcos destaca la novedad de Jesús frente a las instituciones sagradas y por eso define esta cena, propuesta por sus discípulos, como tiempo de traición y negaciones, en el que culmina (y pierde su sentido) la función nacional de los Doce a quienes Jesús había elegido para ser-con-él y proclamar el reino (cf. Mc 3, 13-19).
El argumento central del conjunto de la cena (Mc 14, 12-31) no es la comida pascual (ni siquiera la eucaristía), sino el rechazo de los discípulos. La afirmación de Jesús (que mantiene su propuesta de Reino) se vuelve negación, pues los mismos que comen con él le entregan, precisamente en la cena, como supone Pablo: «El Señor Jesús, en la noche en que fue entregado…» (1 Cor 15, 23).
3. Ruptura del movimiento de Jesús, la gran crisis. Los discípulos han sido un elemento esencial de su mensaje y camino (cf. cap. 14 y ss). Pues bien, llegado el momento, al ver la actitud de Jesús en cena, ellos le rechazan a pesar de su propuesta mesiánica: ¡La próxima copa…! (Mc 14, 25). Jesús entrega su vida (Mc 14, 22-24) y ellos le entregan a muerte.
Estos signos de contraste recogen un recuerdo histórico: La unidad de la trama mesiánica de Jesús, vinculada a los Doce, se ha roto precisamente en la reunión de despedida, donde Jesús quería ratificar de un modo distinto al que quieren los Doce. Por eso, su movimiento continuará, pero de otra manera, desde Galilea (Mc 14, 28; 16, 7-8), retomando el movimiento del Reino, sin la pascua nacional de Jerusalén, en cuyo espacio se ha gestado la traición de sus discípulos.
Ésta no es como se dice la cena de la institución de los ministerios oficiales, sino todo lo contrario: la Cena en que rompen y fallan los "ministerios" que Jesús había querido establecer, es la Cena de la Tradición de los Doce.
En esa perspectiva se comprende el carácter teológico (redaccional) de la datación de la cena. Marcos supone que los discípulos quisieron organizar la tarea de Jesús, llevándole al “buen campo” de las tradiciones nacionales, celebrando la Pascua de la ley y los ritos establecidos, en fidelidad al orden dominante. Jesús no celebró lo que querían y ellos, por su parte, rechazaron su oferta y le abandonaron en la hora decisiva. Por eso, lo que podía haber sido cena de solidaridad y compromiso mesiánico (¡todos con Jesús!) se convirtió en crisis de traición y abandono.
En una cena como la que buscaban los Doce (con Pedro y los zebedeos), Jesús no habría podido ratificar su compromiso a favor de leprosos y posesos, mujeres impuras y publicanos etc. Si Jesús hubiera celebrado una cena de los sacerdotes, con el cordero del templo, ellos no le habrían condenado, pues se habría sometido a la institución del templo. Pero Jesús mantuvo hasta el final su proyecto de Reino, en contra de sus Doce, y ellos se fueron, no por miedo (¡cosa respetable!), sino porque tenían otras propuesta de reino, en la línea del mesianismo nacional judío.
Ciertamente, cenaron con él, pero discutieron y se enfrentaron y al final se fueron (tras la Cena o en Getsemaní). Él les había invitado a compartir su tarea, pero ellos tenían otra visión y pudieron pensar que se habían equivocado y, por honradez a sí mismos (o por disensión con Jesús), se marcharon: Su mesianismo nacional judío era más importante que su fidelidad personal a Jesús (y a su nuevo mesianismo), y así lo mostraron en una cena tensa, una noche de entrega, como recuerdan los textos .
2. Cita con Dios y despedida: La próxima copa en el Reino (Mc 14, 25).
La redacción actual de Marcos coloca las palabras de la institución (Mc 14, 22-24 par.) antes que este logion (pequeño texto) de despedida e invitación al Reino y (14, 25), que es históricamente anterior y constituya la palabra central de una Cena, que ha sido espacio de máximas tensiones y rupturas.
No fue encuentro de paz entre amigos, con las cosas resueltas y todos dispuestos a entregar la vida por el Reino y por su amigos, sino de ruptura y contraste entre los discípulos, aferrados a su mesianismo triunfal, y Jesús que les ofrecía su experiencia y lección de solidaridad (su cuerpo y sangre), en los signos del pan y el vino, prometiéndoles la próxima copa en el Reino.
Había sido profeta de los marginados, pero no enemigo de la vida. Sabía beber y había bebido, compartiendo con los hambrientos el pan de cada día y el vino de la promesa. Pues bien, ahora que sus discípulos querían invitarle a la pascua del cordero que se sacrifica en el templo, para mantener y culminar el orden sagrado de Israel, él elevó el vino de la promesa del Reino (no el cordero), diciéndoles:
En verdad os digo, ya no beberé del fruto de la vid
hasta el día aquel en que lo beba nuevo
en el Reino de Dios (Mc 14, 25 par) .
Este logion constituye una promesa escatológica por la que Jesús se abstendrá de vino (no celebrará más fiesta en el mundo) hasta que llegue el Reino. Sabe que el viejo orden acaba, pues se está cumpliendo la promesa, llega la fiesta que había querido celebrar con sus discípulos, y espera, de manera emocionada, el Reino, no la pascua antigua (cordero de templo), sino el vino nuevo, recuerdo de la entrada en la tierra prometida, con los racimos de los exploradores (cf. Num 13, 22; cf. Jos 5, 10).
El último gesto de Jesús no fue llorar (por su posible fracaso), ni hacer penitencia, ni repetir oraciones rituales, ni condenar por traición a sus discípulos, sino tomar con ellos la copa, esperando la próxima en el Reino (nueva pascua).
En este contexto dice: “no beberé”. Ésta es la palabra y promesa clave de la Cena y todo nos permite suponer que tiene un fondo histórico, pues no ha sido retomada litúrgicamente por la iglesia posterior, que ha elaborado las palabras de la institución: ¡Esto es mi cuerpo, ésta es mi sangre! Esa promesa original (¡os invito a la copa en el Reino!) resulta lógica en el contexto final de la vida de Jesús que, cumplido su proyecto en Jerusalén, pone su vida en manos de Dios y dice a sus seguidores: ¡No beberé hasta que venga el Reino!
