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lunes, 29 de diciembre de 2008

En tiempos de José y de María… el divorcio era legal

Fiesta de la Sagrada Familia
Por Bernardo Baldeón
Publicado por Antena Misionera Blog

Con motivo de la fiesta de la Sagrada Familia muchos eclesiásticos se convertirán en maestros de la familia y del matrimonio –dos realidadarfur008des que ni han gozado, ni han sufrido-.

Defenderán el “modelo tradicional de la familia católica”. Posiblemente la última palabra la omitan. Aunque resulte bastante difícil defender la existencia de un modelo “tradicional” de la familia, incluso dentro de la Iglesia católica.

La familia, como toda realidad humana ha ido viviendo a lo largo de la historia profundos cambios. Incluso dentro de nuestra Iglesia. Baste recordar que San Agustín decía que el acto sexual era “la forma de transmisión del pecado original”.

En muchas predicaciones escucharemos que “la familia está en una pésima situación. Está casi en situación terminal: ya no hay verdadero amor, la violencia está presente en los hogares, no se educa a los hijos, se deja abandonados a los padres cuando son mayores y están solos o enfermos, los lazos familiares ya no conservan ni la apariencia…
Es más, se habla de un ataque combinado de la sociedad contra la familia. Parece ser que todos los males, o la mayor parte de ellos, provienen de ese ataque externo, de los ideólogos que pretenden destruir la familia para destruir a la persona… Divorcio, aborto, matrimonio de homosexuales, parejas de hecho, posibilidad de que parejas homosexuales adopten, todo son signos de ese ataque que, algunos piensan, está perfectamente planificado”.

El problema es que se “olvidan” de hechos tan evidentes y fundamentales como que en tiempos de la Sagrada Familia el divorcio era algo totalmente aceptado y legal desde el punto de vista civil y por la religión… una religión donde la ley de Moisés avalaba la Palabra de Dios, de Yahvé. Aunque esos “detalles” se silencian.


Dos textos para pensar

En estos días me encontraba con dos textos que quiero compartir con vosotros.

El primero lo encontré navegando por Internet y, desafortunadamente, no indica el autor. El texto es éste:

La familia es una realidad cardinal en la vida y a la vez una paradoja. Junto a la familia nos encontramos hoy su impugnación y «contestación».

Cristo asume y acepta la realidad familiar, comulga con ella, pero a la vez la pone en cuestión muy radicalmente.familia

En los medios católicos tradicionales, y en otros medios, ha habido como una absolutización de la familia, una especie de idolización. La familia lo era todo, y en aras de la familia había que sacrificarlo todo. Jesús da un rotundo «no» a esta concepción. La desmitificación que hace Jesús de un exagerado aprecio de la familia se extiende a todos los aspectos de la cuestión, a la vocación social, la vocación política, la vocación personal… que nunca pueden ser absorbidas por el grupo familiar cerrado.

La evolución actual nos hace comprender mejor esta puesta en cuestión del absolutismo familiar. Los jóvenes reciben fuera de la familia tanto como dentro de ella. Reciben de fuera cada vez más las ideas, la cultura, la enseñanza, la amistad, incluso el dinero, el alimento y el techo, pues muchos trabajan, ganan y viven fuera gran parte del tiempo. El grupo familiar queda en cierto modo homologado con los otros grupos humanos.

Ahora bien, la familia, aunque relativizada, mantiene todo su valor singular, inintercambiable. Diversos hechos contemporáneos lo confirman. La experiencia de los países donde se ha llevado al máximo la socialización y los estudios psicoanalíticos muestran la decisiva trascendencia que para toda la vida tiene la relación paterno-filial”.

El segundo lo relata el P. Ronald Rolheiser, y que ayuda a comprender por qué los eclesiásticos ni gozamos, ni sufrimos lo que significa tener una familia propia:

“Después de la muerte de su esposa, el famoso filósofo cristiano francés Jacques Maritain publicó los diarios de ella. En el prefacio de ese libro “El Diario de Raissa“, él habla de la muerte de su esposa, producida por un derrame cerebral, y así nos ofrece este comentario:
“Pero hay todavía algo más, que no es fácil de expresar y que, sin embargo, quiero vehementemente añadir. Se trata de cómo actúa Dios. En el momento en que todo colapsó para nosotros dos, y que se prolongó durante cuatro meses agónicos, Raissa permaneció amurallada en sí misma a causa de un ataque repentino de afasia. Aun con el poco progreso que pudo hacer durante varias semanas por mera fuerza de la inteligencia o de la voluntad, toda la comunicación a nivel profundo permaneció cortada.
Y, posteriormente, después de una recaída, apenas podía ella articular palabras. En la lucha suprema en la que estaba comprometida, nadie en este mundo podía ayudarla, ni yo mismo, no más que cualquier otro. Ella preservó la paz de su alma, su total lucidez, su humor, su preocupación por sus amigos, el temor de causar molestia a los demás, su maravillosa sonrisa y la luz extraordinaria de sus ojos maravillosos. Para cada uno que se acercara a ella, daba invariablemente (y con qué asombrosa y silenciosa generosidad durante sus dos últimos días cuando solamente podía espirar su amor) una especie de don impalpable que emanaba del misterio en el que se encontraba enclaustrada. Y durante todo ese tiempo estaba siendo implacablemente destrozada, como por golpes de un hacha, por aquel Dios que la amaba, a su terrible manera, y cuyo amor es “dulce” sólo a los ojos de los santos, o de aquellos que no saben de qué están hablando”.

Y añade el P. Rolheiser:

“¿Qué significa amar a alguien? Querría ser yo ahora bastante cauteloso sobre las palabras empleadas en mi respuesta. Quizás hubiera de usar sagrada-familia2simplemente dos palabras: amor significa fidelidad y respeto. Amar significa ser fiel, guardar tu palabra, mantener una relación sin volverte atrás o alejarte de ella; y amar significa también respetar plenamente al otro, sin violar su libertad, bendiciéndole positivamente y ayudándole a crecer según sus propios dictados interiores. Cuando hacemos esas cosas a veces nos sentimos fríos, pero el amor, como sabemos, no es cuestión de sentimientos, sino de fidelidad.
Y en parte eso es don, algo que nos sobrepasa, que viene de un Dios que puede hacer por nosotros lo que no podemos nosotros hacer por nosotros mismos, a saber, permanecer unidos dentro de la familia y de la comunidad”.



Darle sabor

Con frecuencia los eclesiásticos mezclamos como en una ensalada de frutas: matrimonio, familia, fundamento de la sociedad, voluntad de Dios, ley natural…

No se si la mezcla es justa. Supongamos que sí. En ese caso lo importante es darle buen sabor.

Para ello los clérigos, que ni gozamos ni sufrimos lo que implica el amor matrimonial, deberíamos releer el libro del “Cantar de los Cantares”, que es Palabra de Dios, y posiblemente empezaríamos a hablar de otra manera de la realidad familiar y matrimonial, con un lenguaje más realista y positivo.


La experiencia misionera

Somos muchos los misioneros que nos hemos encontrado en distintos lugares del mundo con concepciones muy distintas de entender el matrimonio y diversas de la nuestra. Y hemos constatado que “imponer” la llamada “concepción tradicional del matrimonio cristiano”, más que una Buena Noticia, lleva a la marginación, a la pobreza y al rechazo social a personas que siempre actuaron de acuerdo a su conciencia y a las pautas culturales de su pueblo.

¿Alguna vez lo tendremos en cuenta?

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