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miércoles, 14 de enero de 2009

Comentario Bíblico y Pautas Homiléticas: II Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo B

Vieron donde vivía y se quedaron con él
Publicado por Dominicos.org
Introducción

El Tiempo Ordinario es también un tiempo importante para contemplar el misterio de Cristo. En él se desarrolla el misterio pascual de modo progresivo y profundo, siguiendo la existencia humana de Jesús a través de los relatos evangélicos que se leen en la liturgia durante los treinta y tres o treinta y cuatro domingos que abarca. Este año corresponde al ciclo B, en el que se lee el evangelio según san Marcos. Por ser un evangelio muy breve, desde el domingo XVII al XXI se lee el capítulo sexto del evangelio según san Juan. Este segundo domingo del Tiempo Ordinario se lee en los tres ciclos un pasaje del cuarto evangelio, distinto en cada uno de ellos.


Comentario bíblico:

* Seguir a Jesús es sentirse "llamados"

Los textos de este domingo IIº del Tiempo Ordinario nos presentan el tema de la “vocación”, de la llamada. Sabemos que Jesús llamó a algunos discípulos que le siguieron. Pero la llamada es para todos, no solamente para privilegiados o para perfectos. Sin vocación, la vida no tiene sentido y menos una vida “religiosa” si esta la entendemos como don y como gracia. Porque también hay que saber recibir los dones y las gracias.


* Iª Lectura: 1º Samuel (3,3-9.19): Habla Señor, que tu siervo escucha

I.1. La lectura de Samuel nos relata la vocación profética de Samuel, el niño que la madre consagró a Yahvé como prenda por haberle concedido el don e la maternidad. Pero no basta, para ser un profeta u hombre de Dios, que nuestros padres nos destinen a ello. Hace falta una “llamada”, la vocación, y la respuesta más personal a la palabra de Dios. Samuel, que sería un profeta que habría de conducir al pueblo hasta la llegada de David, vivía con el sacerdote Elí en el santuario donde estaba depositada el arca de la Alianza. Los hijos de Elí, por el contrario, no seguirían los pasos de su padre, no heredarían su carisma; al contrario, sería Samuel el llamado por Dios para ser su profeta; porque el profetismo no se hereda, ni es una institución que se aprenda, sino que hay de descubrirla.

I.2. La vocación de Samuel se describe con rasgos propios de las leyendas antiguas, en las que se oye la voz de Dios. En el silencio, en la noche. Es una experiencia fascinante que no le deja dormir al muchacho. Estima que es Elí quien le llama, y es éste quien se da cuenta que es Yahvé quien está por medio en todo este asunto. Y así el maestro le enseña a decir a discípulo, no como un rito, sino como el don de la propia vida: «habla, Señor, que tu siervo escucha». Escuchar la voz de Dios en la vida personal es un verdadero reto, que no todos saben afrontar. Elí, el viejo sacerdote-profeta, tiene experiencia de Dios y se la comunica a alguien que está en disposición de ello; lo contrario de lo que sucede con sus hijos. No es lo mismo vivir con “vocación” que sin ella. Esta vocación se descubre de muchas formas y de muchas maneras: unas veces buscando y otras sin que sepamos por qué. Es evidente que estamos hablando en el contexto de una experiencia religiosa extraordinaria, lo que es respetable. Debemos ser capaces de ver a Dios, de escucharle si queremos, en las realidades de nuestra vida personal y de los que nos rodean. No habrá vocación, sin embargo, si no estamos dispuestos a escuchar a Dios.

* IIª Lectura: 1 Corintios (6,13-15.17-20): El cuerpo revela nuestra interioridad