Ha llegado al final, perseguido por sus adversarios, con riesgo de que sus discípulos le dejen. Por eso les reúne y les ofrece el signo mayor de solidaridad y esperanza, un juramento sagrado por el que mantiene su camino y se compromete a beber (con ellos) la próxima copa en el Reino (¡a pesar de que busquen otra pascua distinta y le abandonen!). Esta promesa nos permite conocer su conciencia escatológica, expresada en una fiesta del vino, que él ha querido celebrar con sus discípulos en Jerusalén, donde ha venido, y donde permanece, esperando el Reino, mientras los sacerdotes (y Pilato) deciden matarle. Así manifiesta su decisión final a unos discípulos que no entienden (cf. Mc 14, 3-9) y van a traicionarle (cf. Mc 14, 12-531):
1. Promesa de Reino: Por esta palabra de voto o compromiso («en verdad os digo… que no: ouketi ou mê: Mc 9; cf. 1.41; 10, 15; 13, 20) Jesús pone a Dios como testigo de aquello que ha de hacer, con una fórmula tradicional de certeza y promesa de Reino.
En el momento solemne, rodeado de discípulos vacilantes, ante la copa de la despedida, confiesa que ha llegado hasta el fin y sólo queda el tiempo (respuesta) de Dios. Con el signo de la copa les dice que ha cumplido fin la tarea de Dios. Ha puesto su vida al servicio del Reino (es decir, de la culminación de la vida de los hombres). Lo ha dado todo y, de esa forma, llegando hasta el fin mantiene su gesto, ofreciendo su vida como don, al servicio de los demás.
2. No más vino en el mundo: «No volveré a beber del fruto de la vid…». Este compromiso parece estar en la línea de los nazireos (que no beben vino: cf. Num 6). Pero Jesús no ha sido nazireo (como quizá lo fue Juan Bautista) y ha tomado el vino (y el pan) como signo valioso de su proyecto de Reino. Pues bien, cumplido su camino, él afirma que no beberá más en el mundo, porque lo ha dado ya todo y porque llega el Reino (aunque quizá le maten).
Como nezer, de la raíz mesiánica de Jesé, padre de David (cf. cap. 2 y 6), ha entregado su vida, no para reinar a costa de los demás, sino para ofrecerles el Reino, dándose a sí mismo; de esa forma, culminado su camino, ratifica su propuesta, quedando en Jerusalén, sin escaparse, hasta que se cumpla la promesa, rodeado de sus discípulos a quienes ofrece la copa de vino (signo de du vida hecha regalo), sabiendo quizá que van a traicionarle .
3. Nueva copa en el Reino: «Hasta que lo beba (con vosotros) nuevo en el Reino». Ha puesto su vida al servicio de la viña de Dios (cf. Mc 12, 1-10 par), y, levantando su copa, en la fiesta de su despedida (entrega), se mantiene fiel a sus discípulos (que van a entregarle), prometiéndoles con su entrega el vino nuevo del Reino, culminando así su camino.
A lo largo de su vida, él había ofrecido su mesa (pan y peces) a pobres, publicanos y todos (cf. multiplicaciones: Mc 6, 35-44; 8, 1-9). Ahora, al final, asumiendo y recreando la tradición israelita, declara y proclama ante sus amigos (que le entregarán) que ha cumplido su camino, ha terminado su tarea: Sólo queda Dios, cena del Reino. De esa forma, con el vino de despedida (que la institución eucarística entenderá como sangre de alianza: Mc 14, 23-24), anuncia y promete el vino nuevo de la culminación mesiánica en el Reino.
Ésta no es la copa de pascua, sino la copa de la víspera de pascua, esperando que la próxima (con el vino nuevo) será en la copa de la Pascua en el Reino, que él ha ofrecido a los suyos. Estamos, como he dicho, en la víspera de pascua y Jesús promete a sus discípulos que la próxima copa será en el Reino, es decir, en la Pascua definitiva, no con corderos del templo (cuya ruina ha proclamado Jesús), sino con la primicia del vino nuevo (kainon) del Reino, que Jesús ha venido a instaurar en Jerusalén.
Por eso, esperando la culminación, irá al Monte de los Olivos, para aguardar la llegada del Reino, que debía iniciarse allí, conforme a las promesas (Zac 14, 4; cf. Josefo, Ant 20, 167-172). Lógicamente, la noche siguiente, del viernes al sábado, en que se celebraría la pascua antigua, debía marcar para Jesús la llegada del Reino. Pero le arrestaron y le mataron antes, cuando “mataban los corderos” (cf. Jn 19, 33-37) .
Entendido así, este logion desborda el nivel de la pascua judía (pan sin levadura, hierbas amargas o cordero sacrificado) y resulta lógico en el contexto de Jesús y de sus ideales de reino, vinculados al pan y al vino (especialmente al vino), en gesto de solidaridad y promesa escatológica. Así se entenderá mejor su palabra “Dios mío, Dios mío ¿Por qué me has abandonado?” (Mc 15, 34). Su proyecto mesiánico parece fracasado, pero él deja todo (y se deja, fielmente) en manos de Dios
3. Vino y pan. La tradición eucarística (Mc 14, 22-24 par)
El logion de la promesa escatológica del vino (Mc 14, 25) conserva un dicho de Jesús. Más difíciles de valorar son las palabras de la institución, que en su esencia remiten a la historia, pero que, en su forma actual, han sido recreadas por la iglesia, para condensar y celebrar el recuerdo y presencia de Jesús. Sólo desde un fondo de fe pascual podemos re-introducir esas palabras en la historia de Jesús, donde cobran un nuevo sentido, precisamente en la noche en que fue entregado por aquellos a quienes él mismo se entregaba como pan y vino (cf. 1 Cor 11, 23) .
a. Sacrificio por el Reino, dar la vida.
Posiblemente, Jesús no dijo las palabras actuales (¡esto es mi cuerpo, esta es la alianza en mi sangre…!), pero ellas condensan lo que fue diciendo y haciendo a lo largo de su vida, con estos dos signos (pan y vino), que, al unirse, forman su mejor retrato, la expresión de su vida entregada al servicio del Reino. Ahora, en el momento final, cuando no le queda nada por hacer, sino esperar la llegada de Dios (quizá a través de los adversarios de su Reino), Jesús condensa y ofrece su vida como pan y vino de Reino, al servicio de los demás.
En este contexto, la Iglesia ha podido (y debido) hablar de sacrificio, en el sentido original de la palabra, que no es matar a otros para ser (alzarse) sobre ellos, sino que dar la vida al servicio de los demás, esto es, del Reino. Sólo así descubre y condensa Jesús lo que ha sido su experiencia, desde la ribera del Jordán, con Juan Bautista, pasando por Galilea, hasta la decisión final de venir a Jerusalén para proclamar la llegada de ese Reino. Así comprende lo que ha sido (ha hecho) y lo que debe ser (hacer) aún por el Reino, en la línea de las predicciones de la pasión (Mc 8, 31; 9, 31; 10, 32-34). Sólo le queda la vida, y la ha dado (y debe darla hasta el final), para que los demás tengan vida de Reino; ése es su sacrificio, su vida hecha don por los otros.
