El Evangelio de este Domingo XVIII del Tiempo Ordinario nos ofrece un hecho singular. Algo nuevo para los Apóstoles. Ellos, que se habían acostumbrado a ver a su Maestro predicar y sanar enfermos, lo ven ahora preocuparse por dar de comer a la gente. Toda una lección de servicio y de interés por las necesidades primarias del prójimo. En esta ocasión Cristo quiere que los suyos sean protagonistas de primera mano. Hasta ahora se habían mantenido un tanto al margen de lo que Jesús realizaba. Tal vez no quería interrumpir, ni mucho menos opacar el ministerio de su Maestro.
Pero Cristo se da cuenta de todo esto y les invita a participar con Él. Les dice: “Dadles vosotros de comer”, refiriéndose a la multitud que lo seguía. Entonces, rostros de asombro, miradas cruzadas de admiración, gestos de interrogación entre los Apóstoles hasta que uno de ellos descubre que alguien trae cinco panes y dos peces. Pero esto ¿Qué es para tanta gente? De hecho eran tan sólo los hombres unos cinco mil, sin contar a las mujeres y a los niños que allí había. Era una verdadera multitud a la que había que alimentar.
Cristo sabía muy bien lo que estaba a punto de suceder; pero los Apóstoles lo desconocían por completo. Pero bastó una orden de Cristo a los Apóstoles, una oración sobre los panes y los peces, y el milagro se produjo. Los panes y los peces se multiplicaban a medida que se repartían entre la gente. “Todos comieron hasta saciarse”, nos dice el Evangelio.
En nuestra vida Dios también nos pedirá hacer cosas que nos superan por completo. Nos pedirá, como a los Apóstoles, encargos imposibles de realizar con las solas fuerzas humanas. Unas verdadera proezas. Sin embargo, debemos confiar siempre en el poder de Dios. Debemos acercar a Él, como lo hicieron los Apóstoles, lo poco que tenemos y somos para que Él lo transforme. Entonces veremos verdaderos milagros de la gracia ante nuestros ojos. Esto fue lo que hicieron los Apóstoles y Cristo los bendijo.
Pero existe siempre un inconveniente humano que nos frena ante estos grandes desafíos que nos pide Dios. Con frecuencia, lo primero que hacemos es vernos a nosotros mismos y constatar que no podemos realizar lo que Dios nos pide. Entonces nos invade el miedo, queremos huir, nos asaltan las dudas, nos llenamos la cabeza de preguntas y de “peros” que no nos dejan actuar. En esa situación somos incapaces de pedir ayuda, buscar un consejo y encontrar una solución.
A Dios le agrada la actitud positiva y estimulante del que quiere obedecer lo que se le pide. En nuestra vida debemos cultivar esta actitud. Debemos desarrollar esa capacidad para buscar soluciones a los problemas. Debemos aceptar la ayuda que nos brindan los demás, aprovechar las oportunidades que se nos presentan. Dios siempre nos pillará por sorpresa, como Cristo a los Apóstoles, y nos pedirá realizar “imposibles”. Así está entretejida la vida de los Santos, es decir, de los que son verdaderos amigos de Jesús. ¡Cuántas obras que parecían imposibles han realizado abandonados en Dios! Basta confiar en el poder de Dios y lanzarse a realizar lo que Él nos pide. Entonces veremos verdaderos milagros ante nuestros ojos.
Pero Cristo se da cuenta de todo esto y les invita a participar con Él. Les dice: “Dadles vosotros de comer”, refiriéndose a la multitud que lo seguía. Entonces, rostros de asombro, miradas cruzadas de admiración, gestos de interrogación entre los Apóstoles hasta que uno de ellos descubre que alguien trae cinco panes y dos peces. Pero esto ¿Qué es para tanta gente? De hecho eran tan sólo los hombres unos cinco mil, sin contar a las mujeres y a los niños que allí había. Era una verdadera multitud a la que había que alimentar.
Cristo sabía muy bien lo que estaba a punto de suceder; pero los Apóstoles lo desconocían por completo. Pero bastó una orden de Cristo a los Apóstoles, una oración sobre los panes y los peces, y el milagro se produjo. Los panes y los peces se multiplicaban a medida que se repartían entre la gente. “Todos comieron hasta saciarse”, nos dice el Evangelio.
En nuestra vida Dios también nos pedirá hacer cosas que nos superan por completo. Nos pedirá, como a los Apóstoles, encargos imposibles de realizar con las solas fuerzas humanas. Unas verdadera proezas. Sin embargo, debemos confiar siempre en el poder de Dios. Debemos acercar a Él, como lo hicieron los Apóstoles, lo poco que tenemos y somos para que Él lo transforme. Entonces veremos verdaderos milagros de la gracia ante nuestros ojos. Esto fue lo que hicieron los Apóstoles y Cristo los bendijo.
Pero existe siempre un inconveniente humano que nos frena ante estos grandes desafíos que nos pide Dios. Con frecuencia, lo primero que hacemos es vernos a nosotros mismos y constatar que no podemos realizar lo que Dios nos pide. Entonces nos invade el miedo, queremos huir, nos asaltan las dudas, nos llenamos la cabeza de preguntas y de “peros” que no nos dejan actuar. En esa situación somos incapaces de pedir ayuda, buscar un consejo y encontrar una solución.
A Dios le agrada la actitud positiva y estimulante del que quiere obedecer lo que se le pide. En nuestra vida debemos cultivar esta actitud. Debemos desarrollar esa capacidad para buscar soluciones a los problemas. Debemos aceptar la ayuda que nos brindan los demás, aprovechar las oportunidades que se nos presentan. Dios siempre nos pillará por sorpresa, como Cristo a los Apóstoles, y nos pedirá realizar “imposibles”. Así está entretejida la vida de los Santos, es decir, de los que son verdaderos amigos de Jesús. ¡Cuántas obras que parecían imposibles han realizado abandonados en Dios! Basta confiar en el poder de Dios y lanzarse a realizar lo que Él nos pide. Entonces veremos verdaderos milagros ante nuestros ojos.
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