II.1. La segunda lectura está tomada de 1ª Corintios, una carta muy compleja desde muchos puntos de vista. Y para comprender esta carta y este texto de hoy debemos conocer algunas cosas de aquella comunidad de la capital de Acaya, en la que Pablo se empeñó a muerte en su misión de apóstol y en ofrecer una identidad verdaderamente cristiana a esta comunidad. Se trata de un texto que debemos saber contextualizar y conocer por qué lo escribe San Pablo. Corinto era una ciudad famosa por su santuario a Afrodita, la diosa del amor, al que acudían gentes que llegaban a la ciudad doblemente portuaria desde las regiones lejanas y limítrofes. El hecho de la prostitución sagrada era una perversión del amor y de la sexualidad humana según san Pablo. Precisamente por ello el apóstol hace una teología del «cuerpo» humano, que no es la carne y la sangre, aquello que nos llevará a la muerte; sino de lo más interior a nosotros mismos, que es lo que no podemos entregar a la irracionalidad. La “antropología” bíblica que subyace en esta concepción del cuerpo del texto paulino es manifiesta: no es dicotómica, dualista, sino es una realidad única: interior-exterior, alma-cuerpo.

II.2. Esto, probablemente, lo escribe Pablo, porque algunos convertidos al cristianismo no veían inconveniente en participar en esos ritos sagrados de la sexualidad, y por ello afronta la cuestión desde la clave más profunda de la fe cristiana: la resurrección de los cuerpos, que volverá a afrontar en el c.15 de esta misma carta. La sexualidad forma parte de nuestro ser; si la entregamos al comercio y a lo irracional, pierde todo el valor positivo que el Creador ha puesto en ella; la reducimos a la animalidad. Pero ni lo irracional, ni lo animal están llamados a la resurrección. El cuerpo no es simplemente lo exterior, lo que se ve, lo que se gasta: el cuerpo lleva en su seno el misterio de la persona, de la interioridad, de la misma libertad. Por eso si entregamos nuestro cuerpo a cualquiera o a cualquier cosa, eso es una idolatría. Es decir, estaremos sometidos a los ídolos, que no son más que irracionalidad y ceguera. La actualidad de este tema hoy, sabemos que se puede cifrar en entregar nuestro cuerpo, nuestra persona, nuestra mente y nuestra voluntad a la droga o al dinero. También aquí, con esta simbología del “cuerpo”, se sugiere la verdadera dignidad de nuestra vocación humana y cristiana.

* Evangelio: Juan (1,35-42): ¿Dónde habitas?

III.1. El evangelio de hoy nos presenta la forma en que Jesús acogió a sus primeros discípulos. No se hace por medio de una llamada concreta de Jesús, - como sucederá después con Felipe, Jn 1,43ss-, sino de otra forma distinta. Probablemente en el evangelio de Juan hay una intencionalidad manifiesta: el paso de los discípulos del Bautista a Jesús. Es una escena que viene después de la presentación que Juan el Bautista ha hecho de Jesús a sus seguidores. Por eso, como respuesta inmediata, dos de esos discípulos (uno de ellos se identifica como Andrés, el hermano de Pedro), se interesan por la vida de Jesús. De ahí la pregunta: “Maestro ¿dónde habitas?”. No es necesario entrar en la cuestión del “otro” discípulo, que, desde luego, no es necesario identificar con el discípulo amado, y tampoco a éste con Juan el hijo del Zebedeo en cuanto autor de este evangelio, como muchos han defendido y siguen defendiendo. El evangelista subrayaba así que Juan el Bautista había cumplido su misión; ésta había terminado, y sus seguidores debían atender a aquél que él llama el «Cordero de Dios». No podemos establecer con seguridad los puntos históricos de esta narración. No sabemos a ciencia cierta si eso fue así, ya que la tradición de los evangelios sinópticos parece más primitiva y nos habla de la llamada directa de Jesús a Pedro y a su hermano Andrés, para que dejaran sus redes y le siguieran.

III.2. ¿Dónde vivía Jesús? No se nos dice en el relato, porque su intención es poner de manifiesto que su modo de vida es lo que se describirá a lo largo del evangelio. Han visto ya algo que fascina a estos discípulos, para dejar al Bautista y seguir a Jesús, y comunicar la noticia al mismo Pedro. Con ello, el Bautista no se encuentra desairado, porque en otro momento él mismo dice: «es necesario que El crezca y que yo disminuya» (Jn 3,30). Así, pues, una vez que Juan el Bautista ha cumplido la misión que le correspondía –según se piensa en la tradición cristiana que Juan, como los sinópticos, recoge-, llega el momento de “seguir” a Jesús, de vivir con él, de contemplar su morada. El simbolismo del evangelio joánico enriquece verdaderamente esta escena sobre la iniciativa de los discípulos. No los ha llamado el Maestro, pero Juan sí les ha trazado el camino. A veces, alguien puede descubrirnos nuestra “vocación”; lo importante es saber discernir y poder dedicarse a ello.