En ese fondo se entiende mejor que no haya comido el cordero sacrificado en el templo. No quiere “sacrificios animales” para así reconocer a Dios, ni el sacrificio de otros para así vivir él mismo, sino que ha debido dar su vida (la ha dado) hasta el fin, como principio e impulso de vida (de Reino) para los demás, empezando por sus discípulos.
Les había llamado para que simbolizaran y proclamaran el Reino a las Doce Tribus de Israel. Ahora están a su lado y les confía de nuevo su tarea, a pesar de que van a traicionarle. De esa forma descubre en la comida final, cuando y no le queda nada por hacer, que lo importante ha sido y sigue siendo regalar la propia vida como pan que es cuerpo mesiánico y como vino que es alianza; éste es su sacrificio.
En ese contexto quiero añadir que las palabras de la “institución” (esto es mi cuerpo, ésta es la nueva alianza) no han sido proclamadas por Jesús de esa manera, pero recogen su experiencia más profunda, la certeza de que el Reino, al fin, se ha vinculado (y se sigue vinculando) a su propia vida, ofrecida hasta el fin (muerte) al servicio de los demás. El Reino de Dios podía evocar y ha evocado imágenes externas de tipo más o menos milagroso, vinculado a la llegada del Hijo del Hombre o a la transformación de la vida de los hombres. Pues bien, culminada su tarea, Jesús descubre que ese Reino ha sido (y es) su propia vida, regalada a los demás, como pan que se comparte, vino que anuncia la alegría completa, el banquete escatológico.
– Desde ese fondo se pueden fijar, de manera aproximada,los tres momentos básicos del despliegue de la Eucaristía de la Iglesia, partiendo de la Cena de Jesús.
(1) Jesús celebró con sus discípulos una Cena de solidaridad y despedida, asumiendo y superando los rituales de la pascua nacional judía (centrada en el cordero), para insistir en el vino prometido del reino y en signo del pan compartido. Esa Cena tuvo un carácter dramático, y ratificó la ruptura entre el ideal/camino de Jesús y la propuesta “real” de sus discípulos.
(2) Comunidades “hebreas”. Superado el primer rechazo, los discípulos de Jesús mantuvieron y actualizaron su cena, centrada en el pan de la vida y, de un modo especial, en el vino de la promesa del Reino; sus celebraciones eran momentos fuertes de experiencia de Jesús resucitado, a quien sus seguidores fueron descubriendo (acogiendo) al juntarse y recordarle en la mesa: en el pan compartido (un signo central de su proyecto) y en el vino que vuelven a tomar como anticipo de su “próxima” venida. En este momento, las “eucaristías” son las mismas reuniones alimenticias de la comunidad (como supone Hch 2-5).
(3) Comunidades helenistas. De Pablo a Marcos. En un momento dado, que conocemos por Pablo (1 Cor 11, 23-26), algunas comunidades helenistas (de Jerusalén hasta Damasco, de la costa palestina hasta Fenicia y Antioquía) “descubren” (encuentran y despliegan) un sentido especial en los signos de la Cena, interpretando el pan como “cuerpo mesiánico” (sôma del Cristo) y el vino de la promesa del reino futura como “copa mesiánica” (sangre-haima de la nueva alianza realizada por Jesús). De modo sorprendente, Pablo afirma que “ha recibido del Señor” (parelabon apo tou Kyriou: 1 Cor 11, 23) la identidad y sentido de esa Cena, retomada por el evangelio de Marcos y luego por los restantes sinóptico.
Éste ha sido el descubrimiento final de Jesús, cuando sabe que su vida ha terminado y que corre el riesgo de ser ajusticiado. Pueden entregarle, pero él sabe, por encima de eso, que el mismo Dios culminará la obra de Reino que le había encomendado. Por eso, no puede volverse atrás, diciendo a sus discípulos que ha terminado y que ellos tienen que volver a Galilea. No puede desdecirse y por eso queda en Jerusalén para culminar su obra, que es de Dios. No queda por soberbia, como si se supiera más que otros, ni por imposición, para dominarles, sino por “obediencia”, para culminar su obra de Reino:
b. Y estando ellos comiendo, en la noche en que fue entregado… (Mc 14, 22a; 1 Cor 11, 23).
Los gestos y palabras de la eucaristía recogen la intención y proyecto de Jesús y expresan la ruptura mesiánica de su Última Cena (en contexto de pascua), pero sólo han podido fijarse y formularse, en su tenor actual, tras algunos años, una vez que la muerte de Jesús se ha entendido plenamente como “sacrificio” al servicio del Reino .
Mc 14, 25 no prometía (ni instituía) una eucaristía, pues la fiesta del vino nuevo vendría pronto, con el Reino. Pero la experiencia pascual (Jesús presente como resucitado) ha dado un sentido nuevo al vino, evocando a Jesús no sólo como aquel que beberá ese vino con sus discípulos en el Reino, sino como aquel que les ha regalado (entregado).
La Iglesia ha descubierto que los signos de su eucaristía (pan compartido, vino del Reino) evocan y condensan lo que ha sido (y es) la vida de Jesús, que no se ha limitado a decir algunas cosas, sino que se ha dado sí mismo, regalando su vida por el Reino; ella lo celebra así en el signo del pan que se comparte y del vino que anuncia la llegada del Reino.
--Ni Jesús ni la Iglesia han tenido que inventar estos alimentos (pan y vino de las primicias y la esperanza escatológica), ni darles un simbolismo que antes no tuvieran, pues algunos esenios los tomaban cada día, cantando la presencia de Dios y su manifestación futura. Pero, partiendo del recuerdo de Jesús, la Iglesia ha expresado en ellos su experiencia más honda (de tipo mesiánico), vinculada a las acciones y palabras del mismo Jesús, que ha compartido el pan y el vino con los pecadores, que ha “multiplicado” los panes y los peces en el campo y que ha evocado el sentido de su vida en la próxima copa que les promete para en el Reino.
Según eso, el centro de la Cena (celebrada en contexto de ruptura y afirmación mesiánica) no ha podido ser el Cordero (un animal sustitutorio), sino la misma vida de Jesús expresada en los signos del vino (cf. Mc 14, 25) y pan, como supone Lc 22, 29-30:
“He dispuesto en favor de vosotros el Reino, como mi Padre ha dispuesto de él en favor mío, para que comáis y bebáis en mi mesa» (cf. Lc 22, 29-30). Según una tradición antigua, Jesús había dicho: «En verdad os digo, algunos de los aquí presentes no gustarán la muerte hasta que vean venir el Reino de Dios con poder» (Mc 9, 1). Pues bien, la tradición posterior afirma que ese Reino está presente allí donde la Iglesia celebra la memoria de Jesús en la eucaristía
c. Esto es mi cuerpo, ésta es mi alianza.
Este Jesús pascual no se limita a invitar a sus amigos al vino futuro (cf. Mc 14, 25,) sino que les regala ya su cuerpo y sangre (pan y vino), anticipando así el Reino, mientras ellos siguen viviendo sobre el mundo, como dicen los dos testimonios más antiguos (cf. también Mt 26, 26-29 y Lc 22, 19-20):
(Mc 14, 22-24)
Y estando ellos comiendo, Jesús tomó pan, pronunció la bendición, lo partió, se lo dio y dijo:
– Tomad, esto es mi Cuerpo.
Tomó luego una copa y, dando gracias, se lo dio y bebieron todos de ella. Y les dijo:
– Esta es la Sangre de mi Alianza, derramada por muchos
(1 Cor 11, 24-25)
El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan, y dando gracias, lo partió y dijo:
– Esto es mi Cuerpo (dado) por vosotros.
De igual modo la copa, después de cenar diciendo:
– Esta copa es la Nueva Alianza en mi Sangre.
a. Signo del pan.
Jesús asume y culmina su mensaje en Galilea y en especial las multiplicaciones (cf. Mc 6, 30-44; 8, 1-10), al simbolizar su vida como pan. Ese gesto (dar el pan, darse como pan) recoge y despliega su proyecto. No ha fracasado, sino al contrario: Ha condensado la Palabra de Dios (su vida) a modo de pan ordinario de la mesa, que no es alimento puro de ritos de separación (para limpios judíos), sino pan de cada día (Padrenuestro), comida que ofrece a los pobres, regala a los pecadores y comparte con todos, haciéndose pan, con ellos y para ellos. Por eso, al tomarlo, ha podido decir “esto es mi cuerpo” (así lo ha interpretado la Iglesia posterior).
b. Signo del vino.
En Mc 14, 25 par, Jesús prometía a sus discípulos el vino nuevo del Reino. Lógicamente, tras la pascua, lo han reinterpretado como bebida de este tiempo, al lado del pan. Jesús, mensajero del Reino de Dios, amenazado de muerte por los dirigentes del sistema, había ofrecido a sus amigos, en solidaridad y esperanza escatológica, una copa, esperando (prometiendo) la próxima en el Reino. Pues bien, esa copa aparece pronto en la Iglesia como signo de la vida (sangre) que él ofrece a sus discípulos (de su propia vida, que es promesa y presencia del Reino) .
– Dios había reservado la sangre, de manera que comer carne con sangre o beberla constituye gran impureza (cf. Hech 15, 29), porque es fuente y realidad de Vida (Lev 17, 11-17). Pues bien, reinterpretando su experiencia de trasgresión sacral y ruptura de límites, los cristianos descubren que Jesús les ha ofrecido su vida, esto es, su sangre, simbolizada en el vino. Difícilmente podemos hoy imaginar la fuerza y extrañeza de ese signo, que rompe la distinción entre sagrado y profano. Todo en Jesús es sagrado, siendo profano. Todo es amor de madre y amigo, todo es vida (Palabra) compartida, y así la sangre “impura” puede convertirse en principio y signo de plena pureza, que es dar la propia vida (como sangre) para crear de esa manera vida. Jesús no ha derramado la sangre de otros (como los soldados), ni ha ofrecido a Dios la sangre de animales (como los sacerdotes), ni se ha interesado por la sangre del cordero pascual, con la que se rociaba «el dintel y las jambas de la casa» de los celebrantes, para que el Dios del exterminio pasara de largo sin matarles (cf. Ex 12, 7.13), sino que ha “dado” su propia sangre al darse a favor de sus amigos (hombres y mujeres), por quienes ha muerto, ofreciéndoles el Reino. No establece así un rito separado, sólo para Dios (pan sobre el altar, vino vertido al fuego), sino que la verdad del rito del vino es su propia vida (sangre), que él ha regalado por el Reino de Dios, esto es, «por muchos» (hyper pollôn), por todos (Mc 14, 24; cf. Mc 10, 45). Mt 26, 27 ha añadido «para perdón de los pecados», situando de esa forma el gesto y comida de Jesús en el trasfondo de los rituales israelitas del perdón, pero en un sentido distinto: Frente al ritual de muerte de animales, detallado por Lev 1-9, superando la sangre del pacto con novillos (cf. Ex 24, 8) y el rito de la pascua (Ex 12, 1-13) o del día de la expiación (cf. Lev 16, 14-19), Jesús ha ofrecido su sangre como vida regalada en amor (perdón) a todos.
Este signo de la copa de vino (con la referencia a la sangre) nos sitúa en el contexto del logion final (Mc 14, 25). Probablemente, Jesús había entendido la copa de la despedida como signo de su entrega por (de su identificación con) el Reino. Pues bien, en ese contexto, su misma vida puede interpretarse como sangre derramada, compartida. No se trata de sangre sacrificial que evoca la violencia ajena, sangre de animal con la que “untan” las jambas de la puerta de la casa (como la del cordero de la pascua; Ex 12, 7), sino sangre mesiánica, es signo de la entrega amorosa de la vida, en gesto de comunión y esperanza.
Esa sangre de Jesús es su Palabra, el don completo de su vida, el sacrificio de la nueva alianza, que puede y debe evocarse desde la tradición de los profetas. No es sacrificio que Dios necesita para aplacarse, como en algunos ritos sacrales, sino lo contrario. Es la vida del enviado mesiánico de Dios, que no ha venido a dominar a los demás en gesto de violencia, sino a darse por ellos. Así lo ha celebrado y lo sigue celebrando la Iglesia en el signo de la Cena, que es la forma privilegiada de recordar la historia de Jesús. Por eso, el verdadero libro de Jesús no es un escrito, sino la experiencia compartida de la Eucaristía .
Pienso también que, en la línea del Evangelio de Juan (en contra de Mc y Mt) no fue cena de pascua judía, sino de despedida y promesa mesiánica (ciertamente, en una línea que podría interpretarse mejor desde los esenios, pero que desborda lo que sabemos sobre ellos).
Este Cena recoge y condensa el misterio cristiano desde una perspectiva triple: (a) Traición de los discípulos. (b) Promesa de la próxima copa en el Reino. (c) Anuncio eclesial de la Eucaristía
Éste post ofrece materiales para una meditación teológica e histórica sobre la eucaristía, desde la Cena de Jesús. Deja a un lado otros muchos aspectos, pero puede valer para aquellos que quieran conocer mejor lo que está en el fondo de nuestras celebraciones pascuales.