III.3. El encuentro de Pedro, con Jesús, es presentando en Juan de una forma muy particular, distinta a los sinópticos. Aquí se adelanta su hermano Andrés en su decisión a seguir al Maestro. Pero lo que importa siempre es la disposición. El que Pedro reciba un nombre nuevo “Kefas”(piedra), con todo lo que ello significa, forma parte también del misterio vocacional. Un nombre nuevo es un destino, un camino, una vida nueva, una misión. Todo esto está sugerido en esta escena vocacional. Desde luego, aceptar a Jesús, su vida, su ideas y su experiencia de Dios, no puede dejarnos donde estábamos antes. Todo ha de cambiar, sin que haya que exagerar actitudes espirituales o morales. Seguiremos a Jesús y su evangelio, y volveremos a sentir la necesidad del perdón y de la gracia, porque la debilidad nos acompaña siempre. Pero con un nombre nuevo se nos dice que el horizonte de nuestra existencia es Aquél que trae la luz y la vida al mundo, como se pondrá de manifiesto en todo el evangelio joánico.

Fray Miguel de Burgos,op




Pautas para la homilía

* La vocación

Tanto la primera lectura como el Evangelio de este domingo nos invitan a reflexionar sobre la vocación, y no sólo sobre la vocación profética, apostólica, sacerdotal o religiosa, sino sobre la llamada que Dios hace a cada ser humano que viene a este mundo. Dios cuenta con todos sin excepción para llevar a cabo su obra de salvación en el mundo. Alguien decía que con cada ser humano que nace viene a este mundo algo nuevo y único que no había existido hasta entonces y no existirá después. Cada persona está llamada a realizar su propia misión, y si no lo hace esa misión quedará por hacer.

* Vocación de Samuel

La respuesta de Samuel a la llamada de Dios sigue siendo ejemplar para los cristianos de nuestro siglo. Dios irrumpió en su vida llamándole a horas intempestivas, en medio de la noche, mientras dormía, cuando todo estaba en reposo. Samuel pensó al principio que era el sacerdote Elí quien le llamaba y acudió presuroso a su lado. Fue Elí quien le hizo comprender que era Dios quien le llamaba, y quién le dio las palabras adecuadas para responder a esa llamada: «Habla, Señor, que tu siervo escucha». Aunque Elí había caído en desgracia ante Dios por no haber tenido el valor de corregir a sus hijos, no careció de inspiración para orientar a Samuel en los caminos de Dios. Samuel hizo suyas las palabras de Elí y las convirtió en un programa de vida. Por eso Dios le siguió hablando. Esas palabras: «Habla, Señor, que tu siervo escucha», nos recuerdan las de María en el episodio de la Anunciación: «Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra». Samuel abre de par en par los oídos del corazón para escuchar la palabra del Señor. Se reconoce siervo, disponible a secundar cuanto el Señor le diga o insinúe. Como más tarde María, se pone plenamente a su disposición. Servir a Dios no es esclavizante, sino un honor que dignifica la vida humana. La vida de Samuel, la de María y la de tantos hombres y mujeres dan fe de ello.