1. Introducción. Traición de los discípulos
Pienso que el tema clave no es mostrar si esa cena fue de pascua oficial (cosa que parece improbable, como he dicho), sino descubrir la razón por la que Marcos ha querido introducirla en ese contexto de pascua. Ello se debe (a mi juicio) a que, siguiendo su lógica narrativa, llena de contrastes, Marcos ha querido ejemplificar la oposición entre los discípulos oficiales (empeñados en comer la pascua judía, en fidelidad a las tradiciones rituales del pueblo) y Jesús (que les ofreció una comida distinta de aquella que pedían). De esa forma ha puesto de relieve la novedad del proyecto de Jesús:
1. Deseo de los discípulos: Que sea Cena de Pascua. Significativamente, la iniciativa parte de los Doce (cf. Mc 14, 12. 17), que quieren sacrificar el cordero, al modo judío, formando así con Jesús una comunidad limpia, de puros observantes varones, fieles a la tradición. Los Doce representan la esperanza israelita y proponen a Jesús una celebración pascual “ortodoxa”, reintroduciendo su mesianismo en los esquemas oficiales del templo.
Pues bien, en contra de eso, Jesús ha querido celebrar y ha celebrado una cena de despedida y afirmación mesiánica, llena de contrastes y enfrentamientos, superando el nivel del sacrificio de corderos y el culto del templo y abriendo un espacio de esperanza para aquellos que acepten su Palabra y Pan compartido, por encima de (contra) el templo (cf. Mc 14, 25).
2. Contraste: Traición de los discípulos. Más que histórico y cronológico (fecha exacta de la Cena), el tema es teológico: Marcos destaca la novedad de Jesús frente a las instituciones sagradas y por eso define esta cena, propuesta por sus discípulos, como tiempo de traición y negaciones, en el que culmina (y pierde su sentido) la función nacional de los Doce a quienes Jesús había elegido para ser-con-él y proclamar el reino (cf. Mc 3, 13-19).
El argumento central del conjunto de la cena (Mc 14, 12-31) no es la comida pascual (ni siquiera la eucaristía), sino el rechazo de los discípulos. La afirmación de Jesús (que mantiene su propuesta de Reino) se vuelve negación, pues los mismos que comen con él le entregan, precisamente en la cena, como supone Pablo: «El Señor Jesús, en la noche en que fue entregado…» (1 Cor 15, 23).
3. Ruptura del movimiento de Jesús, la gran crisis. Los discípulos han sido un elemento esencial de su mensaje y camino (cf. cap. 14 y ss). Pues bien, llegado el momento, al ver la actitud de Jesús en cena, ellos le rechazan a pesar de su propuesta mesiánica: ¡La próxima copa…! (Mc 14, 25). Jesús entrega su vida (Mc 14, 22-24) y ellos le entregan a muerte.
Estos signos de contraste recogen un recuerdo histórico: La unidad de la trama mesiánica de Jesús, vinculada a los Doce, se ha roto precisamente en la reunión de despedida, donde Jesús quería ratificar de un modo distinto al que quieren los Doce. Por eso, su movimiento continuará, pero de otra manera, desde Galilea (Mc 14, 28; 16, 7-8), retomando el movimiento del Reino, sin la pascua nacional de Jerusalén, en cuyo espacio se ha gestado la traición de sus discípulos.
Ésta no es como se dice la cena de la institución de los ministerios oficiales, sino todo lo contrario: la Cena en que rompen y fallan los "ministerios" que Jesús había querido establecer, es la Cena de la Tradición de los Doce.
En esa perspectiva se comprende el carácter teológico (redaccional) de la datación de la cena. Marcos supone que los discípulos quisieron organizar la tarea de Jesús, llevándole al “buen campo” de las tradiciones nacionales, celebrando la Pascua de la ley y los ritos establecidos, en fidelidad al orden dominante. Jesús no celebró lo que querían y ellos, por su parte, rechazaron su oferta y le abandonaron en la hora decisiva. Por eso, lo que podía haber sido cena de solidaridad y compromiso mesiánico (¡todos con Jesús!) se convirtió en crisis de traición y abandono.
En una cena como la que buscaban los Doce (con Pedro y los zebedeos), Jesús no habría podido ratificar su compromiso a favor de leprosos y posesos, mujeres impuras y publicanos etc. Si Jesús hubiera celebrado una cena de los sacerdotes, con el cordero del templo, ellos no le habrían condenado, pues se habría sometido a la institución del templo. Pero Jesús mantuvo hasta el final su proyecto de Reino, en contra de sus Doce, y ellos se fueron, no por miedo (¡cosa respetable!), sino porque tenían otras propuesta de reino, en la línea del mesianismo nacional judío.
Ciertamente, cenaron con él, pero discutieron y se enfrentaron y al final se fueron (tras la Cena o en Getsemaní). Él les había invitado a compartir su tarea, pero ellos tenían otra visión y pudieron pensar que se habían equivocado y, por honradez a sí mismos (o por disensión con Jesús), se marcharon: Su mesianismo nacional judío era más importante que su fidelidad personal a Jesús (y a su nuevo mesianismo), y así lo mostraron en una cena tensa, una noche de entrega, como recuerdan los textos .
2. Cita con Dios y despedida: La próxima copa en el Reino (Mc 14, 25).
La redacción actual de Marcos coloca las palabras de la institución (Mc 14, 22-24 par.) antes que este logion (pequeño texto) de despedida e invitación al Reino y (14, 25), que es históricamente anterior y constituya la palabra central de una Cena, que ha sido espacio de máximas tensiones y rupturas.
No fue encuentro de paz entre amigos, con las cosas resueltas y todos dispuestos a entregar la vida por el Reino y por su amigos, sino de ruptura y contraste entre los discípulos, aferrados a su mesianismo triunfal, y Jesús que les ofrecía su experiencia y lección de solidaridad (su cuerpo y sangre), en los signos del pan y el vino, prometiéndoles la próxima copa en el Reino.
Había sido profeta de los marginados, pero no enemigo de la vida. Sabía beber y había bebido, compartiendo con los hambrientos el pan de cada día y el vino de la promesa. Pues bien, ahora que sus discípulos querían invitarle a la pascua del cordero que se sacrifica en el templo, para mantener y culminar el orden sagrado de Israel, él elevó el vino de la promesa del Reino (no el cordero), diciéndoles:
En verdad os digo, ya no beberé del fruto de la vid
hasta el día aquel en que lo beba nuevo
en el Reino de Dios (Mc 14, 25 par) .
Este logion constituye una promesa escatológica por la que Jesús se abstendrá de vino (no celebrará más fiesta en el mundo) hasta que llegue el Reino. Sabe que el viejo orden acaba, pues se está cumpliendo la promesa, llega la fiesta que había querido celebrar con sus discípulos, y espera, de manera emocionada, el Reino, no la pascua antigua (cordero de templo), sino el vino nuevo, recuerdo de la entrada en la tierra prometida, con los racimos de los exploradores (cf. Num 13, 22; cf. Jos 5, 10).
El último gesto de Jesús no fue llorar (por su posible fracaso), ni hacer penitencia, ni repetir oraciones rituales, ni condenar por traición a sus discípulos, sino tomar con ellos la copa, esperando la próxima en el Reino (nueva pascua).
En este contexto dice: “no beberé”. Ésta es la palabra y promesa clave de la Cena y todo nos permite suponer que tiene un fondo histórico, pues no ha sido retomada litúrgicamente por la iglesia posterior, que ha elaborado las palabras de la institución: ¡Esto es mi cuerpo, ésta es mi sangre! Esa promesa original (¡os invito a la copa en el Reino!) resulta lógica en el contexto final de la vida de Jesús que, cumplido su proyecto en Jerusalén, pone su vida en manos de Dios y dice a sus seguidores: ¡No beberé hasta que venga el Reino!
Ha llegado al final, perseguido por sus adversarios, con riesgo de que sus discípulos le dejen. Por eso les reúne y les ofrece el signo mayor de solidaridad y esperanza, un juramento sagrado por el que mantiene su camino y se compromete a beber (con ellos) la próxima copa en el Reino (¡a pesar de que busquen otra pascua distinta y le abandonen!). Esta promesa nos permite conocer su conciencia escatológica, expresada en una fiesta del vino, que él ha querido celebrar con sus discípulos en Jerusalén, donde ha venido, y donde permanece, esperando el Reino, mientras los sacerdotes (y Pilato) deciden matarle. Así manifiesta su decisión final a unos discípulos que no entienden (cf. Mc 14, 3-9) y van a traicionarle (cf. Mc 14, 12-531):
1. Promesa de Reino: Por esta palabra de voto o compromiso («en verdad os digo… que no: ouketi ou mê: Mc 9; cf. 1.41; 10, 15; 13, 20) Jesús pone a Dios como testigo de aquello que ha de hacer, con una fórmula tradicional de certeza y promesa de Reino.
En el momento solemne, rodeado de discípulos vacilantes, ante la copa de la despedida, confiesa que ha llegado hasta el fin y sólo queda el tiempo (respuesta) de Dios. Con el signo de la copa les dice que ha cumplido fin la tarea de Dios. Ha puesto su vida al servicio del Reino (es decir, de la culminación de la vida de los hombres). Lo ha dado todo y, de esa forma, llegando hasta el fin mantiene su gesto, ofreciendo su vida como don, al servicio de los demás.
2. No más vino en el mundo: «No volveré a beber del fruto de la vid…». Este compromiso parece estar en la línea de los nazireos (que no beben vino: cf. Num 6). Pero Jesús no ha sido nazireo (como quizá lo fue Juan Bautista) y ha tomado el vino (y el pan) como signo valioso de su proyecto de Reino. Pues bien, cumplido su camino, él afirma que no beberá más en el mundo, porque lo ha dado ya todo y porque llega el Reino (aunque quizá le maten).
Como nezer, de la raíz mesiánica de Jesé, padre de David (cf. cap. 2 y 6), ha entregado su vida, no para reinar a costa de los demás, sino para ofrecerles el Reino, dándose a sí mismo; de esa forma, culminado su camino, ratifica su propuesta, quedando en Jerusalén, sin escaparse, hasta que se cumpla la promesa, rodeado de sus discípulos a quienes ofrece la copa de vino (signo de du vida hecha regalo), sabiendo quizá que van a traicionarle .
3. Nueva copa en el Reino: «Hasta que lo beba (con vosotros) nuevo en el Reino». Ha puesto su vida al servicio de la viña de Dios (cf. Mc 12, 1-10 par), y, levantando su copa, en la fiesta de su despedida (entrega), se mantiene fiel a sus discípulos (que van a entregarle), prometiéndoles con su entrega el vino nuevo del Reino, culminando así su camino.
A lo largo de su vida, él había ofrecido su mesa (pan y peces) a pobres, publicanos y todos (cf. multiplicaciones: Mc 6, 35-44; 8, 1-9). Ahora, al final, asumiendo y recreando la tradición israelita, declara y proclama ante sus amigos (que le entregarán) que ha cumplido su camino, ha terminado su tarea: Sólo queda Dios, cena del Reino. De esa forma, con el vino de despedida (que la institución eucarística entenderá como sangre de alianza: Mc 14, 23-24), anuncia y promete el vino nuevo de la culminación mesiánica en el Reino.
Ésta no es la copa de pascua, sino la copa de la víspera de pascua, esperando que la próxima (con el vino nuevo) será en la copa de la Pascua en el Reino, que él ha ofrecido a los suyos. Estamos, como he dicho, en la víspera de pascua y Jesús promete a sus discípulos que la próxima copa será en el Reino, es decir, en la Pascua definitiva, no con corderos del templo (cuya ruina ha proclamado Jesús), sino con la primicia del vino nuevo (kainon) del Reino, que Jesús ha venido a instaurar en Jerusalén.
Por eso, esperando la culminación, irá al Monte de los Olivos, para aguardar la llegada del Reino, que debía iniciarse allí, conforme a las promesas (Zac 14, 4; cf. Josefo, Ant 20, 167-172). Lógicamente, la noche siguiente, del viernes al sábado, en que se celebraría la pascua antigua, debía marcar para Jesús la llegada del Reino. Pero le arrestaron y le mataron antes, cuando “mataban los corderos” (cf. Jn 19, 33-37) .
Entendido así, este logion desborda el nivel de la pascua judía (pan sin levadura, hierbas amargas o cordero sacrificado) y resulta lógico en el contexto de Jesús y de sus ideales de reino, vinculados al pan y al vino (especialmente al vino), en gesto de solidaridad y promesa escatológica. Así se entenderá mejor su palabra “Dios mío, Dios mío ¿Por qué me has abandonado?” (Mc 15, 34). Su proyecto mesiánico parece fracasado, pero él deja todo (y se deja, fielmente) en manos de Dios
3. Vino y pan. La tradición eucarística (Mc 14, 22-24 par)
El logion de la promesa escatológica del vino (Mc 14, 25) conserva un dicho de Jesús. Más difíciles de valorar son las palabras de la institución, que en su esencia remiten a la historia, pero que, en su forma actual, han sido recreadas por la iglesia, para condensar y celebrar el recuerdo y presencia de Jesús. Sólo desde un fondo de fe pascual podemos re-introducir esas palabras en la historia de Jesús, donde cobran un nuevo sentido, precisamente en la noche en que fue entregado por aquellos a quienes él mismo se entregaba como pan y vino (cf. 1 Cor 11, 23) .
a. Sacrificio por el Reino, dar la vida.
Posiblemente, Jesús no dijo las palabras actuales (¡esto es mi cuerpo, esta es la alianza en mi sangre…!), pero ellas condensan lo que fue diciendo y haciendo a lo largo de su vida, con estos dos signos (pan y vino), que, al unirse, forman su mejor retrato, la expresión de su vida entregada al servicio del Reino. Ahora, en el momento final, cuando no le queda nada por hacer, sino esperar la llegada de Dios (quizá a través de los adversarios de su Reino), Jesús condensa y ofrece su vida como pan y vino de Reino, al servicio de los demás.