* Vocación de Andrés, Juan y Simón

El evangelio nos ofrece otro bello relato de vocación. También en este caso hay un intermediario, Juan el Bautista, que orienta a dos de sus discípulos hacia Cristo: Andrés, el hermano de Simón Pedro, conocido en la tradición como el «protóclito» («el primer llamado»), y el otro discípulo, que no se nombra, pero al que la tradición ha identificado con Juan y con el autor del cuarto Evangelio. El Bautista preparó este encuentro entre Jesús y estos dos discípulos, aunque él permaneció a distancia como para indicar que su misión había alcanzado su meta. Las palabras del Bautista no fueron ni una orden ni una exhortación, sino simplemente una confesión de lo que el Espíritu le hizo reconocer: «Éste es el cordero de Dios». Fiándose del Bautista, los dos discípulos siguieron a Jesús. El Señor se volvió y les preguntó: «¿qué buscáis?» Esas son las primeras palabras de Jesús en este evangelio, y la pregunta les hizo tomar conciencia a Juan y Andrés de sus intenciones. Ellos le respondieron diciendo: «Rabí, ¿dónde vives?» Llamándole Maestro muestran que quieren ser instruidos por él. Jesús, a su vez, les respondió diciendo: «venid y lo veréis». Andrés y Juan pudieron comprobar que Jesús, desde que se había puesto a predicar no tenía casa propia, vivía de limosna. El evangelista anota cuidadosamente la hora de este encuentro: «serían las cuatro de la tarde». La breve convivencia con Jesús bastó a estos discípulos para reconocer en él al Mesías que estaban buscando. Alegre de haber hecho este descubrimiento, Andrés fue a contárselo a su hermano Simón, y luego se lo presentó a Jesús. Desde el primer momento Jesús fijó en Simón su mirada y le cambió el nombre, como hacía Dios con los personajes del Antiguo Testamento a los que les encomendaba una misión importante. Jesús le dio a Simón en nombre de «Piedra», dando a entender así las grandes esperanzas que ponía en su persona para llevar adelante sus proyectos.

El Bautista y Andrés, y más tarde Felipe, se convirtieron en modelo para la Iglesia. Como ellos la Iglesia tiene la bella tarea de poner a la humanidad en contacto con Jesús, hablarle del descubrimiento que ella misma ha hecho. Quizás hoy día se valoran más las obras de caridad que hace la Iglesia y se olvida lo más importante, que es darnos a Jesús. Sin el encuentro con Jesús sólo tendríamos motivos humanos o filantrópicos para ejercitarnos en la caridad, y es probable que nos cansáramos pronto de hacer el bien o que buscáramos nuestro bien en las obras buenas que hacemos. En cambio, cuando la caridad brota del encuentro con Jesús tenemos motivos más elevados para ejercitarla.

Nunca estaremos suficientemente agradecidos a la Iglesia que nos dio a Jesucristo, si sabemos apreciar este tesoro. Sólo quien busca con la misma pasión que Andrés, Juan y Pedro acierta a valorar la riqueza del encuentro con Jesús. Hoy también Jesús se vuelve a nosotros para preguntarnos sobre la pureza de nuestras intenciones al seguirle. Pues nuestro seguimiento está amenazado por la inercia, la fuerza de la costumbre o las falsas expectativas. Si cedemos a esto nuestro encuentro con Jesús se malogrará.

Quien se ha encontrado con Jesús de verdad se convierte a su vez en un testigo entusiasta que no puede dejar de comunicar a todos –en especial a las personas que más quiere– la alegría de su descubrimiento. No se trata de llamar la atención sobre sí mismo, sino de orientar hacia Jesús.

* La dignidad del cuerpo humano

En la segunda lectura de este domingo san Pablo nos habla de la dignidad del cuerpo humano. Nos dice que el cuerpo es templo del Espíritu Santo. El templo es el lugar del encuentro entre Dios y el hombre. Ahí, en el propio cuerpo, se realiza este encuentro. La presencia del Espíritu Santo en nuestro cuerpo no consiste en un mero estar ahí o en una presencia pasiva, sino dinámica. El Espíritu Santo penetra hasta lo más íntimo de nuestro corazón y derrama en él su luz y su gracia. Su presencia consagra, santifica y dignifica tanto nuestro cuerpo como nuestra alma. Esa presencia nos anima a tener una conducta digna y religiosa. La actitud más propia ante esta presencia consiste en ser dóciles a sus inspiraciones. Esta concepción del cuerpo humano contrasta enormemente con la instrumentalización a la que ve sometido en nuestros días. Para algunos el cuerpo se ha convertido en un ídolo al que hay que rendir culto; para otros en una mercancía de la que se puede sacar un gran rendimiento económico, etc. En cambio para el cristiano –como hemos dicho– es algo sagrado, receptáculo de la presencia del Espíritu Santo.

Manuel Angel Martínez Juan, OP

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