En este contexto, la Iglesia ha podido (y debido) hablar de sacrificio, en el sentido original de la palabra, que no es matar a otros para ser (alzarse) sobre ellos, sino que dar la vida al servicio de los demás, esto es, del Reino. Sólo así descubre y condensa Jesús lo que ha sido su experiencia, desde la ribera del Jordán, con Juan Bautista, pasando por Galilea, hasta la decisión final de venir a Jerusalén para proclamar la llegada de ese Reino. Así comprende lo que ha sido (ha hecho) y lo que debe ser (hacer) aún por el Reino, en la línea de las predicciones de la pasión (Mc 8, 31; 9, 31; 10, 32-34). Sólo le queda la vida, y la ha dado (y debe darla hasta el final), para que los demás tengan vida de Reino; ése es su sacrificio, su vida hecha don por los otros.
En ese fondo se entiende mejor que no haya comido el cordero sacrificado en el templo. No quiere “sacrificios animales” para así reconocer a Dios, ni el sacrificio de otros para así vivir él mismo, sino que ha debido dar su vida (la ha dado) hasta el fin, como principio e impulso de vida (de Reino) para los demás, empezando por sus discípulos.
Les había llamado para que simbolizaran y proclamaran el Reino a las Doce Tribus de Israel. Ahora están a su lado y les confía de nuevo su tarea, a pesar de que van a traicionarle. De esa forma descubre en la comida final, cuando y no le queda nada por hacer, que lo importante ha sido y sigue siendo regalar la propia vida como pan que es cuerpo mesiánico y como vino que es alianza; éste es su sacrificio.
En ese contexto quiero añadir que las palabras de la “institución” (esto es mi cuerpo, ésta es la nueva alianza) no han sido proclamadas por Jesús de esa manera, pero recogen su experiencia más profunda, la certeza de que el Reino, al fin, se ha vinculado (y se sigue vinculando) a su propia vida, ofrecida hasta el fin (muerte) al servicio de los demás. El Reino de Dios podía evocar y ha evocado imágenes externas de tipo más o menos milagroso, vinculado a la llegada del Hijo del Hombre o a la transformación de la vida de los hombres. Pues bien, culminada su tarea, Jesús descubre que ese Reino ha sido (y es) su propia vida, regalada a los demás, como pan que se comparte, vino que anuncia la alegría completa, el banquete escatológico.
– Desde ese fondo se pueden fijar, de manera aproximada,los tres momentos básicos del despliegue de la Eucaristía de la Iglesia, partiendo de la Cena de Jesús.
(1) Jesús celebró con sus discípulos una Cena de solidaridad y despedida, asumiendo y superando los rituales de la pascua nacional judía (centrada en el cordero), para insistir en el vino prometido del reino y en signo del pan compartido. Esa Cena tuvo un carácter dramático, y ratificó la ruptura entre el ideal/camino de Jesús y la propuesta “real” de sus discípulos.
(2) Comunidades “hebreas”. Superado el primer rechazo, los discípulos de Jesús mantuvieron y actualizaron su cena, centrada en el pan de la vida y, de un modo especial, en el vino de la promesa del Reino; sus celebraciones eran momentos fuertes de experiencia de Jesús resucitado, a quien sus seguidores fueron descubriendo (acogiendo) al juntarse y recordarle en la mesa: en el pan compartido (un signo central de su proyecto) y en el vino que vuelven a tomar como anticipo de su “próxima” venida. En este momento, las “eucaristías” son las mismas reuniones alimenticias de la comunidad (como supone Hch 2-5).
(3) Comunidades helenistas. De Pablo a Marcos. En un momento dado, que conocemos por Pablo (1 Cor 11, 23-26), algunas comunidades helenistas (de Jerusalén hasta Damasco, de la costa palestina hasta Fenicia y Antioquía) “descubren” (encuentran y despliegan) un sentido especial en los signos de la Cena, interpretando el pan como “cuerpo mesiánico” (sôma del Cristo) y el vino de la promesa del reino futura como “copa mesiánica” (sangre-haima de la nueva alianza realizada por Jesús). De modo sorprendente, Pablo afirma que “ha recibido del Señor” (parelabon apo tou Kyriou: 1 Cor 11, 23) la identidad y sentido de esa Cena, retomada por el evangelio de Marcos y luego por los restantes sinóptico.
Éste ha sido el descubrimiento final de Jesús, cuando sabe que su vida ha terminado y que corre el riesgo de ser ajusticiado. Pueden entregarle, pero él sabe, por encima de eso, que el mismo Dios culminará la obra de Reino que le había encomendado. Por eso, no puede volverse atrás, diciendo a sus discípulos que ha terminado y que ellos tienen que volver a Galilea. No puede desdecirse y por eso queda en Jerusalén para culminar su obra, que es de Dios. No queda por soberbia, como si se supiera más que otros, ni por imposición, para dominarles, sino por “obediencia”, para culminar su obra de Reino:
b. Y estando ellos comiendo, en la noche en que fue entregado… (Mc 14, 22a; 1 Cor 11, 23).
Los gestos y palabras de la eucaristía recogen la intención y proyecto de Jesús y expresan la ruptura mesiánica de su Última Cena (en contexto de pascua), pero sólo han podido fijarse y formularse, en su tenor actual, tras algunos años, una vez que la muerte de Jesús se ha entendido plenamente como “sacrificio” al servicio del Reino .
Mc 14, 25 no prometía (ni instituía) una eucaristía, pues la fiesta del vino nuevo vendría pronto, con el Reino. Pero la experiencia pascual (Jesús presente como resucitado) ha dado un sentido nuevo al vino, evocando a Jesús no sólo como aquel que beberá ese vino con sus discípulos en el Reino, sino como aquel que les ha regalado (entregado).
La Iglesia ha descubierto que los signos de su eucaristía (pan compartido, vino del Reino) evocan y condensan lo que ha sido (y es) la vida de Jesús, que no se ha limitado a decir algunas cosas, sino que se ha dado sí mismo, regalando su vida por el Reino; ella lo celebra así en el signo del pan que se comparte y del vino que anuncia la llegada del Reino.
--Ni Jesús ni la Iglesia han tenido que inventar estos alimentos (pan y vino de las primicias y la esperanza escatológica), ni darles un simbolismo que antes no tuvieran, pues algunos esenios los tomaban cada día, cantando la presencia de Dios y su manifestación futura. Pero, partiendo del recuerdo de Jesús, la Iglesia ha expresado en ellos su experiencia más honda (de tipo mesiánico), vinculada a las acciones y palabras del mismo Jesús, que ha compartido el pan y el vino con los pecadores, que ha “multiplicado” los panes y los peces en el campo y que ha evocado el sentido de su vida en la próxima copa que les promete para en el Reino.
Según eso, el centro de la Cena (celebrada en contexto de ruptura y afirmación mesiánica) no ha podido ser el Cordero (un animal sustitutorio), sino la misma vida de Jesús expresada en los signos del vino (cf. Mc 14, 25) y pan, como supone Lc 22, 29-30:
“He dispuesto en favor de vosotros el Reino, como mi Padre ha dispuesto de él en favor mío, para que comáis y bebáis en mi mesa» (cf. Lc 22, 29-30). Según una tradición antigua, Jesús había dicho: «En verdad os digo, algunos de los aquí presentes no gustarán la muerte hasta que vean venir el Reino de Dios con poder» (Mc 9, 1). Pues bien, la tradición posterior afirma que ese Reino está presente allí donde la Iglesia celebra la memoria de Jesús en la eucaristía
c. Esto es mi cuerpo, ésta es mi alianza.
Este Jesús pascual no se limita a invitar a sus amigos al vino futuro (cf. Mc 14, 25,) sino que les regala ya su cuerpo y sangre (pan y vino), anticipando así el Reino, mientras ellos siguen viviendo sobre el mundo, como dicen los dos testimonios más antiguos (cf. también Mt 26, 26-29 y Lc 22, 19-20):
(Mc 14, 22-24)
Y estando ellos comiendo, Jesús tomó pan, pronunció la bendición, lo partió, se lo dio y dijo:
– Tomad, esto es mi Cuerpo.
Tomó luego una copa y, dando gracias, se lo dio y bebieron todos de ella. Y les dijo:
– Esta es la Sangre de mi Alianza, derramada por muchos
(1 Cor 11, 24-25)
El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan, y dando gracias, lo partió y dijo:
– Esto es mi Cuerpo (dado) por vosotros.
De igual modo la copa, después de cenar diciendo:
– Esta copa es la Nueva Alianza en mi Sangre.
a. Signo del pan.
Jesús asume y culmina su mensaje en Galilea y en especial las multiplicaciones (cf. Mc 6, 30-44; 8, 1-10), al simbolizar su vida como pan. Ese gesto (dar el pan, darse como pan) recoge y despliega su proyecto. No ha fracasado, sino al contrario: Ha condensado la Palabra de Dios (su vida) a modo de pan ordinario de la mesa, que no es alimento puro de ritos de separación (para limpios judíos), sino pan de cada día (Padrenuestro), comida que ofrece a los pobres, regala a los pecadores y comparte con todos, haciéndose pan, con ellos y para ellos. Por eso, al tomarlo, ha podido decir “esto es mi cuerpo” (así lo ha interpretado la Iglesia posterior).
b. Signo del vino.
En Mc 14, 25 par, Jesús prometía a sus discípulos el vino nuevo del Reino. Lógicamente, tras la pascua, lo han reinterpretado como bebida de este tiempo, al lado del pan. Jesús, mensajero del Reino de Dios, amenazado de muerte por los dirigentes del sistema, había ofrecido a sus amigos, en solidaridad y esperanza escatológica, una copa, esperando (prometiendo) la próxima en el Reino. Pues bien, esa copa aparece pronto en la Iglesia como signo de la vida (sangre) que él ofrece a sus discípulos (de su propia vida, que es promesa y presencia del Reino) .
– Dios había reservado la sangre, de manera que comer carne con sangre o beberla constituye gran impureza (cf. Hech 15, 29), porque es fuente y realidad de Vida (Lev 17, 11-17). Pues bien, reinterpretando su experiencia de trasgresión sacral y ruptura de límites, los cristianos descubren que Jesús les ha ofrecido su vida, esto es, su sangre, simbolizada en el vino. Difícilmente podemos hoy imaginar la fuerza y extrañeza de ese signo, que rompe la distinción entre sagrado y profano. Todo en Jesús es sagrado, siendo profano. Todo es amor de madre y amigo, todo es vida (Palabra) compartida, y así la sangre “impura” puede convertirse en principio y signo de plena pureza, que es dar la propia vida (como sangre) para crear de esa manera vida. Jesús no ha derramado la sangre de otros (como los soldados), ni ha ofrecido a Dios la sangre de animales (como los sacerdotes), ni se ha interesado por la sangre del cordero pascual, con la que se rociaba «el dintel y las jambas de la casa» de los celebrantes, para que el Dios del exterminio pasara de largo sin matarles (cf. Ex 12, 7.13), sino que ha “dado” su propia sangre al darse a favor de sus amigos (hombres y mujeres), por quienes ha muerto, ofreciéndoles el Reino. No establece así un rito separado, sólo para Dios (pan sobre el altar, vino vertido al fuego), sino que la verdad del rito del vino es su propia vida (sangre), que él ha regalado por el Reino de Dios, esto es, «por muchos» (hyper pollôn), por todos (Mc 14, 24; cf. Mc 10, 45). Mt 26, 27 ha añadido «para perdón de los pecados», situando de esa forma el gesto y comida de Jesús en el trasfondo de los rituales israelitas del perdón, pero en un sentido distinto: Frente al ritual de muerte de animales, detallado por Lev 1-9, superando la sangre del pacto con novillos (cf. Ex 24, 8) y el rito de la pascua (Ex 12, 1-13) o del día de la expiación (cf. Lev 16, 14-19), Jesús ha ofrecido su sangre como vida regalada en amor (perdón) a todos.
Este signo de la copa de vino (con la referencia a la sangre) nos sitúa en el contexto del logion final (Mc 14, 25). Probablemente, Jesús había entendido la copa de la despedida como signo de su entrega por (de su identificación con) el Reino. Pues bien, en ese contexto, su misma vida puede interpretarse como sangre derramada, compartida. No se trata de sangre sacrificial que evoca la violencia ajena, sangre de animal con la que “untan” las jambas de la puerta de la casa (como la del cordero de la pascua; Ex 12, 7), sino sangre mesiánica, es signo de la entrega amorosa de la vida, en gesto de comunión y esperanza.
Esa sangre de Jesús es su Palabra, el don completo de su vida, el sacrificio de la nueva alianza, que puede y debe evocarse desde la tradición de los profetas. No es sacrificio que Dios necesita para aplacarse, como en algunos ritos sacrales, sino lo contrario. Es la vida del enviado mesiánico de Dios, que no ha venido a dominar a los demás en gesto de violencia, sino a darse por ellos. Así lo ha celebrado y lo sigue celebrando la Iglesia en el signo de la Cena, que es la forma privilegiada de recordar la historia de Jesús. Por eso, el verdadero libro de Jesús no es un escrito, sino la experiencia compartida de la Eucaristía .
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